880.000 héroes sin capa entre nosotros: un recorrido histórico por el absentismo laboral

Es desconocida para nuestras autoridades médicas, aunque nuestros hacendados y capataces conocen bien su síntoma diagnóstico, el absentismo del trabajo […]. Para observar esta enfermedad, que hasta hoy en día no ha sido clasificada en la larga lista de males a los que está sometido el hombre, se hace necesario un nuevo término que la describa. En la mayoría de los casos, la causa que induce al negro a evadirse del servicio es tanto una enfermedad de la mente como otras especies de alienación mental, y mucho más curable por regla general. Con las ventajas de un consejo médico adecuado, si se sigue estrictamente, este comportamiento problemático de escaparse que presentan muchos negros puede prevenirse por completo, aunque los esclavos se hallen en las fronteras de un estado libre, a un tiro de piedra de los abolicionistas…

Este párrafo corresponde a un maravilloso PÉIPER (Diseases and Peculiarities of the Negro Race) publicado en un JOURNAL DE PRESTIGIO (The New Orleans Medical and Surgical Journal 1851: 691–715) por el psicólogo (cuidado con ellos) estadounidense Samuel A. Cartwright, que en el siglo XIX se sacó de la manga una enfermedad mental llamada drapetomanía, descrita como unas injustificadas ansias de libertad y tendencia a darse a la fuga de ciertos esclavos negros.

Quien lea asiduamente DeC sabe que uno de los dogmas con los que se trabajan en esta casa es que el “mercado de trabajo” ™ ha podido variar en: la deslocalización industrial, lo que le corresponde a cada país producir, la envergadura de ese mercado, los tipos de contratación, la formación requerida, el grado de redistribución de la riqueza (por parte además de quien no la crea, pero que simplemente reparte) que procura, la automatización y cualquier otra cosa que se te ocurra; pero como demuestra el párrafo anterior, las bases “antropológicas” del tema currar no se han modificado demasiado: vas cambiando los envoltorios y suele ser suficiente. Y con los envoltorios también me refiero a las disposiciones legales en las que encajas dichas labores. Veamos otro párrafo del chavea –el párrafo de remedios para curar la drapetomanía-:

Si son tratados con amabilidad, bien alimentados y vestidos, con suficiente leña para mantener ardiendo toda la noche un pequeño fuego -separados por familias, cada familia teniendo su propia casa -no permitiéndoles correr de noche para visitar a sus vecinos, recibir visitas o beber licores embriagantes, sin hacerlos trabajar en exceso ni exponerlos demasiado a la intemperie, ellos son fácilmente controlados-más que otros pueblos en el mundo. Si cualquiera o varios de ellos, en cualquier momento, están inclinados a levantar sus cabezas al mismo nivel que su dueño, o capataz, la humanidad y su propio bien precisan que sean castigados hasta que caigan en el estado de sumisión que les fue destinado ocupar -y a “pelear por tus derechos”, makina (esto es mío)-. Ellos solamente deben ser mantenidos en ese estado, y tratados como niños para prevenir y curarlos de la fuga.

Oh, vaya, las primeras líneas parecen incluso un protoestado del Bienestar, como cuando Franco “hizo la Seguridad Social” ™ y casas en antiguos barrios chabolistas, no porque creyera mucho en los derechos de nadie, sino para comprar paz social y, de paso, animar un poquillo al sector inmobiliario: la misma razón por la que te sacas de la manga unos Juegos Olímpicos, para asear un poco la cosa. Vamos, lo de siempre: tú crees que te dan “derechos” y “dignidad” y ellos simplemente reconvierten las formas de usar el palo y la zanahoria. Porque siguen teniendo el palo y la zanahoria, que es LA MOBIDA. Y lo peor es que nadie tiene demasiada intención de quitárselos.

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Oficina joven, dinámica y con ambiente internacional. ¿Tú que harías? Yo me ausentaría

Pero vayamos un poquito más atrás todavía. Marco Sidonio Falco (un personaje creado por por el profesor de Estudios Clásicos Jerry Toner, como modo de traernos a la actualidad el romano medio) nos enseña en la obra Cómo manejar a tus esclavos (aquí un señor que trabaja en temas de liderazgo diciendo lo útil que es el libro) que también en esta época se manejaba el palo y la zanahoria. Igual que en el XIX estadounidense, igual que ahora. Pueden cambiar la sociedad y el envoltorio, o el lenguaje. Pero un manual actual de RRHH, con un léxico quizá más acaramelado, no dice algo muy distinto de esto:

El palo:

En el campo, los esclavos te dirán que han sembrado más semillas de las que en realidad han utilizado. Te robarán las reservas del granero para suplementar sus raciones; amañarán los libros de cuentas para demostrarte que la cosecha no ha sido tan abundante como te imaginabas y venderán el exceso en el mercado del pueblo. O se tomarán su tiempo para hacer cualquier cosa, irán tan tranquilos que el trabajo que debería llevarse a cabo en un par de horas se prolongará el día entero. Y cuando tú te quejes, te jurarán por todos los dioses que era un trabajo mucho más complicado de lo que te imaginabas y que han hecho todo lo que han podido. Y si no te andas con cuidado, te creerás sus mentiras y, sin que te des ni cuenta, todas las tareas de la granja consumirán el doble de tiempo de lo que debían consumir. Los esclavos funcionan así. Fuerzan constantemente los límites para ver si se pueden salir con la suya.

