Miseria de la comunicación (y II)
Hace unas semanas hice un post (este) sobre algunos puntos que me preocupaban del uso que se hace hoy en día de la idea de comunicación para apuntalar proyectos u objetivos políticos: esta es la segunda parte.
El entusiasmo de la comunicación y la maldición de la tertulia
a) El trabajo de quienes curramos en prensa no consiste en producir algo que genera dinero a nuestros jefes sino muchísimo peor, consiste en que se estabilicen -ya ni siquiera hace falta dar la sensación de un cierto dinamismo y de que hay una pluralidad- las condiciones políticas y económicas para que quienes ganan dinero puedan seguir ganándolo igual (y quienes no pueden ganarlo sigan sin hacerlo, por supuesto).
b) La teoría de la generación del “ecosistema cultural” -teoría que podemos llamar “uno, diez, cien podcasts”- suena bien y parece lógica. Cuantos más artefactos culturales diseñemos, se deja un poso, se atrae a gente, se crea presunta comunidad -lo de las comunidades, para otro día-, y a partir de ahí se podría (¿qué frase ampulosa que usamos a menudo podríamos poner aquí?) “ganar espacios”, “crear hegemonía”. Pero como decíamos en el post anterior, no deja de ser un modo de tener apretadas las filas, llega un punto en el que no se crece, y desde luego no se crece si tu intención es, simplemente, seguir haciendo lo mismo.
c) Me parece cada vez más cuestionable el dogma de “hay que estar en este hueco porque si no lo ocupa la extrema derecha” dicho además por gente que se erige en portavoz de la izquierda pero de la que no se sabe demasiado bien qué procesos deliberativos dentro de las organizaciones los han puesto ahí -suponiendo que tengan algún tipo de organización detrás-. Nos creemos que nos representa a nosotros gente que solo se representa a sí misma. Las propias inercias que generan los platós dictan que eso ocurra así, es a lo que llamo la maldición la tertulia: de una televisión generalista solo pueden salir firmas, marcas personales, por mucho que quien hable lo haga en nombre de un colectivo. Una persona que, si crece en audiencia -o por lo menos si lo parece-, irá enlazando invitaciones a otros programas o la posibilidad de firmar piezas en otros lugares: o sea, generará contenido para generar más contenido… Y ya está, eso era todo, no había nada que asaltar ni nada que ganar, solo tapar un hueco dando cierta sensación de debate (ya saben, representar todas las sensibilidades, patatín, patatán) Y POR ESO MISMO, porque no va a pasar nada más, se invita a estas personas. Mientras tanto, los huecos de la extrema derecha están en los consejos de administración, la judicatura y la polícía -vuelvo a repetir que no hay extrema derecha infitrada, son ellos-, en sitios a los que a priori no entra cualquiera, ni mucho menos te invitan. El combate es una ilusión. Un combate real es otra cosa. De nuevo, al margen de que te canses no pasa nada por comunicar, pero si hablamos de soluciones, no es por ahí. Vas a ESTAR pero no vas a poder HACER. De hecho, la condición para que estés es que, en buena medida, renuncies a hacer.
d) Me parece bien que la gente tenga hobbies, otra cosa es que a estos hobbies se les intente dar un trasunto político forzado. Me parece bien la comunicación -aunque sea solo porque me da de comer aunque no me faltan ganas de que deje de hacerlo-, pero creo que estar en silencio no es necesariamente ser cómplice de nada. Puede que no te interese dónde se pone el foco, o la sobrerreacción a cosas que todos sabemos que mañana se olvidarán y por las que nadie peleará a pesar de haber aparecido como muy afectado por el evento x durante unos minutos; puedes estar haciendo otras cosas no visibles ahora y puedes no estar haciendo nada (pocas cosas más mitigadoras del cambio climático que dormir). Los propios comunicadores reconocen periódicamente que están hasta la putísima polla de tener que generar contenido que con suerte se va a ir por un sumidero en unas horas, cada vez menos horas, porque cada vez hay más contenido que casi nadie escucha ni lee. Es como una economía de escala pero mal, pero al revés. No hay nada memorable, nada se termina, nada deja poso.
