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Como sabréis, llevo unos días en Irlanda. – Vamos a ver, Naiara. ¿Por qué cojones iban a saber que estás en Irlanda si no se lo has dicho hasta ahora? – Ah, es verdad.

Bueno, pues estoy en Irlanda y ya está toda la NACIÓN TINEIYER como TODOS LOS AÑOS QUE LLEVO VINIENDO AQUÍ A PONER CAFELITOS EN VERANO alteradísima con el Leaving Cert, que es un poco como la Selectividad de Eire. Este año he venido mucho antes que los anteriores, en los que cuando llegaba los chavales o bien acababan de hacer el examen o estaban en proceso de espera para conocer su calificación, que les llega si mal no recuerdo a mediados de agosto (me han explicado cinco o seis veces el sistema de puntuación y no es que no lo entienda –que tampoco-, es que es TAN COMPLICADO, yo creo que más que el propio examen, que soy incapaz de reproducirlo aquí. Al que le interese, San Google).

Una de las chicas que está conmigo trabajando los fines de semana (17 años) tiene que hacer la prueba dentro de mes y algo, y se me ocurrió preguntarle si este examen lo hacía todo el mundo -inciso: hablamos de un entorno rural en el que incluso la gente que sigue en el colegio tiene algún trabajo de fin de semana en hostelería aunque sea planchando manteles, en pesca o en el campo-, o sólo aquellos que quieren ir a la universidad. Y su respuesta se me pareció mucho a España: de los que continúan en el sistema educativo a esa edad lo hace un porcentaje bastante alto. Y de los que lo hacen, la gran mayoría acaba en la universidad, aunque dado el sistema de puntuación, aquí lo que se busca más bien es acceder a tu centro de preferencia, bien por proximidad a tu domicilio o bien porque se considera que es la mejor en tu especialidad –por supuesto, están los típicos subnormales, mucho más los padres que los hijos, que no les da la nota para Dublín siendo de Dublín y se piran a Limerick cuatro años para no perder uno intentando mejorar su nota-. Y sí, antes de que a alguien se le cortocircuite la mente voy a hablar de un modo TREMENDA, INFINITA Y DENODADAMENTE CULTURALISTA para intentar contrarrestar esta moda en la que todo ha de ser aséptico, analítico, científico y es guay parecer una máquina de tabaco en vez de una persona. Por eso y porque no sé hacerlo de otra manera. Así que podéis parar de leer aquí.

El caso es que por unas cosas o por otras llevo ya cuatro años escuchando hablar del Leaving Cert, y la mayor diferencia que encuentro con ‘ese gran país’ ™ es toda la parafernalia, industria, etc. que se articula en torno a él como rito de paso, celebración familiar, etapa vital, etc. También el tratamiento muy ‘medicalizado’ del asunto. No es raro que se hable de ataques de pánico, técnicas de relajación, teléfonos de emergencia PAPORSI, y sin irnos de madre puedo hasta entenderlo en un país con problemas de dependencias y suicidios más agudos que en el nuestro. En todo caso, el escenario en que los chavales hacen el examen me parece tremendamente distinto al cual tenemos –o teníamos- nosotros.

Para empezar –recordemos, queda más de un mes para el examen y estoy viendo ya que ME VAN A DAR EL MES-, este fin de semana el suplemento ‘Living’ del Sunday Independent venía con 19 (DIECINUEVE) páginas agrupadas bajo el título ‘Secrets of the Leaving Cert’. Yo creo que el suplemento no deja sin abordar ninguna perspectiva: los recuerdos que guardan de aquella bonita época algunas celebridades, cómo concentrarte mientras estudias, consejos para los padres, MUCHAS FOTOS DE FAMOSOS, POR LO QUE SEA; gente que ha conseguido éxito profesional sin haber logrado grandes notas en el examen (salen Bob Geldof, Ronan Keating o John Waters –estas dos páginas son una especie de ‘no pasa nada’, pero ojo,  EL RITO SIGUE AHÍ, aunque sea para que lo hicieras mal), la posibilidad de cambiarlo por otro tipo de evaluación, OPINADORES, reflexiones generales sobre educación, presión sobre los alumnos, etc.

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Ésta es otra. Que encima de todo lo chungo que es el examen luego salen en prensa sólo LAS GUAPAS.

Ya transcribimos en otro post lo que dice Minchinela con respecto a la aparición o no de los jóvenes en los medios de comunicación. Esto de arriba da una idea de la importancia no sólo académica sino social del examen/evento. En fin, que el medio se hace eco de esto TAN RELEVANTE Y DECISIVO PARA TU FUTURO PERO QUE SI LO HACES MAL TAMPOCO PASA NADA, PERO VAMOS, QUE MEJOR QUE LO HAGAS y el chaval de 17 años lleno de incertidumbres y granos ve que si un periódico dedica 19 (DIECINUEVE) páginas de su edición dominical es porque si eres joven, es ahí donde tienes que estar, y de este bonito modo más tus padres dando por culo en casa, estandarizaremos el estrés y esta suerte de circuncisión académica generación tras generación. Todas las conversaciones de sus amigos girarán en torno a tan ardua prueba. Si no la haces, de un modo o de otro, más allá del resultado que logres, estarás excluido.  O peor, puede que salgas en los medios, pero si no estás en la autopista hacia la Universidad seguramente será por razones de las que tu familia no se sienta precisamente orgullosa. En definitiva: es de esa clase de examen en el que más que el resultado, lo que te definirá –o así creo que se ve a los 17 años- para los restos es el hecho de haberlo realizado o no. Porque habrá regalos, porque habrá celebración familiar y porque te comprarás un vestido muy bonito en New Look para salir a cenar. ¿Cómo cojones le vas a pedir a un chaval que ponga en perspectiva algo así si le dedicas 19 (DIECINUEVE) páginas de un suplemento dominical a UN MES de la celebración del examen y además en casa le habéis dicho que el fin de semana siguiente tenéis cenita con la familia para celebrarlo? Luego los Gardai quieren que el consumo de alcohol en las fiestas post Leving Cert sea ‘moderado’. Va, no jodamos…

Pero sigamos: otra chica que trabajaba conmigo y a la que adoro porque es el anti pánico, la anti histeria y el anti showing off hizo el examen hace tres años. Sacó una nota muy buena (creo que 500 y mucho sobre 600) y pudo hacer Medicina en la universidad que quería (UCD, University College Dublin, no lo de Suárez). Cuando supo la nota no se puso a gritar, pero ese mismo día tuvimos en el coffee shop a media familia y el resto del pueblo entrando y saliendo para felicitarla. A lo que voy es que era más el entorno que ella misma el que promovía esa sensación de histeria (los padres no, que son majísimos, era más familia lejana), esa trascendencia. No sé. Me pareció totalmente fuera de lugar viniendo de personas adultas. Parecía más madura y con los pies en el suelo la propia chica. Su entorno, incluidas otras compañeras de trabajo, empezaron a comparar notas, a decir para qué universidad le daba a no sé quién y para cuál no le llegaba (sabían lo que había sacado TODA LA COMARCA)… Era como la típica clase en la que todos quieren llevar las deportivas más caras. Yo misma he servido cenas en las que las hermanas pequeñas preadolescentes de nuestros chicos a los que “les ha dado la nota para lo que querían” ™ parecían ir vestidas para una boda siendo aquello una mera cena familiar, de la familia más cercana, ojo, de los que se vieron anoche en casa cenando en pijama y zapatillas. Por favor…

Y cuidado porque aquí se introduce otra pata de la mesa: LA FAMILIA. El retrato del examen/evento (¿eventamen? ¿exavento?) en los media puede ser más acertado o menos, la presión de los pares a esa edad es la que es, el sistema educativo y los métodos de evaluación son con toda seguridad mejorables. Total que el fin de semana leo también esto. Extraigo:

“The more we do to ensure that all children have similar cognitively stimulating early childhood experiences, the less we will have to worry about failing schools.”

Suena muy bien lo de cognitively stimulating early childhood, ¿eh? Hay que ser un HIJODEPUTA para llevar a tu hijo de meses a hacer algo con una finalidad determinada y no porque sí. Si yo tengo que pensar en LA ECONOMÍA MUNDIAL cuando llevo a mi hijo a una extraescolar, me pego un tiro. Un crío tiene que jugar porque le dé la puta gana, no PARA algo. Ni mucho menos, y éste es un melón que se abre demasiado poco, PARA cumplir las expectativas que tú no fuiste capaz de satisfacer por ti mismo para tus padres. Cuando vuestros hijos no las cumplan –porque no las van a cumplir todas, y harán bien-, pondréis el foco en los nietos, y así. ¿Y de qué lo disfrazáis? DE QUE EL MUNDO AHORA ES MUCHO MÁS COMPLEJO. “Es que ahora hay que estar muy preparado”, “currículum por competencias. POR COMPETENCIAS”, “ahora hay unas cintas para aprender chino desde el vientre materno”. Éstas son las madres y padres inseguros e histéricos (ojo, si te quedas en casa MAL, porque respondes a los cánones de la Iglesia y si vas a trabajar MAL porque respondes a la lógica del capital. Madres del mundo, todo lo que hagáis, MAL) que me voy a encontrar yo a las puertas de los colegios. Qué ilusión. Qué bien. Me iré con ellos de cafelito afterworks mientras tenemos a las criaturas en LA PICINA para mejorar su nosequé psicomotriz en vez de para que se hagan aguadillas, pordiosbendito. Cualquier día existirán interpretaciones de las cacas de los niños y nos servirán para trazar un plan académico con proyección de futuro para potenciar al máximo sus talentos innatos. Y acabo aquí, que voy hablando ya como un emprendedor Y NO QUIERO.

Estáis utilizando, hijos de puta, a vuestros hijos como medios y dejándolos de ver como fines en sí mismos. Estáis, por tanto, cumpliendo a rajatabla la REGLA NAMBERGUAN del cuñadismo.

Por favor. Por favor. RELÁJENSE. Mientras tanto, voy a pensar YA en la educación de mi hijo. No sea que esté poco preparado para el futuro y me reproche que no le apunté a indonesio a tiempo. O no sea que se manche la ropa jugando en el barro porque sí y sea feliz.

PD 1: Siempre hay alguien que habla mejor de todo que yo. En este caso, Charlie Brooker sobre los A-Levels  británicos aquí

PD 2: Vais a traer niños EDUCADOS POR COMPETENCIAS a un mundo así. Vosotros veréis.

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2002. Duración 7 min.

I’ve loved and I’ve lost

Ellie Goulding-Explosions

Y llevaban pasando ya muchas cosas malas –en realidad, no pasando nada cuando parecía que sí, que iba a pasar- pero no. Sólo me vine abajo cuando me acordé de las escaleras. Las escaleras que iban desde la calle Palacio a mi casa.

Qué horribles eran esas escaleras: en nada se llenaban de musgo los peldaños. Hasta llegar al edificio donde estaba nuestro piso había más de cien. Hemos bajado maletas pesadísimas por ellas. Me han bajado mis padres en la sillita. Hemos subido la compra. Hemos ayudado a nuestros vecinos mayores a subirlas. Cuando venía alguna amiga a la casa rosa con el toldo verde se preguntaban cómo demonios era capaz de subir y bajar todo aquello varias veces al día. Cuando alguien me acompañaba a casa nunca, nunca me dejaban en la puerta: siempre, siempre antes del inicio de las escaleras. Yo tampoco quería hacérselas subir, que eran muchas. Como si las escaleras fueran una metáfora de la separación entre mi yo más íntimo y el resto del mundo. Sólo me puedes conocer hasta aquí.

Y en concreto me vi a mí por un momento sentada un par de hileras de peldaños antes de llegar a mi casa echándome, ya de madrugada, ya domingo, el último cigarro antes de entrar. L&M si no tenía mucho dinero. Chester si sí lo tenía. ¿Cuánto duraría lo de estar allí sentada? ¿Siete minutos? Pues mirando a la carretera me acordaba de alguna subnormalidad hecha con Virginia, y me reía fuerte, tan fuerte que me tenía que sujetar la boca con las dos manos. O trataba de hacer circulitos con el humo con poquísima pericia mientras pensaba en ti y en que no te había visto en los bares de siempre y en qué estarías haciendo y sobre todo CON QUIÉN. Y que esta semana casi no habíamos hablado y que me gustabas mucho porque no te parecías a mí. Todo eso y que quería irme lejos contigo (lejos, con 17 años = PUEBLO DEL PREPIRINEO NAVARRO, aprox). Nunca, nunca, pensaba en qué iba a suceder después. De vez en cuando hay que fijarse en cómo uno no-era antes. No lo hacía a propósito. Simplemente era así.  Ni pensaba en el día siguiente, que ya sabía que habría algún ejercicio de matemáticas esperándome. Todo formaba parte de un presente continuo. Todo el tiempo y el espacio se enlazaban con absoluta naturalidad y no había que forzar nada.