Y la zanahoria:

Creo que tratar a los esclavos con cierta generosidad de espíritu es beneficioso. Muéstrate siempre educado con ellos si te trabajan bien. Evidentemente, nunca les permitas insolencias ni les concedas rienda suelta para expresar su libre opinión. Pero cuando ocupen puestos de autoridad, trátalos con respeto. Como ya te he mencionado, yo los consulto, solicito su opinión e incluso su consejo en asuntos que puedan conocer mejor que yo. Los esclavos responden bien si se los trata de esta manera y desempeñan su trabajo con mayor entusiasmo. Aplico incluso esta estrategia a aquellos que han recibido el castigo de pasar una temporada atados con cadenas en el calabozo. Los visito y verifico que estén encadenados, pero también les pregunto si consideran que han sido tratados de forma injusta.

Y ahora, al revés, un flashforward para volver a la historia relativamente reciente. En Los obreros contra el trabajo, una obra de Michael Seidman que dirime las diferencias entre la actividad obrera en Francia y España en el período 1936-1939, hace hincapié en cómo abordaban hombres y mujeres el boicot al trabajo en el caso español: mientras se mostraban más reacias a las huelgas por la necesidad de ingresos, lo que hacían las mujeres era boicotear la producción desde el interior empezando por identificarse cero con lo que hacían:

Algunos de sus métodos, como el absentismo y la disminución del rendimiento, eran semejantes a las de sus colegas masculinos. Otros, como el cotilleo y las reivindicaciones de baja biológicamente determinadas, constituían formas propias y particulares de lucha. Las mujeres se identificaban menos con su lugar de trabajo debido al carácter temporal y no cualificado de sus empleos, a unos salarios más bajos y a sus responsabilidades familiares. Su relativo rechazo de la participación organizativa e ideológica (tradicionales varas de medir de la conflictividad), no significa en modo alguno que fuesen menos conscientes que los varones. Si se considera como vara de medir de la conciencia de clase la huida del lugar de trabajo en lugar de la militancia partidista o sindical, entonces la exigua identificación de muchas mujeres con su papel de productoras podría llevarnos a la conclusión de que las mujeres formaron parte de la auténtica vanguardia y representaron la verdadera conciencia de la clase trabajadora.

Pero vengámonos al día de hoy. Como muchos fieles de este observatorio punki del (des)empleo sabréis, el pasado lunes El Mundo estimó, currela arriba, currela abajo con una infografía muy cuidada #datos, que 880.000 héroes de la clase obrera no van a trabajar ni un día al año. Nos da mucha pena que la perspectiva de contestación izquierdista a este tipo de titulares sea siempre la misma: intentar hacer ver que no somos unos putos vagos, que nos echamos el país a la espalda, que “esto lo arreglamos entre todos” (os acordáis), etc. qué más quieren las patronales que que les hagamos ver que tenemos ganas de trabajar. Pues no: el que esté enfermo que se coja la baja, y el que esté harto, que se coja la baja también. En la Fiat de Nanni Ballestrini, cogerse la baja era un agregado de acciones individuales que terminaba en acción colectiva.

Hay una parte muy tierna en la información gráfica de la propia pieza, cuando dice “(Del) 17,49% de los trabajadores que cogen alguna baja por contingencia común a lo largo del año, (el) 5,59% reincide con más procesos anuales, ACAPARANDO el 15,79% de las bajas”. A ver. ACAPARANDO. No es ni la quinta parte del total. Se acapara un 70 o un 80%, un 15,59% COMO MUCHO “supone” o algo así.

