2015: Otra vez la vida se quedó a las puertas del trabajo

En ediciones anteriores 2012, 2013, 2014

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Se me han adelantado los compañeros de Equilibrismos al plantearse esto de recuperar el trabajo como campo de batalla, que era el tema con el que quería cerrar el año en DeC. Tres consideraciones aquí: ¿hemos dado la batalla alguna vez? Sí, sin duda. ¿Cabe seguirla dando? Puede, pero no como hasta ahora, con esas imágenes románticas que gusta que pasen a la posteridad porque pareciera que su espectacularidad difuminara los dilemas y las miserias cotidianas; con todos esos millones de personas recorriendo las calles o pegando fuego a cosas. ¿Realmente merece la pena “recuperarlo”? No lo creo.

Pensemos que se cumplen ‘todas’ las normas: has terminado tus estudios, los que sean, y has encontrado un trabajo “de lo tuyo”, o de algo que se te da medianamente bien al menos. Trabajas de lunes a viernes, 40 horas, en jornada continua ¡yuju! Libras también festivos y puentes. Tienes un contrato fijo. Jamás has tenido una llamada del jefe fuera de horas de trabajo, e incluso la relación con tus compañeros es medianamente cordial. Tienes hasta ticket restaurante y una plaza de parking en el curro. Cobras puntualmente tu nómina el día 1 y las extras de julio y diciembre.

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Pero es que aunque ‘la legalidad vigente’ sugiera que esta es una buena vida, no lo es. Porque otros la están comprando. No es tuya. Quiero decir: el hecho de vender la fuerza de trabajo -y si lo de fuerza de trabajo te suena antiguo cámbialo por habilidades, tiempo, tus nervios…- ya es en sí lo suficientemente estremecedor y dramático por mucha pátina legal que se le ponga. El hecho de que, si quieres dejar de venderla la única alternativa que tienes es que te la compre otro también es algo horrible. En fin, solo puedes aspirar a mejorar esas condiciones en las que tu fuerza de trabajo es vendida, tu tiempo es vendido; pero no puedes aspirar a vivir sin que alguien lo compre. No aquí y ahora. Y si también niegas eso, se te recordará que hay algo peor, que es el paro, en el que el acceso a medios de vida queda vedado. Entonces, por mera ‘igualación por abajo’, preferirás el escenario de vender tu tiempo, tu vida, tus habilidades, a no hacerlo. Quizá el verbo preferir es el que peor uso tenga en este escenario, porque no estás “expresando preferencias”, como dicen esos tecnócratas a los que les gusta mucho hacer como que los escenarios en los que operamos no existen o son casi parte de la naturaleza. Y no estás expresando preferencias porque lo que estás es gestionando la miseria, la escasez. En muchos casos ni siquiera la austeridad, porque la austeridad significa vivir de modo frugal incluso existiendo la posibilidad de mejorar materialmente, y me acuerdo de la película ‘Tasio’ y me pregunto por qué no la ponen en las escuelas de emprendedores. Y no la ponen en las escuelas de emprendedores porque en el emprendimiento actual se trata de ser extremadamente funcional al diseño laboral en el que vivimos pero pensando que hemos logrado una cierta autonomía, cuando en realidad eres más dependiente que nunca. Dependiente y solo. Se trata de atomizar la fuerza laboral, entre otras muchas cosas. Y no de vivir con poco y para sí, que es de lo que va la peli, en suma. “Tienen lo peor de ser empresarios y lo peor de ser trabajadores”, decía Albert Rivera, y tenía razón (y si te preocupara de verdad esta gente lo que intentas es sacarla de esa situación, no hacer la situación “llevadera”). Y precisamente porque tienen lo peor de dos mundos al gobierno le interesa que este modelo prospere: reduce las cifras oficiales, aparenta una ilusión de actividad que es una patraña, que lleva a la autoexplotación y genera dependencias crediticias y de familia y amigos que sumen a grupos de personas enteros en pozos de deuda -porque no nos engañemos, al final por muy siliconvalleyano o por muy cooperativo que sea tu negocio (la narrativa que demos a nuestra actividad no modifica su resultado final en el paisaje laboral), acaba tirando del cariño de los conocidos-. Esto no se trata de voluntades personales de coherencia o de replicar modelos exitosos del pasado pensando que con mi actitud personal y la de cuatro amigos cambio el mundo. Olvidarse del escenario es egoísta, narcisista, mentiroso, autoflagelatorio y sobre todo, irrelevante.