Y no, no era algo habitual lo de sentarme ahí. Porque podían ser las cinco o seis de la mañana y estaba todo tan en silencio que el miedo a que el sonido del mechero desencadenase la apertura de la persiana y mi madre me pillara con el Chester en la mano lo inundaba todo. O ya quería llegar a casa y meterme a dormir. O me había quedado sin tabaco. O todavía hacía frío. Por eso sólo recuerdo esos cigarros en el calor del final de la primavera, o en Semana Grande, con tirantes, pero con pantalones Lois acampanados llenos de mierda y plataformas. Llevo cuatro años pasando el verano fuera de España y nadie se hace una idea de cómo puedo llegar a echar de menos sentir calor de verdad, del de ver el Tour en casa con la persiana bajada. Echar en falta algo tan simple como dormir sin taparte.

Y claro. Aunque repitiera ahora esto mismo ahora, con la misma ropa y con la misma mierda en los bajos del pantalón ya no iba a ser igual. Eso de pensar qué vendrá después y la mochila con la pesadísima carga de errores (ensayoerror-ensayoerror-ensayoerror, 28 años así) no existían entonces (no me habían hecho la cobra en FITUR 2007, por ejemplo). Bueno: existían, lo veías en otros, pero era simplemente un plano ajeno. Como cuando te hablan del hambre en Etiopía. Tú estabas en el plano en el cual todo estaba por hacer. Me da una rabia tremenda cómo cuando vamos conociendo más cosas vamos sintiendo más miedo, y no al contrario. Luego dicen que el conocimiento te hace libre. Pues te hará libre, pero no te hace más feliz. Ni mejor persona, desde luego. Pero no quieres dejar de ser tú. Tampoco quieres parecerte a quien eras ni tragarte la literatura de mierda que te tragabas (no hablemos ya de las pelis). Bueno, a lo mejor sí se quiere. Pero no puedes. Por eso agota tantísimo reinterpretar. Y cuando tienes mucho tiempo libre no paras de hacerlo. Y tal vez no echas de menos todo eso. Pero sí cómo te hacía sentir.

Así que fui a beber agua de madrugada y no me acordé de esas cosas ‘importantes’. No me acordé de ningún rito de paso estandarizado ni de ningún momento de felicidad ‘social’ como mi graduación o la Selectividad o algún cumpleaños, ni siquiera de algún concierto en el que me lo hubiera pasado muy bien. Me acordé de lo automático. Pasaban cosas malas, como ahora. Pero todo parecía fluir. A pesar de las putas escaleras. A pesar de que ahora podamos bajar las maletas en ascensor. Y a pesar de que  hace tres años que no fumo.

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Qué Tiempo Tan Feliz y la dualidad

Es lacerante la pretendida superioridad moral de esas personas que te dicen que tienen Telecinco desintonizada de la TDT, más aún cuando se trata de una cadena perfectamente válida, si no la mejor, para retratar el estado de algunas cosas. ‘Telebasura’, dirán. Sí, pero la telebasura también hay que saber hacerla.

Los programadores de Mediaset han logrado generar una interdependencia entre sus espacios que consigue arrastrar a los espectadores de unos programas a otros a base de narrativas a medio hacer, por ejemplo, dejando inconcluso algo en la franja del mediodía para remitirnos a lo que toque en el prime-time y, si aguantamos, al late-night. De estos años nos vamos a acordar de Jorge Javier y cía, ya lo digo ahora (¿Alguien tiene en mente qué emitían en Antena 3 durante los años del caso Filesa?). Telecinco observa su programación como un continuo, un libro al que le faltan capítulos para ser terminado, piezas que obtendrás dentro de un rato si te quedas viéndoles (“No me conteste ahora, hágalo después de la publicidad”, ¿os acordáis?). Al mismo tiempo trabaja la intranarrativa dentro de un mismo espacio (por ejemplo, las célebres peleas entre tertulianos de Sálvame, que mutaron de juez a parte pasando por caja, eso sí). En todo caso, si nos parece mal la cadena de Vasile tenemos un problema de estos dos: o nos odiamos a nosotros mismos o, vistos los índices de audiencia, odiamos bastante fuerte a la sociedad que nos rodea.

En el terreno de la intranarrativa y de los extremos que pueden ser usados para la identificación con tendencias sociales si uno no se toma las cosas demasiado en serio, es imposible no amar esa orgía de ganadores de la Cultura de la Transición que es Qué Tiempo Tan Feliz. Al principio parecía una copia ligeramente alterada de Cine de Barrio (sin peli, claro), pero ha sabido construir su propia identidad y ser una cita irrenunciable de nuestros yayos las tardes del fin de semana. En cambio, si una persona relativamente joven se sienta enfrente del televisor es posible que no haga más que ver reproducido lo que ya observa en su día a día, esa ‘invisibilidad-pero-no’ tan irritante “porque total la gente joven está por ahí fumando porros o en el Internet”.

La cosa funciona más o menos así: mientras nuestros queridos insiders (con María Teresa Campos al frente y unos cuantos invitados mayores de sesenta años, esa gente de cuya pensión vivimos, como se encargaba de recordarnos el anuncio de Campofrío) se deleitan añorando sus años mozos (que conocemos de memoria, idolatramos y mitificamos porque hemos visto en otros espacios televisivos cienes y cienes de veces, en otros canales, en otras épocas, en otros TODO), un grupo de outsiders que ronda la treintena, en su mayoría ex triunfitos de las ediciones de menos éxito, ejecuta con la pretendida alegría de las cantantes de orquesta de pueblo aquellos temazos que al grupo de insiders hacen recordar lo bonito que era todo a la edad que ahora tiene el grupo de outsiders. No sé si me explico. Es como pagarles las pensiones a los campeonísimos CT un poquito antes, crearles un Estado del Bienestar catódico y que te tiren unas miguitas a cambio de algo de visibilidad. Y luego ya veremos lo que hacemos contigo (frase esta última escuchada por servidora recientemente en una entrevista de trabajo).

Mi idea de joven al que la vida se le ha torcido un poco ha pasado de ser una adolescente embarazada a un ex triunfito de QTTF. Las aguas se abrían ante Fran, Mercedes et al. en el prime-time de la 1 y han acabado aquí, seguramente odiando a María Teresa Campos (y no digamos ya a Terelu), pero “currando de lo suyo” al fin y al cabo. En la calle de en medio está la antimeritocrática Terelu, que en su vida ha pasado por un proceso de selección (al menos en el terreno laboral). Su madre se ha encargado de allanar su camino utilizando un nepotismo bastante más cutre que el nepotismo ilustrado de la factoría Nachete escolariana.

Una vez más, los jóvenes son los invitados a esta historia, pero se les ha privado –podríamos discutir si es que se han dejado privar porque lo tengo todo papi– de su propia narrativa. Viven a rebufo de algo ya construido y perpetuamente rememorado.

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Consejo: no ver NUNCA, NUNCA, NUNCA de bajón y/o resaca.

Al final todo eso supone tener que asimilar un par de cosas jodidas de digerir: la primera, la sensación –y la realidad- de que las personas que nos servían como modelo, a las que aspirábamos a parecernos al final del camino son nuestras antagonistas. No sólo en un sentido estrictamente económico (el ‘los de arriba contra los de abajo’ me sigue pareciendo simplista, más teniendo en cuenta que a lo mejor habría que repensar quién está arriba y quién abajo), sino también aspiracional. Hemos sido lo suficientemente listos como para querer parecernos a ellos, pero desear también llegar a la línea de meta de un modo diferente, más divertido, no estar todo el rato en la misma empresa, viajar… Y la segunda, que el ámbito de protección que es la familia también es –o puede llegar a ser- tu enemiga, no ya sólo en temas de expectativas depositadas en ti, sino en las diferentes capacidades que tienen las diferentes familias de mantener a sus miembros donde cada uno de ellos quisiera realmente estar. A nadie le viene bien, y puede que ni siquiera a nosotros nos apetezca demasiado, una pelea dentro del ámbito que más ha influido en que seas como eres. Repensar qué es “arriba contra abajo” puede acabar con escenarios raros como la Verdadera Izquierda ™ reivindicando la familia como espacio de solidaridad y cosas por el estilo. Vete tirando de tu padre, que está afiliado a Comisiones. Es jodido de abordar que a lo mejor dentro de la clase media ahora hay dos clases y que esas dos clases conviven muchas veces bajo el mismo techo.

Con todo así, esa pregunta más vieja que la tos de si hay que morder la mano que nos da de comer para conseguir lo que realmente queremos tiene otro reverso aún más doloroso: ¿sabemos lo que realmente queremos? ¿Queremos madurar de verdad? Yo tengo mis dudas. ¿Es mejor que seamos estrellas invitadas? ¿Hay alternativa? Si la hay, ¿queremos la alternativa o nos da un miedo tremendo no poder volver atrás después si las cosas no son como pensábamos? Avanzar constituye, pues, competir descaradamente contra el modelo que han puesto sobre la mesa aquellos como los que aspiramos a ser. Ver, en definitiva, si queremos ser Terelu (tercera vez ya que la mencionamos en este artículo) y volver a las faldas de mamá cuando las cosas con Pipi Estrada no terminen bien. La chavala que está cantando canciones de Karina quiere, en realidad, presentar un programa. Pero es que otros llegaron antes y no tienen intenciones de retirarse tan rápido.

Llegarán más sábados por la tarde y los prejubilados de España no se cansarán de recordar lo felices que eran una y otra vez. Mientras tanto nosotros seguiremos quemando chistes de Chávez y el Papa Paco en un tiempo mínimo. Que ya me parece que todo eso pasó hace un año y no quiero acordarme más. No sé cómo mi madre no se satura de ver OTRA VEZ cuando los Beatles actuaron en España. Nuestro pasado es reciente y olvidable y el suyo se puede perpetuar sin temor. No hay peligro.

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Cuñadocracia

¿Qué es un cuñao? Preguntas mientras llevas el albornoz del Real Madrid del Marca. ¿Qué es un cuñao? ¿Y tú me lo preguntas? Un cuñao eres tú.

@NtmeC

Originalmente publicada en nationalcunadism.wordpress.com

Todavía recibo atónita mensajes en los que me preguntan QUÉ ES UN CUÑAO. Bien, sólo esta semana ya tenemos estas noticias (III y III). Y sí, habrá quien no relacione esto directamente con el cuñao con el que comparte lectura de prensa deportiva y vermuts, pero lo que quiero tratar de exponer es cómo se da ese paso de ser el señor en pantuflas que dice a sus hijos que dejen de dar por culo ya a ser un magnate, un CUÑAO, con mayúsculas.

Por un lado está el cuñado estándar, el de ‘Maricarmen, ponme otra caña’ golpeando con el canto del euro en la barra (copyright @Namconiano). El novio de tu hermana diciendo paridas en la cena de Nochebuena, y tú sin saber dónde meterte (si tu cuñao te cae bien, ya sabes que el noviazgo con tu hermana va a durar poco, copyright @fr_carrillo). Estos cuñaos son, en general, inofensivos, puesto que es fácil ver de qué pie cojean. Pueden tener pequeñas influencias que se dedican a subrayar, “para que te enteres de con quién estás hablando”, pero poco más. Cierto, son molestos de cojones a la hora de magnificar su estatus y empezar cada puta frase con ‘pues yo’ o ‘tengo un amigo/primo/compañero de trabajo que…’. Les gusta hacer gala de una omnipotencia que no tienen, convirtiéndose en el máximo exponente de la diferencia ser/apariencia platónica. No dejan, en fin, de ser cuñaos a nivel micro, que no van mucho más allá de mirar las tetas de las mujeres de sus amigos en una barbacoa y de utilizar a Paco el de la gestoría, Fran el de aduanas, y Fali el de Hacienda para asegurarse una tranquila existencia vía pequeños resquicios legales –cuando no la ilegalidad más flagrante- para él, su santa, y su prole. Los domingos al Calderón y luego a putas.

