«Y más tensionada tendría que estar». Un comentario a la ley de vivienda

Tras conocerse los acuerdos que darán luz verde a una nueva ley de vivienda, este fin de semana tanto el periodista de Berria Imanol Magro como mi amigo, qué digo amigo, hermano, Gonzalo Caro, sin conocerse de nada, ponían sobre la mesa la misma propuesta: que los periodistas preguntaran a los candidatos a las alcaldías en las elecciones del 28 de mayo si pedirían la declaración de zona tensionada para sus municipios.

No voy a detenerme en los detalles sobre el acuerdo porque hay análisis de todos los colores y para todos los gustos: bajón rentista, euforia inquilina e incidencia en los límites de este tipo de leyes (el más sangrante seguramente sea el hecho de que ni se congelan ni por supuesto se bajan precios, sino que solo se controla que las subidas no sean ***excesivas***; así de primeras los que llevamos dos años pagando un 2% más el año que viene, hale, pues un 3% más). Pero me gustaría detenerme en la idea del tensionamiento.

Cuando el sindicato de vivienda ha puesto carpas en algún barrio de Donosti, hemos tenido algunos intercambios de pareceres que si nos hubiéramos dejado llevar por los relatos mediáticos hegemónicos (el inquilino ha de temer al fondo buitre y el propietario al okupa multirreincidente) nos habrían causado sorpresa: ni una ni dos personas en Altza, barrio obrero, emigración española, envejecido, votantes socialistas… nos dijeron que cobraban rentas de alquiler -tipología abuela María-. También había inquilinos que no les pagaban (pero no les habían destrozado la casa, como sugeriría cualquier matinal de la tele privada, en el pack okupación va el vandalismo), y había casos de gente más joven y avispada que preguntaba: ¿y qué pasa, que si el inquilino no me paga a mí yo le dejo de pagar al banco? Porque ellos son muy listos y “no son especuladores” y “solo arrendamos para pagar la hipoteca”, pero claro, cuando se termine de pagar la hipoteca la casa no se la queda el inquilino que es quien la ha estado pagando sino ellos (huelga decir que la respuesta a la pregunta que formulaban es que sí). Cuando pusimos la carpa en Egia se acercó un señor que dijo que él estaba, cómo no, a favor del “derecho a la vivienda” pero que “tampoco quiero que mi piso pierda valor”. No era el momento de diatribas pero desde luego, si queremos universalizar que la gente tenga una seguridad en la vivienda (sin ni siquiera detenernos en los regímenes de tenencia), las casas han de “perder valor”.

Mi cabeza cuando lee «grandes tenedores».

Comentaba Alberto Moyano aquí que “Cada mañana esta ciudad se levanta de la cama con el convencimiento, empíricamente demostrado, de que cualquier bien inmueble adquirido hoy se podrá vender con un amplio margen de beneficio mañana. El día que se derrumbe esa certeza media ciudad acaba en el diván del psicoanalista. Una casa en San Sebastián es, antes que una vivienda, una inversión y bajo esta premisa media ciudad se ha vendido y comprado a unos precios cuyo carácter disparatado asumían de facto las dos partes”. Volvamos pues al planteamiento de preguntar a los alcaldes sobre si pedirían o no para sus municipios la declaración de zona tensionada. Nuestro alcalde donostiarra, Eneko Goia (PNV), ya afirmó en una entrevista preguntado sobre la gente joven teniendo que irse de Donosti por los altos precios de la vivienda que “querer envejecer en tu propio barrio es un poco exquisito” -ya reflexioné sobre esto aquí-, de lo que deducimos que a la pregunta de si declararía la ciudad como zona tensionada, y conociendo como conoce perfectamente quiénes son sus votantes, respondería: “Y MÁS TENSIONADA TENDRÍA QUE ESTAR”.

El “problema de la vivienda” (si lo hubiere, porque muchos más de los que pensamos han visto en ella no la tabla salvavidas que dicen, sino un colchón para vivir comodísimos y el que esté debajo que arreé) no va a tener solución dentro del marco institucional precisamente por lo que decíamos arriba: porque si una zona se declarara tensionada, esos que hasta ahora han tenido una bicoca ya no tendrían la bicoca que ellos creen que merecen. Y porque si hay algo que no es “ni de izquierdas ni de derechas”, por seguir con el mantra de las hegemonías, es el derecho del españolerío a especular. Hasta ahora ha parecido funcionar la narratología del fondo buitre, pero como explica Pablo Carmona hay gente que a cuenta del problema de la vivienda ha mejorado sustancialmente su posición vital. Vamos, que lo que «tensiona» al arrendador es no obtener la rentabilidad que está obteniendo hasta ahora.

(en 2018) el 73,71% de los rendimientos netos de estos alquileres eran percibidos por particulares con rentas que iban de los 6.000 euros a los 60.000 euros anuales, siendo en su mayor parte declarantes de entre 12.000 y 60.000 euros anuales. En definitiva, todos los datos apuntaban a que el perfil del rentista particular, lejos de ser un gran tenedor, era el de una persona con ingresos situados entre los 12.000 y los 60.000 euros con 2, 3 o 4 propiedades. Puras clases medias.

(y eso solo con datos de la Agencia Tributaria. Contabiliza los alquileres no declarados y las cifras serán aún más bajas. Quienes viven en habitaciones sin empadronamiento tampoco tienen mucho que decir sobre si una zona es tensionada o no, porque ni votan).

En fin, Bildu será el otro lado del arco parlamentario, pero desde luego, sus votantes forman parte de la misma

Esto también es de la ley nueva. 90% de desgravación y el juego del programa también, no te jode. Quedan cuatro días para que nos saquen el datáfono en el ambulatorio.

composición social en lo que a expectativas acerca de la vivienda se refiere: salvo una apelación nominalmente izquierdista al “derecho a la vivienda”, solo hará falta que quienes ahora se encuentran asfixiados por los alquileres se conviertan en herederos para que su posición se vea matizada, si no cambia por completo. Y si no, desmiéntemelo. La gente del párrafo anterior son nuestros amigos, nuestros familiares y, por qué no, nuestras parejas. Eso no puede esconderse diciendo “Sareb” o “Blackstone”.

En los próximos años, la propiedad (o no) de más de una vivienda podría convertirse, si no lo es ya, en una línea de antagonismo análoga a la propiedad de los medios de producción, y más teniendo en cuenta lo bajos que son los salarios en España. Cabría preguntarse si, más allá de “dejarles un futuro a mis hijos” ™, un buen disuasor para que las clases medias propietarias trabajen no es el hecho de que alquilando se gana bastante más, y de manera más constante y segura. Es su renta básica. No estamos encontrando -ni lo vamos a hacer- en la política institucional medidas que vayan directas a, digámoslo claro, incentivar la inseguridad del propietario porque pensamos que entonces lo que va a hacer es “no sacar el piso al mercado”, como si no hubiera multitud de formas que no pasen por el regar y regar de dinero para que ese piso cambie de manos. Si estos hijos de puta hasta quieren pedir daño patrimonial al Estado por limitar los alquileres al 2%. Nadie está trabajando en hundir precios ni en asfixiar la multipropiedad, antes al contrario. Si los fondos buitre han aterrizado aquí es, como dice también Moyano, porque esto está bien nutrido de mucha especie autóctona realizando esa labor. Más que en defender al inquilino, tenemos que currarnos mucho el, por usar el lenguaje de ahora, “desempoderamiento” del casero. Que alquilar vivienda sea un putísimo infierno y sea extremadamente caro tener varias casas, vaya. Más vale salirse de los ciclos dopamínico-mediáticos de agendas marcadas y de sobrerreacciones (que si la moción de censura, que si la presentación de Sumar, que si la campaña electoral, que si Yolanda en lo de Évole…) y que pongamos aquí los huevos de la cesta de la política, con preguntas simples como qué nos planteamos sobre un trabajador que extrae rentas de otros trabajadores, qué pensamos sobre las herencias o escuchando a personas que ya viven en bloques de Sareb antes de lanzar las campanas al vuelo. Que ya es bastante.

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Miseria de la comunicación (y II)

Hace unas semanas hice un post (este) sobre algunos puntos que me preocupaban del uso que se hace hoy en día de la idea de comunicación para apuntalar proyectos u objetivos políticos: esta es la segunda parte.

El entusiasmo de la comunicación y la maldición de la tertulia

a) El trabajo de quienes curramos en prensa no consiste en producir algo que genera dinero a nuestros jefes sino muchísimo peor, consiste en que se estabilicen -ya ni siquiera hace falta dar la sensación de un cierto dinamismo y de que hay una pluralidad- las condiciones políticas y económicas para que quienes ganan dinero puedan seguir ganándolo igual (y quienes no pueden ganarlo sigan sin hacerlo, por supuesto).

b) La teoría de la generación del “ecosistema cultural” -teoría que podemos llamar “uno, diez, cien podcasts”- suena bien y parece lógica. Cuantos más artefactos culturales diseñemos, se deja un poso, se atrae a gente, se crea presunta comunidad -lo de las comunidades, para otro día-, y a partir de ahí se podría (¿qué frase ampulosa que usamos a menudo podríamos poner aquí?) “ganar espacios”, “crear hegemonía”. Pero como decíamos en el post anterior, no deja de ser un modo de tener apretadas las filas, llega un punto en el que no se crece, y desde luego no se crece si tu intención es, simplemente, seguir haciendo lo mismo.

c) Me parece cada vez más cuestionable el dogma de “hay que estar en este hueco porque si no lo ocupa la extrema derecha” dicho además por gente que se erige en portavoz de la izquierda pero de la que no se sabe demasiado bien qué procesos deliberativos dentro de las organizaciones los han puesto ahí -suponiendo que tengan algún tipo de organización detrás-. Nos creemos que nos representa a nosotros gente que solo se representa a sí misma. Las propias inercias que generan los platós dictan que eso ocurra así, es a lo que llamo la maldición la tertulia: de una televisión generalista solo pueden salir firmas, marcas personales, por mucho que quien hable lo haga en nombre de un colectivo. Una persona que, si crece en audiencia -o por lo menos si lo parece-, irá enlazando invitaciones a otros programas o la posibilidad de firmar piezas en otros lugares: o sea, generará contenido para generar más contenido… Y ya está, eso era todo, no había nada que asaltar ni nada que ganar, solo tapar un hueco dando cierta sensación de debate (ya saben, representar todas las sensibilidades, patatín, patatán) Y POR ESO MISMO, porque no va a pasar nada más, se invita a estas personas. Mientras tanto, los huecos de la extrema derecha están en los consejos de administración, la judicatura y la polícía -vuelvo a repetir que no hay extrema derecha infitrada, son ellos-, en sitios a los que a priori no entra cualquiera, ni mucho menos te invitan. El combate es una ilusión. Un combate real es otra cosa. De nuevo, al margen de que te canses no pasa nada por comunicar, pero si hablamos de soluciones, no es por ahí. Vas a ESTAR pero no vas a poder HACER. De hecho, la condición para que estés es que, en buena medida, renuncies a hacer.

d) Me parece bien que la gente tenga hobbies, otra cosa es que a estos hobbies se les intente dar un trasunto político forzado. Me parece bien la comunicación -aunque sea solo porque me da de comer aunque no me faltan ganas de que deje de hacerlo-, pero creo que estar en silencio no es necesariamente ser cómplice de nada. Puede que no te interese dónde se pone el foco, o la sobrerreacción a cosas que todos sabemos que mañana se olvidarán y por las que nadie peleará a pesar de haber aparecido como muy afectado por el evento x durante unos minutos; puedes estar haciendo otras cosas no visibles ahora y puedes no estar haciendo nada (pocas cosas más mitigadoras del cambio climático que dormir). Los propios comunicadores reconocen periódicamente que están hasta la putísima polla de tener que generar contenido que con suerte se va a ir por un sumidero en unas horas, cada vez menos horas, porque cada vez hay más contenido que casi nadie escucha ni lee. Es como una economía de escala pero mal, pero al revés. No hay nada memorable, nada se termina, nada deja poso.

Llegar a más gente/construir mayorías

a) Algunos modelos de suscripción de los medios minoritarios/alternativos contemplan la opción de reducir sus cuotas para aquellas personas que están en una situación más precaria (o por lo menos estandarizadamente tenida como tal). Si te están diciendo que apoyan el proyecto (que les parece bien lo que estás haciendo) pero que tienen una revista en casa cogiendo polvo y que la verdad, te están dando pasta por esa sensación de apoyar a David contra Goliat, no están apoyando “tu trabajo”, está apoyando “otra cosa”, un algo difuso que se traduce en cierta lástima (claro, luego viene la contestación de que “hay que comer”, pero a lo mejor no hay por qué comer ASÍ). Hay una construcción del relato en el que nos contamos que ponemos precios bajos o somos gratis “para que nadie que no se lo pueda permitir ahora mismo se quede sin acceder a la información que elaboramos” pero diría que la cosa no discurre tanto por ahí (es, por supuesto, el espejo en el que salimos más favorecidos: somos generosos con el que sufre): a lo mejor simplemente no llegas porque ese que te gustaría que fuera tu público -precarios pero que serán el germen del estallido, mientras nosotros lo contamos- quizás prefiere gastarse el dinero en otra cosa que no eres tú, y no es tanto que no pueda pagarte a ti como presupones que te pagaria si pudiera.

b) Los miembros del gremio tienden a mentirse -y por mentirse primero acaban mintiendo a los demás- acerca de por qué acuden o dejan de acudir a algunos espacios, con argumentarios que mezclan a conveniencia y según quién les esté escuchando (o finja que lo está haciendo) los grandes valores con el comodín de la precariedad. Una cosa es lo que hacemos, otra es lo que creemos que hacemos, y una última es lo que queremos hacer creer a los demás que hacemos.

c) La tele da para lo que da. Creo que el ejemplo que sigue es muy ilustrativo de si merece la pena o no ir a «espacios privilegiados», que deberíamos quizá llamar «espacios de privilegiados». La pregunta igual no es si hay que estar o no, sino cuándo nos vamos.

d) El público… Ay el público. Cuando escribía la precuela de este post se acababa de aprobar que las empleadas de hogar pasaran a cotizar para el paro. El País hizo un preguntas y respuestas enfocado exclusivamente en las personas que tenían una trabajadora doméstica. Mucha gente se quejó diciendo que no se aportaba la información necesaria a las trabajadoras domésticas -sorpresa, antagonismo!!-, y el periódico, posiblemente movido por las redes, rectificó y planteó preguntas como que si yo era trabajadora doméstica a ver cuándo podía empezar a cobrar el paro. O sea, nos tiramos no sé cuántos años diciendo que si el Régimen del 78, que si Prisa apuntalando no sé qué y que si puta Pesoe para luego hacer el mix sorpresa/indignación cuando pasa esto, que es lo que obviamente va a pasar y lo sabemos. El periódico más leído de España -aunque cada vez menos- lo leen todos los estamentos pero unos más que otros, y lo sabemos. Si El País no saca la guía práctica para la empleada y tú eres de un medio alternativo, coño, pues más a huevo no lo vas a tener: escribe tú el punto de vista de las trabajadoras, le pones alguna cosa que enganche tipo «esto no lo verás en El País» -somos muy millennials e ingeniosos- y no le digas a un diario progre de clase que rectifique una cosa de la que en realidad no se arrepiente y que retrata exactamente lo que es. Pensamos/queremos que el público sea de una manera y a lo mejor lo que hacemos es alimentar los mismos clichés.

e) Se tratan como cuestiones de descubrimiento o revelación lo que no dejan de ser cuestiones de poder. Todo el mundo tiene aunque sea un amaguito de programa, pero nadie sabe muy bien qué hay que hacer -y espero que esto no se trate en reuniones públicas para visibilizar nada, porque en otras épocas había que hacerlo con pasamontañas, por tu propio bien-. Esa obsesión con “hacer despertar” a la gente cuando hay gente que vive muy, pero que muy bien, durmiendo, mientras vive de otra gente que está permanentemente despierta, insomne se podría decir, pero que no ve modo de cambiar su situación justamente porque toda la herramienta que tiene delante consiste en comunicar, y volver a comunicar, y la cosa es que me escuchen, y la cosa es que me vean, y ya te han oído, y ya te han visto y se han dado la vuelta y si tú no haces nada más pues así va a seguir siendo; no tiene demasiado sentido. Todos sabemos qué pasa, la cosa es quiénes quieren pueden/deben/sienten que han de hacer algo al respecto, más allá de contarlo (de contar algo que todos ya sabemos).

