Por qué tu medio de comunicación se está convirtiendo en una empresa de eventos
Hace unas semanas sorprendió a propios y a extraños este viaje a Roma que publicitaba El Mundo como si se en vez de un periódico se tratara de una agencia de viajes. Lo hacía con una página a tamaño completo, pero la cosa no se queda aquí: salseando en la web del periódico vi que este eventillo no era una cosa puntual, sino que, en efecto, hay toda una sección en la web que se llama La Vuelta a El Mundo, y que hay muuuchos viajes más para elegir. Vamos, que sí, que El Mundo, bajo la apariencia de periódico, SÍ se ha convertido en una agencia de viajes. Ahora el quid de la cuestión es saber en qué se han convertido o se van a convertir sus periodistas (y no solo los de El Mundo, ojo). Puede que a dicho viaje se le quiera dar mucha bola como para meter una pedazo plancha de publi, pero la explicación suele ser más mundana: cuando metes publi propia, y a semejante tamaño, es porque no te la han metido los demás.
La verdad es que el producto este de los viajes está muy bien acabado: une las filias de la línea editorial del periódico (la colonización española, caso de Landaluce, con la que también puedes hacer un viaje de DOCE días), con la deriva de clase de los propios periodistas (no puedes haberte ido a “dar clases a niños” a Latinoamérica, como comenta la interfecta, sin un colchón económico bastante holgado, cualquier currito tiene que ahorrar durante un tiempo majo solo para poder comprarse un pasaje de avión). Vamos, una fusión entre las dos formas de neocolonialismo más “dignificadas”: la cooperación internacional y, ahora, el sector pujante llamado turismo. Una reproducción posmoderna de lo ocurrido hace cinco siglos, pero en el campo del ocio.
La prensa anda mal de dinero (para sueldos, los directivos viven bien)
Y más o menos en esa premisa se sustenta esta transición mierder de los medios a empresa de eventos. Andan endeudados (pero los directivos y los periodistas estrellas -ojo, un redactor que se ha hecho tuitstar NO es un periodista estrella, es un enterao que se ha alargado la jornada laboral sin aumentar el salario- no se han rebajado ningún sueldo), y ven que 1) sus lectores tradicionales de clase media y mediana edad ya pasan de gastarse dinero en información existiendo internet 2) lo de la cartilla y siete millones de cupones para conseguir el albornoz del Real Madrid ha dejado de funcionar en la era Amazon y 3) pueden tirar de los esfuerzos de la plantilla de una manera “distinta”, llamémosle “creativa”: con el arma de doble filo de la, ¡ay! (la verdad es que le íbamos a dedicar un “Brasas del siglo XXI” a este apartado)… MARCA PERSONAL.
¿Y en qué no quiere recortar presupuesto la Españaza wannabe? Pues en ocio y esparcimiento, particularmente en viajes. La sensación que da es que irte cuatro días de turismo cultural con Jorge Bustos no es como ese turismo de borrachera inglés en Benidorm, esos balconings y esas cosas no hispanas. Irse de “turismo cultural” está bien, es respetuoso, no es dañino. Los medios no están haciendo nada que no vaya en la línea que marcan las instituciones con el “turismo digno, sostenible”: llenarnos los sitios de congresistas y académicos que se creen que una señora que gana dos euros por hacerles la habitación cobra más por limpiarles el váter a ellos y que piensan que ellos borrachos y puestos en algún congreso de mierda no son como los ingleses en Dénia (no lo son, son casi peores). Pero vamos, que les pregunten a los venecianos si el “turismo cultural” no es dañino. Ahí, en ese afán de ostentación tan cutrorro es donde entran nuestras propuestas viajeras y congresuales. La SER lleva ya no sé cuántas ediciones de los Congresos del Bienestar, que comparten esta misma estructura: colaboración institucional con Diputaciones, mesas redondas que entremezclan periodistas, colaboradores y algún famoso venido a menos, y por supuesto un paquete turístico a una ciudad mediana (la que te diga la diputación), todo ello aderezado con su poco de coaching -ediciones anteriores de estos congresos han tenido por título que si la vida buena, que si la felicidad…-. Vamos, todo lo que sería el pseudoestablishment unido en un evento con valores 100% siglo XXI. Pero la colaboración público-privada te la explican mejor ellos.
La empresa privada se mete encantada también, claro. El Santander organiza un congreso “””””””feminista”””””””” encantado de la vida y Manuela Carmena va al mismo vestida de rojo también de mil amores, para luego tener una amplia cobertura en las cabeceras de Vocento y Toni Garrido (aka El que va después de mi amiga Pepaweno) presenta un espacio llamado ‘Conduce como piensas’ patrocinado por Toyota mientras que en la SER te hablan del cambio climático pero luego también te hablan de qué bien el plan PIVE y que si el protocolo anticontaminación. Vamos, lo mismo que hacen con las casas de apuestas: anuncios cada tres segundos en Carrusel Deportivo y luego un reportajito sobre la adicción en plan ALARMA MÁXIMA en Hora 25. Para compensar, supongo.
No quería olvidarme de los medios con pocos recursos cuyos “eventos” más que a la autopromoción se orientan a la recaudación, porque no tienen a Iberdrola y demás de su parte. Recompensas como cenar con Antonio Maestre si pones una cantidad de pasta “importante” en un crowdfunding. La verdad es que hay que tener mucho amor propio para ponerse a uno mismo como recompensa, pero sí que es verdad que los medios pobretones -por ser eso, pobretones-, no tienen mucho más que dar. Así que te tienes que dar tú entero. Lo que toca decidir es si eso es bueno o malo (sí, es malo, Antonio, es malo).
¿Con qué están jugando los propietarios?