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Pero llega un momento en el que el cuñado conoce a alguien que puede tener la llave del FORRARSE (la cultura del pelotazo nunca se fue, sólo se transformó), o ve una especie de verdad revelada, y quiere más. De repente fumarse unos Montecristos en el club Pétalo’s con los amigotes cuando las parientas se han ido de spring break deja de ser suficiente. El cuñao quiere partir la pana. Quiere ver billetes de 500 euros entrando por la puerta de casa. Quiere que no le escuchen sólo en la tasca habitual. Quiere palco VIP y putas escorts de lujo bielorrusas. Quiere Mirós encima del retrete. Quiere recibir a la gente en audiencia para que le imploren favores. Quiere gintonics de ginebra islandesa con bolitas de enebro. Quiere turismo sexual en Tailandia en vez de estar seis horas conduciendo hacia Formigal para pasarse la Semana Santa discutiendo con los tontolabas de sus hijos (copyright @wificola). Quiere Gran Premio de Mónaco pero no aguantando al puto Lobato, sino viendo el circuito desde el balcón de un hotel.

Cuando esta ambición –normalmente antes vista en otros a los que el cuñao considera role and inspirational models- aparece, se iniciará un proceso darwinista por el que sólo los más avispados, los que mejor sepan hacer uso de esa esencia cuñada que es utilizar a las personas como medios dejando de ver en ellas fines en sí mismas (copyright @Pornosawa), ascenderán al tope de gama del cuñadismo. El cuñadismo macro, el cuñaísmo que lleva el que hace y deshace, el que otorga verdadera influencia, el que es uno y trino con tener un Mercedes y darse una vuelta por su antiguo barrio de viviendas de protección oficial para lucirlo: el cuñadismo de alta gama.

Así las cosas, el hábitat natural del cuñaísmo de alta gama reside en aquellas comunidades con escasa alternancia política, siendo los máximos exponentes la Comunidad Valenciana y Andalucía. ¿Qué más quiere un cuñao que toca a las puertas de la vida pública que ver sus deseos de influencia encarnados en – más bien confundiéndose con- la voluntad popular y transformados en policymaking y pulseras de goma? No es casualidad que el Valencia siga enfrentándose a equipos de Primera División utilizando dinero público o los treintaypico años que lleva el PSOE andaluz arrogándose el papel de valedor de la cultura andaluza, de Canal Sur y de las procesiones. El asentamiento del cuñaísmo en las políticas públicas requiere tiempo y lealtades, a veces pendientes de un hilo, pero lealtades al fin y al cabo. El cuñadismo, desde luego, ha sabido tocar las teclas para sintonizar, sin parecerse demasiado, con el caudillismo que tanto nos ha caracterizado a lo largo de la Historia –los españoles parecemos abocados a necesitar siempre un Mesías-, pero implementado ahora, de modo más disimulado, en el campo de las aficiones de la plebe.

El cuñaísmo de alta gama, sobre todo si el paso de la barra del bar o del ejercicio de la función pública en el grupo C2 a la zona de influencia se da en un espacio corto de tiempo, viene acompañado del despilfarro y la horterada, del analfabetismo estético y no digamos ético. Hay una escena deliciosa en ‘Crematorio’, cuando trincan al concejal de Urbanismo –la refiero de memoria, que alguien me corrija si digo algún detalle mal-, en el que éste está reunido con su abogada y le comenta que la Policía seguramente habrá encontrado en su casa una serie de cuadros de muy alto valor “con lo feos de cojones que eran los putos cuadros”. No se me ocurre mejor resumen de lo que pasa cuando se llega a ciertas esferas enarbolando la bandera de garante de la voluntad popular para, al fin, servir a intereses muy diferentes. Si en este país vivimos una desafección institucional como yo no recordaba en mis 28 años de vida, échenle buena culpa de ello a los cuñados.

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La relación del cuñado tope de gama con terceros, él lo sabe, suele ser extremadamente precaria. El cuñado no puede confiarse, al menos si quiere subsistir en esa esfera durante el mayor tiempo posible, y además depende de nosotros, de El Pueblo ™. El cuñao es el bofetón y morreo llevado a la la vida pública, es el que puede facilitar tu futuro laboral a la vez que joderte vivo si das un paso en falso, es ese socio de ElDiario.es que te paga la nómina si escribes lo que a él le gusta y que cancela la suscripción si dices algo que no. Es locura, es esa bipolaridad que navega entre una lealtad mal entendida y el miedo a un chivatazo. Es vivir al filo de la legalidad combinándolo con vivir por encima del bien y del mal. Las bases del cuñado son de una debilidad que asustan, porque si un miembro de la old boy network cree no haber recibido lo suyo y abre la boca todo el chiringuito puede venirse abajo. Y sin embargo, a pesar de el constante anuncio de escenarios apocalípticos, el cuñado SIEMPRE SIGUE AHÍ. Si no es él, será otro. Otro cuñado.

Los cuñados son una clase, y si estamos en una lucha de clases, los cuñados, aquí en España, van ganando desde que Serrano Súñer cogió la cartera de Exteriores. El triunfo del cuñado es, en fin, el triunfo del “a mí que me dejen tranquilo con mis vinitos, mis moritas, sus muertos y su puta madre”, del que me lo den todo hecho, del porque yo lo valgo, del muchos derechos y pocos deberes “porque yo llegué primero”, del llevárselo crudo, del “con la que está cayendo”, de ser más DE ALGO que el otro, de detentar PUREZA. No es raro que un país que necesita caudillos del signo que le dé el aire al grupo social que más ruido haga (no confundir hacer más ruido con ser mayoría, MUY IMPORTANTE), sea el que muestre mayor tolerancia –por delante- y desprecio –por detrás- hacia el cuñadismo. La misma narrativa valleinclanesca en la que en la esfera pública nadie se atrevía a morder la mano que les daba de comer, no fuera a ser que ese otro les hiciera la vida imposible.  Una existencia en los ojos de los demás. Una existencia miserable, en suma.

Nuestra misión no es otra que advertir a la sociedad de la grave amenaza cuñadista (copyright @namconiano) que puede esconderse en ámbitos tan cercanos como la familia de uno o incluso más cerca. Igual que Sartre dijo que el infierno son los otros, a lo mejor el cuñado está en uno mismo. Autoexplórense. Tengan cuidado.

Monarquía, República, PP, PSOE… Qué más da. Todo se asienta sobre algo mucho más nuestro, más profundo. La construcción de un otro al que nos parecemos que te cagas pero al que odiamos fortísimo. El repudio al lugar del que venimos, autoengañándonos diciendo que hemos llegado a un sitio muy diferente y mejor. Da igual el régimen, da igual la Ley Electoral.  Todo se asienta en lo mismo. Bienvenidos a la cuñadocracia.

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Doy un salto ahora y cambio tal vez de tema, pero no cambio de casilla. Las reglas del juego también están para jugar con ellas. Salto para confesarles ahora a todos ustedes que me siento afortunado de no añorar mis años de aprendizaje como escritor. Porque si yo, por ejemplo, pudiera decirles ahora a ustedes que recuerdo de aquellos años la intensidad, las horas consumidas escribiendo en la buhardilla, consumido yo también a lo largo de todo un día y luego por la noche, inclinado sobre mi mesa mientras el mundo dormía, sin sentir cansancio, electrizado, trabajando hasta la madrugada, y aun después… Si yo pudiera decirles algo de todo esto, pero es que no puedo hacerlo, no hay mucha grandeza, belleza o intensidad en los minutos de mi juventud dedicados a la escritura. Lo sé, es deplorable. Pero ésa es mi suerte, vivo sin nostalgia. No añoro ni mi pureza, ni mi entusiasmo estimulante, ni la intensidad. Es como si en París lo hubiera ido postergando todo con habilidad para sentir verdaderamente la seducción de la escritura en estos años de ahora, los de la edad tardía.

 

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(Des)Amparo

Tirano Banderas, agaritado en la ventana, inmóvil y distante, acrecentaba su prestigio de pájaro sagrado (…)

Cholita, recoge la moneda. Si merito, hechas las investigaciones que me exigen las leyes, hubiera lugar a darte más alguna cosa, no te será negada. Recoge la moneda. Si tienes alguna papeletita al vencimiento, me la traes luego y procuraré de alargarte el plazo.

Ramón del Valle-Inclán. Tirano Banderas.

ImagenHe establecido una relación de amor/odio con esta foto. Porque me ha jodido el fin de semana pero como contraprestación me ha ayudado a ordenarme la cabeza. A una le alivia mucho saber que todos sus problemas, filias y fobias han sido capturados por alguien que no es ella y pueden serle explicados a un tercero de manera resumida –y sí, ya sé, muy reduccionista- sin tener que hacer titánicas conexiones mentales. Así que he decidido imprimir esta foto, llevarla en la cartera y enseñársela a quien sea cada vez que me pregunte qué (me) pasa. Recojo la descripción de la instantánea que hace Radio Valencia Cadena SER:

Los socialistas denuncian lo que consideran una nueva prueba de la actitud dictatorial del alcalde de Gandia, el popular Arturo Torró, al trascender una fotografía en la que el primer edil aparece pronunciando un discurso ante una plaza abarrotada de vecinos y en la que en segundo plano se ve a una responsable de protocolo del Ayuntamiento, arrodillada detrás del primer edil, dictándole el texto. La instantánea se tomó en el acto de la Crida de las fallas de Gandía. La concejal socialista Diana Morant denuncia además que Torró ha decidido dejar de suministrar información del Ayuntamiento de Gandia a la revista «Gent de la Safor» por haber publicado la fotografía.

E independientemente de las acusaciones políticas, y por seguir con la coña de este tuit, pensemos en esa chica de rodillas, en Amparo, durante un minuto. El arrodillamiento pío del posible máster de 11.000 euros en Artes de la Comunicación de universidad privada para tratar de tener “un buen puesto en el Ayuntamiento”. La responsable de protocolo en la postura más antiprotocolaria posible, por no hablar de lo mal que nos invita a pensar también la posición del alcalde. Una no puede más que acordarse, metafóricamente siempre, de ‘Si te dicen que caí’, de las meucas a las que se da la espalda una vez terminada la faena; de los cuadros que los espectadores que están abajo podrían pero no llegan a presenciar porque ella se agacha y baja la cabeza. Si nos esforzamos podríamos llegar a ver a la ventrílocua. De hecho nos podemos hacer a la idea de que está. Pero no, porque buena parte de su trabajo consiste en que su labor sea invisible. No es casualidad, por lo tanto, que sea una mujer. Amparo mileurista, humilde, buscando la estabilidad de una nómina, buscando rutinas a las que agarrarse, sin importar demasiado en qué consistan, como cuando veías el informativo de Carrascal y ya sabías que hacia el final iba a decir eso de “estas son las fotos de los terroristas más buscados”.

El concepto es tremendamente bello. Una posible licenciada en Comunicación arrodillada no ya delante de un cargo público, que también se hace, para pedir trabajo y exclusivas –o filtraciones-; sino detrás, anulada por completo. Humillada en el sentido original de la palabra. Y El Pueblo ™ ignorando la situación, pensando que si escucha devoto al señor del balcón a lo mejor pueden algún día ocupar un cargo parecido al de la chica de rodillas.

Se pueden decir muchas cosas tratando de darle intensidad a una simple foto de una publicación local. Habrá para quien la instantánea tenga un valor mínimo precisamente por eso, porque, EH,  no es del New Yorker ni va bajo un epígrafe de The Pain in Spain ni está en blanco y negro (sí, el b/n se lo he puesto yo aquí para que esto parezca culto). Aquí no somos nadie para tocarle los cojones a Amparo con superestructuras que la oprimen, ya que nos contestará con lo evidente: que si estaba de rodillas era porque llevaba falda, y que de haber llevado pantalón podría haberse sentado en el suelo. Que ese tipo de cosas entran en el sueldo y demás. Al final la realidad siempre es mucho más prosaica. Pero esto que pongo aquí viene mucho más por la reacción del alcalde a la publicación de la foto que por otras razones. Porque me imagino que el fotógrafo, al darle al botoncito, no quiso que yo me acordara de Marsé ni del esperpento ni de la crisis de la prensa ni de las élites mesiánicas ni de nada de lo que pone arriba y sí, en cambio, quería terminar su mierda e irse cuanto antes a su casa.