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Miseria de la comunicación (I)

Uno de los temas que llevo hablando con bastante gente desde principios de año son las cualidades de tipo casi milagroso que ciertos proyectos políticos le atribuyen a la comunicación y a diferentes rebrandings que se le da un poco a lo mismo (el último, el proceso de escucha activa de Yolanda Díaz, que casualmente se parece bastante al proceso Entzunez eraiki del PNV, no puedo asegurar quién ha copiado a quién pero sí, alguien ha copiado). Dentro de las ideas de «la comunicación» están la creación de artefactos de diverso pelaje, los dilemas sobre si hay que estar o no estar en sitios y lo que le presuponemos a muchos procesos que luego no son los que decimos que son (pero hay que vender que sí, vete a saber por qué). Lo voy a dividir en dos partes, y de nada de lo que pongo tengo una opinión fortísima, son solo intuiciones (ya apuntaba algunas en los últimos párrafos de aquí), pero si esas intuiciones se confirman ciertas, creo que algunos cambios no pueden esperar mucho si es que no quieres estar dándote permanentemente de hostias contra una pared. Es muy posible que quede una ensalada bastante guapa pero vamos.

Sus lógicas/nuestras lógicas

Iñaki Abad es un chaval de Altsasu que la noche de la famosa “pelea de bar como la que puede haber cada fin de semana en cualquier rincón de España” (que diría la progresía, sin querer tener en cuenta que el norte de Navarra es prácticamente una zona ocupada y que si a los agentes les da la gana te cosen a multas, germen que nunca hemos visto mencionado en la prensa española), llegó en medio del entuerto, ya en el exterior del bar, después de currar y se puso a grabar con su móvil. Abad presuponía, como lo haría cualquier persona, que si había un testimonio gráfico de lo sucedido, todo podría aclararse. En el momento en que grababa, posiblemente no tendría ni idea de que por medio estaba la guardia civil, de que el caso de la pelea pasaría del juez natural a la Audiencia Nacional y de que a él también lo condenarían a 42 meses de prisión.

Pero cuando uno tiene enfrente lo que tiene enfrente, la lógica es -siempre ha sido- otra: podríamos pensar que a Abad lo condenan por tratar de esclarecer la verdad, pero lo que él hizo fue más grave: atreverse a no querer continuar con una mentira. Su peor suerte fue no saber que no es solo que la verdad estorbe, sino que el objetivo último es que no importe lo más mínimo.

¿A dónde quiero ir a parar? A que revelar las verdades no siempre tiene los resultados que esperamos, y lo que es peor: sabemos que no va a tenerlos pero seguimos haciendo lo mismo, no sé si por una especie de compromiso forzado a base de palabras así como muy grandilocuentes y que en ocasiones alcanza tintes religiosos o porque no sabemos hacer otra cosa. Al final los más honestos en esto son los periodistas del corazón cuando te dicen que x famoso va al programa a contar ‘su’ verdad, igual que la pestañí fue a la AN a contar ‘su’ verdad cuando dijeron que uno de los presuntos implicados en aquella pelea -luego resultó que estaba en su casa, pero se fue a la cárcel igual- llevaba camiseta roja pero en una imagen televisiva de un partido de pelota de horas antes se ve perfectamente que era negra pero, repito, el objetivo no es dilucidar si era roja o negra, no es embarrarse ahí, si te embarras ahí estás perdido: el objetivo del de enfrente es que eso dé igual, y a la hora de trabajar ciertas cosas es eso lo que hay que tener en mente, no tanto (o no exclusivamente) lo que es verdad o no.

La información no está sirviendo para lo que pensamos (o nos gustaría) que sirviese

a) Julio 2022, audios de Villarejo con Ferreras. En una tertulia, según la directora de un medio a la izquierda de El País, en verano «se montó» muy gorda con los audios. Según la que está escribiendo esto, se montó un poco lo habitual: los cuatro frikis que siempre comentamos estas cosas memeando y gente enfadadísima diciendo que vaya puto escándalo (si todo es un escándalo, nada lo es) y que “no hay democracia” y demás (llevamos más de diez años en estas). Vacaciones de verano de por medio y el 5 de septiembre Ferreras tan pichi presentando Al Rojo Vivo con toda la normalidad del mundo y ni el más mínimo cambio.

Los periodistas que están en la tertulia antes mencionada inciden en que la información (de que Pablo Iglesias tenía una cuenta en Granadinas) “debería haberse contrastado”. Pero esos periodistas saben que el trabajo de Ferreras no es contrastar nada, es que ni siquiera podemos afirmar que lo haya sido alguna vez. No es que haya fallado en un procedimiento habitual que hayan realizado de manera defectuosa. Es que no hacen ese procedimiento Y ESO ES LO QUE SE PREMIA. Este señor tiene reuniones para que le digan lo que tiene que decir, y lo sabemos. Y ahora el trabalenguas: ¿Qué finalidad tiene hacer como que no sabemos cosas que ya sabemos, seguir hablando como si cosas que sí ocurren no estuvieran pasando, o al revés, como si cosas que no ocurren, ni nunca han ocurrido, sí estuvieran pasando? No pillo el punto a intervenir HACIENDO COMO QUE no sabemos que es su cometido ese, o peor, pensando que su cometido ES OTRO y que es el mismo que EL NUESTRO.

b) Tener más información sobre ciertos temas no está teniendo los efectos que pensábamos que iba a tener, y no solo eso, sino que igual hasta es peor. Se ve una caída brusca en los últimos meses en el consumo de noticias por, se dice, su incidencia en la salud mental. Pero es que la gente ni siquiera está pasándose a otros formatos de entretenimiento o algo así, no son las gallinas que entran por las que salen, sino que los primeros que están dejando de consumir noticias son gente que lo hacía con bastante frecuencia: hemos ido de extremo a extremo. La audiencia está entendiendo mejor que los periodistas, parece, que consumir más información no sirve para lo que se dice que sirve o para lo que tradicionalmente se ha dicho que ha servido (ser un ciudadano crítico y bla bla bla), y además lo siente así. Es posible que el papel correcto no sea ahora mismo darle otros contenidos diferentes en otros formatos o lo que sea (por lo menos si entiendes tu labor de una forma diferente a la generación de temas como fin en sí mismo, yo me pongo mala cuando escucho a gente de medios ultraprecarizados diciendo que si tuviera más recursos sacaría x o y, más, más y más, luego que si la hiperproductividad y su puta madre). No voy a decirle a nadie que se meta a hacer una FP con 40 tacos y deje la prensa (sí, soy yo literal) pero igual hay que darle una vuelta al papel que interpretamos en este cotarro y a si no estamos, aunque sea sin querer, haciendo más mal que bien (si es que enmarcamos nuestra actividad “comunicativa” -por decir algo- en alguna nebulosa que podríamos llamar proyecto político/militancia o similar).

c) El factchecking no está teniendo los resultados esperados -todavía seguimos esperando que Newtral nos confirme si Reino Unido es un estado plurinacional después de que Pablo Iglesias lo dijera en un debate hace como cuatro años- y muchísimas veces sirve más bien para que te lleguen noticias bastante esperpénticas de cuya existencia, de otra manera, ni te hubieras enterado. Ahora se ha puesto de moda decir que las fake news (algo que toda la vida hemos conocido con el sobrenombre de ‘mentiras’) tienen la finalidad de que no te creas nada y la verdad es que si es así, el factchecking ha colaborado en cierto modo con ello (porque ellos deciden qué desmentir y qué no). Si sales a desmentir que han salido hipopótamos en Murcia después de una DANA igual lo que había que hacer es ponerte en medio de una plaza a que te tiraran tomates. Durante el mes de agosto de hace tres o cuatro años el líder de un partido político estuvo totalmente desaparecido, algo que en algunos mentideros se atribuyó al hecho de que estuviera ingresado en una clínica de desintoxicación. Y era un rumor bastante insistente. Si nadie corrió a desmentirlo, por algo sería -porque saben que desmentirlo hace que, aunque parezca contraintuitivo, cobre visos de verdad-. Hablando de contraintuiciones…

Pensar de manera contraintuitiva (las exclusivas ya no son lo que eran)

Estamos dentro del famoso chiste del borracho que empieza a buscar las llaves que había perdido debajo de una farola y alguien le pregunta a ver si está seguro de que se han caído ahí y el borracho contesta que no, que se han caído más lejos pero allí está oscuro y debajo de la farola por lo menos hay luz. Con la diferencia de que en la situación actual la bombilla está fundida. Nos empeñamos en buscar cosas en sitios en los que sabemos que no las vamos a encontrar.

Lo que a nosotros nos abochorna es algo de lo que los de enfrente están bastante orgullosos. Si denunciamos que hay interinas en las casas cobrando dos euros la hora, habrá gente que en su vida hubiera pensado que podría contratar una y “para cuatro duros que vale” lo haga. Si un alcalde cambia el nombre de la calle de una maestra por el de la División Azul, no lo hace compungido. Quiero decir: si todo tu argumentario es ir a decirle que a ver si no tiene vergüenza, lo que él te va a decir es que por supuesto que no porque su política -y por lo que es votado- es por no tenerla y su recompensa -que es la que tú le dejas tener- es que no le pase nada. Y si tú vuelves a replicar el ciclo, y ellos te contestan igual, a lo mejor el problema es que sigues en lo tuyo de comunicar en vez de hacer otro tipo de cosas. Y ahí el margen de interpretación es, desde luego, bastante amplio. Si a la otra parte no le pasa nada pero a ti te sigue pasando, hay que hacer cambios (parezco un coach).

Tú estás impugnándolo todo pero ellos te están diciendo: “pues sí, voy a seguir haciendo esto porque me sale de los huevos, ¿y qué?”. Lo que tú impugnas a mucha gente le parece bastante bien. Y la política está en esto último, no en descubrir ni en denunciar. Ya no, eso ya fue.Y no salió bien o no fue suficiente.

Si tuviera que establecer una regla rápida, diría que en muchas de las frases que decimos habría que sustituir los aunques por los porques. Vamos a exclusiva por semana de que el PNV tiene las manazas metidas en el Puerto de Bilbao, en el Athletic y en tantos otros sitios. La gente no les vota porque no lo sepa, les vota porque (aunque) lo sabe y son un valor seguro. ¿Entonces no sacamos nada? No, claro, hay que sacarlo pero sabiendo que no sirve para lo que a nosotros nos gustaría que sirviera. Pepe Rei se murió, aunque en su día no lograran matarlo. Ahora no hace falta matar a nadie, estas informaciones sirven para mantener la moral de la tropa -las lee gente ya convencida, nadie NADIE compra un periódico para leer otra cosa distinta de la que piensa sino para reforzar lo que ya piensa-, saber que se está en el lado bueno y poco más. Y además duran en los servidores web minutos hasta la próxima información. ¿Merece la pena estar investigando meses dada la poquísima vigencia de cualquier información en este puto tiempo que nos ha tocado vivir -nos hemos ventilado los memes de la muerte de la puta vieja en tres horas-?, ¿se puede investigar de otro modo y presentar los resultados de otra forma? ¿Quizá lo que hay que atender está en otra parte y no necesariamente superoculto? Conclusión: no sé muy bien lo que hay que hacer, pero más NO. Martirios a cambio de nada NO.

Por ejemplo, noticia de hoy mismo: Vecinos y ecologistas denuncian que quieren hacer de Urdaibai un complejo “turístico-hostelero de alto standing”. Pues esto no es un complot de Sabin Etxea, habrá gente que tendrá un piso de mierda en Mundaka dando palmas con las orejas. El drama de las exclusivas y de la investigación no es que desvelemos un pozo de mierda infecta o lo dejemos de desvelar: es que en el mejor de los casos eso que desvelamos no le importa a nadie y en el peor de los casos a lo mejor cogen y te dicen que no les jodas el chollo, que les ha costado mucho conseguirlo. Igual que los millones de reportajes sobre desigualdad no han hecho que el número de superricos haya disminuido -ya sé que no depende solo de eso, pero diría que Jeff Bezos mucho miedo de que le maten no es que tenga-, las profusísimas investigaciones sobre corrupción con más gente pasando por la trena que guiris por los sanfermines al final -y esto no es culpa de los periodistas, pero sí de cómo piensan los periodistas que la opinión pública acoge su trabajo (si es que le sigue haciendo algún tipo de caso a ese trabajo, que esa es otra)– han hecho que la corrupción se naturalice. O sea, que tú te cascas un tema para el que estás meses y no solo no te cargas a nadie ni despiertas a ningún pueblo dormido, es que el pueblo al que ibas a despertar te va a mandar a tomar por el culo. Mire, yo me he hecho aquí mi esquemita de vida a rebufo de que estos señores me adjudiquen alguna puta mierda o me den un pastizal en una concesión y NO VA A VENIR AQUÍ UN PLUMILLA A JODÉRMELO. Te van a decir que estás contra su proyecto de vida.

Alguno vendrá a decirme que el problema es la élite que maquina para que nos enfrentemos «entre nosotros». Veinte años de inquilinato ingresando religiosamente la mensualidad del alquiler a pequeños propietarios desmienten esa afirmación: no somos lo mismo aunque el casero no viva en una urbanización a las afueras con tapias de cuatro metros y segurata. Que estoy de pagarles el coche y la hipoteca a las «clases populares» vascongadas hasta los cojones. Hay que darle una pensada al antagonismo político también porque el 1% creo que ya no vale.

