“Tengo que ir retrasando la maternidad porque TENGO precariedad”: PRISA lo vuelve a hacer

El pasado 16 de febrero -sí, este blog no se caracteriza por su inmediatez- estaba yo tranquilamente duchándome cuando de repente los temas de maternidad -un área que no me interesa de primera mano- volvieron a perseguirme, en este caso, en el Hora 25 con Àngels Barceló -mamá, te juro que mañana dejo lo de escuchar la SER, solo el fútbol los findes y porque un amigo es tertuliano en la desconexión local-, de la que no recordaba sus homilías baratas porque a esa hora no solía estar en casa habitualmente. “Otro ídolo empresarial con pies de barro ha caído, y otra vez el dinero y los viajes a Suiza”. Se refería a la trama de Vitaldent (where trama means franquiciados, algo perfectamente legal hasta donde yo sé, que ya cansa el rollo trama y el rollo caso y el rollo escándalo cuando es el modo de trabajo HABITUAL y muchas veces hasta legalmente constituido porque “si no no da dinero”). Una nueva condena a Díaz Ferrán, que encima está como una tapia. ¡Pobrecito! Pero luego saltó al tema de la maternidad tardía, de la INFECUNDIDAD, del DRAMÓN.

El programa empezó con la clásica introducción alarmista-pero-de-sentido-común-a-fuerza-de-tanto-repetirlo-y-de-traer-a-expertos-varios-para-que-tengan-su-cuarto-de-hora-de-gloria-y-les-oiga-su-mujer-en-casa-y-si-no-pues-que-se-escriba-algo-Vargas-Llosa-sobre-un-país-latinoamericano-presto-para-expoliar que suelen hacer los medios del grupo PRISA, que también aplica a otros temas como ¡se acaba la pasta de las pensiones! pero a la vez ¡vamos a vivir una crisis demográfica! Y da mucho miedito salir de casa, pero son siempre miedos FUNDAOS. Toma heredada la temática sobre “mujeres que no pueden cumplir el sueño de acunar a su bebé” que publicaba el diario que de lo único de lo que es independiente es de la mañana, también conocido como El País y que tan bien deconstruyó nuestra Adrastea aquí. “Esta generación es la más infecunda de la historia”, presentaba el tema Ánchels -como contrapartida a la “generación más preparada” o algo así-. Hay que ver, que ni curráis, ni tenéis hijos ni nada. ¿CACÉIS? “Algunas RENUNCIAN por decisión propia y otras por cuestiones médicas”. No soy una experta en filosofía del lenguaje, pero así a priori, las renuncias que he conocido por decisión propia precisamente no suelen ser.

Bueno, la cosa empezó más o menos bien: un par de testimonios de mujeres ya casi en los 40, una que no había querido tener hijos nunca y otra que lo había ido retrasando pero luego que si esto que si lo otro pues que al final nada pero que no lo vivía como un drama, se considera que ha sido la primera generación que ha podido elegir y etc. Entonces ahí interviene Ánchels, con toda la buena intención, para preguntarle a la primera que por qué no lo ha deseado. No sé, imagínate que te preguntan por qué desayunas por la mañana: pues esto es un poco igual. No sé, si puedes contestar a un por qué no con un y por qué sí y viceversa, la pregunta suele ser un poco mierda. Sin acritud.

Luego pasan al primer experto -no me voy a oír el audio otra vez para saber su cualificación exacta, que para lo que nos atañe es irrelevante-, y ahí ya mete mano diciendo que eso de la infecundidad deseada no es muy común, que es el 5% según los estudios, pero que no se puede saber muy bien porque todos tendemos a pensar que en el pasado hemos tomado las mejores decisiones -obviamente, si no, imagino que nos suicidaríamos-. Luego aquí entraría en juego un tema bastante tocho -sobre el que si alguien tiene algún tipo de bibliografía estaré encantada de que me la haga llegar- de cuándo podemos considerar realmente que una decisión la hemos tomado nosotros, hasta qué porcentaje es nuestra decisión y a partir de qué porcentaje lo ajeno hace que la decisión no pueda considerarse enteramente nuestra, un tema recurrente de este blog por otra parte. Después viene lo típico: cuando la simetría de roles es mayor en el hogar, parece que la peña está más dispuesta a fecundar. Tú ya te repartes bien lo de la casa y todo OK. La empresa, qué raro, no se toca.