Así que no sé si lo correcto es ponerme en la piel de Amparo o del fotógrafo o de quién. Lo único que sé es que ha dejado de interesarme ya toda la afectación impostada, todas las performances, toda la gente que quiere ‘salvarnos’ y Rubalcaba hablándonos de los cubos de basura. Mientras todo eso pasa, lo cotidiano sigue ofreciéndonos estas perlas, que no pasarán desde luego a la historia, pero que serán lo que yo recordaré de la crisis. Precisamente por no ser una escena especialmente desgarradora ni tampoco sofisticada. A menudo, cuando alguien gana un concurso fotográfico se le exprime hasta que da una explicación más o menos coherente de qué era lo que pretendía decirnos con su imagen, despreciando el ojo del espectador. Por aquí rezamos para que alguien algún día diga simplemente que consideró que la foto molaba y no intente darle ningún giro trascendental o forzarnos al resto a entenderlo de determinada manera.

De momento, esta es mi foto de estos cinco años. Porque es un espejo. Es hasta platónica, con lo del mundo de las apariencias y toda aquella historia. A mí me dice que si todavía estamos vivos no es por lo que vemos por delante, sino por lo que trabaja el de detrás. Me dice que el de detrás no se da cuenta de que tiene mecanismos para cargarse al de delante, porque su dependencia de él está tremendamente interiorizada. Me enseña lo tragicómico de quien sale de la masa para convertirse en alguien que trata con desprecio a sus iguales. Lo nuestro con las élites ya es un bad romance, que diría Lady Gaga. Y como espectador, El Pueblo ™, que según cómo vengan los vientos decidirá si el señor del balcón es bueno o un cabrón.

Pero sí, a lo mejor es mucho decir para una mierda de foto de una revista local. Y menos de Gandía.

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Talegón, Agarzón y otros tronistas del montón

Los años vividos por las nuevas generaciones no están, no existen, están siendo circunvalados por la CT. Todo se referencia a esas fechas establecidas como las doradas y las únicas, borrando año tras año, década tras década, las aportaciones de los nuevos. Los jóvenes miran el relato de la CT como un universo ficticio, que les atañe por repetición, pero no por vivencia: un mundo que sale por la tele y que no está en sus vidas, como los barrios de telecomedia. Un relato extraterrestre. Ellos no se ven porque no aparecen. El retrato de la juventud en los medios oscila ente el habitual programa de chavales musculosos que ejecutan sus armas de seducción con jamelgas de extrarradio, y el sufrido espacio de “tendencias” (…). La nueva generación, para no ser eliminada de la visión pública, ha tenido que sacrificarse y darle al bíceps, y así participar en los espacios donde les dan cobertura y público, o sea, existencia. Como no atendían a lo que hacían, han hecho aquello con lo que les atienden. Los jóvenes aparecen en los medios mediante la líbido y la acrobacia. Su cultura aparece como sexo y ejercicio. Se da cuenta de la nueva gente como se ha dado cuenta de la cultura de internet: mostrándolo como la no cultura

Raúl Minchinela en ‘CT o Cultura de la Transición: crítica a 35 años de cultura española’. La negrita es mía.

Cuando hace año y pico empecé casi a la vez a ver Mujeres, Hombres y Viceversa y a seguir a Alberto Garzón en Twitter jamás pensé que estos dos hechos pudieran tener algún tipo de relación entre sí. Hasta anteayer, cuando escuché a Beatriz Talegón en La Sexta Noche y empecé a atar cabos acerca de un, digamos, ‘nudismo político’ que creía que sólo afectaba a personajes como Miguel Ángel Revilla. Pero no. Los cuadros jóvenes se lo están montando muy bien en este sentido.

El primero que se me viene a la mente, CLARO, es Alberto Garzón. De él sabemos, vía Twitter, prácticamente toda su vida y alguna cosita de lo que hace en el trabajo. Nos tiene puntualmente informados de las fechas de sus bolos conferencias. Sabemos que le robaron la bici “por culpa de los recortes”. Sabemos lo que lleva puesto. Conocemos sus listas en Spotify. Los medios más mainstream recogieron que lo pasaba mal porque usaba camisas. Sabemos de él, en definitiva, lo mismo que sabríamos de Mario Casas si concediera una entrevista a nuestra querida revista Super Pop, incluido  el poster central. Todos estos datos no es que los haya buscado yo con un ahínco desaforado, es que él mismo los ha hecho públicos para dejarnos cristalino que es ‘uno más’. En fin, que no he tenido que ejercer de paparazzi, sino que él mismo ‘ha llamado a la prensa’. Esto empieza a despertar susceptibilidades incluso entre los antiguos fans. Alberto Garzón me da muchísima envidia, aclaro, porque es productivísimo y su rendición de cuentas es jodidamente admirable, tan grande que cabe hasta en revistas musicales.

Pero todo tiene su reverso, e igual que las contradicciones del capitalismo ahí están, la desgracia de Alberto Garzón es que ha sido precisamente esa herramienta que, según él afirma aquí, idiotiza y que es Twitter (cabe matizar que, como toda herramienta, dependerá del uso que se haga de ella su bondad o maldad), la que le ha aupado a él y la que dio forma al 15-M de donde él recuerda que salió y con el que vive un romance muy que sí, que no, que nunca te decides. Alberto Garzón critica la posmodernidad siendo él un producto profundamente posmoderno. Por eso nos tiene que aclarar que comparte un coche que tiene 15 años con su hermano pequeño, para que parezca que la contradicción no es tan grande. Pero bueno, ya conocemos un poco la estrategia ‘sopas y sorber’ del Premio Diputado 2.0. A Alberto Garzón, y aquí reside la gran debilidad de su mensaje, le viene tan bien que la gente no sepa de filosofía, historia o economía -y que vaya tirando de cuatro consignas y cuatro clicks- como a un diputado del PP: todo depende de en qué lado de la horda quiera situarse el votante potencial. Prueben a echar un ojo a alguno de los libros que ha publicado recientemente: capítulos titulados ‘los de arriba contra los de abajo’. Realidades sin matices, sencillas, libros de extensión irrisoria. Y todo esto en un país con un porcentaje altísimo de población universitaria que a priori debería de saber destripar textos más complejos, siendo esos universitarios, supongo, uno de los targets de IU. No sé, a mí me parece un poco insultante.

Sin título

«… y entonces patronal y sindicatos se reunieron en 2013 y abordaron el galopante problema del paro juvenil poniéndose pegatinas en las solapas». El futuro libro de Historia de España de tus hijos.

Y a esa simplicidad se añade el perdón por adelantado. Somos jóvenes, vírgenes y puros, incorruptibles. Ni tengo ni tendré jamás un coche oficial, el poder no me cambiará (taaaan 2004 esto). Yo también fui becario. Soy uno de los vuestros. Estoy en el Congreso, pero también en la calle (contra ‘los otros’ del Congreso con los que se supone que en algún momento debería llegar a algún acuerdo, pero EH). Siendo justos, Alberto Garzón ha moderado muchísimo el tono con respecto a los parlamentarios, como se puede escuchar aquí. Pero una a lo mejor pide demasiado sugiriéndole a Alberto Garzón que se aleje del cliché y el lugar común. Y no sólo vistiendo de Springfield, sino en los contenidos que difunde. Porque cualquier crítica o puntualización es tachada por él de pre-ánimo de ofender, de que ‘no entendemos’ (en el propio post de Twitter y la posmodernidad ya te dice que ‘vuelvas a leer’ si has entendido x, porque no quería decir eso). El foco de la culpa está irremediablemente en el otro.

… y entonces llegó ella

Pero hete aquí que continuamos para bingo y Alberto Garzón no se queda solo. La llegada a la fama de Beatriz Talegón es distinta, eso sí: ella ya era aparatazo. Por la razón que sea, las redes sociales, y pocas horas después, los medios de comunicación llamados ‘tradicionales’ se hacen cargo de una intervención suya ante jefazos del partido. Ya es famosa –porque ser famoso sólo en HINTERNEC todavía es MEH- y opta por aprovechar el tirón. Lo que me inquieta:

– Si echamos un ojo a su participación en La Sexta Noche y en El Gran Debate, tanto la forma en que la abordan tertulianos y presentadores como las respuestas de Tronista Talegón son de un naïf insultante. La mecen y se deja mecer. Una mezcla insufrible de Jot Down, los niños de Juan Imedio y Jorge Javier llevándose a un set aparte a Belén Esteban para que le explique que está recuperándose de su adicción a ciertas sustancias.

– En cierta forma, y quizá como otra dimensión de con la crisis de #LaProfesión de la que hablábamos sucintamente aquí, el formato televisivo no ayuda nada a que podamos llegar a tomarnos en serio al personaje. Vacía más si cabe un discurso ya vacío. Nos creemos muy informados porque vemos un programa de “actualidad”. Estamos tan concienciados con “lo que pasa” que nos quedamos el sábado a la noche en casa para hacernos cargo de la situación política y de dramas personales, en vez de estar por ahí de copas, pero:

  • Realidad 1: No tienes un puto duro para gastártelo en cubatas.
  • Realidad 2: Recordemos que el día anterior en la misma franja horaria y misma cadena teníamos a Carmen Bazán contándonos su vida de un modo parecido al que lo hace Beatriz Talegón, detallando quién la besa, quién se preocupa, quién la llama, quién no. Con los respectivos presentadores llevándolas a ambas por donde querían. Las dos, con más o menos idiomas, con más o menos estudios, con más o menos IDEALES, oponiendo cero resistencia a ese tipo de tratamiento. Ojos semicerrados, como cuando Belén Esteban “nos abre su corazón”. Con diferentes tertulianos quizá, pero con unos y los otros ahondando en lo mismo: cómo SE SIENTEN Beatriz Talegón y Carmen Bazán. Peligrosísimo. Nuestra gente del prime time del sábado noche se cree superior a los concursantes de Gran Hermano. Pero no dejan de ser tronistas de la actualidad para los que lo más importante no es poner el foco sobre el fondo de los problemas, sino dar carnaza relativamente fácil de digerir. No seáis ecuánimes, no sea que no os lleguen los aplausos de ninguna parte. La función de la tele, la que ha tenido siempre: hacerte creer que controlas del tema.

– El punto más en común con Alberto Garzón: la excusatio non petita de los cojones por cosas como tener un sueldo determinado (porque El Pueblo ™ quiere que no roben y además no cobren, claro. El Pueblo ™ quiere un gobierno de monitores de los Boy Scouts), dar más detalles de tu vida personal que de en qué consiste tu trabajo. La excusa preventiva, la venda antes de la herida, el decir primero de todo que no viaja en primera clase “por principios”, como si fuera algo relevante. Pongamos el foco en los coches oficiales, que si no estos hijos de puta no se enteran de nada. Sí señor: demos bien de qué hablar a esa derecha que ve un crimen en que un sindicalista tome una cerveza entrando en su juego y dando cuenta de cuando nos sacamos un moco. Hasta nuestra venerada Carmina Ordóñez en La Máquina de la Verdad se limitaba simplemente a contar su vida y pasar por caja. Beatriz Talegón nos la cuenta para pedir perdón por adelantado por no sabemos muy bien qué. Herriak ez du barkatuko. Rellenar el vacío más absoluto llenándolo de cosas que parecen contundentes y son terriblemente accesorias. La luna y el dedo y todo eso. ¿El cambio que propone, más allá de pasar de hoteles de cinco estrellas a quizá, otros de tres? Ni idea.

Cuidadito porque entre los tres igual nos salvan España. Seguro.

– Mi apuesta: o dejamos de saber de ella la semana que viene o va derecha al reality de famosos tirándose de un trampolín. Háganse cargo de que los militantes políticos que se queman antes de lo previsto o ven que el facilitador de turno del partido no les da el puesto que ellos quieren, se reinventan tirando por la calle de en medio. Carpe diem. Tenemos, por lo visto, los partidos llenos de potenciales Yolas Berrocales –de ambos sexos- a las cuales sus salidas en televisión las transforman en Yolas Berrocales de facto. Como los hipsters, todos se creen especiales. Y todos son iguales. Posmodernidad sin cortar. ¿Que seguimos sabiendo de ella la semana que viene? Propongo darle otra vuelta de tuerca al showbiz: Beatriz Talegón debatiendo con Rafa Mora como afectado de las preferentes de Bankia. No es broma.