Yo misma no estoy muy segura de no haber hecho este mismo post otras cuatro o cinco veces. En fin, la semana que viene, más y prometo que más corto 🙂

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Otra guerra con Terradillos

A Ana Terradillos la pusieron a presentar un programa llamado Ucrania: Esto no se podrá olvidar. Detrás de la palabra grandilocuente, siempre está el interés espurio -sí, se escribe espurio, no espúreo-: tratar de adelantar a Atresmedia en el prime time. Fíjate si se va a olvidar que el programa ya está retirado, no ha aguantado ni una semana. Como sigamos a este ritmo de especiales va a llegar el punto en el que se habrá entrevistado a toda la población de Ucrania -desplazada o no- y habrá que empezar a repetir. Esperemos que la cosa no se alargue tanto.

La novedad de esta guerra es que ahora somos buenos, porque ellos dan igual: importa lo que hacemos nosotros, importa lo que vemos nosotros, importan las tías buenas con kalashnikov, las manuelas malasañas pero para goce libidinoso de la mirada masculina y con su pátina de heroicidad, de liberar a los oprimidos, para que no se diga que esto es cuestión de tetas. Los que hasta antes de ayer decían que “sin violencia se puede hablar de todo” y hubieran ido a cualquier lado enrollados en la banderita UE te empiezan a hablar ahora del derecho a la defensa. O sea que la violencia, sorpresa, sí servía para algo. Es que si no a ver de qué cojones pensamos que ha ido la Historia, con mayúscula, desde que empezó.

La peña se coge la furgoneta como quien va a hacer la compra al Carrefour el sábado por la tarde y se planta en la frontera de Polonia, que ha ido hasta el autobús del Espanyol. Porque ahora dice la tele que eso está bien, ahora no hay ese dinero de dónde sale ni si tanto te gustan mételos en tu casa -y claro, más de uno estaría encantado de meter a una ucraniana en su casa-. Me acuerdo mucho de un par de activistas integrantes de Ongi Etorri Errefuxiatuak que hace unos años intentaron traerse a migrantes en una furgoneta desde Grecia y los detuvieron porque entonces no estaba bien porque los del coche no tenían los ojos azules. Porque claro, hay que “hacer algo”.

Cada vez se parece más a la jefa.

Últimamente lo primero que me dice la gente que conozco cuando me encuentro con ella es cuánto le ha costado llenar el depósito del coche. Yo me alegro de no saber conducir. Una muestra más de que la clave en la vida no es hacer: es no hacer. Y si haces, no contárselo a todo el mundo.

Ana Terradillos me genera cierto respeto porque es una tía a la que me imagino haciendo ella misma la compra, sin mandar a “la chica que me ayuda” ni nada, pillando los Activia muesli a cinco minutos de cerrar el Dia% de debajo de casa.

Los del PNV dicen que los de Bildu van con Putin. Esta gente ganó unas elecciones porque la peña no quería separar la basura en su casa.

En 2021 han muerto siete personas intentando cruzar el Bidasoa a nado. Porque aquí la historia ya está escrita y no es furgoneta, piso de acogida, escolarización; es el río cuya anchura en algún tramo no es mayor que el largo de una piscina, confiarse sin saber que hay corrientes de fondo muy traicioneras, morirse, ofrenda y duelo institucional. Y todo porque sí, porque eran negros y ya está. “Ofrecéis respuestas sencillas a problemas complejos”. Eran negros y su vida se podría haber salvado y no se quiso, no es un “problema complejo”, son unas muertes sencillas. Las vidas de los ucranianos que huyen valen algo porque de momento alguien quiere que valgan, ya veremos hasta cuándo.

Ahora somos buenos, y como decía Italo Calvino, a lo que no es infierno hay que hacerlo durar, y darle espacio. Darle espacio es convertir el acontecimiento, el momento, ese primer tirón que parece hecho a medida para decir que sí, que hemos salido mejores; en historia, en relato, en algo que pese, que sea y que esté. La pregunta no es tanto cómo sino quién va a hacerlo durar. Ese primer tirón es muy loable porque supone salvar vidas, pero casi seguro que nos encontraremos con la desagradable sorpresa de que los que apostaron por el acontecimiento serán los primeros en tratar de desarmar la historia, lo que pesa. Los jugadores del Call of Duty, por si acaso, se están volviendo a sus domicilios.

Ana Terradillos me parece una señora muy atractiva y una excelente profesional de parte (de parte de la Guardia Civil).

Estamos deseando coincidir con esos familiares y amigos que nos llamaban populistas para soltarles “sí, pero ahora a mamar polla bolivariana para tener la casa caliente y la pyme abierta” -en realidad esta es una frase que se me ocurrió el otro día bebiendo, no digo yo que no esté escribiendo este post solo para meter la puta frase-. ¿En qué cadena escucharemos primero que Maduro y Ahmadineyad no son unos sátrapas -me gusta mucho más esta palabra que oligarca- sino unos estadistas?

Escucho estos días la discografía de Dut a dolor. “Bandera trapu bat da haizerik ez badabil”. La bandera es un trapo si no hay viento. Las banderas de Ucrania se asoman tímidas a algunos balcones, la Ucrania que madruga, supongo. Fue un impulso de la primera semana que, por lo menos por donde me he movido, no ha ido a más, pero eso dependerá de si se ponen a vender la bandera en el bazar chino -no lo he comprobado-. No sé si siguen iluminando edificios oficiales (supongo que aquí no importa el precio de la luz) de azul y amarillo. Ojalá la bandera fuera solo un trapo.

Todes no se puede decir, las tonterías del lenguaje, pero como digas Kiev y no Kyiv haces el juego a Putin. Nos preocupan los ucranianos porque hay mujeres engendrando futuros niños españoles y futuros padres cometiendo un delito pero hablando a cámara abiertamente porque mira lo que les han hecho. Los ojitos azules y el pelito rubio y somos lo mismo, los derechos humanos y todos somos personas y acércate tú españolazo por el aeropuerto de Oslo a ver si al segurata que te cachea le pareces “lo mismo” que él.

Llegará el verano y en la hostelería de Benidorm faltará gente, y presentarán como chollo formarte y darte alojamiento (un cuarto con cuatro literas), a cambio de 500 euros y un día libre a la semana. Y llegarán las ucranianas a hacer de kellys y en lo de AR, que a lo mejor sigue presentando Terradillos o a lo mejor no, harán un reportaje sobre lo buenos que somos por darles trabajo y sacarles de la guerra. Y qué bien que se recupera el turismo tras dos años tan malos en los que la hostelería ha sufrido tantísimo con los aforos y los cierres perimetrales y su puta madre. Y qué bien la normalidad. Entonces llegará la primera ucraniana que verá que le están timando y pasará de heroína a villana en cero coma, encima que os acogimos con una mano delante y otra detrás ahora vienes aquí a exigir derechos sindicales. Ese arranque de bondad que degenera, cuántas veces lo habremos visto ya, en chantaje emocional. Fui bueno contigo pero podría no haberlo sido y entonces qué.

El jefe con el que estás negociando tu aumento de sueldo por la inflación dice que ahora no es el momento “por la guerra”. Por supuesto, no tiene ni puta idea de poner Ucrania en un mapa ni tiene ningún tipo de relación con proveedores de la zona pero qué más da, con esto es como con tener hijos: nunca es buen momento.

Llegará el otoño y los padres que pagan religiosamente el colegio concertado (es importante incidir en ese religiosamente, haciendo como que mientras pagas te estás fustigando con un látigo a la espalda) se quejarán de que los dos niños ucranianos les retrasan el “nivel” de la clase del crío porque no saben hablar castellano. Habrá que volverles a contestar lo de siempre: señora, su hijo tan listo, tan listo, tampoco es. El micromomento de bondad, igual que la vez que le llevaste la compra a tu anciana vecina en el confinamiento -y que te lo agradeció y te dijo que un día cuando todo esto pasase te invitaba a comer y luego nunca más se supo- . Nadie lo ha hecho porque eso de durar y dar espacio a algo implica comprometerse, y el compromiso no se puede fotografiar.

Empecé a escuchar a Ana Terradillos en 2003 en la SER, en la guerra de Irak, con lo que lleva más de media vida conmigo. Ya es más que mucha gente, que casi toda la gente. Pero entonces, en vez de desvelarme a las cinco y media, como hoy, a esa hora todavía no me había dormido y quedaba media hora para que empezara lo de Iñaki Gabilondo.

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Lenguaje del enemigo

El día de San Sebastián le hicieron una entrevista a mi alcalde, que es un señor del PNV, y dio el siguiente titular: “Querer envejecer en tu barrio es un poco exquisito”. Luego vinieron las típicas reacciones de vergonya y escandal por las que yo ya no muevo un músculo, pero de corazón quiero felicitar al alcalde por hablarnos así de claro. Al modo en el que señores de derechas de toda la vida te dicen que “la izquierda lo que tendría que hacer es no sé qué”, y después de años y años lanzándose mensajes desde el mundo educativo y el publicitario sobre las bondades de salir de tu barrio, de la zona de confort y ver el mundo, etc, etc, ahora resulta que somos unos privilegiados. ¿Por qué en concreto en Donostia? Por la sencillísima razón de que gracias a la especulación inmobiliaria un montón de viejos tienen una filfa que ni se la hubieran creído cuando salieron con una mano delante y otra detrás de su pueblo en Extremadura y se compraron como pudieron un piso de mierda en Intxaurrondo que ahora alquilan por un pastizal (ellos te dirán que “tras toda una vida de trabajo” (TM)) y cuyos hijos, cuando ellos palmen, ya tienen previsto vender por diez veces lo que costó. Eso es lo “exquisito”. Es que no me hace falta ni meter a los fondos buitre en esta ecuación (que se podrían meter, y más que van a entrar, pero porque los donostiarras quieren y así lo refrendan en las urnas, ojo).

¡¡¡Y SIN ASCENSOR!!!

Además es todo un poco más gracioso porque el tío en la entrevista te pinta que cuando eres joven lo que tienes que hacer es irte a un barrio más asequible y luego cuando ya tu vida mejore -o sea, si eres del PNV es fácil pensar que eso va a pasar en algún momento en vez de quedarte en el paro-, vuelves al presuntamente exquisito lugar. Ese arco narrativo ya sabemos que no existe, no hay barrio asequible, ni pueblo cercano asequible, y menos aquí. Por cierto, cuando decís estas cosas a ver si también decís el montante que desembolsaron vuestros viejos para hacerlo posible, que eso nunca lo contáis.

Es que Eneko Goia ni siquiera quiere hacernos enfadar, yo ya sé que quiere una ciudad en la que no estemos, sin rentas bajas, o con rentas bajas que vivan en otro sitio y no hagamos feo, que Joseba Egibar se quede en El Antiguo y yo me largue, lo sé desde pequeña, no hace falta que venga el alcalde a decírmelo. Él está hablando para sus votantes y les está diciendo que es ese marco, el de nuestra “exquisitez”, qué os habéis creído, pobres ratas, el que va a garantizar los dividendos de su gente. El enemigo somos nosotros. Eso sí, el 20 de enero, todos somos “de aquí” y todos salimos juntos en la tamborrada, y todos somos pueblo. Una polla. Cada vez se hace más dificil enarbolar la bandera blanca con el cuadradito azul en la esquina superior derecha no porque lo diga Blackstone, sino porque como decía antes, así lo han decidido otros donostiarras. Su “proyecto personal de vida” es que nosotros desaparezcamos. El Gran Reemplazo ese del que hablan se está haciendo con rentas de gente rica de países UE, de EEUU o de Rusia, que para eso no molestan. Yo todavía me acuerdo de un 1 de mayo que pasábamos con la mani delante del hotel María Cristina y se pusieron unos chinos a hacernos fotos. Mi tic tac de Mbappé no es ni el reloj biológico ni el carné de conducir, sino cuánto tiempo me queda en esta ciudad.

Pedrerol: El PNV y sus votantes. Mbappé: Yo yéndome a vivir a Benavente.

«Proyectos PERSONALES de vida»

El otro día habló Yolanda Díaz en el Congreso para defender la no derogación de la reforma laboral, en estos términos: “Esta norma emana de la realidad de nuestro país, de su conocimiento directo, ese es su gran valor, su componente intangible (…). La vida de miles de mujeres y hombres de nuestro país que reclaman que el trabajo sea un espacio de democracia e igualdad”.

He dicho en cada sitio en el que me han preguntado que lo segundo es, simplemente imposible. Yendo a lo primero, volvemos a la idea de que en el mundo del trabajo hay algo superoculto (no está superoculto, solo se llama correlación de fuerzas) que hay que descubrir. Y no: fuera de cómo se “sienta” uno ante todo lo que ocurre -no importa lo que sientes, importa lo que pasa-, no hay ya demasiadas novedades. Las estadísticas de accidentes laborales son perfectamente públicas, las mujeres de la fresa de Huelva serán abusadas, alguien caerá de una altura considerable en la obra de un estadio y quedará tetrapléjico, otro alguien será chantajeado. Todo está visibilizado, la cosa es qué cojones haces con todo eso que ya has visto, y por qué pasa eso y no pueden ser las cosas de otra manera. Y no, la solución no es seguir visibilizando lo que ya se conoce, porque eso solo genera impotencia. No va a haber gota que colme el vaso, y mucho menos cuando tú quieras. Si todo es escandaloso, nada lo es.

 

Por otra parte, en el tuit en el que enlaza el vídeo utiliza una expresión que igual concita mayorías, seguramente sí, pero como yo puedo decir lo que quiera porque no tengo que ganar elecciones, diré que me parece bastante peligrosa: la del “proyecto personal de vida”. Ya es curioso, como dicen en Greuges Pendents, que los nombres y apellidos y las cuantías de las mejoras (que las hay, y algunas muy significativas) aparezcan solo como una nota al pie cuando nos hemos estado comiendo estos meses que si la CEOE parriba que si la CEOE pabajo, pero en todo caso, esa mera apelación al proyecto personal -sobre todo personal, cuidao- de vida no es otra cosa que llevar las relaciones laborales por la calle del mero aumento de la capacidad de gasto -aunque se utilice el rimbombante término proyecto– de una franja de los trabajadores (¡ahora puedes pagarle al casero con más desahogo!), y eso es difícil desandarlo, de verdad que no quiero utilizar la palabra emancipación porque al final, como tantas otras, no va a significar nada o peor, va a significar lo que diga el enemigo. Que la clase obrera gaste, se endeude, y ya está, arcadia noventera -para quien la viviera- restaurada. Y se entrampe para ser clase media y si le sale mal pues que vaya a Cáritas. Porque su proyecto de vida era personal, no se dejó nada para lo colectivo, y cuando no se deja nada para lo colectivo solo queda sitio para la caridad cristiana, que arreen. No me queda lucha de clases, déme sociedad de consumo como ámbito único de libertad.

Cualquiera que lleve un tiempo trabajando sabe que unos proyectos personales de vida, tácitamente, están por encima de otros, y los otros -las otras- tienen que callarse la boca a riesgo de ser consideradas insolidarias, bordes, etc. Sí, los del lenguaje del proyecto personal de vida son tus compañeros de trabajo de “si a la empresa le va bien, a ti te va bien” y los malos somos los de la silla de al lado, no los del despacho.