Entran llamadas de los oyentes. Una cuenta que decidió que “en cuanto consolidara su situación laboral” tener un crío. Me gusto mucho lo de “consolidar tu situación laboral”, es un artefacto parecido a lo de la “empleabilidad”. Subyace que el sujeto paciente tiene cierta agencia sobre una serie de circunstancias que no es que no controle, es que muchas de ellas ni las conoce -por ejemplo, no conocemos las cuentas de nuestras empresas, sus hipotecas, sus compromisos… Nuestra vida en estos lares se rige en mucha medida por conformarnos con no saber, de hecho se premia el mirar a otro lado-. Pero bueno, la mujer consolidó, consolidó, pero ya era un poco tarde, y fue a ver a especialistas, y lo intentaba ahí con el marido y no había manera hasta que llegó el verano, se olvidaron del tema su marido y ella, se relajaron y cuando volvieron las vacaciones pues resulta que estaba embarazada. Y entonces habla otra experta que dice que esto es normal, que el “estrés” influye en la fecundidad, pero se habla someramente de una especie de “estrés por tener prisa” en tener al niño, no de otros “estreses”, me imagino que ya sabéis por dónde voy -asociados a tu contrato, por ejemplo-. El escenario “estar estresado por otros factores que no controlas a propósito de tu trabajo” tampoco: no se contempla. Es un tipo de estrés concreto el que produce la infecundidad, parece.

Y es en este punto del programa cuando viene esa frase de Ánchels que me puto sulibeya. La experta hace una primera aproximación con el lenguaje típico de “un blindaje gubernamental para preservar el derecho de las mujeres a ser madres -lo de la maternidad y el trabajo como derechos yo no lo termino de ver, que parece que estés pidiendo algo; pero eso ya para otro día- y que sea compatible con el trabajo”. Tonces Ánchels suelta: “Claro, es que ¿qué alternativas tiene una mujer que diga tengo que ir retrasando la maternidad porque TENGO precariedad?”. Y nada, luego la experta de turno empieza a hablar de donantes, ovocitos, congelaciones y (agarrarse aquí) la necesidad de dar CHARLAS (¡todo se arregla con charlas, protocolos, transparencia, participación ciudadana y cursos del INEM!) en los colegios y universidades para que la gente tenga los hijos antes. ¡Charlas! Lo malo de ponerme a escuchar la SER es la sensación constante de que se están descojonando en tu cara, la verdad… Por supuesto el tema ovocitos y congelaciones varias, por la privada. ¡Que tu desgracia sirva para que alguien se lucre, mujer, faltaría más!

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“No puedo salir hoy porque tengo precariedad y gripe”

O sea, no es por la pasta, no es por follar, no es por la fama ni las ganas de fastidiar, ni porque la precariedad sea un efecto buscado y blindadísimo -la legislación no blinda al currela, blinda el grado de puteamiento y lo amplía de forma pertinaz porque poh en el paro ehtaríah peor- administrativa y legislativamente, tan blindada está que constituye nuestra ventaja competitiva; no es que el espacio de impunidad empresarial sea como Maracaná de grande. No, o sea, en una sola frase, “tengo precariedad”, la tía va y consigue dos cosas de un plumazo. La primera, la habitual cada vez que hablamos de trabajo: la desaparición del complemento agente, pero la segunda ya es la orgásmica consecución de que la precariedad -y la línea editorial de este blog siempre ha sido que TODO el empleo es precario puesto que no hay control ni sobre la producción ni sobre las circunstancias en que se hace, ni sobre para quién se trabaja, mucho menos sobre la distribución y el desempleo aparece como línea por abajo de chantaje- es una especie de enfermedad, un marrón personal, tener precariedad como quien tiene ladillas, treintaysiete y medio de fiebre, un resacón de la hostia o una mierda que me ha encalomado Ramírez el del departamento de ventas.

Por supuesto, el tema de “problema individualizado” tampoco es nuevo, pero realmente me encantó el combo, conseguir las dos cosas que digo arriba (tu problema+no hay culpables) de una tacada tan breve. Y aquí ya introduzco lo que me interesa: la discusión sobre el umbral de tolerancia y sobre nuestra capacidad de intervención. Todo el enfoque del programa se centra en pensar que el mercado laboral merece retoques mínimos (y basta con que se hable de ellos para que parezca que se hace algo, pero hablar no es hacer), es una especie de selva virgen a preservar tal y como está -¡hay que crear empleo!-, y que si queremos cambios, estos deben  pasar por nuestro cuerpo. Una intervención en el cuerpo de las personas (un donante, un aborto, una congelación de óvulos, un vientre de alquiler) aparece como más deseable que un cambio legislativo, y además hablamos de procesos con los que clínicas privadas se lucran. Lo cultural emerge como natural  y lo natural -la edad de tener un hijo- como alargable hasta la extenuación a demanda de la empresa, con el riesgo que conlleva tanto para madres como para hijos. Por no hablar de esas posibilidades que te dan las empresas, que en realidad no son posibilidades sino que son prescripciones.

