No hacer

Hace unos días me encontré con una antigua compañera de clase, Marta. No era de las personas con las que más relación tenía pero así y todo fuimos a tomarnos un café. Había hecho una especie de FP de inclusión social (de hecho muchos años antes ya la había visto como asistente a un congreso, cuando yo curraba de azafata). En un momento dado me comentó lo mucho que le gustaba leer (en el colegio OS PUTO JURO que no era su cosa favorita) y entonces soltó la frase…

Pues mira, yo así una librería con libros de temas que realmente me gustasen ya me montaría.

Y es en ese punto donde mi cabeza hace clic y me pregunto cuándo empezó la idea de que para ser consideradas triunfales, y no solo triunfales sino simplemente aceptables; nuestras actividades tenían que pasar necesariamente el filtro, el proceso y la aceptación de lo mercantil. Isaac Rosa llama a esto, con acierto en su prólogo de Compro Oro “el capitalismo que está dentro de nosotros, el que corre por nuestras venas”. Ese capitalismo imperceptible que ha reconvertido la tradicional casa de empeños de posguerra en algo llamado Wallapop, que ha conseguido verse como una oportunidad además -no sé cómo lo hace esta palabra, que siempre termina apareciendo- después de la travesía de los años de los extranjeros con carteles y panfletos de, precisamente, compro oro. La misma lógica que, mira qué maravilla, hace que tu casa pueda ser usada de manera permanente, y no por una cuestión de justicia social o de reformulación del derecho a la vivienda, no. ¿Que te vas tres días a casa de tu madre? Nada de dejarle las llaves a la vecina para que te riegue las plantas: ponla en AirBnb y que te rente, que produzca, que nunca se sabe cuándo va a venir el apretón económico en estos tiempos y mira qué bien que puedes sacar un pico de aquí. Lo más dañino que han hecho -y lo han conseguido, conmigo desde luego lo han conseguido-, es meternos en el coco la idea permanente de que te estás perdiendo algo, de que las cosas no pueden estar quietas tranquilamente en un trastero porque esto equivale prácticamente a tirar dinero a la basura. Nos han metido en el coco, con éxito insisto, la misma lógica de esos magnates de los cuales rajamos, que ponen sus cosas y su dinero a producir, y que insisten en que el dinero no puede dormir. Si nuestros padres consideraban el avance y un signo de tener cierto encaje social esas pequeñas parcelas de propiedad, el pisito, de proletarios a propietarios, nosotros no nos hemos conformado con que todas las horas del día sean potencialmente laborables, qué va. Todas las horas del día son potencialmente terreno de venta de tu puto vestido de comunión. Que igual luego igual se lo tienes que mandar a una señora de Alicante que te llama a las 22.00 horas, negociar con ella una hora entera y escaparte cagando hostias de tu horario laboral, mandarlo en plazo. Y te lo devuelve porque tiene una manchita. Y hacerle el reembolso. No sé, igual por 100 pavos extender toda la cantidad de procedimientos engorrosos hechos deprisa y corriendo realmente no es un sustituto muy bueno tampoco de trabajo, sino una prolongación incesante por cuatro duros. Y no, el cuento de que con ese dinero vas a comprar cosas muy importantes y básicas pues… no, tampoco es un argumento muy sólido. Me comentaba una amiga eso, que a su hermano pequeño le parecía más intuitivo -y es normal en ausencia de empleo y con hostias por curro por horas- tratar de vender sus cosas por Internet que buscarse un trabajo. Vender y comprar cosas también se hacía en posguerra. Pero no es un avance nuestro, es la victoria de ellos, la aceptación tácita de que todo se puede comprar y vender, y no solo porque existan las tiendas 24 horas. Y rentar propiedad no es un modo de ayudar a quien no tiene ingresos, ni de ser colaborativos. No se puede colaborar con un algoritmo, no jodamos.

Sin título

Volviendo a Marta, que si Wallapop es el reverso, su idea es el anverso de esta comercialización del todo, me afané mucho en responderle. Tendemos a hablar de la visibilización y la invisibilización de los procesos y de sus resultados, y cuando tenemos enfrente una lógica de empresa -venga de la traducción de un hobby en negocio, por mucho que se diga que “a ver, que yo no quiero forrarme”; o venga de ver realmente “algo que va a petarlo” ej, másters de drones- la reacción inmediata es la colocación de todo ello en el lado de lo visible, incluso de lo excesivamente promocionado. Pero, como suele, se ocultan muchas cosas. Se oculta, y no me voy a detener mucho aquí porque ya he hablado mucho de ella, la passion based self exploitation que en realidad oculta una debt dependency que flipas. Lo pongo en inglés que ya sabéis que si no los de siempre dicen que esto no es serio. Y es que la parte de abrir una librería de un tema que te mole lleva detrás dar vueltas cual captador de ONG para promocionarla, pedir un crédito al banco que te atará a las ventas de la librería de por vida, relacionarte con bastante gente que no soportas, y que muy probablemente hará que tengas que diversificar ese tema que te apasiona y vender muchas otras cosas que te parezcan una puta mierda para aguantar -porque en ese punto ya habrás dejado cualquier traza de apasionamiento o gusto al margen- en una competición que te vendieron que iba a dar sentido a todo pero que en realidad ni te va ni te viene -y de la que mucho usurero vive muy bien-. O que en realidad te va. Te va a dar de hostias hasta el día en que te mueras, sí.