¿No es terrible el parecido con la respuesta a la quinta pregunta empezando por abajo de aquí? (Y ese ‘decidimos’. Ay)

La situación es si cabe más dolorosa al certificar que se trata de políticos de izquierda. Yo creí que la izquierda servía para solucionar problemas, pero resulta que no, que se parece más a apuntarse a clase de yoga. Es algo para hacerle a uno sentirse bien, una amalgama que hace las veces de autoexcusa preventiva, signo de pureza e incorruptibilidad y últimamente pasaporte a la fama. Aquí ya en ningún sitio se trata de hacer nada juntos o siquiera de discutir o matizar. Se trata de que veas  lo buena persona que soy, lo cerca que estoy de tu sufrimiento y todo eso.

Y puedo pensar bien y querer creer, siguiendo la cita que inicia este post, que estos chicos al final se prestan a este circo de la exhibición -e incluso un poquito de pornografía- constante porque realmente los mass media no les dejan otra manera de hacerlo. Que mejor esta suerte de Sálvame que no salir en ningún sitio. Que quizá hasta lo hacen por nosotros. Que dentro de ellos hay una estrella y si lo desean, brillará. Pero no veo más allá de oportunismo. No necesariamente un oportunismo individualista, pero sí tremendamente simplificador. Una especie de anhelo de salvación de sus congéneres, que nosotros no comprendemos porque ellos se manejan en ‘marcos heterodoxos’, que le gusta decir a Garzón. Pero a lo mejor tendremos que hacer frente aquí y ahora que a todos -sí, quizá Ada Colau incluida-, nos importaba tres cojones esta ‘selección de élites’ que ahora estamos padeciendo, la solidez de nuestras instituciones, la Constitución, la troika y su puta madre o si las cosas eran Cultura de la Transición o no (vive Dios, ¿qué hay más jodidamente CT que la casita en propiedad?) hasta antesdeayer.

Ahora, como cuando uno trata de salir como sea de una mala relación y empezar de cero/reiniciar el sistema/whatever, queremos dar el portazo, y nos venden toda esta mierda como ‘aire fresco’. Y no. Yo no compro. Por dos razones: porque el hecho de que pretendan ‘no tener nada que ver con lo anterior’ no los convierte en buenos; y porque sí que tienen que ver con lo mismo de siempre, con el cambiar para que nada cambie, y muchísimo además.  Y puede que a la gente ahora mismo no le apetezca demasiado experimentar sin saber a dónde queremos llegar. O simplemente, que no se  pueda permitir jugar a «la revolución» (Talegón dixit) o a «la superación del capitalismo» (Garzón dixit), y cuando se canse volver a casa de papá y mamá, como pasó en los 60.

Mientras tanto, la Generación Perdida ™ sigue en el váter, potando. Igual que en 1988. Igual que en 1992, cuando todo iba a cambiar. El último, que tire de la cadena.

Pero todo esto lo explica mucho mejor Jorge Barraza aquí.

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Tener mundo

Lleva ya de unos años para acá gestándose una corriente de gente deseosa de contarnos cada vez que tiene ocasión que ‘tiene mundo’. Puede que al principio la idea de viajar en vez de veranear en casa de los yayos pareciera innovadora: un modo de terminar de una vez con la tradicional autarquía y cerrazón españolas cristalizadas en las películas dobladas, entre otras muchas cosas. De la noche a la mañana florecieron agencias de esas que te llevaban a Inglaterra un mes con una familia, veinteañeras recién salidas de la Escuela de Turismo iban “mazo ilusionadas” a hacer de au pairs y volvían a su pueblo castellanomanchego enfundadas en vistosas camisetas de los primeros Primark… Luego con las ayudas europeas conocimos las becas Erasmus, las Leonardo… En fin, muchísimas opciones.

Cuando alguien me aborda con cara de intelectual ‘con mundo’ para contarme sus experiencias en el EHTRAHERO yo doy un trago largo a lo que tengo entre manos e intento no echarme a temblar. De entre esta gente hay tres especímenes que me inquietan sobremanera:

1. EL DOMINGUERO DE RYANAIR

“Me he visto toda Europa con Ryanair (y he hecho el gilipollas atándome el portátil con cinta aislante al pecho para no pagar exceso de equipaje –esto, claro, nunca lo reconocerán-)”. Aquí han de activarse todas nuestras alertas cuñadas. El sujeto en cuestión es de los que dice que viaja ‘para desconectar’, pero cambia la foto de perfil de FB/Twitter coincidiendo con la llegada a un nuevo destino y además pone el monumento más representativo del sitio, no uno secundario, SINO EL MÁS IMPORTANTE, no vayamos a quedarnos con dudas de dónde se encuentra. También cabe decir que es gente que tiene 800 amigos en FB –porque son gente viajada-, pero que luego se hace autofotos con las letras de I AMSTERDAM de fondo y cosas por el estilo. Cuando van a comer a casa de su abuela en Ciudad Rodrigo no activan la geolocalización. En cuanto se bajan del avión en el aeropuerto de Bruselas, sí

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Le falta parar en la estación de autobuses de Lerma.

Su experiencia de viaje no consiste sólo en el viaje, sino en contárnoslo a los demás. Ese periplo en el que ha estado en 20 sitios en un día, le ha «cambiado la vida”, tratará de convencernos (es pertinente aquí recordar, por qué no, el anuncio de Micralax –volveremos a él-). Nos dirá que ha ido al museo x (cuando no ha estado en un museo de su ciudad natal en su vida), ha tomado la bebida local y y la comida local z (cosas que ya ni los locales toman, porque son “para turistas”). Y luego viene un postviaje mucho más dilatado en el tiempo: figuritas de recuerdo que sólo sirven para coger polvo (abordemos de una puta vez que los souvenirs son una horterada, especialmente aquellos con el nombre de la ciudad puesto BIEN GRANDE) perfectamente alineadas por los siglos de los siglos en un estante del salón. Siempre hay una foto de Primera Comunión cerca (o del susodicho,  o de su hermano, o su sobrino…).

Pero pongámonos serios: Ryanair no deja de ser un ALSA con alas, lo cual posibilita una mera ampliación geográfica, gracias a la mejora y el abaratamiento del transporte, de los límites del dominguerismo tradicional: ahora PAQUI puede ir con sus hijos a los fiordos noruegos y comerse un bocata de chorizo de Pamplona, cuando en otro tiempo sólo hubiera podido llegar a la Bahía de Cádiz. La movilidad social ascendente era esto.

2. EL QUE VA ‘A AYUDAR’

Casi más miedo que los primeros, que no dejan de ser una ramificación del cuñadismo estándar. Aquí directamente no sabes a lo que te vas a enfrentar. Quizá el que te dice que ha ido a “encontrarse” (siempre se encuentran en otro continente que ni es Europa, macho) porque nuestros valores sociales se han corrompido y demás. La alerta cuñada ha de activarse cuando escuchamos ‘nuevas culturas’, ‘nuevos valores’ y la alarma ha de sonar cuando vemos una foto en FB de ellos rodeados de niños negros. Una vez fui a un curso de cooperación al desarrollo y una de las chicas, ante la eventualidad de encontrarte en un poblado indígena sin nada que hacer en un momento dado (vamos, muerto de asco porque su ritmo de vida y el nuestro nada tienen que ver), habló de que era necesario –atención: redoble- “gestionar los tiempos muertos”. Dad gracias a que no tenía ningún cuter a mano y hoy puedo escribir esto, porque no sabía dónde meterme.

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Que no os tomen el pelo: ciertas formas de cooperación son de un hortera que da para atrás.

El primer español que mandó a su hija de ‘gap year’, copiando el modelo anglosajón se creería un puto visionario, pero, desgraciadamente, como todo lo que se democratiza en nuestro país acaba siendo de un choricero que asusta, con el agravante de las buenas intenciones además. No me resisto a contar mi propia anécdota de cuñada: cuando estaba trabajando en una ONG de Escocia, a la hija de mi jefa (17 años), se le ocurrió que quería ir como voluntaria a cuidar niños de la calle a Sudáfrica. Mi jefa tuvo que montar diversos eventos de crowdfunding para sufragar tan noble iniciativa con 4.000 libras esterlinas. Que no os engañen: esto NO es muy diferente a que se te antoje un bolso de Prada del mismo importe. Por no pensar que el capricho de la tierna tineiyer podría ir en detrimento de personas con una formación específica para la educación y el cuidado de niños que aparte de situaciones familiares jodidas, pueden tener enfermedades que van bastante más allá de un catarro, pero claro, a ella esto ni se le pasó por la cabeza. La experiencia nos dice que las buenas intenciones acaban contaminando ríos por lavarse el pelo con Vidal Sasoon. “Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas”, que escribió Pérez Reverte.

Luego está el gap year destinado básicamente a la fiesta, éste, de momento, sólo patrimonio anglosajón (el último párrafo de este link es sublime). Un Gandía Shore de un año disfrazado de enriquecimiento cultural, vamos. Lo que me inquieta es que haya padres que piensen que sus hijos van a conocer mundo. Bueno, pues en realidad no: vuestros retoños sólo van a conocer drogas mejores y más baratas.

 3. EL QUE TE CUENTA QUE EL SITIO EN EL QUE HA ESTADO ES EL MEJOR

Aquí entra la ralea de retrasados que chupan avión por un tubo para llegar a la Riviera Maya y no salir del puto complejo hotelero cuando puedes hacer lo mismo en Canarias por menos de la mitad de precio. Pero claro, no olvidemos la idea de ‘EXPERIENCIA’ (muerte a la gente que te regala cajitas compradas en FNAC/Corte Inglés con esto), que parece ser deudora de ‘cuanto más a tomar por culo te vayas, mejor’.

Volviendo al asunto Micralax, aunque estés estreñido tienes la sensación forzadísima de que has, por cojones, de disfrutar porque te has gastado una pasta y porque el sitio en el que estás viene recomendado en ‘1001 lugares que hay que ver antes de morir’. Tu recuerdo, pretendidamente imborrable, LIFE CHANGING, del Empire State empañado porque te estabas meando. No puedes consentir que nadie sepa eso. Yo no sé quién puede disfrutar así. Qué presión.

Otro sector es el de la gente que se decide a irse a vivir a lugares inexplorados como Londres o Nueva York. En el primer caso no es raro que el cumplimiento de sus expectativas profesionales y personales haya pasado por currar en un McDonald’Sin títulos de la City al que les costaba una hora de metro llegar y en el que nadie les daba las gracias por nada y durmiendo en un puto squat (que no os engañen con un falso espíritu anarquista, realmente no podían pagar más). En esencia, es la misma gente que te hubiera restregado su ropa comprada en Oxford Street de haberles ido bien, pero claro, como NO, pues hay que adornarlo. Acaban volviendo a España arruinados y pidiéndote tabaco. En el segundo caso, si a los miembros de la Nación Cuñada les dices que a ti no se te ha perdido nada en Nueva York, te recordarán que Frank Sinatra le dedicó una canción (pero todos parecemos olvidar que Serrat hizo lo propio con Badalona), y que “ahí es donde se mueve todo lo de el mundo, chocho. AHÍ TIENES QUE IR”.

Último apunte de este apartado, y tendencia que también me inquieta: la sustitución de Nueva York por China. Hordas cuñadas yendo allí cuando sabemos que en su vida han comido un rollito de primavera –es más, es que les dan hasta asco- y saben de Mao de refilón. Pero lo saludo. Ellos nos dicen que hay que ir ahí “porque van a comerle la tostada a los Estates en lo de potencia mundial, y yo quiero estar ahí pa’ verlo, quilla”. Ojalá no vuelvan o nos condonen parte de la deuda que nos compraron usándolos como mano de obra barata.