Me recordó mucho a algo que leí en Dónde está mi tribu, de Carolina del Olmo, que habla del auge de cosas como la crianza natural como una especie de parche, de premio de consolación, de control de daños ante la imposibilidad de vivir la maternidad de otra manera ahora que estamos encajonados en nuestros pisos, metidos en nuestros curros y es difícil echar mano de redes sociales amplias -y no, una guardería abierta 12 horas diarias no es una red social amplia-, y que por supuesto acaba fagocitada no como nada revolucionario, sino como una mera tendencia de consumo, una manera de vender portabebés de tela: me busco la solución personal porque por otros cauces no hay nada que hacer. Y por supuesto esto es razonable, puesto que la única intención de actuación que hemos visto atañe siempre al tema recurrente de las guarderías y de los permisos. Te sientas cinco minutos o se lo explicas a un crío y ve claramente que liberar a una mujer tiempo para amamantar a una criatura, el hecho de que tenga esa potestad, es una cosa propia de campo de concentración, así que no, igual es verdad que desde las instituciones NO se puede, precisamente porque el umbral de tolerancia con los reinos de taifas-empresas son altísimos y nadie tiene ninguna intención de hacer que no lo sean, mucho menos ningún legislador. Y a esa gente estáis fiando la recuperación. ¿Recuperar el qué?

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Y es justo al final del programa cuando se pasa más bien rapidito por un par de intervenciones que abordan lo anterior, pero eso, se despachan rápido: una oyente que tuvo a su hija con 35 años y ahora su hija tiene 10 años y dice que ojalá la hubiera tenido antes, que ahora la niña le agota, que ya tiene una edad (se conoce que a esta mujer no le dieron la charla esa de arriba, el tema de que trabajara en un bingo y hubiera días en que salía a las cuatro de la mañana seguramente no tenía nada que ver); y una trabajadora social diciendo que en su curro le sorprendían las altísimas cifras de mujeres que queriendo tener el hijo, habían de abortar por “las circunstancias” (TM) again, no hay actores. Ya aprovecho este último particular para decirles a quienes se manifiestan frente a clínicas de interrupción del embarazo que yo que vosotros, si os preocupa la vida de verdad y en un sentido amplio, me montaba la mani en la puerta de la sede de la CEOE.

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“Si esperáis demasiado acunaréis un Yorkshire”. No sé, tampoco tan mala pinta, ¿no?

Ya como autoparodia máxima, resulta que en el Hora 25 hacen una movida diaria de un cuarto de hora llamada ESTARTAPEANDO en la que entrepreneurs varios te hablan de su start-up (de verdad que he tenido que rascarme después de escribir estas dos líneas). Pues nada, justo ese día el invitado era un pabo que había montao una start-up de calcetines, entonces va Ánchels y le pregunta cuáles son las principales dificultades que ha encontrado en su negocio, y va el tío y suelta que en España no hay “cultura del calcetín”. Con dos cojones.

Madre mía Ánchels, el dinero negro y los viajes a Suiza. Madre mía Ánchels Díaz Ferrán en la trena y madre mía Ánchels los calcetines. Por relacionarlo todo con la parte central de esta HORA 25 DEL INFIERNO que me tragué casi sin pestañear, a lo mejor la infecundidad tiene algo que ver con trabajar para los del dinero negro y los viajes a Suiza, o con trabajar para el de meter más horas por menos dinero; o incluso con que tu jefe sea una pyme entrañable con un señor obsesionado con los calcetines que a lo mejor no te paga porque dice que está empezando. No son catarros, Ánchels, son personas jodiendo a otras personas, y siendo vuestros anunciantes, que no esperaba nada rompedor de la radio que instauró el ERE de becarios, pero es que ya lo vuestro es un puto insulto diario. Estamos muy cansados de que lo único tipificado como problema sea “la falta de apoyos para seguir trabajando y siendo madre a la vez”, y no el trabajo mismo, claro que no esperamos menos de quienes constituyen su identidad, autoridad y ventajas en ser expertos en tal y cual y tener su tribunilla de mierda para disertar. A lo mejor esta historia del reloj biológico es a las mujeres lo que el prestigio de las instituciones a los politólogos y lo que el espíritu de Juanito al Real Madrid: N-A-D-A: no ecsiste y encima sirve para justificar mierdas de todo pelaje. 

A vosotras, qué deciros: pues que construyáis terceras vías, que no apoyéis la misantropía, que habemos gente en vuestro entorno cercano que sin querer tener hijos de primera mano sí echamos de menos el contacto con niños en este mundo de infancias privatizadas y que es un aspecto en el que se puede trabajar; que ante el vaso comunicante trabajo-maternidad (te damos excedencia si tienes un crío/si no tienes crío tienes que aspirar a ser directiva, como si no hubiera namás en la vida), está la opción muy sana de no hacer nada, y que como explica June Fernández , a lo mejor ese sueño, ese deseo -en realidad esa orden- la impone el sistema productivo, el mismo que privatiza la familia y nos impide a los solteros tener un contacto habitual con niños -soy hija única, no tengo sobrinos- y consigue a su vez que las madres cumplan su “sueño”, incluso como decía, con intervenciones corporales de toda índole; pero al precio de sentirse tremendamente solas y sin que nadie desde instancias políticas vaya a mover un dedo para que no sigan secuestradas en sus empresas o con miedo de irse a la calle. Con miedo de una cosa y de la contraria. Eso no es vivir.

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