La vida es mucho mejor con un estado social extremadamente asfixiante para aquellos que utilizan ese lenguaje, el del proyecto personal de vida. Es mucho mejor con el gris funcionario pecero picaéxcels yendo a la casa de una pija a decirle que usted ahí no va a poner ninguna piscina, y ya veremos si el año que viene ese terreno que es suyo no pasa a ser comunal. Es mucho mejor sin caseros haciéndose la ronda el día 1 por sus múltiples propiedades para cobrar en mano a las inquilinas porque es importante acaparar patrimonio porque “por los hijos lo que sea” ™ , una frase que me gusta mucho porque me da la razón en dos cosas a la vez: en que reconocen que trabajar es una mierda y en que, en el fondo, se piensan que sus hijos son unos inútiles (suelen serlo).

Pero claro, es que lo que mola ahora, la vida buena, la vida en libertad, es la que consiste en petarse la vida del prójimo. La idea del “proyecto de vida” achicharra, porque por lo menos estaremos todos de acuerdo en que muchos “proyectos de vida”, salgan bien o salgan mal, consisten en beberse las vidas, o por qué no, los proyectos de vida de otras personas -si es que a esas personas les queda capacidad de proyectar algo y no están todavía en los niveles de techo, pan y trabajo, y que a lo mejor les falten dos de las tres-. Por eso hablar de proyectos de vida también es utilizar el lenguaje del enemigo. Si existen las relaciones laborales, es porque existe el trabajo, y el trabajo solo se le hace hacerlo al enemigo. Así que si quieres dar espacio a los proyectos que expanden la vida de los que peor están, hay que quitárselo a los que mejor están, que nunca lo están por méritos propios además. Hay que hacer sufrir, sí. Es un vaso comunicante.

Ojalá una vida cuyo objetivo sea que no haya objetivos, que parecemos todos gerentes.

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Lo que jode del botellón es que nadie gana dinero con ello

El nuevo mundo nace, el viejo no acaba de morir y entre medias hay un fenómeno que sirve para un roto y para un descosido: el botellón.

Querido amigo de izquierdas: los jóvenes no hacen botellón por “el 40% de paro juvenil”, lo siento. Ha habido tiempos en los que se ha llegado al 50%, de lo cual deduzco que entonces tendrían que haber sido poco menos que como el carnaval de Río. En los primeros dosmiles aquí había dinero para todos, o eso se dice -yo salía con diez euros-, y pleno empleo en teoría, también había botellones, y chavales con dinero en el bolsillo (TM), y se lo gastaban en los botellones pero también en los bares, en drogas y en el coche, igual que la generación anterior. Entonces eran la esperanza blanca de la economía: porque consumían, pero también porque se dejaban explotar en trabajos peligrosos. Antes iban al “dinero fácil”. Ahora dices que “no quieren sudar” (vamos, una manera de decir que si tú tuviste que sudar, ellos se tienen que joder también). Si fuera por ti les ponías a currar en la fresa de Huelva, que falta gente. Pero que otros se jodan no quiere decir que tu trabajo vaya a dejar de ser la puta mierda que es, solo que quieres diseñar una estrategia de socialización del sufrimiento, ojo.

Como cuando llegó Franco a los barrios de chabolas y dijo “dénles techo a esta pobre gente”, en un hilo que nos une a la especulación inmobiliaria del presente, parece que lo que se quiere decir es: “dadles un trabajo y dejarán de beber”. Y no, no funciona así. Beberán, pero después del trabajo. Y sobre todo, beberán en las terrazas de los cojones y en los locales de hostelería. Su ocio será el epítome de esta libertad de pago que nos hemos dado entre todos.

Que haya un 40% de paro juvenil en esta mierda infecta de mercado laboral es una excelente noticia.

Pero hablemos claro: lo que jode del botellón es que nadie gana dinero con ello, o afinando un poco más, que no ganan dinero los que se supone que tendrían que ganarlo. Cómo nos jode que el dinero lo gane el del bazar chino o la tienda del Ahmed -aunque la mayoría de la priva se compre en el supermercado, claro-.

Hosteleros y maderos

Vamos a mover un pelín el objetivo de la cámara y vamos a enfocar a otros dos actores, activos o pasivos, de los botellones. Yo de la hostelería/motor económico no voy a decir nada más, ya he dicho todo lo que tenía que decir si ponéis en el buscador de Twitter hostelería/hosteleros @enchandal_ . De hecho, cuando la época de los cierres duros pareció por un par de fines de semana que los que iban a generar los altercados iban a ser ellos. Pero no son tan peligrosos y ha tocado llorar y mamar. Y les ha salido más o menos bien.

Todavía queda un rato para que la palabra EMPATÍA deje de darnos declaraciones históricas.

Y sin embargo nos encontramos con que precisamente porque ha habido restricciones y las terrazas miden como siete coladas de lava del volcán Cumbre Vieja, aquí a la peñita aparte de regalarle dinero de ERTE para mantener a flote lo que en muchos casos eran empresas zombi se le ha metido la ampliación de espacio terracil, con lo que tiene una superficie el doble de grande para poner copas pagando igual un 70% menos de tasas de terrazas, y eso cuando no la exención completa, más las exenciones a la seguridad social que facilitan los ERTE. Pero claro, esto no es paguita, parece ser. Esto no pone en peligro las jubilaciones.

Pero resulta que NI ASÍ los chavales compran vuestra ampliación de espacio. Y aquí lo que hace pupita es eso. Pero bueno, tenéis un público adulto, que no es poco. Lo que toca los cojones es lo mismo que toca los cojones cuando dan por la tele que unos okupas han okupado una casa con piscina y tú tienes que pagar un puto piso de 40 metros: que tú seas de los que paga y haya gente que se lo monte para no hacerlo. Entonces llega el relato hostelero de “dar vida al barrio” y mierdas así.

Entre mis momenticos de la pandemia, las pancartas hosteleras pidiendo EMPATÍA.

De lo más reciente que me he quedado pícuet ha sido ver a los hosteleros de Juan de Bilbao -calle de bares que se pueden (o se podían, hace mucho que no salgo por allí) adscribir al ámbito de la izquierda abertzale- dar una rueda de prensa diciendo que van a cerrar un jueves por ATENCIÓN: “masificación de la calle”, ofreciendo argumentos relativos a la suciedad, a que -mi favorita- se molesta a los vecinos y, como somos de izquierdas, diciendo que hay que ofrecer a los chavales “alternativas de ocio”. Hombre, pues en esa calle, en la que que yo sepa no hay bibliotecas, ni cines, ni salas de conciertos, la alternativa de ocio seriáis vosotros. Esa calle la he visto yo como Móstar en el 92 en sucesivas ediciones de la Aste Nagusia, y molestaban a los vecinos lo mismo si no más, y se ensuciaban lo mismo si no más. ¿Pero cuál es la diferencia? Que antes os compraban el kalimotxo a vosotros, y ahora no.

Luego pasamos a la parte de salud pública, por dos vertientes distintas: qué malo es el alcohol para los chavales, aunque no hay estadística que no demuestre que el consumo baja más y más; y la actitud incívica contra el covid después de 40.000 muertos, de que hayas matado a tu abuela y te hayas quedado su casa para alquilarla a precio de oro cuando todos estos eventos se producen al aire libre y no hemos tenido los cojones de salir de la pandemia reconociendo que la gente se contagia en trayectos al trabajo o en el mismo centro de trabajo.

Aquí entran los segundos actores, en realidad un reparto entero -y nunca mejor dicho lo de reparto-, que se encarga de eso que llamamos orden público. Lo mejor viene cuando hay una movida en algún lado, se carga -en el País Vasco se ha tendido a cargar- y luego te salta por ahí gente, incluso algunas veces los alcaldes, que te dicen que “no son gente del pueblo”. O sea, había botellón en Plentzia y sale la gente del pueblo a decir que no han sido los del pueblo, que eran los veraneantes. Aquí que las cosas sean verdad o no  ya da lo mismo, el caso es poder hacerte el relato a medida. ¿Que esto será nihilismo puro o los coletazos de una guerra generacional que ya veremos en qué términos se expresa si es que si expresa? Pues lo pasamos todo por el pasapuré del orden público y a correr, o de las cosas que hacen «los otros».

Otra cosa que jode del botellón es que no puedes perimetrar tanto como deseas, que no sirven las equivalencias de grupos sociales que utilizas en tu discurso del día a día. Si en el botellón de Ciudad Universitaria hubieran sido todos nítidamente podemitas habría faltado tiempo para sacar el camión de los chorros de agua. Los chavales ven a diario a los adultos hacer cosas simplemente porque se pueden hacer, y además han sido los paganos de la pandemia -sí, los abuelos también, pero para esto ha habido complicidad política y ciudadana, que solo ha faltado decir que es que hay que equilibrar la hucha de las pensiones-, así que no entiendo que se quiera que ellos hagan algo distinto.

¿Consumos peligrosos? Pues claro que hay, pero no de alcohol y no desde luego en su tramo de edad, ya lo he puesto arriba. El móvil y el ordenador, pero eh, di tu algo de esto y que te cuenten lo que ven que hacen los padres en casa. Como los consumos privados de Monster y del Twich de Ibai no los disuelve la policía -de momento-, se encuentran dentro de la libertad de elección (¿me vas tú a quitar el Twich, puta?) de un país ejemplarmente democrático y au.

O también puede que estés esperando al 28 –sí, el de la canción de La Oreja de Van Gogh– en el Boulevard para ir a casa de una amiga un sábado a las nueve de la noche y tengas un par de furgonetas entrando hacia la Parte Vieja cuando no se oye ningún ruido proveniente de allí y lo que ves al día siguiente en el Teleberri son imágenes de los ertzainas bien pertrechados pero de paseo y a la del micrófono diciendo que incidentes pero sin que se muestre ningún incidente, y que de suceder incidentes empiezan cuando llega la policía. Ninguna persona mayor de 30 años -la inmensísima mayoría de la población que vive en esta ciudad- se alarmará con la situación ni irá a decir que a ver qué es esto, aunque lo piense -normal porque tienes a cuatro tíos que dicen “sentirse humillados y con falta de medios” pero llevan porras en la mano-. Nos limitaremos a hablar por lo bajini en el autobús diciendo que qué mamarrachada es esta. Es verdad que un fin de semana rompieron el escaparate de un Zara. ¿Forma esto parte de una estudiada estrategia en homenaje a la autonomía italiana? Pues no, pero no me quedo con las razones, sino con los resultados, y mira, ya le han hecho pagar más a Amancio Ortega de lo que paga en impuestos. Chavales 1- Estado 0. Por cierto, sobre los cuerpos de seguridad “humillados” y “sin medios”, ahora que tenemos a ertzainas yendo vestidos a concursos en la tele pública con camisetas ultraderechistas americanas y al PNV utilizando expresiones en euskera de modo deliberado para asociarlo a una presunta radicalidad, comentarle al diputado Jon Iñarritu de EH Bildu que él debería saberlo mejor que nadie, pero que no hay una infiltración ultraderechista en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado -ni en la policía vasca tampoco-: que son así de siempre.

Igual que la ruta del bakalao luego nos ha dejado impagables piezas documentales a lo mejor dentro de 20 años vemos películas sobre botellones con explicaciones ampulosas sobre por qué se dan estos fenómenos –cuando has vivido esos momentos históricos te das cuenta de que nunca es para tanto– estás ahí con tu Barceló cola haciendo historia e incluso dando lugar a, yo qué sé, a un nuevo modelo de autogestión del consumo. Ni héroes ni villanos, solo gente haciendo (o por qué no, destrozando) cosas, no sé.

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1. Aprender

Pretendo con este primer post comenzar una pequeña serie que, conociendo los ritmos DeC-ianos es posible que termine en 2023. Quien haya leído Al menos tienes trabajo sabe que me obsesiona la idea de las palabras y los relatos que se retuercen para que el discurso vaya por un lado y la acción vaya por otro, para contar cosas que supuestamente estamos haciendo bien (palmadita en la espalda per noi) aunque las estemos haciendo fatal (colectivamente, luego hay quien vive de puta madre y rapiña de ese curso de las cosas); para consolidar poderes mientras se cuenta que algo se democratiza. O que frenan las posibilidades de cambio porque las propias palabras terminan por erigirse en acción (factoría del discurso y la marca personal) precisamente para que nada cambie. Y luego la pereza, la pereza de la repetición como loros de estas palabras como aquello que debería ser, aunque ya estén manoseadas de más. Hoy, la primera entrega.

Te sonará. Llevamos casi año y medio “aprendiendo”. Habrás oído mil veces que es importante que “no olvidemos lo que hemos aprendido en estos meses”. Esta formulación, la de “aprender de la pandemia” -aderezada con “darnos cuenta de lo que es importante”-, la llevamos escuchando casi desde el principio. Por eso me sorprende que se repita tanto sin un ápice de modificación, y eso quizá es así por el propio vaciado de la palabra, o mejor, porque en el contexto en el que estamos no ha significado nada nunca. Ni aprender, ni otra cosa. Simplemente se repite como un conjuro mágico para generar contenidos “algo lógicos” y adaptados a la situación que estamos viviendo y ya está.

https://twitter.com/enchandal_/status/1276512018044985344

Por eso me sorprendió que a estas alturas de la película Arnaldo Schwarzenegger Otegi siguiera tirando de ese aprendizaje para hacer unas declaraciones hace unos días. Aquí algunas frases:

“Abogó ayer en Portugalete por cambiar de modelo en base a lo aprendido en la pandemia, que es la importancia de los trabajadores, los servicios públicos, los cuidados y la naturaleza”.

“En su opinión, esta grave pandemia ha obligado a la ciudadanía a llevar mascarilla pero ha quitado la máscara al sistema, al capitalismo. El mundo no funciona sin trabajadores, y ahora van a volver a tratar de invisibilizar a los trabajadores que aplaudíamos en las ventanas que tienen que estar en el centro de la vida pública y política”.

(esta segunda parte va para otro capitulito: el de desenmascarar, descubrir, infiltrarse -para hacer ver cosas que ya todo el mundo sabe-), pero por resumir, la máscara del capitalismo lleva quitada 200 años, vamos, desde que se inventó).

Entonces llega Tina Besada, en unas declaraciones en La Voz de Galicia el 7 de julio de 2020 y le explica que los hitos de ese curso de acción que él presupone no son tan así -que al final Otegi no hace otra cosa que replicar lo que nos hemos contado como sociedad: qué buenos somos que cuando el confinamiento le llevamos la compra a casa a una bieha-. ¿Y qué dice Tina?

¿Entonces no le llegan o compensan a usted los aplausos a los sanitarios durante el confinamiento por la pandemia?, inquiere la entrevistadora. «Pues no -responde-, porque para mí no eran de agradecimiento, y así se lo dije a mis compañeras. Esos aplausos de los balcones eran por socializar o por miedo a lo que pudiese pasar. Fue por la circunstancia especial de estar encerrados, pero a mí no me sirven, sinceramente», según reconoce la enfermera, que también se queja de haber escuchado a los pacientes que la gente tiene derecho a todo: «Mire, usted está aquí porque yo le pago». Y en los últimos años, Tina ya no se callaba y les devolvía el órdago: «También usted cobra su pensión porque se la pago yo».