Nos convertimos en rentistas y patrimonialistas de pacotilla, en empresariuchos de medio pelo “pero humildes, que yo esto lo hago porque me gusta” o lo hago -esto es lo mejor de todo “como alternativa al (inserte aquí sector de su elección) tradicional” diciendo que “de algo hay que vivir” y que esto es un extra, como las señoras de Inditex que se llevaban pantalones a casa para cogerles los bajos en los años 70. Me cago en dios, pues para ser “un extra”, todos esos procesos de expectativa de aparición monetaria -como si fueran el Cristo de Medinaceli- ocupan todo el jodido día, eh. Nos escudamos en el escaso control que tenemos sobre las dinámicas para decir que qué quieres que haga. A ver, lo mismo, pero por lo menos reconociendo que es una mierda. Es un conflicto incesante entre lo que hemos hecho, los asideros (las migajas) a las que nos hemos agarrado y, sobre todo, lo que no hemos hecho y dónde no hemos estado. Y el resultado es esto que pasa cuando no estamos. Que terminamos hablando como ellos quieren: de autorregulación en el gasto y de algo hay que vivir. Que es verdad, pero coño, reconoce al menos que no es para estar orgulloso ni es muy defendible; y que tú, aunque parezca un chollo-oportunidad-formadecompletaringresospírricos (gradúe según la modulación en la autofragelación y autoestima del enunciante), no eliges nada.

Lo dije hace más de año y medio aplicado al tema de escribir  (y a por qué está este blog en el mundo): el éxito -en mi opinión siempre- radica más bien en poder sacar de aquellas lógicas atravesadas por la compra y venta -primordialmente el trabajo- todo eso que te gusta. El triunfo que yo llamo ratonera, porque se vende como bonito escaparate a los demás (que desconocen los procesos pero ven los resultados y conocen el discurso del triunfo pero el discurso está precisamente para tapar otro tipo de historias, bastante feas, y como basamento de espirales del silencio de todo pelaje). A estas alturas solo me siento un poco -solo un poco- capaz de hablar de petarlo como sinónimo de pedir pocos permisos y dar pocas explicaciones -esperando el día en que llegue el óptimo, que sería no darlas-.  El triunfo, o la superventa, o la excelencia que tiene como contrapartida perder la poca soberanía que te queda. Lo explican muy bien aquí recurriendo al ejemplo de Amy Winehouse: cuando tú o tu negocio destacáis, cuando “los sueños se hacen realidad” (™), puede terminar ocurriendo lo que le pasó a ella: “Amy ejemplifica, y paga con su vida, un problema típico del capitalismo: el de la imposibilidad práctica de la marcha atrás y de quedarse en un tamaño óptimo”. En ese punto es cuando te has quedado fuera de la posibilidad de ajustar tu elección, cuando la dinámica te come aunque se suponía que eso que todos ven era el objetivo final, el “no se puede pedir más”. Algo parecido les pasó a estos restauradores que, con buen criterio, decidieron devolver su estrella Michelin. Pierdes tu forma de hacer, pensar, tu criterio. Un inspector de la propia guía de los neumáticos lo reconoce: “Es una presión muy fuerte, y uno puede dejar de hacer lo que desea a cambio de pensar en qué es lo que desearía que hiciese la guía Michelin”.

Al final tanto el camino como la meta, tanto la alternativa que no quiere tener éxito, sino solo disfrutar; como lo presuntamente más adaptado a los éxitos anteriores, termina por cumplir sus requisitos. No, no vas a ser una excepción (e.g. “nuevos medios”). El hecho de que adaptemos su forma de estar en el mundo comprando, vendiendo, enseñando, comprándonos, vendiéndonos, visibilizandoyoquéséloqué porque si no parece que no haces nada, que te da

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todo igual. Pero no, igual lo que no queremos es que esa rueda no nos machaque. No queremos estar en el Retabet del trabajo/comercio, por muchos apellidos que se le pongan, por mucha pinta de desafío que se le dé, ni para petarlo másimo ni para buscarnos la vida ni para nada que oscile entre esos dos extremos. No queremos que, como ya dijo Margaret Thatcher, nadie pueda decir que “ya hemos ganado, la oposición es como nosotros”. Quieren eso, que nos compremos, que nos vendamos, que tengamos igualdad de oportunidades para estar en sus rankings, para decir que el pobre fulanito de tal LO HIZO. No quiero ser como vosotros, no quiero seguir vuestros ritos, no quiero que existáis, no quiero que me compréis. No quiero poder venderme bien. No quiero publicar más, por muy a la contra que esté lo que diga; porque publicar mucho ya es ir demasiado a favor. No quiero haceros la competencia. No quiero nada. Decían que el sujeto del rendimiento era más funcional que el de la obediencia, y han conseguido las dos: que seamos superobedientes -creyendo que no lo somos- rindiendo al máximo -. Lo que yo quiero es inventar otra manera de estar en el mundo. Que no pase por que me vean.

Así que le contesté a Marta con la máxima naturalidad que pude, haciéndole ver que no, que no se estaba perdiendo nada -al revés, se iba a ahorrar muchos quebraderos de cabeza y tiempo-, que el sentido no se encuentra contrayendo deuda y esperando, como veo en algunos sitios, a que entre una persona y se lleve algo como sea para justificar haber tenido levantada diez horas la persiana de tu local. Para que no parezca que ha sido un día en balde, aunque lo sean la mayoría.

Pero Marta, tú lo que tienes que hacer es seguir leyendo, no montar ninguna librería.

Y como ejemplo, este post. Que habla de no hacer, pero al final he terminado escribiéndolo. A estas trampas me refiero.

Y bueno, sobre el vestido de comunión… No sé, regaládselo a alguien.

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