Llegar a más gente/construir mayorías
a) Algunos modelos de suscripción de los medios minoritarios/alternativos contemplan la opción de reducir sus cuotas para aquellas personas que están en una situación más precaria (o por lo menos estandarizadamente tenida como tal). Si te están diciendo que apoyan el proyecto (que les parece bien lo que estás haciendo) pero que tienen una revista en casa cogiendo polvo y que la verdad, te están dando pasta por esa sensación de apoyar a David contra Goliat, no están apoyando “tu trabajo”, está apoyando “otra cosa”, un algo difuso que se traduce en cierta lástima (claro, luego viene la contestación de que “hay que comer”, pero a lo mejor no hay por qué comer ASÍ). Hay una construcción del relato en el que nos contamos que ponemos precios bajos o somos gratis “para que nadie que no se lo pueda permitir ahora mismo se quede sin acceder a la información que elaboramos” pero diría que la cosa no discurre tanto por ahí (es, por supuesto, el espejo en el que salimos más favorecidos: somos generosos con el que sufre): a lo mejor simplemente no llegas porque ese que te gustaría que fuera tu público -precarios pero que serán el germen del estallido, mientras nosotros lo contamos- quizás prefiere gastarse el dinero en otra cosa que no eres tú, y no es tanto que no pueda pagarte a ti como presupones que te pagaria si pudiera.
b) Los miembros del gremio tienden a mentirse -y por mentirse primero acaban mintiendo a los demás- acerca de por qué acuden o dejan de acudir a algunos espacios, con argumentarios que mezclan a conveniencia y según quién les esté escuchando (o finja que lo está haciendo) los grandes valores con el comodín de la precariedad. Una cosa es lo que hacemos, otra es lo que creemos que hacemos, y una última es lo que queremos hacer creer a los demás que hacemos.
c) La tele da para lo que da. Creo que el ejemplo que sigue es muy ilustrativo de si merece la pena o no ir a “espacios privilegiados”, que deberíamos quizá llamar “espacios de privilegiados”. La pregunta igual no es si hay que estar o no, sino cuándo nos vamos.
Este video refleja estupendamente lo que es la televisión, por desgracia. Mientras un profesional intenta explicar una materia que domina, los tertulianos, colaboradores o sucedáneos, en vez de escuchar, se dedican a interrumpir y hacer chanzas. https://t.co/Y5WrblJscj
— Juanan Salmerón (@JuananSalmeron) October 6, 2022
d) El público… Ay el público. Cuando escribía la precuela de este post se acababa de aprobar que las empleadas de hogar pasaran a cotizar para el paro. El País hizo un preguntas y respuestas enfocado exclusivamente en las personas que tenían una trabajadora doméstica. Mucha gente se quejó diciendo que no se aportaba la información necesaria a las trabajadoras domésticas -sorpresa, antagonismo!!-, y el periódico, posiblemente movido por las redes, rectificó y planteó preguntas como que si yo era trabajadora doméstica a ver cuándo podía empezar a cobrar el paro. O sea, nos tiramos no sé cuántos años diciendo que si el Régimen del 78, que si Prisa apuntalando no sé qué y que si puta Pesoe para luego hacer el mix sorpresa/indignación cuando pasa esto, que es lo que obviamente va a pasar y lo sabemos. El periódico más leído de España -aunque cada vez menos- lo leen todos los estamentos pero unos más que otros, y lo sabemos. Si El País no saca la guía práctica para la empleada y tú eres de un medio alternativo, coño, pues más a huevo no lo vas a tener: escribe tú el punto de vista de las trabajadoras, le pones alguna cosa que enganche tipo “esto no lo verás en El País” -somos muy millennials e ingeniosos- y no le digas a un diario progre de clase que rectifique una cosa de la que en realidad no se arrepiente y que retrata exactamente lo que es. Pensamos/queremos que el público sea de una manera y a lo mejor lo que hacemos es alimentar los mismos clichés.
e) Se tratan como cuestiones de descubrimiento o revelación lo que no dejan de ser cuestiones de poder. Todo el mundo tiene aunque sea un amaguito de programa, pero nadie sabe muy bien qué hay que hacer -y espero que esto no se trate en reuniones públicas para visibilizar nada, porque en otras épocas había que hacerlo con pasamontañas, por tu propio bien-. Esa obsesión con “hacer despertar” a la gente cuando hay gente que vive muy, pero que muy bien, durmiendo, mientras vive de otra gente que está permanentemente despierta, insomne se podría decir, pero que no ve modo de cambiar su situación justamente porque toda la herramienta que tiene delante consiste en comunicar, y volver a comunicar, y la cosa es que me escuchen, y la cosa es que me vean, y ya te han oído, y ya te han visto y se han dado la vuelta y si tú no haces nada más pues así va a seguir siendo; no tiene demasiado sentido. Todos sabemos qué pasa, la cosa es quiénes quieren pueden/deben/sienten que han de hacer algo al respecto, más allá de contarlo (de contar algo que todos ya sabemos).
A este paso (y si la Audiencia Nacional no manda recao antes) el siguiente post será sobre cómo hacer la manualidad del señor que inmortalizó a Shinzo Abe. Se viene.