Y aquí podemos reflexionar acerca de por qué las mareas por la sanidad pública no son demasiado numerosas y las componen antes quienes fían al sistema público su futuro laboral que los posibles beneficiarios de ese sistema (supongo que por una mezcla de “ya arreglaré mis problemas de salud cuando vengan”, el machaque de “por 30 euros al mes tienes un seguro privado”, que ahora la gente te diga que “no tiene tiempo” por no decirte que prefiere dedicarlo a otra cosa -y no pasa nada, bueno, si nadie hace nada sí pasa-, y que al final, hayas hecho lo que hayas hecho o trabajes activamente para su destrucción, ellas no te pueden decir que no y te van a atender), y cómo en cuestión de años hemos pasado del médico como autoridad ante el paciente feligrés/inerme al paciente cliente vs. el chavalito este (el médico) que no hace lo que yo le digo y para eso le pago. Pero vamos, ninguna de estas dos cosas cabe en la categoría de aprendizaje. Y podemos entrar en un bucle de que yo la pago a usted, pero yo pago su pensión, pero yo antes pagué sus estudios. Y esto sí nos acercaría más a lo que no se dice y se pretende nublar mediante el uso del verbo aprender, ergo, a los intentos de manejo de los micronichos de poder, de tratar de estar por encima del otro como sea -y dentro de eso también a veces también está el hacerle bien para poder echárselo en cara luego-, a los intentos de comprar ventajas pírricas que se saborean como si fueran hat-tricks del Bicho y que se defienden como si fueran la casa de tus viejos (siempre que te la dejen sin hipotecar).

Y sale este sector pero podrían salir otros diez.

Aludir a un supuesto “aprendizaje” de quiénes constituyen la “primera línea”, a que “nos demos cuenta de qué es lo importante”, sirve para que poner una plaza a las Enfermeras o llevarte a una a entregar un Goya aparezcan como hitos de cierre de un potencial conflicto. Porque, ¿qué vas a reclamar, si ya te estamos “dando visibilidad” (puta lacra) y si ya te estamos homenajeando? Entonces ellas dicen: no, si lo que necesitamos son manos. Y están atrapadas porque como el trabajo es “vocacional” y “reconocido socialmente” (ya sabemos que el reconocimiento social es la contraparte de no reconocerlo dinerariamente; mira qué mal piensa casi todo el mundo de los banqueros y cuánto dinero ganan, y cada vez más) parece impensable negarse a hacerlo. ¿Dónde tienen su poder de negociación? Pues si en una fábrica de coches está en no hacer más coches, pues sigue la línea de puntos y es bien fácil descubrirlo.

Hay una clase trabajadora que va a darlo todo porque no tiene forma de no darlo (sin que el código penal le caiga encima). Y eso que actualmente es una debilidad, desde las derechas cristianas se nos muestra como una forma de generosidad, como una contingencia de la vocación, como una forma de dar sentido a la vida. Por eso se usa el verbo aprender, porque en principio aprender no tiene nada de malo. Deja vendido al sujeto agente que hace las cosas para que tú “aprendas” pero sobre todo para que ellas “aprendan” también el límite de las acciones posibles para cambiarlo todo, y apuntala que el camino del decir y el camino del hacer discurran siempre paralelos, sin dejar de separarse más y más, y con cada vez mayor dificultad para cruzarse. Los que sí que han aprendido bien son los que te dicen que tienes que aprender tú, o «la sociedad» (TM), que son los que extraían y siguen extrayendo.

Lo que han aprendido los que nos dicen, los que hacen publicidades acerca de lo que teóricamente deberíamos haber aprendido nosotros, es que se puede seguir abusando, y muy bien, y ganando más dinero, y ahora viene de Europa. Para que “desaprendan”, ya hace tiempo que no vale con las palabras. Ellos decían que en democracia se puede hablar de todo. Pues ese es el problema. Que solo se habla para generar más discurso, un discurso que te hace la del gatopardo y que no solo no modifica un ápice la correlación de fuerzas sino que refuerza. Esto no lo ha aprendido nadie, esto ya lo sabíamos.

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Ahorrar impuestos para pagar psicólogos (y cómo desuniversalizar servicios para ricos)

Vuelve DeC, vuelve la ilusión tras elegir por una vez de manera acertada cuándo tomarse un descanso. Como en esta casa todo lo hacemos a nuestro ritmo, vamos como dos semanas tarde con los temas, en este caso con el tema de los impuestitos. Y no venimos a rajar solo, ¡que venimos con propuesta! ¡Que no se diga que esta casa, desde su humildad y sus 300 lectores habituales, no aporta!

Ok, parece ser que los chavales de Internet que más parné sacan se están pirando al estanco + estación de esquí andorrano. Ver carteles en catalán ya no les da picor de ojos. Desde aquí reconozco mi estupefacción al ver las, valga la redundancia, aparentes reacciones de estupefacción. Al menos vamos evolucionando un poco y ya no fingimos que en las redes sociales estamos «realizando ningún tipo de debate» o incluso haciendo propuestas sobre tipos de gravamen (de verdad que hay gente por ahí que se cree que con estos temas todavía funciona algún tipo de incentivo -tampoco les culpo, es lo que aprendieron en la universidad- más que la sensación de estar por encima del bien y del mal).

Porque al final los chavales están haciendo lo que han visto a sus mayores y, en general, lo que les han dicho sus asesores fiscales, ni más ni menos. Ahí tenemos al amante de Russian Red, a quien el TSJM le ha anulado la absolución por tres delitos de fraude fiscal hace unos días y su imagen la seguiremos asociando a Emidio Tucci y a familia ejemplar con tres hijos y a la Real Sociedad; al exdelantero del Tacón FC masculino entrando en el juzgado con la pupas de su mujer y con la gente pidiéndole autógrafos, que solo faltaba que le tiraran confeti; y al señor este al que ETA tuvo a tiro con una mira telescópica en Mallorca (y luego encima hubo que condenarlo, no lamentar, condenar, era como un password de la legalidad democrática aquello) dando vueltas por el mundo con su RBU (la U de universal en el sentido de pagada por todos y de poderse utilizar en cualquier parte del globo terráqueo) merced a Patrimonio Nacional.
Pero los chavales también han hecho una cosa que no se había hecho antes con respecto a la evasión fiscal. Las generaciones anteriores intentaban hacer sus chanchullos de manera lo más discreta posible, lo que facilitaba una suerte de «arco narrativo» –ver capítulo 1 de mi libro a 14 euros, si lo pides online te mandan caramelos- en el que
1. Se hacía una investigación
2.Se publicaba la investigación rollo breikin nius, aunque el procedimiento lleva décadas siendo el mismo (supongo que porque había que jugar un poco con la idea de que la aparente sorpresa es la manera más verosímil de articular una presunta indignación), y eso cuando en el mainstream se lleva toda la vida diciendo, de manera clara o de manera velada que «en su lugar todos haríamos lo mismo» (TM).
y 3. Se dejaban dos o tres días en tertulias y redes sociales para que comentáramos qué mal nos parecía todo (mientras los acusados seguían haciendo su vida completamente normal y, no solo evadiendo menos pelas, sino más).

Pero el pecado de estos chicos ha sido CONTARLO y poner negro sobre blanco esa «racionalidad instrumental por lo bajini» que les medioaceptábamos a los casos que comentábamos arriba.

Si tuviéramos que hacer una analogía con algo que conozcamos del pasado para ver el volumen económico que mueven estos chavales, yo elegiría los personajillos de la Telecinco de los 90 de los tiempos de Crónicas Marcianas y demás, y nos quedaríamos bastante cortos, porque lo que maneja un Vasile es una miseria comparado con lo que maneja YouTube, por razones más que evidentes. Si vamos a la base de toda la historia, el problema no son los youtubers o los streamers, el problema es la dimensión colosal que tienen YouTube, Twitch o cualquier otra compañía de este tipo, cómo colisiona eso con las reglas de los estados-nación y cómo te coge un veinteañero y aparentemente se te descojona en la cara, pero en realidad lo que hace es poner en claro que el poder de los gigantes del algoritmo es omnímodo. Los chavales no dejan de ser un poco los Jesucristo de esto, la personificación del poder de la economía de la atención, pero ya sabemos que Jesucristo murió en la cruz, y me diréis… Sí, pero a los tres días resucitó. Y es verdad. Pero habrá que ver cómo resucitan, si es que lo hacen: vuelvo a los 90 en Telecinco: de los pocos casos que se han tirado 20 años en pantalla veamos lo que facturaban en el 95 y lo que facturan (y las razones por las que lo hacen) ahora. Que se lo pregunten a Lydia Lozano. Y en el mundillo streaming/youtubing tenemos por un lado una concentración de riqueza como no ha habido antes, y por otro lado (y aunque el universo Telecinco nos parezca infinito) un montón de gente más que entonces queriendo entrar a ese pastel que se va concentrando cada vez en menos manos. En efecto: carrera de ratas. A ver si no van a ser Jesucristo y van a ser un jornalero henchido porque ha ganado algo más en esta cosecha y ya nos creemos que somos el capataz. Veremos a alguno -tengo mis apuestas, claro- acabar peor que Joselito.

La idea de suficiencia

No sé si recuerdan (me parece que esto pasa con frecuencia, pero yo tengo una ocasión muy muy concreta en la mente), cuando YouTube cambió el algoritmo (como lo bautizó @fanta_ciencia, «les hicieron la youtubinha») y los titulares fueron tal que así: (aquí la lectura completa)

Los paganos de la crisis: pones «ayudas hostelería» en Google y te salen ayuntamientos, comunidades autónomas, diputaciones y gobierno central y si te pones a lo mejor hasta tu alcaldía pedánea.

Me parece muy bonito porque enlaza muy bien con el presente, por ejemplo, del sector de la hostelería, que te sacan pancartas del estilo sin mover un músculo y habrá quien se las creerá. Una gente al que se le ofreció el esquema de ayudas de Alemania y no lo quiso porque eso suponía haber tributado como tocaba (así que también por aquí tenemos relación con los YouTubers). Una gente que dice que quiere ayudas directas cuando en algunos municipios ya van por el segundo plan de ayudas y todavía quedan las del Gobierno Vasco, un sector que quiere poner el doble de terrazas -y lo consigue- y pide exención del 100% de la tasa de terrazas y luego del 100% de la Seguridad Social también. Oye, pues se les puede contestar muy tranquilamente que «si los youtubers tributaran en España a lo mejor podríamos pagarlo» y que se peguen entre ellos.
Si es que al final es lo de siempre: que te crees que eres la patronal y hostia, de repente pasa lo mínimo y cambias el disfraz a muerto de hambre (que tampoco eres). Veremos a más de uno y a más de dos de de estos pasar por la llorería algorítmica de la youtubinha de nuevo, igual que presenciamos al principio de la pandemia a gente en redes sociales contándonos que sus ingresos venían del alquiler pisos de turísticos, y que A VER QUÉ IBAN A HACER AHORA (pista… empieza por T y termina en R).

¿Vivir de puta madre?

He tenido la suerte de que mientras escribía esto un chaval haya dicho que se va de YouTube porque la aleatoriedad del algoritmo se parece a los mecanismos de ser ludópata. Me cuenta la chavalada que controla más de esto que yo, que moriré viendo Telecinco, que al final la cosa es poner los huevos en distintas cestas (streaming por un lao, suscripciones por otro lado), pero claro, es que lee una estas cosas y dice… Hostia puta, trabajar no es peor que esto. Incluso aunque la muchachada de éxito (o eso dicen que tienen) se quedara tributando en España, ¿es deseable que la tributación en España dependa, sin paños calientes, de una adicción? Aunque siendo sinceros, la tributación en España YA DEPENDE de la adicción porque a ver cómo aguantas trece horas seguidas en una cocina o en un andamio.

Y él mismo ya ni se acordará y ahora nos mea a todos diciendo que él hace «con su dinero lo que le sale de los cojones» (TM), pero El Rubius en su día bien que lloró en lo de Risto y a Ibai yo le conocí porque a las cinco de la mañana no podía dormirse y estaba haciendo cosas en Instagram. No es raro que este chico utilice la expresión «de puta madre», en plan «vivo de puta madre aunque pague más impuestos» o «vivo en una mansión a ver quién eres tú para decirme que no vivo de puta madre» como le hizo a una tuitera este verano. ¿Al final qué? Pues psicólogo que te crió. Y lo de que el 95% de las personas a las que nos referimos aquí sean tíos me parece que tampoco ayuda.

¿Faro de la socialdemocracia? (pinta de haber votado a Patxi López para lehendakari en 2009 -sí, ya sé que no tenía la edad-.

También el pululeo de actores secundarios por ahí ha estado risas, la verdad. Con gente diciéndote que es que la carrera de un youtuber es corta y entonces tienes que ganar el máximo dinero posible en poco tiempo (esto OS JURO que lo dijo un niño de ocho años en declaraciones al sitio en el que trabajo cuando Iñigo Martínez se fue al Athletic), vamos, argumento de ir perdiendo total; y luego el progrerío starring Dani Mateo sublime diciendo que él encantao de pagar impuestos en España pero que se la llevan PORQUE SE GESTIONA MAL xdddd (pagar a la guardia civil para que pegue no es mala gestión, claro. Y que salgan todos los guardias civiles que hagan falta, que son clase obrera).

«¿Y este dinero de dónde sale?» Una propuesta progresista de desuniversalización por arriba de los servicios públicos

Aquí hacemos nuestra humilde propuesta, una propuesta DE PROGRESO (hola perrosanxe) para terminar con esa sensación de impunidad.
La parte del neoliberalismo más atractiva para muchas personas es que se puede disociar totalmente lo que se dice de lo que finalmente se hace, por eso tenemos a tanto tieso y a tanto mantenido defendiéndola, porque las incoherencias que afloren de tu discurso no tienen ninguna consecuencia práctica: esto es, tú eres neoliberal porque quieres neoliberalismo para los demás y porque tienes una plaza de abogado del Estao. La teoría dice que quieren minimizar el Estao, pero la práctica lo que hace es mantener todas esas estructuras de Estao, especialmente las más violentas y las más caras, para, a su vez,transferirles rentas a ellos (cuando se dice que hay mucho funcionario nunca se habla de la guardia civil, pa pegar a catalanes se paga el dinero que haga falta). El callejón de la indignación o de la pura imagen de seguir pagando taxas por «quedar bien y que no me linchen» xd o la capacidad de decisión de pago aquí/no pago aquí, todas estas gilipolleces de que pagar impuestos es «ser patriota» cuando el quid de la relación con la tributación de estas personas es la voluntariedad y que hagan lo que hagan no les pasa nada… Bueno… pues esto no va a ningún sitio. Les tiene que PASAR algo. No explicarles QUÉ LES PODRÍA PASAR SÍ… No explicarles QUE ES MEJOR ASÍ PORQUE… No contarles historietas lacrimógenas de «si no hubiera sanidad pública mi madre hubiera muerto de un cáncer», porque no están en esa clave y son capaces de contestarte que algo habrá hecho tu madre. No, nada de esto. Tiene que haber consecuencias prácticas, no verbales. Porque el tema gordo no es que ellos SE LLEVAN DINERO, es que LES SEGUIMOS PAGANDO COSAS.