En fin, aquí como en todo, lo mejor es relajarse, no obsesionarse con tener más chinchetitas en TripAdvisor que el vecino, ir a sitios que a uno realmente le interesen, y no en función de que esta semana en la web X hay una oferta para –inserte aquí su nombre bizarro de aeropuerto de segunda de esos en los que opera el bajo coste-. Gente que ni sabe lo que hay en esas ciudades ni mucho menos situarlas en un mapa. En fin: prefiero ciertas parejas tiradas en el sofá viendo Hay una cosa que te quiero decir, que haciendo el ridículo pensando que están recuperando el tiempo perdido yéndose de viaje a sitios en los que apenas pueden comunicarse con nadie, cuando lo más que van a hacer es traerle «alguna cosita de comer de recuerdo» a la del segundo.

El nacionalismo/la ignorancia/la idiocia… se curan viajando. Ya veis que no, que sólo se canalizan de modo diferente.

Coged algún libro o revista. Nuestra casa es OK.

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Los community managers y yo: una historia de violencia

Cuando estamos viendo la tele juntas y le digo a mi madre que he identificado a un compañero de Facultad en los títulos de crédito de algún programa, o siendo entrevistado, o que le han dado un premio, o que me he enterado de que está de jefe de prensa de algún grupo parlamentario, normalmente ni le miro a la cara, porque ya sé que no lo va a expresar con palabras, pero va a poner un gestito acusador como diciendo: “¿Y por qué no estás tú ahí?”.

Y no le falta razón. Quiero decir, en mi caso no puedo echarle la culpa ni a la sociedad, ni a la crisis, o no del todo. El 80% del peso de “no estar ahí” recae sobre una serie de malas decisiones que tomé en su día –vamos, desde el primer día de la carrera hasta hoy, y de las que no me arrepiento casi nada-, mezcladas con mi inutilidad haciendo contactos –ése que me puede dar el trabajo es el mismo que siempre me cae mal, y soy incapaz de disimularlo- y mis escasas habilidades técnicas que mis compañeros de radio recordarán con cariño. La coyuntura económica puso el marco, el otro 20%, pero poco más.

La ralea que empezó, como en mi caso, la carrera en los primeros dosmiles vivió con mucha intensidad el Prestige, el No a la Guerra, luego el 11M… Una serie de acontecimientos de alto voltaje profesional y –supongo que para los informadores implicados- enorme desgaste emocional. Periodista y persona eran uno. Y quiero pensar que la mayoría de los que entraron en la Facultad a la vez que yo lo hicieron por el afán de tener un trabajo que no fuera un medio sino un fin, un modo de no pasar por la vida de puntillas. Aunque sé que a veces cansa y uno tiene ganas de mandarlo todo a la mierda y montar un chiringuito en la playa.

Y bueno… se generalizó internet, que hizo el trabajo más fácil y había que patear menos y nos desromantizó bastante a todos, llegaron las primeras prácticas, las parejas, las hipotecas. Y el trabajo era irremediablemente medio, y convertirlo en fin dependía bastante de uno mismo, y no todos valíamos para eso. Nos volvimos –y demos gracias, porque al final la mayoría de los informadores no son héroes, aunque algunos machaconamente nos recuerden sus batallitas-, más prosaicos. Y esto no está mal, porque la mayoría nos dedicamos a contar historias mundanas. Tan necesarias como triviales. Y a muchos nos gusta que sea así. Pero hay gente que parece olvidar, deliberadamente además, que hay que saber contarlas.

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Se empieza con el RT para darme a conocer y… bueno.

Y no, yo ya nací escéptica y no tengo esa visión romanticona del periodismo, de reporteros de  internacional que van a cubrir catástrofes y que ven a sus hijos un día al mes, y llegan de noche y lo poco que pueden hacer es darles un beso cuando duermen; y entiendo que un periodista puede equivocarse, y enamorarse, y enfermar, y que por mucho que le guste su trabajo es un ser falible y no disponible las 24 horas salvo condiciones tremendamente excepcionales.

Un buen trabajo tiene que estar bien pagado. O al menos pagado a secas, porque a veces ya ni eso. De ahí todo el daño que han infligido las pasantías gratuitas, el RT para darme a conocer, mi puto blog, rogamos difusión, las colaboraciones y demás historias, en el que ese mensajero invisible pero contundente que –en mi humilde opinión- ha de ser el periodista se erige en el protagonista, deja de mirar por la calidad de lo que escribe y de preocuparse mucho por cuánto de visible es su cara. Y de ahí a la proliferación del tertuliano CUÑAO hay nada y menos. Y cuando los de arriba han dicho que si podemos tirar de gente sin –apenas- cobrar lo vamos a hacer, nos hemos puesto muy #periodigno #gratisnotrabajo #sinperiodistasnohaydemocracia y demás hashtags de mierda. Y eso habiéndolo aceptado de muy buen grado nosotros en primer lugar. La última oportunidad para salvar el culo sería no cubrir hoy la comparecencia de Rajoy, pero creo que no va a ser algo ni mucho menos general y se va a quedar en otro bonito hashtag para contar a los nietos y hacernos los indignados. Pero no, pasaremos otra vez por el aro de la España cutre, servil,  de los 4.000 euros en confeti. Lo sabemos ya.

Teniendo en cuenta que, a pesar de la destrucción de empleo en el sector, la inmensa mayoría de mi promoción trabaja, el fallo está en mí, claro. Bueno, o no. Porque a lo mejor lo que pasa es que por primera vez lo que siento, lo que pienso, en lo que creo y lo que finalmente hago se han convertido en la misma cosa: en la negación de mi propia profesión. Llevo varios días pensando que mi profesión ya no existe. Mi única reacción consiste en no practicarla –ni tener muchas ganas de hacerlo ahora mismo, siendo sinceros- y casi en no consumirla. No puedo hacer mucho más. Todas estas nuevas “ocupaciones”, que han surgido al albur del 2.0, que al principio era muy bonito porque hablaba de ‘periodismo ciudadano’ y cosas por el estilo han ocupado su lugar.

En algún momento no sé qué pasó, ni cuándo, ni qué cojones estaba haciendo yo entonces (supongo que siendo feliz), y surgieron como flores en mayo los social media analyst, los e-branders, los community managers, los freelance part-time (bonito eufemismo para decirnos que estás parado full-time)… Miren. Es que no. A mí no me sale ser estas cosas. Y eso no quiere decir que yo lo que quiera sea ir a Afganistán. Yo no quiero aprender a posicionar mi web muy arriba ni a crear humo o ‘valor de marca’ (a vosotros no sé, a mí me sigue gustando más lo que se puede tocar) bajo el pretexto de dar una información a un lector cuando realmente lo que le voy a llevar a hacer es a meterse en mi página para que vea anuncios. Cierto es que cuando sólo había periódicos en papel no estábamos seguros de si se leían la noticia entera con el café y los churros y tampoco les poníamos una pistola en la sien para que lo hicieran, pero se escribían cosas tan bien hechas como ésta, algo que ahora me parece impensable. Está, en cambio aflorando una especie de “tecnicidad” con nombres en inglés asociada a unos contenidos de mierda y a unas prácticas profesionales bochornosas (y no me refiero exactamente a equivocarse, ya he dicho arriba que somos, sobre todo, falibles) que me han hecho dejar de creer en esto que se suponía que yo tenía que estar haciendo, mucho más allá de la escasez de puestos o de la remuneración de los mismos.

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No sé, veo muchos eventos, a los que es imprescindible asistir arreglao pero informal, para no salirte del «circuito». «Que me vean», viene a ser la idea de fondo;  mucho marketing, muchos congresos de mierda que sirven para que ellas se vayan de compras y ellos de putas, muchos coleccionables, muchas cartillas y 20 cupones para llevarte el giratortillas del Barça… Inhibiéndome acerca del complejísimo tema de los modelos de negocio y de si la gente está dispuesta o no a pagar por información a estas alturas, mi concepción, supongo, más “proletaria” de la profesión –cierta distancia con los jefes, no ir con el jefe a ‘Gin & Journalism’ y otras mierdas, cierta idea acerca de la obtención de los dividendos, que el sueldo nos va en ello, pero sin obsesionarse-, me impide comulgar con estas nuevas tendencias. Y no lo digo con pose afectada ni mucho menos. Es que, de verdad, yo quiero creer muy fuerte en este nuevo mundo de consultores SEO y SEM, igual que quiero enamorarme de un ingeniero de Telecomunicaciones con vehículo propio y contrato indefinido. Sería mucho más fácil no tener que pensar qué hacer a partir de ahora. Pero no me sale.

No sé, empiezas un cursillo y te dicen que si no sabes Dreamweaver estás muerto. Cuando has aprendido Dreamweaver te dirán que Final Cut, después vendrá otra cosa. Y que si Quién se ha llevado mi queso y que si tal (libro de infausto recuerdo éste). Intentaré seguir la corriente de la actualización permanente, y eso me llevará a estar angustiada todo el tiempo. Y no puedo pasar por ahí. Pero es que el problema de fondo está en que, de verdad, puede hablar conmigo personalmente Pedro J. Ramírez para que me suscriba a Orbyt, pero yo no creo en este modelo que se nos viene encima. A mí no me importa ser la primera en saber algo, me importa conocerlo bien. Pero creo que somos una especie en extinción los que pensamos así.

Y aquí me ven a mí, en plena travesía del desierto pensando en creer en algo a lo que destinar los cuatro años que pasé en Pamplona. Y llevo ya un tiempo muy largo sin respuesta, un tiempo que cada día que pasa es más difícil de justificar. Porque aquí todos queremos dar un sentido a nuestra biografía y una todavía se niega a que buenos momentos como correr con el portátil hasta el estudio de radio para leer cosas directamente de la pantalla porque la impresora se había estropeado o los trillones de litros de café consumidos durante el proyecto fin de carrera, y malos momentos como la infumabilidad de las clases de Empresa Informativa o discusiones a degüello con “las jóvenes de la perla” ™ se pierdan por el sumidero. Pero yo así no puedo.

Siempre está la opción de adornar nuestra trayectoria para que quede bonita en la solapa del potencial libro que escribiremos, diciendo que con ocho años los Reyes nos trajeron una máquina de escribir, o que llegábamos tarde a clase porque de críos leíamos todo lo que caía en nuestras manos, parte trasera de los paquetes de cereales incluida. Y hacer que todo quede muy vocacional, muy predestinado. Precioso. Pero la realidad es que tenemos cronistas cojonudos metidos a community managers. Mamá, yo no quiero ser e-brander. Parad el Periodismo que me bajo.

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SS

When you look with your eyes

Everything seems nice

But if you look twice

You can see it’s all lies

Lily Allen-LDN

Soy donostiarra, y aunque ya no vivo allí suelo tener a bien, cuando me acuerdo, ver el 20 de enero la izada de bandera de ése nuestro rito pequeñoburgués llamado Tamborrada, con el cual celebramos San Sebastián como patrón e incluso como icono gay. Una fiesta patronal de un día, vamos, un desfase, como todo en San Sebastián (JE). Uno de los testimonios que más me impactó este año fue el de Ernesto Gasco (que en su día fue concejal y que ahora mismo ignoro si lo sigue siendo), afirmando que el día de San Sebastián es el día en el que “los donostiarras más ligamos” y en el que más “nos abrimos”. Todo esto, por supuesto, ya con unas copas encima, fruto posiblemente de la victoria de la Real sobre el Barcelona en Anoeta;  porque de otra manera eso es INAFIRMABLE e incluso fuente de repulsa. Además ayer apareció este estupendo artículo en Norma Jean, muchísimo más ajustado a la realidad que las palabras de Gasco.

Cada vez que reflexiono acerca de cómo socializamos en el País Vasco siento que pierdo el tiempo, que hay algo, un ente, más allá de la costumbre, que nos hace ser tan MONGOLOS, pero cuya existencia se nos escapa. Algo que no sé qué es y que lo condiciona todo. Porque sí, empezamos echándonos unas risas con los sketches de Vaya Semanita, pero lo cierto es que los vascos sólo hablamos de este tema cuando no estamos entre nosotros, y se lo exponemos a gente de otros lugares entre el cachondeo y la angustia. Y diría que de todos los lugares del País Vasco, Gipuzkoa, y en concreto San Sebastián, es el LUGAR CON MAYÚSCULAS para experimentar esa represión (y no me refiero al terreno afectivo, sino en el mismo terreno de las amistades, de la gente que te tiene que apoyar más o menos siempre) carlistona y jesuítica, que lo mismo se da en colegios ingleses de pago que en ikastolas de barrio famosas por ser cantera de la kale borroka o similares. San Sebastián es esa ciudad que cuando crees que le has tomado la medida se cachondea de ti jugando a ser lo que no es, y tienes que volver a intentar entenderla. Quiere ser lo que es pero también otra cosa, y algo no le deja. Adorable para el visitante, insufrible para el que duda de ella.

