Libertad para ser explotado

Buscar por tanto, en la civilización del bien, cuanto atente contra la libertad de explotación,  y hacerlo durar, y darle espacio. Porque Italo Calvino sí ha advertido que la actuación más común consiste en aceptar este fingido paraíso hasta el punto de no verlo ya. Hasta el punto de no ver qué lo sustenta. Y así ocurre que ni siquiera la inadmisible libertad de explotar a los hombres nos llama la atención, y ocurre que hay otra libertad igual de inadmisible si cabe y no la combatimos, y aún la deseamos, y la llamamos buena: es la libertad de ser explotado, la única libertad que conocemos, la única que nos da señas de identidad, la libertad en cuya defensa lucharíamos contra las fuerzas del mal que quisieran privarnos de ella. ¿Quién alzará su voz, quién dirá: no quiero que nadie compre mi vida, no quiero que nadie pague un sueldo por mi vida, que nadie trate mi vida como a una mina y extraiga el mineral de su jornada y la abandone al fin, con sesenta y cinco años, sin luz en los ojos, con la energía en declive porque la vampirizaron otros? Pero el beneficio se encarga de producir como algo connatural a su existencia el paro, y con él, la casi absoluta imposibilidad de que este discurso, aunque se pronuncie, llegue realmente a oírse. Ni siquiera a través de un personaje de una novela me atrevería yo a esgrimirlo como el de un ángel vengador. Ni mucho menos lo pondría en boca de algún líder de un partido de izquierdas, de un sindicato de izquierdas; todos ellos reclaman ahora trabajos dignos, la libertad de ser dignamente explotados, eso reclamamos en la civilización del bien.

Belén Gopegui, Ser Infierno. Conferencia impartida en el Instituto Cervantes de Milán; texto publicado en el número 0 de la revista Cervantes, marzo de 2001

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