Yo no tengo ningún problema en que el marco lo pauten ellos, juguemos a eso, pero no vais a jugar solo vosotros: jugamos todos. ¿Queréis un marco amoral? Ok, pero también para vosotros. Bajamos esa calle, lo que vosotros queráis. Pero esa calle ya sabéis dónde acaba: mirando debajo del Maserati.
Hay mucho tieso, tieso que tampoco es tonto, que siempre pregunta de dónde sale el dinero, con una querencia espectacular por los inmigrantes (porque no le van a dar una paliza, ni tienen capacidad de contratarle). El silencio más grande que se ha producido en España en los últimos años ha sido esa no-pregunta de ¿Y PARA ESTO DE DÓNDE SALE EL DINERO? con los ERTE. Ah, filho de puta. El silencio ertil, igual que la llorería hostelera, no viene tanto de que ahora de repente no tengo pelas (que es una putada, pero no es la cosa): viene del shock que supone ver que no eres una prioridad, que todo el riego de pasta que han tenido para las terrazas en su momento no les ha servido de nada, que si estás en un ERTE te están literalmente pagando para no trabajar, que era algo que tú decías de los que cobraban el PER hasta hace cuatro días y ahora te lo podemos tirar a la cara, etc, etc.
Volviendo a los chavales, ¿qué pasaría si introdujéramos un principio de condicionalidad pero no por abajo, sino por arriba? La liberalada siempre nos habla mucho de «aportar al sistema», «confiscatorio», etc. Yo diferenciaría tres conceptos fundamentales: el que no aporta (pero tampoco preda), el que aporta (puede predar o puede no hacerlo aunque aporte) y el que preda (que obviamente no aporta). Habitualmente el chivo expiatorio es el primer grupo. Quiero decir, si me pongo en una mentalidad cero humanitaria pero sin embargo práctica -si vamos a hablar de impuestos creo que es mejor así-, el tablero de juego serían los de las pateras de Canarias vs. el Rubius y luego el tercer actor sería el pymero. Los primeros no aportan porque acaban de llegar (y para sobrevivir no les va a quedar más remedio que aportar porque van a tener que trabajar; pero EH CLARO, aportarán si mi primo el pymero les hace un contrato, que muchas veces no se lo hace). El Rubius ha aportado hasta la fecha x, entonces a partir de la fecha x -y comunicándolo orgulloso- entendemos que ya no quiere recibir ningún tipo de servicio del Reino de España. Entendemos también que la liberalada ochocientoseurista antes de IRPF que aplaude en sus redes quiere que se le aplique este mismo esquema (porque los funcionarios públicos en las democracias capitalistas estarían, según el liberalismo tieso, para satisfacer las demandas de los consumidores). Pues sorpresa: el Estao va a ser vuestro Amazon y va a traeros este regalo inmediatamente.
La propuesta sigue: no pagáis impuestos -no os vamos a oprimir, faltaba más- pero tampoco recibís nada (que la mofa es que esta gente dice estas cosas cuando en general son beneficiarios netos y les sale el IRPF a devolver todos los años y se desgravan hasta las maquinillas de afeitar) y a tirar con el seguro en la privada por 50 euros al mes, ya nos contaréis que tal en algún vídeo. Kiko Matamoros tiene (o tenía hasta hace poco al menos) embargada la nómina porque debe un kilo y tú o tu madre no vais a tener ambulancia cuando la necesitéis. O podréis tenerla, pero tendréis que pagarla. Y hasta que la paguéis, nómina embargada, o hacéis un crowdfunding o que os la pague Amancio Ortega que tanto empleo genera. Si dices que no quieres gasto público, asume las consecuencias de decirlo. Modelo USA para el que así lo haya pedido en su Twitter, faltaba más. Esto ya es un tema de supervivencia para el resto. Espero que sea revelador descubrir que el dinero de vuestros sueldos -si los tenéis, que es que encima hay peña permitiéndose hablar así estando en el puto paro- es como quien dice un constructo social. Por aquí pasamos de seguir jugando a la liga de las buenas personas, porque aunque un día «os notéis un bultito» sabemos que vuestra posición política no va a cambiar de la noche a la mañana. Os salvaréis de emergencia -precisamente porque no vivís en este esquema que yo propongo- y seguiréis predicando lo mismo -para los demás-. Comença la dansa del ventre.

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22 enlaces por si te vas a empiltrar a las 00.30 horas en Nochevieja (y un hasta luego)

Siguendo la tradición de años anteriores (I y II), y con vocación de servicio público y gratuito para todos aquellos que os negáis a pasar la primera noche de 2020 sorteando potas y/o aguantando a vuestros familiares, dejo los habituales enlaces de cosas que he leído por ahí en la última parte del año y que me han gustado.

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Pongo una mierdifoto de la bahía de La Concha, que siempre gusta, el día de navidad, para que no parezca que hay tanto texto.

Como no voy a hacer una gira de despedida de tres años como Berri Txarrak, vengo a decir mi escueto hasta luego a este ya casi obsoleto canal de comunicación para 2020, que tiene siete años largos, con sus momentos de apogeo y de declive y también merece descansar un poco. En el año que entra no habrá publicaciones nuevas y, si no he fallecido, DeC regresará ya en 2021. Seguiremos, eso sí, con @enchandal_ activo (pero no mucho) y con nuestra muy breve colaboración mensual en El Salto (suscribirce!).

Y bueno, que yo tengo mi curro de 40 horas semanales con su ordenador de serie y lo que me apetece cuando llego a casa es prácticamente tirar el portátil por la ventana, la verdad. Antes de convertir esa posibilidad en un privilegio -al fin y al cabo no ganamos dinero de aquí, y viendo las idas de olla de algunos personajes que pululan por las redes facturando a 40 euros el artículo y echando extras en Twitter a 0 euros para “mover”, casi habríamos de felicitarnos por ello-, prefiero tomar la decisión de un año sabático de DeC de manera consciente. Lo que veo en los entornos digitales es que no se sabe parar o que, simplemente, no se tienen ganas de hacerlo -sea por precariedad, sea por pura adicción a la marca personal; hay unas zonas muy grises entre ambas- y esto en las iniciativas, o en las personas, que tienen alguna clase de posicionamiento político lo veo como un problema. ¿El resultado? Debates políticos cada vez más absurdos y sobre todo mitóticos: debate para generar debate, debate -y ya es mucho llamarle “debate”- generador de excrecencia pura que carece de toda utilidad más allá de reproducirse a sí mismo y de ver qué ha dicho este y qué ha hecho el otro. Que tengamos nuevas Terelus pseudopolíticas de a 100 pavos la tertulia menos IRPF (algo que, curiosamente, cada vez intenta más gente, a pesar de lo mal pagado que está) no solo no politiza nada, sino que interrumpe la posibilidad de ir más allá de la propia generación de contenidos. Vídeos de 15 segundos con zasca y no sé qué pollas más. Los colectivos feministas y otros relacionados con el cambio climático ya empiezan a hacer ver esta dicotomía entre hablar/actuar y la comentan en sus intervenciones (aquí también habría que ver a qué llamamos «actuar» en cada caso, y quiénes son «los que actúan». Yo creo que nosotros no actuamos mucho, ocupamos mucho sitio, pero eso no es actuar). Es muy posible que la comunicación, al margen de no ser una solución, se esté convirtiendo en un problema. Y bien gordo. Me gustó cómo lo aborda Gorka Bereziartua en esta intervención de radio (EUS) que plantea que imagines que te quitan Facebook y Twitter y dejes de ser activista.

Habrá que ir a otros sitios, y si no se sabe a dónde, mejor siempre no hacer nada (que no tiene por qué ser complicidad con EL MAL, por cierto).

El pasado viernes 13 presenté en Santander mi librín Al menos tienes trabajo (podéis comprarlo como regalo de Reyes online aquí y físicamente aquí si queréis que vuestro cuñado tenga pesadillas) y a lo largo de toda la exposición dejé claro que me preocupaba bastante cómo algunas cuestiones que versan sobre la imposición o la maquinaria del poder se tratan como meramente divulgativas, como si fueran confrontables con algún tipo de espectáculo, material o programa político para las instituciones. Vengo con un plan y, ¿cómo no les voy a convencer, si lo que digo es absolutamente lógico? Se convocan presentaciones -también las mías, claro-, se hacen actos, eventos, se genera contenido alojado en sitios pertenecientes a multinacionales (como dice una estimada cuenta candado de la red social del pajarito, es relativamente fácil -si vives en ciudad- ser anticochista, pero la suscripción a Netflix –y su consumo casi bulímico- no plantea conflicto) pero no hay ningún tipo de estrategia detrás -en la parte de los tejidos organizativos no me voy a meter- más allá de algo que podríamos englobar dentro del maldito término de la “visibilización”. Cabe recordar que la economía financiera no se visibiliza, simplemente se imponelos currelas sabíamos intervenir en la economía productiva, en la financiera no; ya podían dar un poco de formación para este tema y no hacer cursos like fucking churros sin ton ni son porque tengo que facturar-. Y la respuesta de serie que hemos adoptado de forma muy entusiasta es la de que una serie de acciones que toman forma más o menos artística o discursiva ya van bien y ya estamos haciendo política así. Hablaba hasta de una cierta “nostalgia de la clandestinidad”, o por lo menos, de que si vas a hacerte visible, sea después de haber dado un golpe como dios manda. Los del ISIS te hacían esos vídeos de superproducción hollywoodiense cuando ya se habían cargado a alguno, no se dedicaban a divulgar ni su día a día, ni su labor ni dónde guardaban los arsenales ni nada de esto. El Zutabe de ETA no se colgaba en Issuu (no sé si son los mejores ejemplos, son los que se me ocurren).  Traído esto a nuestro marco “no estamos en guerra”, me flipa, por poner un ejemplo tonto, que se publiciten en canales abiertos las técnicas que se utilizan en los talleres de autodefensa feminista (en los que expresamente se indica que lo que allí se dice o hace, allí se ha de quedar). Es la fantasía del proselitismo comunicativo sin tejido social.

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Objetivo 2020: desmitificar ya por completo la puta pyme de los cojones, sobre todo si sus jefes son «ideológicamente afines» (o sea, más negreros que nadie).

Y desde aquí hemos pasado a una cierta retroalimentación con “los de enfrente” por la famosa irrupción de las tres letras gracias a la impagable colaboración de los medios tradicionales, pero también a la contribución (por muy involuntaria que se pretenda) de algunos de sus detractores, que están queriendo hacerse un nombre a costa de cierta idea de “antifascismo comunicativo”. Desde sus humildes cuatro seguidores y medio, DeC no va a contribuir a esto -versión heroica- y además, y dado el tiempo que me ha tocado vivir en el que todo (desde los orgasmos hasta las reacciones airadas a la última gilipollez que haya dicho la presidenta Ojosdelóker) tiene que ser para ya mismo, tengo la suerte de ser un poco vaga y de saber cuándo es apropiado serlo -versión menos heroica pero mucho más ajustada a la realidad-.

Creo que es hora de parar y pensar en el rumbo de todo esto. Vale que nos han tocado unos años muy malos en los que no se va a ganar demasiado y casi todo va a ser aguantar y gracias, a no ser que entremos en una guerra a gran escala o haya un desastre financiero tocho que incluso toque a la parte de arriba, y súmale aguantar lo que te echen de los delirios geopolíticos yankis, chinos y rusos. Todo ello aderezado con que el intento de confrontar el odio puro que sufren muchos es la “divulgación”, en el peor de los casos el factchecking (aprovecho para saludar al chaval al que Ana Pastor mandó un lunes a las 10 de la noche a comprobar si existía Gales) o reseñar lo malos que son los malos (poniendo las etiquetas de malos oficiales en unas siglas concretas sin ver cuántas de sus características forman parte de los valores de la puritita democracia liberal -saludo también a mi casero, ya que estamos-). Al final aquí lo raro es que esta gente no haya aterrizado antes –aunque estaban muy aterrizados en la casa común de la gaviota, por eso de la democracia liberal que comentábamos-.

Ante el inminente riesgo de que cada uno de nosotros se esté convirtiendo en una micropyme pensando que en realidad es parte de una enorme empresa política, tocaría ir desinvirtiendo, tocaría estar en las empresas tratándolas como lo que son: un problema, y plantearnos si lo que queremos es hacer cosas nosotros o impedir que sean los otros quienes las hagan. Si estamos en un tiempo de construir mayorías o (viendo a algunos familiares, vecinos y compañeros de trabajo que tenemos) a lo mejor no tanto. Decidir si convencer o combatir. Dilucidar si lo que estaba bien en los entornos comunicativos de los años 90 sigue valiendo en los entornos sobresaturados (y digo muy conscientemente sobresaturados, y no simplemente saturados) de los (ya) años 20, que se tiene muy claro que el papel se muere y el online lo peta, pero ay, que resulta que igual nuestro trabajo se pierde en un río de mierda también pero no queremos verlo. Las cosas están pasando fuera, me va dando la impresión de que hay demasiadas personas convirtiendo -como también ocurre con el trabajo– el online en un fin más que en el medio que es (y yo desde luego quiero evitarlo) y lo que en mi humilde opinión se necesita ahora mismo es bastante, pero bastante, menos visibilidad para dar golpes un poco más certeros y no considerar cada difusión masiva de no sé qué mierda que se me acaba de ocurrir como una victoria, porque no ha mejorado las vidas de casi nadie.

Feliz 2020.

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Veranito de narratología del trabajo (y del consumo)

Cuando presenté allá por julio Al menos tienes trabajo en Madrid junto a Jorge Moruno (gracias), expuse, entre otras historias, cómo los fallecidos en los puestos de trabajo estaban convirtiéndose en una suerte de muertos banales, con los que, como con las víctimas de la violencia machista o con los datos del paro, se seguía una dinámica muy concreta. Condolencias (o expresiones de preocupación ante la magnitud del problema), algún tipo de concentración institucional delante de un ayuntamiento o de una fábrica, réplicas y contrarréplicas en medios de comunicación sobre “la culpa”… Parece que lo que importa es que esa estructura de ‘diálogo público’ dentro de una ‘democracia liberal’ -no sé cómo llamar a este teatrillo autorizado- se mantenga. Sobre todo, que se respeten las formas, porque ese respeto a las formas gana tiempo para no tocar lo espinoso, para lo que si puede evitarse trata de no hacerse, que es llegar al fondo de los asuntos. Porque tocar esos fondos, maniobrar para que cesen muchas muertes -en el ámbito laboral y en otros- supone pasar con la rozadora por ámbitos de privilegio muy consolidados.