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Fiestas patronales en invierno y de un día de duración. No vaya a ser que alguien ligue.

De hecho el otro día, viendo un documental sobre el productor Elías Querejeta por fin, encontré verbalizado de un modo que yo no había conseguido, lo que es el origen de todo vínculo social en San Sebastián. Refiriéndose a la película ‘27 horas’, el productor recordaba su paso como docente en un instituto de Rentería y su decisión final de ambientar el film en la capital guipuzcoana por algo así como que “es una ciudad de cara amable en la que ese tipo de problemas (refiriéndose al galopante consumo de heroína) parece que no existen”. Y así creces, en mi caso viendo la Bahía de La Concha desde el patio del colegio, pensando que cómo demonios va a vivir alguien en un lugar mejor que ése, pensando que no hay demasiados motivos para sufrir, si aquí la gente viste bien y come bien y tiene buenos sueldos, qué va a pasar. Tú has nacido para ser feliz aquí y pasar ya todo lo que te queda de vida en esta burbuja, no me digas que no has tenido suerte.

Yo hubiera sido una niña perfectamente normal en casi cualquier lugar del mundo, pero claro, en San Sebastián no. Ir a un colegio más bien pijo y vivir en un barrio más bien borroka y además ser un poco bakala era bastante esquizofrénico. Tú tienes buenas notas, no puedes ser TAN AMIGA de ésa, porque a esa le han quedado cuatro. Pero claro, tampoco puedes entrar en el grupo de ESAS SEIS  porque SON ALTAS y además saben leer un pentagrama, y tú tienes que poner el nombre de las notas con letra, debajo, contando las líneas, porque si no no sabes leerlo. Y además en gimnasia siempre haces trampa, pequeña corrupta. Y eso que a mí me parecía tan natural, que era juntarme con la gente que honestamente me caía mejor a pesar de que me echaran de clase infinidad de veces por su culpa, en vez de con aquellas cuyas calificaciones más se parecían a las mías; no era demasiado ‘lógico’ en los esquemas educativos de la Bella Easo. Me di cuenta muchos años después de que era impensable que alguien con buenas notas se quejara, cuestionara nada. No podían entender que yo hablara con la otra esquina de mi clase porque, cabrones, habéis sentado a mi amiga donde yo no puedo dirigirme a ella y quiero SU TIPEX y no el de la rubia ésta mongola de los pantalones Lois (y sí, nos lanzábamos el tipex, o lo que fuera, en diagonal, sobrevolando temerariamente las cabezas de media clase). No digo ya quejarse de malas formas, sino simplemente decir que algo no te parecía bien o que a lo mejor debía de hacerse de otra manera.

Y entonces llamaban alarmados a tu casa: “Es que protesta mucho”, “Es que se ríe demasiado”. Dejando caer que quejarte debía ser un motivo de preocupación para tu familia. “Se nos echa a perder”. No estás siendo buena chica. No estás siendo lo que tus notas dicen que tienes que ser. Como si tu madre tuviera todo el tiempo del mundo para perderlo en gilipolleces y dolores de cabeza gratuitos. Como si hubieras delinquido. Eh, dedícate a ser de San Sebastián. Sal de cantinera en la Tamborrada. No hables con los borrokas de tu barrio. Quédate en esta endogamia insoportable que encontrarás algo en una cooperativa, seguro. Estudia Derecho. Pero eso sí, todo con poco odio, todo decidiéndolo por ti con mucho cariño. El donostiarra estándar acepta de buen grado lo que conlleva ser “un buen donostiarra”, y San Sebastián no es un sitio especialmente cruel si uno se deja llevar por esa superestructura perpetua que decide lo que es mejor para ti: la cuadrilla. Aunque debe de haber un ente superior a la cuadrilla, como una especie de Bildeberg de las cuadrillas, que permite que esta figura ASFIXIANTE siga adelante en el ritual social.

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Cosa muy de señora de San Sebastián de toda la vida: llevar la cadenita de oro con la barandilla de La Concha para denotar tu estátus social en el Infraebro.

Mis grupos de amigas (nunca tuve una cuadrilla como tal) no excedían las 4-5 personas, y ocasionalmente –si mis amigas más amigas no salían o no estaban- me acoplaba en otras cuadrillas con las que tenía una o dos amigas en común que se encargaban concienzudamente de recordarme que no pertenecía allí. Que vienes a Madalenas de Rentería pero porque te dejamos. Que eso que estaba haciendo era RARÍSIMO, que cómo vas a salir con gente que no es de tu cuadrilla. Va a venir Odón Elorza y te va a desempadronar si sigues así. Hay sistemas de check and balance en algunas democracias avanzadas más laxos que los rituales de algunas cuadrillas. Esas cuadrillas forjadas desde los cuatro años hasta la muerte. Tu vida pasando delante de la mirada de EXACTAMENTE LA MISMA GENTE de aquí hasta que fallezcas, con los mismos ritos, los mismos Santotomases, los mismos “salir hasta más allá de las tres de la mañana significa el desfase padre”, las mismas bodas, los mismos embarazos, tus hijos serán amigos de mis hijos, esto lo sabemos VEINTE AÑOS ANTES, los mismos udalekus de la Diputación, el mismo bote (beber todos lo mismo, tu individualidad violada por una horda de veinte personas que dice que tienes que beber cerveza cuando lo que te apetece es Santa Teresa Cola), las mismas expectativas para todos los miembros de la cuadrilla en un clima de falsísima igualdad (porque siempre hay liderazgos, nunca autoritarios, sino muy muy sibilinos). En fin: cero intimidad, los mismos ojos puestos en tu nuca durante años y años. Una vida sin compartimentos estancos. Yo entiendo que el mundo actual está lleno de incertidumbres, pero lo de someterse a esta Stasi social me ha parecido siempre de locos. Nadie baja sólo a la calle, nadie va sólo al cine. No puedes ser el único de tu grupo de TREINTA al que le guste un tipo de música, porque claro, te tiene que gustar lo que a la mayoría para poder ir TODOS JUNTOS al concierto de no sé quién, y si no eres raro y se produce una marginación, eso sí, muy muy educada. El acoso amable de tus iguales. Mi recuerdo especialmente kafkiano era que en la playa la gente se coloca por colegios. Es impensable, por ejemplo, que nadie de Marianistas fuera a la playa de Ondarreta, porque los de Marianistas van a la Concha. También es impensable que alguien de ikastola vaya a La Concha. Por supuesto, jamás  interactuarán a no ser que a alguno se le haya escapado un balón de fútbol. Mis 3-4 amigas éramos de ir a Ondarreta, por la sencilla razón de que la mayoría vivía más cerca. Siempre traté de sobrevivir intentando simplificar este tipo de situaciones porque si no, TELA.

El donostiarra tiene prohibidísimo zozobrar. Porque esa mirada social que decía arriba y que es la que le impide naufragar (falacia muy aceptada: “la cuadrilla te da seguridad”) es la misma que le impide hacer nada innovador en lo personal. Haz algo socialmente reconocido, pero que no se diferencie demasiado. Al contrario que en otros sitios, no es un tema de envidias ni nada por el estilo, sino el deseo de mantener una falsa cohesión que nunca he entendido demasiado bien. Los cambios que puedes hacer en tu vida tienen un margen de maniobra minúsculo, y a veces se limitan a tu flequillo (mírese la bancada de la izquierda abertzale de cualquier ayuntamiento o parlamento). Si los cambios son exagerados, nadie los va a criticar abiertamente, pero les parecerán ‘raros’, les parecerá que no responden a nuestra esencia o alguna pollada por el estilo. Mirado con perspectiva, todavía hoy me parece acojonante haber aguantado 12 años en el mismo colegio, teniendo en cuenta que cada año me llevaba mejor con una gente distinta, que nunca me llevaba bien del todo con nadie, que cambiaba de actividades extraescolares como de amigas, que me cansaba de todo y que quería cosas nuevas día sí y día también y que leía la SuperPop para reírme de mis compañeras, que se tomaban sus tests muy en serio. La constancia necesaria para llevar una vida donostiarra no es mi característica más acentuada y yo ya intuía que cuando fuera mayor no podría vivir ahí porque no podría tener un noviazgo de diez años y ese tipo de cosas.

Y esto no es nada político: aplica igual a cualquiera de los lados de esa dicotomía pijos vs. borrokas, felizmente superada gracias a que Bildu tiene la alcaldía, ostentada por  un señor cuyo barrio, Igeldo, quiere independizarse de San Sebastián. Que sí, que hay barrios que quieren no ser donostiarras, como Altza, yo no sé si para montar su propio Gran Hermano social o porque como todos sabemos, el 70% de los altzatarras tienen ascendencia en Miajadas o la comarca de La Serena y copan las juntas directivas de los centros extremeños y quieren parecerse más a ese modelo. Yo reto a las chicas de San Sebastián a que se metan una noche de Semana Grande en cualquier bar de Ikatz Kalea (para los foráneos, nuestra calle batasuna por excelencia) y finjan ser del tercio sur peninsular y por supuesto, no saber euskera, que se crean mucho su papel de “esta noche no soy de aquí” y que escuchen atentamente lo que nuestros borrokitas tienen que decirles en nuestra lengua vernácula, que suele ser lo que a una chica de San Sebastián no le dirían por lo menos hasta la noche de bodas. Todos queremos, pero hay algo que no nos deja. A mí me gustas, pero es que a mis amigos también les tienes que gustar (puede ser que Euskadi sea el único sitio de España en el que los amigos son todavía más coñazo que la familia del cónyuge). Además, bastante de primera mano, sé que hay borrokas que se mueren por hacerse a pijas, y viceversa. Pero ay de ti si verbalizas esto.

Y cuando entran en juego los hombres, entonces sí. Ahí es cuando tu relación con Donostia y los donostiarras pasa del amor/odio al odio/odio (copyright Wallyweek). Lo mejor que te puede pasar en este sentido es tener PUEBLO fuera de Vascongadas (y eso que en los pueblos también hay niveles altos de presión social, pero vamos, nada que ver). Ya era tal el agobio que cuando me fui a estudiar a Pamplona (que en lo estrictamente social para las personas originarias de allí ofrece unos ritos parecidísimos) y podía tener dos o tres grupos de amigos distintos dependiendo de lo que me apeteciera hacer, me relajé y fui feliz, y no importaba mucho de dónde era no sé quién si quería liarme con él o si hacía FP. Adiós protocolos incomprensibles, adiós “a toda la clase le tiene que parecer bien lo nuestro”. La expectativa amorosa del o la donostiarra es tener una relación con otro u otra donostiarra. Todo lo demás quita puntos de donostiarra. Una alemana cañón que conociste de Erasmus y con la que te decides a establecer una relación un poco más formal es un ente externo, como nos decían ayer en Norma Jean, para tu familia y amigos, y la chavala, que vendrá a la ciudad encantada viendo lo bonita que es y todo eso, pasará en pocas semanas a sentirse como un pulpo en un garaje, y eso sin que la traten mal, porque insisto, los donostiarras no somos maleducados. Los noviazgos, como decía arriba, son eternos, en muchas ocasiones alargados innecesariamente porque si ya te cuesta ligar con uno, imagínate lo estresante que es plantearte dejarle para intentar conseguir otro, y sobre todo otra. “Mi novio de toda la vida”. Ligar, que debería de ser algo que nos gusta no es algo placentero para muchos hombres en San Sebastián, parece que es un trámite tipo darte de alta en autónomos, algo que hay que hacer porque más o menos NO SÉ QUIÉN espera que te juntes con otra chica, pero eso sí, que no sea de sitios demasiado exóticos como Huelva. He llegado a tener momentos de pensar que los donostiarras no se enamoran, sino que buscan relaciones más o menos ‘convenientes’, de ésas que no molesten mucho a su modo de vida ‘tradicional’ de cenas en sidrería los primeros fines de semana de enero. Las parejitas que se van de puente a Benidorm o a Formigal para desconectar, pero que se encuentran con más parejas donostiarras, identificándose mutuamente mediante sus sudaderas de Loreak Mendian. La sensación de unión a base de una cuenta vivienda común en la Kutxa (ahora Kutxabank). Ay.