Los procesos de concentración de la propiedad de los medios no están jugando con nada que no hayamos comentado ya aquí. Tranquilidad que no vamos a ponernos filosóficos con la incertidumbre de los tiempos líquidos ni la falta de seguridades, que el cupo de artículos al respecto en Internet creo que colapsó algo así como en 2017. Sin embargo, esos servicios que se prestaban gratis (y a veces et amore, era “lógico”) en los tiempos de becario meritorio “pa que vean que tengo la actitú” se han ido extendiendo como una mancha a lo largo de la vida laboral. Tampoco es un juego nuevo en los trabajos: está el convenio colectivo (si has tenido suerte de renovarlo), pero todos sabemos que hay una zona difusa, no cuantificable, en la que hay que hacer algunas cosas que no te apetecen mucho pero tu instinto te dice que mejor que las hagas porque mañana a saber qué pasa. Pero ojo, no todo es tan coercitivo. Esta pasada semana un reportaje sobre el nuevo libro del exdirector de El Mundo David Jiménez extractaba curiosidades como que algunos periodistas económicos obtenían ventajas en sus hipotecas en los buenos tiempos y a una columnista del medio (y de Pepa Daily) no se le ocurre otra cosa que decir que dicha redacción “abnegada” ha sufrido cuatro EREs en cuatro años y que no hay que remover la mierda. Ok. Pero claro, luego “sin periodismo no hay democracia”. Cuando pocas cosas más antidemocráticas hay que las redacciones (quizá los partidos del Real Madrid…). Ni siquiera esas ventajillas más epatantes, más de decir “qué fuerte todo”, más de cabecera de Madrí, son las que más me preocupan. Son mucho peores las interiorizadas. ¿Que te dice la diputación que hay que hacer un suplemento publicitario? Se hace. ¿Que te llaman del gobierno regional para presentar una cosa en rueda de prensa que sabes que es marketing puro y tú tienes un tema propio mucho más interesante entre manos? Se deja todo y se va. En esos casos es que no hay ni margen para la duda. Se hace by default. Y ya está.
Y en estas navega el periodismo patrio de palo y zanahoria (orgulloso de recibir ambos y defendiéndolo como si la prensa no fuera una profesión hipersubvencionada -que tú, amigo becario, curres con un convenio mierder no quiere decir que no lo esté, sino que a ti no te llega el flujo de pasta porque en principio ahora mismo no hace falta comprar a más gente-): es capaz de reconocer sus factores tóxicos en los pasillos mientras se toma un café en un descanso, pero, de cara al exterior, aprieta filas como si no pasara nada y como si no fueran precisamente los redactores de a pie algunos de los perjudicados (por no llamarlos los tontos útiles) de las prácticas cloaquiles que sus jefes deciden. Lo resume mejor Raúl Solís aquí. En fin, la pocilga solo puede confesarse entre compañeros, pero al externo, pase lo que pase, hay que seguir diciéndole que aquí lo que se presta es un servicio social. Supongo que, ante la sangría del paro, autoconvencerse y convencer, no solo de la utilidad, sino de la bondad intrínseca del trabajo de uno es una especie de mecanismo de defensa psicológica (¿pero cómo voy a ser yo malo, si meto más horas que un reloj?).
Y, por volver un poco a los eventos que decíamos arriba, todo esto se da en la época del evento, la tertulia y el periodista orquesta. Por lo menos antes se llamaba periodista orquesta al que te hacía una conexión en directo, te editaba el vídeo, te hacía fotos y era un crack con Photoshop. Ahora es otra cosa: es el que te OPINA en La Sexta Noche, te OPINA en lo de Ferreras farloperas, te escribe un libro y te OPINA en la presentación, te OPINA en Twitter y te OPINA en su podcast. Haciendo carrera por poner cuantos más @loquesea en la bio de Twitter. Podemos llamarlo demanda de marca personal o como queráis. Pero no sé si se ha analizado lo suficiente cómo este giro mercantil captura la subjetividad de esos periodistas, que lo esgrimen como su derecho al trabajo (derecho al trabajo=deber de trabajar). Veo todos los días a periodistas y tertulianos muy “anticapitalistas” cuya ventaja ante otros colegas es su disposición a estar en todos los saraos, cosa que ahora mismo no solo no es anticapitalista, sino que es capitalismo que te corre por las venas. Que a ver, intuitivamente es lo “racional”, si te echan de un lado, tu sobreexposición hace “destacar tu CV sobre el resto”, así, a lo Infojobs premium, pero es que no es bueno ni para el periodismo, ni para la democracia (por seguir con los valores del cacareado eslógan), ni por supuesto para el periodista, que, como los mineros aunque se estuvieran muriendo de silicosis, defenderán la dignidad de su trabajo, porque el trabajo nos hace hacer eso, y cuando en el trabajo no pones solo tus brazos o tus piernas, sino tu persona entera, hay un giro la hostia de jodido. El futuro de la conflictividad laboral serán los juicios por sordera de las dependientas de Bershka y los periodistas damnificados por la marca personal -si se echa un ojo a las redes sociales, algún nombre ya se puede ir dando-, que además, me dice mi intuición cuñada, no están ganando tantísimo dinero ni mucho menos. Y claro, ahí habrá que dilucidar dónde está la responsabilidad empresarial y dónde la individual, y habrá que ver qué se hizo “porque se quiso” y qué era “obligatorio” y “todos lo hacían”. Ay. Al ser algo tan resbaladizo, a lo mejor hay que pensar en ir legislándolo (poner un cupo de horas, o yo qué sé). Pero si yo fuera un sindicato, me andaría alerta.
Quien esté libre de manchas que tire la primera sidra!!
Enserio, gracias por el interesante artículo.