Muchos exigen que estos muertos, que estos problemas, se solucionen (ni una menos, ni un currela más muerto en el tajo), porque son desagradables de ver, de conocer, pero eso sí, que todo el resto del pack en el que vivimos quede intacto. Pero habrá ni una menos si el nivel retributivo de hombres y mujeres no se equipara ni si ellas siguen dedicando varias horas más a la semana a las tareas domésticas que ellos ni si tienen miedo de ir solas por la calle de noche. Y seguirá habiendo muertos en el trabajo si la ganancia basada en usar la mano de obra de terceros casi de modo discrecional y con amparo de las administraciones continúa existiendo (y a esto le llamamos inserción social, es que manda cojones). Por no hablar del retorcimiento de complementos agentes hasta el ridículo para asignar méritos y deméritos. Los empresarios crean empleo, pero agosto lo destruye, incluso se ceba. Menudo hijo de puta agosto, eh, que quita trabajos, que pone fin a contratos temporales que deberían ser fijos -cosa que todos saben y llevan décadas no consintiendo, sino facilitando-. Entretanto, la cabezonería de tratar como mera falta de información (en cuanto bombardeemos a alguien con la cantidad de contratos temporales que hay, magia, se movilizará contra ello) cuando toda la pedagogía del universo sobre ese problema x del que eres víctima (mira cuántos hay como tú), no soluciona la asimetría de poder. No solo no lo tienes sino que, en el mercado de trabajo, tu función ha de ser, si no quieres movidas, la de seguir facilitando la acumulación de más y más poder para tu empleador.

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Trabajar gratis siempre encuentra formas innovadoras de llevarse a cabo.

Un buen ejemplo de esto último es el “plan contra la precariedad” (sí, suena supermanesco) de Pedro Sánchez. Vamos, lo que conocemos como el registro de jornada, o “lo de fichar” para contabilizar las horas extras. Bueno, pues adivinad: se ha implantado tan bien que ahora se hacen más horas extras (pido al lector por favor que recuerde el escenario apocalíptico que pintó la CEOE en el momento de su implantación, para rematarlo después diciendo que se estaban enterando los empresarios de que los curritos LES DEBÍAN HORAS-). Pero vamos, es lo que pasa cuando tratas de arreglar con un dispositivo técnico un conflicto político -por muy numéricas, contantes y sonantes que sean las horas-: hay tantos puntos de fuga en esa asimetría de poder y es tan de mentira el papel conciliador del gobierno, que lo alarmante aquí no es que esto haya acabado pasando, sino que lo realmente extraño habría sido que no hubiera pasado. El empresario tiene mil maneras de chantajear y amenazar para que las hagas, y una máquina no puede solucionar eso, entonces tienes que hacer un doble trabajo para demostrar que sí, que pasa. Si no mueves todo lo demás, son desenlaces esperables, no podemos poner cara de sorprendidos. Los empresarios crean empleo, otra cosa es que lo paguen. Y el gobierno no está por la labor de molestar. Parece que fueran a ir con bazookas a sus casas, por eso con quien se suele cebar la policía es con quienes nunca irían con bazookas a casa de nadie (nótese el agravio comparativo entre el caso Altsasu y el desalojo de la rave de Ibiza, con la benemérita hablándoles con una educación que ya la quisiera un recepcionista de hotel cinco estrellas pero más de una decena pikolos heridos hasta por barra de hierro -al turismo hay que cuidarlo, que deja divisas; al empresario hay que cuidarlo, que crea empleo-). Luego viene el intento de arreglar las cosas con ñapas aún más cutres: a la Inspección de Trabajo, en vez de mandar a los inspectores sin avisar, como llevamos pidiendo tanto tiempo (es como si te dejan hacer un examen con libro), o en vez de contratar más inspectores, o en vez de dar órdenes para que efectivamente estas personas puedan hacer su trabajo en vez de parecer el cobrador del frac, no se les ha ocurrido otra cosa que mandar cartas en plan: bueno, señor empresario, mire, que me parece que se le ha olvidado a usté poner lo de fichar para los trabajadores… Nada, era solo para recordárselo, atentamente, un saludo, no se vaya usté a enfadar que solo se lo decimos por si se le había olvidado. Y el gobierno lo llama plan de choque, dirá que tiene «sospechas», como para que parezca muy serio -puro PSOE esto-. Hay que ser muy crédulo o tenerles mucho miedo para pensar que si no hay sanciones, unas personas que viven del curro ajeno van a acceder a esto (¡a lo mejor ahora sí, que saben que pueden sacarles un 19% más de media!). Pero, como decíamos arriba, se trata de que se cumpla la narración, la secuencia, de que parezca que se hace algo pero sin amenazar los pilares básicos porque esos pilares básicos, rebotados, dan pavor.


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Baia por dios

Bromeaba hace unos días afirmando que si en DeC hubiéramos hecho una especie de trabajo fin de máster poniendo en práctica la empresa que tenemos en la cabeza nos saldría un Magrudis. Y ya no tanto por las anécdotas jocosas como tener al niño de testaferro y que el niño fue míster Erasmus y que dice que es libertarian y que mira cotizaciones desde chequetito; como por las dinámicas, la necedad, el hecho de que esa necedad que antes solo se mostraba ante las personas de confianza sea ahora absolutamente pública. ¿Por qué es pública? Porque lejos de la sanción social, que no la hay, las declaraciones, que no se hacen para provocar, sino que esta gente es genuinamente así, no es que no tengan ninguna consecuencia, es que son signo de prestigio. Y te va a contestar con lo lógico, ¿qué me vas a hacer? ¿Qué me va a pasar? Si llevamos tres muertos y no sé cuántos abortos y no me ha pasado nada qué coño me va a pasar. Pues nada. Entonces, ¿por qué iba a cambiar mi forma de decir las cosas?

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El niño mister erasmus.

Y aquí entra en juego otra vez un juego narratológico similar al que comentábamos arriba, pero con una diferencia: si en lo que decíamos antes importaba que se cumpliera la secuencia, aquí la clave pasa a ser la reacción del espectador. Y en el tema que nos ocupa, casi son peores las declaraciones del Ejecutivo (que parece que la empresa fuera suya), que de la propia empresa (que hace declaraciones tan malas como nos podríamos esperar). Es lo que viene a ocurrir con Vox: lo que genera ese pretendido shock no es la brocha gorda de lo que se dice (sentencias tan viralizables mientras nos llevamos las manos de la cabeza y decimos qué horror, y volvemos a viralizar la siguiente, y la siguiente, y la siguiente). Conozco de primera mano, y seguro que tú también, gente que te dice que le da miedo Vox y luego en conversación informal es tan misógina y racista como ellos. Para estas personas lo grave no es el mensaje -que comparten-, sino que ese mensaje sea demasiado público. Lo grave no es que el consejero de Salud andaluz les diga a unos padres que cuando tengan un nuevo embarazo, tras haber abortado por listeria, ya se harán una foto todos juntos con el recién nacido -porque cuñadeces de este palo las hemos tolerado todos en cenas de navidad por la armonía familiar-: el problema es que lo diga en pleno Espejo Público, con todo lo que eso nos lleva a pensar sobre el arrastramiento de los asesores de este tipo y sobre su idea cortijil de la entente empresa-gobierno, en la que nada de lo que hagas tiene consecuencias de ningún tipo (el propietario de Magrudis, que yo sepa, a estas horas estará ya preparándose para comer tranquilamente en su casa).

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Ha dormido tan tranquilo en su casa, sí. Increíble.

Habría que empezar a pensar en las Magrudis de la vida como la norma, no como la excepción. Los que no matan currelas matan al consumidor. Y no, no voy a hacer la postilla de los “empresarios honrados” y las “manzanas podridas”, lo siento. Ya hemos puesto la otra mejilla muchas veces.

He perdido la cuenta de las ocasiones en que he escrito esto pero hasta que no se considere a las empresas y a los empresarios como un problema aquí vamos a estar viviendo de relato y se va a morir gente igual, comiendo o haciendo comida. Los muertos de la carne mechá no eran nadie, igual que los muertos de los desahucios no eran nadie hasta que una exconcejala del PSOE se tiró por la ventana (y meses después, dejados los diez minutillos de alarma social, siguieron siendo nadie). Esos que se llaman provida no fueron a casa del de Magrudis con antorchas para denunciar los asesinatos de fetos de 32 semanas, pero claro, quién quiere molestar a un creador de empleo y riqueza…

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Por qué tu medio de comunicación se está convirtiendo en una empresa de eventos

Hace unas semanas sorprendió a propios y a extraños este viaje a Roma que publicitaba El Mundo como si se en vez de un periódico se tratara de una agencia de viajes. Lo hacía con una página a tamaño completo, pero la cosa no se queda aquí: salseando en la web del periódico vi que este eventillo no era una cosa puntual, sino que, en efecto, hay toda una sección en la web que se llama La Vuelta a El Mundo, y que hay muuuchos viajes más para elegir. Vamos, que sí, que El Mundo, bajo la apariencia de periódico, SÍ se ha convertido en una agencia de viajes. Ahora el quid de la cuestión es saber en qué se han convertido o se van a convertir sus periodistas (y no solo los de El Mundo, ojo). Puede que a dicho viaje se le quiera dar mucha bola como para meter una pedazo plancha de publi, pero la explicación suele ser más mundana: cuando metes publi propia, y a semejante tamaño, es porque no te la han metido los demás.

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Si yo me fuera de viaje con el de la derecha, también pondría la cara del de la izquierda.

La verdad es que el producto este de los viajes está muy bien acabado: une las filias de la línea editorial del periódico (la colonización española, caso de Landaluce, con la que también puedes hacer un viaje de DOCE días), con la deriva de clase de los propios periodistas (no puedes haberte ido a “dar clases a niños” a Latinoamérica, como comenta la interfecta, sin un colchón económico bastante holgado, cualquier currito tiene que ahorrar durante un tiempo majo solo para poder comprarse un pasaje de avión). Vamos, una fusión entre las dos formas de neocolonialismo más “dignificadas»: la cooperación internacional y, ahora, el sector pujante llamado turismo. Una reproducción posmoderna de lo ocurrido hace cinco siglos, pero en el campo del ocio.

La prensa anda mal de dinero (para sueldos, los directivos viven bien)

Y más o menos en esa premisa se sustenta esta transición mierder de los medios a empresa de eventos. Andan endeudados (pero los directivos y los periodistas estrellas -ojo, un redactor que se ha hecho tuitstar NO es un periodista estrella, es un enterao que se ha alargado la jornada laboral sin aumentar el salario- no se han rebajado ningún sueldo), y ven que 1) sus lectores tradicionales de clase media y mediana edad ya pasan de gastarse dinero en información existiendo internet 2) lo de la cartilla y siete millones de cupones para conseguir el albornoz del Real Madrid ha dejado de funcionar en la era Amazon y 3) pueden tirar de los esfuerzos de la plantilla de una manera “distinta”, llamémosle “creativa”: con el arma de doble filo de la, ¡ay! (la verdad es que le íbamos a dedicar un “Brasas del siglo XXI” a este apartado)… MARCA PERSONAL.

¿Y en qué no quiere recortar presupuesto la Españaza wannabe? Pues en ocio y esparcimiento, particularmente en viajes. La sensación que da es que irte cuatro días de turismo cultural con Jorge Bustos no es como ese turismo de borrachera inglés en Benidorm, esos balconings y esas cosas no hispanas. Irse de “turismo cultural” está bien, es respetuoso, no es dañino. Los medios no están haciendo nada que no vaya en la línea que marcan las instituciones con el “turismo digno, sostenible”: llenarnos los sitios de congresistas y académicos que se creen que una señora que gana dos euros por hacerles la habitación cobra más por limpiarles el váter a ellos y que piensan que ellos borrachos y puestos en algún congreso de mierda no son como los ingleses en Dénia (no lo son, son casi peores). Pero vamos, que les pregunten a los venecianos si el “turismo cultural” no es dañino. Ahí, en ese afán de ostentación tan cutrorro es donde entran nuestras propuestas viajeras y congresuales. La SER lleva ya no sé cuántas ediciones de los Congresos del Bienestar, que comparten esta misma estructura: colaboración institucional con Diputaciones, mesas redondas que entremezclan periodistas, colaboradores y algún famoso venido a menos, y por supuesto un paquete turístico a una ciudad mediana (la que te diga la diputación), todo ello aderezado con su poco de coaching -ediciones anteriores de estos congresos han tenido por título que si la vida buena, que si la felicidad…-. Vamos, todo lo que sería el pseudoestablishment unido en un evento con valores 100% siglo XXI. Pero la colaboración público-privada te la explican mejor ellos.

La empresa privada se mete encantada también, claro. El Santander organiza un congreso “””””””feminista”””””””” encantado de la vida y Manuela Carmena va al mismo vestida de rojo también de mil amores, para luego tener una amplia cobertura en las cabeceras de Vocento y Toni Garrido (aka El que va después de mi amiga Pepaweno) presenta un espacio llamado ‘Conduce como piensas’ patrocinado por Toyota mientras que en la SER te hablan del cambio climático pero luego también te hablan de qué bien el plan PIVE y que si el protocolo anticontaminación. Vamos, lo mismo que hacen con las casas de apuestas: anuncios cada tres segundos en Carrusel Deportivo y luego un reportajito sobre la adicción en plan ALARMA MÁXIMA en Hora 25. Para compensar, supongo.

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Sobre todo, gente normal, como tú y como yo. Gente «que inspira».

No quería olvidarme de los medios con pocos recursos cuyos “eventos” más que a la autopromoción se orientan a la recaudación, porque no tienen a Iberdrola y demás de su parte. Recompensas como cenar con Antonio Maestre si pones una cantidad de pasta «importante» en un crowdfunding. La verdad es que hay que tener mucho amor propio para ponerse a uno mismo como recompensa, pero sí que es verdad que los medios pobretones -por ser eso, pobretones-, no tienen mucho más que dar. Así que te tienes que dar tú entero. Lo que toca decidir es si eso es bueno o malo (sí, es malo, Antonio, es malo).

¿Con qué están jugando los propietarios?

Los procesos de concentración de la propiedad de los medios no están jugando con nada que no hayamos comentado ya aquí. Tranquilidad que no vamos a ponernos filosóficos con la incertidumbre de los tiempos líquidos ni la falta de seguridades, que el cupo de artículos al respecto en Internet creo que colapsó algo así como en 2017. Sin embargo, esos servicios que se prestaban gratis (y a veces et amore, era “lógico”) en los tiempos de becario meritorio “pa que vean que tengo la actitú” se han ido extendiendo como una mancha a lo largo de la vida laboral. Tampoco es un juego nuevo en los trabajos: está el convenio colectivo (si has tenido suerte de renovarlo), pero todos sabemos que hay una zona difusa, no cuantificable, en la que hay que hacer algunas cosas que no te apetecen mucho pero tu instinto te dice que mejor que las hagas porque mañana a saber qué pasa. Pero ojo, no todo es tan coercitivo. Esta pasada semana un reportaje sobre el nuevo libro del exdirector de El Mundo David Jiménez extractaba curiosidades como que algunos periodistas económicos obtenían ventajas en sus hipotecas en los buenos tiempos y a una columnista del medio (y de Pepa Daily) no se le ocurre otra cosa que decir que dicha redacción “abnegada” ha sufrido cuatro EREs en cuatro años y que no hay que remover la mierda. Ok. Pero claro, luego “sin periodismo no hay democracia”. Cuando pocas cosas más antidemocráticas hay que las redacciones (quizá los partidos del Real Madrid…). Ni siquiera esas ventajillas más epatantes, más de decir “qué fuerte todo”, más de cabecera de Madrí, son las que más me preocupan. Son mucho peores las interiorizadas. ¿Que te dice la diputación que hay que hacer un suplemento publicitario? Se hace. ¿Que te llaman del gobierno regional para presentar una cosa en rueda de prensa que sabes que es marketing puro y tú tienes un tema propio mucho más interesante entre manos? Se deja todo y se va. En esos casos es que no hay ni margen para la duda. Se hace by default. Y ya está.