Pero si me hubiese limitado a intentar ajustarme a esa vida donostiarra idílica, inmaculada, de pintxos los domingos y tardes en familia en La Concha y Tamborradas de tu barrio y nueve por ciento de paro y colas kilométricas para comprar helados que comemos mientras vemos los fuegos artificiales de Semana Grande, no me habría dedicado a robar masa para hacer churros en Estella para tirársela a mis amigos a las 9 de la mañana, ni me  habría llevado a casa una señal de una rotonda en Pamplona, con el palo y todo, ni me habría sentido atraída por miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en el norte de África (según en qué lado del espectro social, incluso podría haber terminado atentando contra ellos), ni me habría permitido el lujo de abandonar mi trabajo un verano porque sí y porque me daba la gana e irme a Ibiza, ni me habría puesto hasta el culo de comida asiática en Tanger, ni habría cantado Joy Division en medio de la nada en una caravana en Connemara, ni habría invitado a guiris a chupitos de patxaran en Barcelona, ni hubiera descubierto la mística de los chándales, ni habría tenido jamás la sensación de que mi vida me pertenecía, ni habría ganado nunca la seguridad para pensar que la gente va y viene. Y como siempre hubiera habido alguna piedrecita que habría impedido el encaje perfecto que sólo el que llega a ese nivel de 100% de ñoñostiarrismo, mi existencia habría terminado siendo un pozo de auténtica frustración, un quiero y no puedo.

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Otro año de mierda

If reading books is to survive as a leisure activity –and there are statistics which show that this is by no means assured- then we have to promote the joys of reading, rather than the (dubious) benefits.  I would never attempt to dissuade anyone from reading a book. But please, if you’re reading a book that is killing you, put it down and read something else, just as you would reach for the remote if you weren’t enjoying a TV programme. Your failure to enjoy a highly rated novel doesn’t mean you’re dim –you may find that Graham Greene is more to your taste, or Stephen Hawking, or iris Murdoch or Ian Rankin. Dickens, Stephen King, whoever. It doesn’t matter. All I know is that you can get very little from a book that is making you weep with the effort of reading it. You won’t remember it, and you’ll learn nothing from it, and you’ll be less likely to choose a book over Big Brother next time you have a choice.

Nick Hornby. The Complete Polysyllabic Spree

Ha sido un mal año para el país. Vale. Pero no estamos escribiendo eso por esta razón.

Cuando el propósito número siete de tu lista para 2013 es “poner al día las cotizaciones de la Seguridad Social” algo estás haciendo mal.  Y lo hablaba con Majo mientras nos tomábamos unos rones cola nada más llegar yo a Irlanda: pueden transcurrir tranquilamente tres años sin que ocurra la nada más absoluta y de repente, en una semana te pasan un montón de cosas, que o son malas, o te rompen un plan, o te obligan a tomar decisiones precipitadas, de esas que crees que “por fin van a cambiar las cosas”. Y no. Después de sudar tinta china, resulta que vuelves a tu estado de ‘la nada más absoluta’ en el que llevas instalado esos tres años que decíamos antes. Y da exactamente igual que fuerces las cosas para que sucedan cambios o que simplemente dejes al azar hacer lo que tenga que hacer. A veces tiene que pasar ‘lo peor’ para que las cosas cambien, pero claro, no te das cuenta de eso hasta mucho después. Tu fuero interno ‘sabe’ que todo ‘pasa por algo’ y que esa cosa por la cual te estás cagando en la puta hoy mañana a lo mejor es el inicio de ‘una vida mejor’ o cualquier mariconada por el estilo.

Pero no, esto es una tontería. En mi casa siempre hemos sido unos loser. No vamos presumiendo de ello, pero tampoco lo vamos a ocultar. No iba yo a llegar ahí y de un día para otro PETARLO en cualquier disciplina y joder tan impecable trayectoria familiar, pasando del sector agrario al sector servicios en un par de generaciones pero con una movilidad mental y aspiracional descendente de cojones.

Sobre todo es la sensación que ya no sé si es de retorno eterno o simplemente de inmovilismo, de la mierda de zapatillas de casa del Primark y de días enteros saliendo del piso sólo para bajar la basura y poco más. Y todo esto entremezclado con épocas que empiezan un día al azar y que marcan meses enteros yendo a casa sólo para dormir y a veces ni eso. El mareo. El zigzag del todo o nada. No es como volver a la adolescencia, es como no haber salido nunca, como cuestionarte todo el rato si te comportaste y si te pasaron cosas de adulto alguna vez. Y no, no echo de menos lo que tenía con 17 años, porque no tenía nada. Pero sí echo de menos lo bien que ese no tener nada –sobre todo no tener expectativas muy claras, vamos, como ahora- me hacía sentir. Ahora no, ahora si no tienes claro a dónde quieres llegar ya vendrá algún gilipollas a depositar sobre tus hombro la losa de la culpabilidad, descuida. Los titulares de este año son relativamente rápidos: estabilidad tendente a empeoramiento en el campo personal, darwinismo amistoso, y la nada más absoluta, de la que confortablemente disfruto en mi colchón familiar que es de estos malérrimos, de espuma, muy de posguerra, en el terreno profesional. Y bloqueo de Alberto Garzón en Twitter, que todavía sigo en fase de duelo. Ya no sé distinguir si las cosas son simplemente malas o es sólo que nada ocurre, o si es todo junto y que el hecho de que no pasa nada constituye un mal en sí mismo. No sé.

mamarrachada

Pero este año de mierda también ha tenido momentitos guays: por ejemplo, por fin tuve tiempo para leer ‘The Complete Polysyllabic Spree’, de Nick Hornby. El fragmento de arriba lo tengo subrayado en el libro por dos razones. La primera,  porque la lectura del libro de Hornby vino justo después de leer ‘The first man’ de Camus, que fue uno de esos clásicos que “me mató” pero que “como es un clásico tienes que leerlo” (no sé dónde pone eso, pero el caso es que ‘hay algo’ que nos hace vivir pensando que sí). La otra razón es que ese fragmento tiene algo que ver con la actitud ante el cambio de año: algo así como que si no te gusta 2012, déjalo y pasa a 2013. Sigue jugando. Llevamos jugando desde 2009 aproximadamente, pero hay que seguir.

También sigo adelante en leerme TODO de Marsé (el prólogo de Alicia Giménez Bartlett de ‘Si te dicen que caí’ es delicioso) y de Welsh, y como algo me dice que todavía pasará mucho tiempo hasta que encuentre un trabajo, es posible que en 2013 acabe con ellos. Tampoco hasta este año había sido consciente de lo bien que estoy cuando paso el verano en ese pueblo en medio de la nada de Irlanda, incluso aunque a veces trabaje más de sesenta horas a la semana. Por la sencilla razón de que cuando la jornada se acaba, se acaba, no hay trabajo para llevar a casa y hay menos de dos minutos andando entre mi casa y el curro, entre otras cuestiones. Y por esto también. Y porque todos los que estamos allí y venimos de otros sitios tenemos un extraño sentido de comunidad basado en huir de algo o escondernos de algo. Y ha sido este año cuando me he dado cuenta de que eso une muchísimo. Y bueno, un par o tres de borracheras memorables, en especial aquella que se gestó durante el Portugal-Alemania (o Alemania-Portugal, no sé) de la Eurocopa y que validan nuestra más que adorada tesis de que el mejor pedo es el que no se planifica. También ha habido un par de buenas canciones. Contadas. Una y dos. Tal cual. Bueno, aunque olvidaba que muchas mañanas he salido de la cama con esto.

Estos tres últimos meses, y en particular este último, han sido especialmente mierdosos. Y eso que han sido los meses en los que he *viajado* un poco (lección aprendida: viajar no arregla tus problemas, sólo los aplaza. Poner muchas chinchechitas en TripAdvisor tampoco te hace más guay ni más sabio, sólo nos indica que te has gastado más pasta en viajes, porque para conocer los sitios hay que vivir en ellos, no sólo visitarlos). Bueno, pues A PESAR DE TODO ESTO, de este hastío, de este estancamiento, sólo una petición para 2013: salud para seguir aguantando.

Aunque yo sé que las cosas mejorarán. Y seguramente mejorarán cuando deje de pensar en ellas.

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Nayerología de la liberación

Se habla siempre de una literatura de compromiso y el que no se compromete a nada, el hombre libre, está considerado como sospechoso o como cobarde

Miguel Mihura ‘El ocupante del sillón K’ (discurso no pronunciado de ingreso en la RAE)

He estado pensando mucho estos días y, sinceramente, no: no a ese picoteo en ese pisito coqueto de tus amigos emparejados estandarizadamente, que se mueren además por enseñárselo a las visitas. No a ‘no me voy a quejar, no sea que me joda a última hora y no me firme la carta de recomendación’. No a aguantar a tu puto cuñado porque el tío tiene contactos y nunca se sabe. No a quedar con esa gente tóxica en Navidades, que por lo que sea sólo pueden verte durante una hora y que  parece que te están haciendo un favor. No a gastarse una pasta en Nochevieja, que hay que salir, no sea que mi colega el Fali eche un polvo y yo empiece el año haciéndome una solitaria paja en mi cama de adolescente del hogar familiar. No a ir aplastado a trabajar en el metro, sólo porque quieres estar en una ciudad en la que ‘se mueve todo’, ajeno a ti, eso sí, pero a ver si puedes pillar un cacho y ya vas tirando.

No a redactar tu currículum vitae ‘en forma de competencias’. No a los community manager que activan el ‘cómo te sientes’ en los estados de Feisbuk en plena Navidad. No al endiosamiento de lo que se hace en la redacción de (inserte aquí el medio de comunicación favorito de ese conocido suyo que tiene unas ganas tremendas de convertirse en alguien que manda, medio que por decreto se escribe en inglés) porque en realidad no es muy diferente de lo que se hace en La Verdad de Murcia. No a sacarse el carnet de conducir. No a ir corriendo a la tienda a comprarte la versión 4.0 de x aparatito, porque alguien ha decidido que la versión 3.0 que salió hace tres meses está ya desfasada, y además en aquel cursillo te dijeron que si no sabes dominar la herramienta x de los cojones, nadie te va a querer. ¡Qué más da el contenido, si tienes la herramienta x de los cojones! No a comprar lotería de la empresa no por la ilusión de que nos toque, sino porque no vaya a ser que toque y yo sea el único subnormal que no lleve un décimo. No a escuchar al imbécil que te habla de su nómina como quien se saca la chorra, a ver quién la tiene más grande.

No a leerte la literatura recomendada. No a los mil sitios que tienes que ver antes de morir, ni a las ciento sesenta y cuatro películas que tienes que ver antes de cumplir los 40. No a las guías de ‘cómo ser buen padre’. No a las lentillas de color azul (sí a los ojos marrones de proletario). No a dar tu opinión sobre un tema del que no tienes ni puta idea sólo porque los demás lo hacen, y por ende, parece que hay que tenerla. No al reconocimiento social. No a medirte según el rasero que pone otro. No a viajar como un tirao en Ryanair porque” cómo no vamos a conocer todas las capitales europeas como mi hermana y su marido”.

No a los apoyos incondicionales. No a aplaudir al tonto útil sólo porque dice lo que crees que debería pensarse en tu espectro ideológico de mierda. NO A LOS GINTONICS DE 15 NAPOS. No a las bodas de 200 invitados. No a cruzarte el Atlántico sólo para tomar el sol existiendo aquí las Canarias (AH, NO, que lo que quieres es decirle a tu vecino que has estado MÁS LEJOS que él). No a las amistades inerciales. No a aguantar que un tonto que mide su vida de mierda por el cargo que pone en su tarjeta de visita te dé el coñazo.

No a hacer cosas que no es sólo que no quieras hacerlas por pereza o por lo que sea, es que poco a poco se te van enredando en la garganta y te acaban haciendo hasta daño. Puede que haya que mirarse en los otros para tener una idea de donde uno vive, pero por cagarse de vez en cuando en su puta madre digo yo que tampoco pasa nada.

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