Los 880.000 drapetomaníacos del Estado español tienen también su Cartwright, que son precisamente la fuente del pestiño este de El Mundo: LAS MUTUAS. Mientras se infiltran en la 100CIA subvencionando estudios sobre absentismo laboral (que luego sirven para dar titulares de prensa), como bien explican los amigos de CGT Bizkaia en su Guía de Defensa frente a las Mutuas, básicamente asumen una transferencia de rentas por parte del sector público hacia el sector privado (lo que hace que el primero -su sistema de salud- asuma sobrecostes, y no pequeños, derivados de que las segundas determinen que son enfermedades comunes cosas que en realidad son enfermedad laboral. Hasta un 70% de las enfermedades laborales son tipificadas como contingencias comunes). Ya hablamos también en su día de la muerte como signo de recuperación económica (se muere más gente de camino a currar, la economía tira, yujú), o de qué demonios estamos pidiendo cuando decimos que una empresa no se vaya de Euskadi y estamos dispuestos a meter las horas que haga falta para que no lo haga, sabiendo que esa empresa es foco de muertes en el territorio; y no solo de muertes directas de los empleados. Es noticia de esta semana también que solo la mitad de personas que litigan para que se les reconozca la asbestosis como enfermedad laboral sobrevive al fallo.

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Así que dado que el trabajo de las mutuas es más bien decir que gente que está enferma en realidad no lo está, o al menos que no lo está por causa laboral;  no es que tengamos 880.000 héroes sin capa no yendo a currar ni un día al año, es que deberíamos tener muchos más. Y, en todo caso hagamos un par de operaciones más. ¿A cuántos “empleados ausentados” equivaldría lo siguiente?

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Y luego, esto otro, ¿cómo nos lo cobramos? Porque no vamos a quedarnos de brazos cruzados…

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Lo de siempre: no es que sea injusto, es que es irracional. No es solo que los 880.000 héroes sin capa no son unos jetas (o algunos sí, y brindamos por ello); sino que la que fuerza los límites siempre es la empresa, porque su figura legal está exactamente pensada para ello. La narrativa patronal sobre las bajas es exactamente la misma a lo largo de la historia, la que vemos en entes ‘científicos’ como las mutuas pero desplegada por psicólogos o por las clases altas, como en los textos arriba indicados: si ahora hay más absentismo es porque estos cabrones están más confiados en el puesto de trabajo, así que hay que jugar con que no estén muy cómodos, pero tampoco hacer que estén desesperados y se te rebelen. No estás allí para ‘desplegar tus habilidades’: estás allí para que ellos ganen dinero. Te necesitan ellos a ti más que a la inversa.

Pues parece que sí, que la patronal  -y sus entes @cienteficos asociados- entienden muy bien que la nuestra es una relación de tensión, no de colaboración (ni debería serlo) mientras en toda la formación laboral se nos enseña que “les tenemos que gustar”. A mí se me caía el alma cuando se dice que ‘el astillero x es productivo’ y lo dicen los trabajadores, asumiendo un relato patronal porque en 30 años no hemos dibujado nada para salir de ese callejón. Ya sé que el absentismo no es ninguna muestra de organización, pero sí que es un síntoma. Si Marco Sidonio Falco tenía claro que los esclavos forzaban los límites -y hacían bien-, ¿qué impide que los forcemos nosotros sin ningún tipo de apuro? Además, ¿y si el agregado de ausencias, dan igual las razones, nos es útil al fin y al cabo? ¿Qué hacer para que lo sea? No vivimos en una época en la que la presión sindical pase por su mejor momento, así que plantear este tipo de iniciativas se esté o no enfermo (recordemos, lo que dictamine la mutua da lo mismo) es absolutamente loable. Volviendo al tema muertes y enfermedades, antes de que venga el típico gracioso a decirnos que Marijose de RRHH que se va a las 10.30 a tomar un café y no vuelve a las 11.30 -quédate hasta las 12, Marijose- con una bolsa de Zara y que qué jeta, que cómo puede compararse esto con un señor que se cae del andamio si le pasa algo, recordamos que como buen país de sector terciario, van repuntando el número de muertes por infarto -y eso los infartos que se consideran accidente laboral, porque ahí están las mutuas para deslaboralizarlos, claro- para bajar la tradicional “muerte gloriosa, digna, heróica” del gas grisú y el tajo monumental con una máquina. El sol y playa, amigas.

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Y bueno, que el absentismo laboral también sirve para otra cosa muy sencilla: mantenernos con vida. 509 también es el número de asesinados en USA por la Policía en la primera mitad de 2016 (un país con 300 millones de habitantes). Vamos, que es una causa que da para hacer un telemaratón.

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Es que es lo que faltaba: que aparte de que haya que ir a trabajar haya que hacerlo de buena gana o al menos demostrar que así es. El lenguaje de la mutua resultará a nuestros nietos tan extravagante y pernicioso como nos resulta ahora el de Cartwright con respecto a la drapetomanía de los negros. Básicamente porque el mercado laboral ha fracasado y, si no asumimos su lenguaje, estamos condenados a ganar.

Bonus: Post sobre absentismo desde un punto de vista médico (y como subyace la centralidad -vamos, el chantaje- del trabajo para el acceso a prestaciones sanitarias).

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