Y en estas navega el periodismo patrio de palo y zanahoria (orgulloso de recibir ambos y defendiéndolo como si la prensa no fuera una profesión hipersubvencionada -que tú, amigo becario, curres con un convenio mierder no quiere decir que no lo esté, sino que a ti no te llega el flujo de pasta porque en principio ahora mismo no hace falta comprar a más gente-): es capaz de reconocer sus factores tóxicos en los pasillos mientras se toma un café en un descanso, pero, de cara al exterior, aprieta filas como si no pasara nada y como si no fueran precisamente los redactores de a pie algunos de los perjudicados (por no llamarlos los tontos útiles) de las prácticas cloaquiles que sus jefes deciden. Lo resume mejor Raúl Solís aquí. En fin, la pocilga solo puede confesarse entre compañeros, pero al externo, pase lo que pase, hay que seguir diciéndole que aquí lo que se presta es un servicio social. Supongo que, ante la sangría del paro, autoconvencerse y convencer, no solo de la utilidad, sino de la bondad intrínseca del trabajo de uno es una especie de mecanismo de defensa psicológica (¿pero cómo voy a ser yo malo, si meto más horas que un reloj?).

Y, por volver un poco a los eventos que decíamos arriba, todo esto se da en la época del evento, la tertulia y el periodista orquesta. Por lo menos antes se llamaba periodista orquesta al que te hacía una conexión en directo, te editaba el vídeo, te hacía fotos y era un crack con Photoshop. Ahora es otra cosa: es el que te OPINA en La Sexta Noche, te OPINA en lo de Ferreras farloperas, te escribe un libro y te OPINA en la presentación, te OPINA en Twitter y te OPINA en su podcast. Haciendo carrera por poner cuantos más @loquesea en la bio de Twitter. Podemos llamarlo demanda de marca personal o como queráis. Pero no sé si se ha analizado lo suficiente cómo este giro mercantil captura la subjetividad de esos periodistas, que lo esgrimen como su derecho al trabajo (derecho al trabajo=deber de trabajar). Veo todos los días a periodistas y tertulianos muy “anticapitalistas” cuya ventaja ante otros colegas es su disposición a estar en todos los saraos, cosa que ahora mismo no solo no es anticapitalista, sino que es capitalismo que te corre por las venas. Que a ver, intuitivamente es lo “racional”, si te echan de un lado, tu sobreexposición hace “destacar tu CV sobre el resto”, así, a lo Infojobs premium, pero es que no es bueno ni para el periodismo, ni para la democracia (por seguir con los valores del cacareado eslógan), ni por supuesto para el periodista, que, como los mineros aunque se estuvieran muriendo de silicosis, defenderán la dignidad de su trabajo, porque el trabajo nos hace hacer eso, y cuando en el trabajo no pones solo tus brazos o tus piernas, sino tu persona entera, hay un giro la hostia de jodido. El futuro de la conflictividad laboral serán los juicios por sordera de las dependientas de Bershka y los periodistas damnificados por la marca personal -si se echa un ojo a las redes sociales, algún nombre ya se puede ir dando-, que además, me dice mi intuición cuñada, no están ganando tantísimo dinero ni mucho menos. Y claro, ahí habrá que dilucidar dónde está la responsabilidad empresarial y dónde la individual, y habrá que ver qué se hizo “porque se quiso” y qué era “obligatorio” y “todos lo hacían”. Ay. Al ser algo tan resbaladizo, a lo mejor hay que pensar en ir legislándolo (poner un cupo de horas, o yo qué sé). Pero si yo fuera un sindicato, me andaría alerta.

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Not beautiful: impresiones de una castellanoparlante

Puede ser un plan excelente para finales de septiembre. Toma un autobús fabricado en Goierri Valley y ve a Bermeo Tuna World Capital. Compra un par de cervezas en Izaro Irish Pub y disfruta de las regatas sentado en el muelle. Seguro que en alguna de las traineras hay remeros pertenecientes a BAT Basque Team, y a lo mejor Go Fit Hondarribia gana la regata. Si no te gusta el deporte, cerca está Urdaibai Bird Center. Al caer la tarde puedes ir a Gipuzkoa y, tras cenar en el Basque Culinary Center, puedes darte una vuelta por Donostia, a ver qué encuentras en San Sebastian Region.

Jon Ander de la Hoz, Euskarazko hazia lore erdaretan. Berria, 25 de mayo de 2018 (la traducción es mía).

Como persona hija de emigrantes castellanos, que ha estudiado en castellano y cuyas relaciones personales se desarrollan mayoritariamente en castellano, mi aproximación al euskera, y esto a pesar de haber ido a la guardería en ese idioma, se ha dado de una manera algo casual, impulsada por los acontecimientos, aunque también tengo que decir que vivo en un barrio bastante euskaldun y todo ayuda. Ergo, mi acercamiento al idioma no ha sido una necesidad práctica (tengo que  sacarme el perfil no sé qué para la oposición no sé cuántos), sino casi casi una decisión política con un entorno que me ha llevado en volandas. Mi consumo mediático en castellano ha descendido en picado especialmente tras el 1-O, y ahí estaban los medios en euskera para tener la posibilidad de acercarme al mundo de otra manera. Ya los consumía antes pero ni por asomo en la proporción actual. Una cosa lleva a la otra y sin proponértelo empiezas a moverte en otros parámetros. Tu mundo ya no es ese en el que el programa de Cachitos pone una canción en euskera en señal progre de respeto y diversidad, sino que simplemente la centralidad está en otro sitio. ¿Va a hacer Cachitos un programa con todas las canciones en euskera? ¿Va a formar parte de la normalidad que alguna canción de las galas de OT se cante en euskera? En el caso de RTVE, en vez de aumentar la presencia de “lenguas regionales” a base de desconexiones territoriales como se propone, ¿va a comenzarse a tratar con naturalidad que se hagan declaraciones en gallego, euskera, castellano, valenciano, asturiano… en programas de ámbito estatal? La mayoría sabemos que la respuesta a estas preguntas es que no, es el elefante en la habitación, y por eso vamos caminando hacia otras partes. Así que una ya no está en el centro, está en lo que era la zona complementaria, que tú misma conviertes en cuasi central, al menos en algunos ámbitos.

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¿Os acordáis de las conchas de oro y plata, lo bonitas que eran? Ahora les dan lo que sujeta arriba esta mujer, que parece una manualidad de 3º de Primaria para regalar el día de la madre.

De un tiempo a esta parte y en aras de una supuesta difusión/internacionalización, veo dos tipos de iniciativa que tienen al euskera como protagonista: por un lado, el juego que Jon Ander de la Hoz comenta en el párrafo superior, y que consiste en una difusión de “lo vasco” que se salta el castellano y pasa directamente al inglés (dándose la paradoja de que el euskera se borra en vez de difundirse, véase Donostiako Zinemaldia transformado en SSIFF), y por otro, el uso de las redes sociales para la difusión de curiosidades, no tanto para que se aprenda el idioma (quienes se encargan de estos contenidos no son filólogos ni profesores), sino para que se simpatice con él. Hay quien ha optado por hacer canales para ello y quien se ha apuntado a la viralidad con vídeos e hilos de Twitter.

Empiezo, desde el castellanoparlantismo general, con algunas de mis objeciones. Cualquier idioma está formado por raíces y desinencias, mezcolanzas varias, contagios, adaptaciones, todo tipo de vueltas de tuerca. Con cada idioma se podría hacer un hilo o un vídeo y denominar al idioma bello, bonito, exótico or whatever. La periodista Karmele Jaio nos recuerda que, si en euskera bombero se dice suhiltzaile, o sea, asesino de fuego; en inglés se dice firefighter, esto es, luchador contra el fuego. “¿Y no es esto bonito también?”, se pregunta la escritora. Pues claro. Siempre que el parámetro de validez de un idioma lo quieras poner en la bonitez, por llamarlo de algún modo. Bajo el manto de la divulgación se establece una suerte de competición de poca monta con unos mimbres bastante anglófilos (sí, la coletilla de “and I think that’s beautiful” me da para atrás). Me ha tranquilizado un poco saber que personas de entorno y actividad 100% euskaldun lo ven de la misma manera.

Sin embargo, la normalización, si se quiere la valorización de un idioma, no viene dada por su belleza, por la realización de contenidos que interpelen a quienes no hablen esta lengua, tratando de hacerla deseable en clave de cierta exotización de la misma. No trato de criticar dichos contenidos, solo quiero ponerlos en contexto. La presunta belleza no debería ser causa de legitimidad, mucho menos en el caso de los idiomas. Otra cosa que no estaría de más aclarar es que quienes rechazan las lenguas minorizadas no lo hacen por ignorancia: si les damos un dato nuevo sobre x, no va a servir para acercarse o al menos respetar el idioma. Lo odian porque se puede odiar, porque no tiene consecuencias, porque han doblado muy bien la cuchara de sentirse agredidos cuando se habla otra cosa distinta del castellano (aunque a veces cambien de opinión y no les importe minorizar su castellano porque el inglés es una cosa importantísima para tener mundo. Como dice Griseo, el problema no es El Inglés, el problema son los españoles hablando inglés). Los virales no vienen a llenar un hueco que trate de paliar un desconocimiento y una vez “hecha la luz” llegaría la normalización (o al menos el respeto) idiomática, qué va. Como en el caso de las fake news a cuyos destinatarios les importa tres pares de cojones que sean mentira (y para esos destinatarios se hacen), el permitirse conocer o desconocer una lengua; el permitirse tomar o no como cierto un bulo, viene de una posición propia de poder, de saber que se puede estar por encima de algo o de alguien. (offtopic: ¿para cuándo un Maldito Bulo de los empleos directos e indirectos que se crean -jeje- en España? ¿Para cuándo otro sobre el dinero público que nos cuestan las empresas?).

(no ha sido en Girona)

Y mientras todo esto ocurre, ¿dónde estamos cada uno?

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Qué tiempos aquellos cuando éramos turismófobos.

Pues el Ayuntamiento de Donostia, mi ciudad, ha decidido que es una buena idea hacer rutas y un manual con vocabulario para que los turistas “jueguen” (literal) con el idioma. Repasemos cronología de Ayuntamiento de Donostia con el turismo: 2017: nos llamaban turismófobos. 2018: lanzan una campaña en inglés y francés bajo el título ‘Love San Sebastian, Live Donostia’, en la que se pide respetar a los vecinos (vamos, que reconocen implícitamente que algo de razon teníamos). 2019: como un intento conciliatorio cutre, utilizan el idioma autóctono (indigenizándolo una vez más) para tratar de que nos parezca mejor que nos meen en la calle si saben decir eskerrik asko. Ok. No lo digo yo, no lo dice el Gara, lo dice El Confidencial. Un aditamento como la puta noria de 50 metros que nos han plantado en Alderdi Eder, y que junto con las luces de navidad ha hecho que muchos pasemos de ir al centro para evitar un ataque de epilepsia. Aunque al concejal del ramo le parecía que estábamos salvando vidas.

Por otra parte, Aitzol Elizaran se planteaba en un artículo de opinión: “¿se imagina alguien entrar en un establecimiento y encontrarse un cartelito que dijera “sabemos castellano”? No, ¿verdad?”. No sé si podemos permitirnos dejar algo para “jugar” a nadie cuando nuestra situación real es esa.

¿Y qué pasa cuando, por el contrario, alguien consigue, “mayorizar” la lengua minorizada? Que nos encontramos con un problema análogo al que plantea el turismo, pero por distintos motivos. MTV se trajo sus premios a Bilbao y uno de los grupos que actuaron durante aquel fin de semana en el que muchos movimientos sociales se manifestaban contra este tipo de eventos que redundan en una idea de ciudad-marca era… Berri Txarrak. El grupo explicaba sus razones para actuar en dicho evento de manera sucinta, y su argumento no pecaba de extravagante ni contribuía a la indigenización. Preguntaban directamente qué hacíamos cada uno por el euskera. Si había oportunidades como la de ese fin de semana para decir a nivel mundial “eh, hola, aquí no hablamos, ni creamos, ni vivimos todos en castellano”. La cuestión, en resumidas cuentas, es si se puede asegurar una difusión masiva no exotizante sin hacer uso del engranaje del capitalismo financiarizado en el que vivimos en este minuto, en el caso que nos ocupa, asociado a los macroeventos. El problema, o la bendición si se quiere, de Berri Txarrak, viene derivado del crecimiento inconmensurable que han tenido como banda, y ya sabemos los problemas que puede plantear eso (ya solo puedes crecer por ahí, y decrecer no es una opción). Pocos como ellos están en condiciones de internacionalizar la lengua. Ha sido un debate desde una posición extraña, porque por primera vez parecía que el euskera se situaba en una palestra ganadora. Además, todo esto fue antes de saber que el grupo más internacional que hemos tenido jamás anunciaba un “parón indefinido”. No creo que todo esto haya sido clave para la decisión, pero sí que Urbizu y cía han podido vislumbrar los puntos ciegos de las trayectorias ascendentes con respecto a lo idiomático.

Siempre se habla de la ligazón de uno con la lengua por esos momentos bellos, inolvidables, “lo que nos enseña nuestra madre en el regazo”, con la que dices tu primer te quiero. Para mí es todo lo contrario. El euskera (u otras lenguas minorizadas) no tiene que ser un idioma bonito: tiene que ser un idioma de uso cotidiano que sirva, más que para esos momentos que decíamos arriba, para la banalidad del día a día, diría incluso para lo tedioso. Lo mantendrá vivo esa banalidad: pedir un café, pedir cita para hacerte una histeroscopia, ir al notario, preguntar en el supermercado dónde está la leche, poder hablar con el de la grúa para decirle en qué punto kilométrico se te ha pinchado la rueda del coche… Y sí, venga, también decir te quiero. Puedo hablar más idiomas aparte del castellano, el euskera también es mi idioma no por transmisión familiar, sino porque es el idioma en el que hablo con una parte de la gente a la que quiero; sin embargo, y por mucha fluidez que tenga en otra lengua me resulta imposible enfadarme y jurar en un idioma que no sea el castellano. He ahí lo banal.

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Que lo normal sea usarlo, que no nos parezca bien (es más, que parezca pelín insultante) que el premio para el ganador de un reality de supervivencia en el canal autonómico en euskera sea… participar en un reality de supervivencia en el canal autonómico en castellano. Ponernos en el centro en vez de buscar la complicidad de quien quizá no participaría de ello pero sí miraría a otro lado si nos aniquilan. Abrir espacios nuevos. Usarlo, no como hago yo aquí (razón práctica, que no es excusa, tardo cuatro veces más en escribir en un idioma que no es mi lengua materna). No hagáis lo que yo.

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