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Me sorprende pues cómo desde el ámbito de la política exista una explicación unívoca de que el trabajo es el garante del “acceso a derechos”. Antes, mucho antes, de la existencia de la figura del trabajador pobre, de la mutación de las economías industriales en economías de servicios, de que los doctores se tuvieran que EXILIAR, OH CIELOS; de la llegada de Ikea y los chinos, alguien decidió que “tenía sentido”, que era “una vida decente” que alguien intercambiara casi la mitad del tiempo adulto que pasa despierto por el dinero necesario para acceder a techo, comida y quizá vacaciones. Y sin embargo, no se ve como villanos, sino incluso como héroes; a aquellas personas que compran la vida de otras personas, incluso comprada en “las mejores condiciones posibles y sujetas de modo inmaculado a la legalidad vigente” que decíamos arriba. Me sorprende que ahora que acabamos de pasar una campaña electoral toda la acotación sea que se cree empleo “digno”, “decente”, dicen. Obvian, no sé si queriendo o no, un par de cosas relevantes. 1) Que lo que se denomina “mejoras sociales” no implica la desaparición de las penalidades, sino simplemente el traslado de las mismas a otras personas que no tienen los modos de defensa -por una modificación en la demanda de trabajo, por una espuria decisión legislativa o por lo que fuera-, que tú pasas a adquirir -e incluso cuando se ponen de manifiesto esas penalidades, se dicen de ellas que son ‘oportunidades’, dando un triple mortal carpado inverso en favor de los que te joden la vida; y 2) la existencia de un escenario laboral que se dilata y se contrae también al antojo de cuatro gilipollas: la abertura arbitraria en tiempos calificados de prosperidad de una espita que propiciaría que dejáramos de ver el trabajo como un mero lugar en el que ganar dinero y, dadas ciertas condiciones, empezáramos a verlo como incluso un lugar de autorrealización y de poder -porque el trabajo tiene mucho de este componente: si no quieres que te manden, tienes que mandar tú, y sin embargo muchos de quienes creen que mandan en su pequeña taifa, a su vez; reaccionan a los mandatos de otros, haciendo de nuestro curro el reino de la estupidez funcional-. Las prosperidades que se crean y que luego desaparecen cuando no vienen bien, que posibilitaron un día que pudieras ver en el curro un espacio de autorrealización (y de ascenso social) se desprosperizan cuando haga falta para que acabes diciendo ‘qué afortunada soy’ cuando puedes llevar un vaso de leche a tus hijos (¡¡nunca habían sido pobres!! “Nunca hemos querido caridad, solo trabajo” –> es lo mismo, ahora las empresas pueden pedir esclavos que desgravan al estado, que se los dona encantado y creyendo que contribuye al bien incluso). Y no, en ninguno de los casos has decidido absolutamente nada.

Y es que todo el debate se centra en LAS CONDICIONES en que se ejerce esa explotación pero nos parece implícita la explotación misma, porque hay miles de artefactos culturales justificando esta especie de “buena vida”. Los dueños del mundo lo saben -los que se creen dueños de algo y solo son deudores también lo saben- y han jugado la baza de comprar a la gente con capital simbólico en vez de con dinero. Y joder, funciona tan bien esto que hasta se paga por trabajar. Enhorabuena: antes trabajabas para consumir, y ahora has conseguido que tu trabajo sea tu objeto de consumo, definidor de identidad y estilo de vida. Antes le echabas unas horas, ahora cobras menos aún pero le confías toda tu vida. Me cago en todo, pues claro que los chavales, y cualquier persona con dos dedos de frente, se “frustran” con el mercado laboral, no porque no se queden, o porque no cobren, sino por el nivel de servilismo y porque “la ofi”, “el labo”, “el bar” y sus intriguillas de mierda por cuatro duros, como bien explican aquí, no son un buen lugar para desarrollar ninguna habilidad.

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Yo creo que aguantamos en el curro por esto, porque aunque sepamos de su miseria implícita, aunque sepamos que nuestro tiempo se va básicamente en lidiar con los interesillos espurios de mierda de jefes de medio pelo y en hacer la vista gorda ante mucho abuso cotidiano (que es la norma, como nos cuentan en este post perfectamente recopilado en subsecciones además), en lidiar muchas veces también con los hijos de los jefecillos de medio pelo -verdadero pilar de las pymes-, que por cierto, anda que no distorsionan el mercado estos hijos de, y no pasa nada. Decía que aguantamos porque aunque sepamos el contenido real de lo que pasa en nuestros centros de trabajo; podemos dar la impresión de que ocurre otra cosa. Esa compensación entre la realidad y la ficción que puedes mostrar a quienes tienen una idea errónea del sector en el que trabajas actúa de modo compensatorio, forzando a tu subjetividad a hacer un trabajo extra porque si no probablemente matarías a alguien. Así un reputado profesor de universidad puede decir que se dedica al bien común mientas que su sector en realidad es un puto nido de acoso (en parte porque quienes denuncian esos acosos ponen el dedo en la llaga acerca de la imperfección de un sector que no merece los galones que tiene -en DeC nos limpiamos el culo con los péipers; precisamente porque sabemos cómo se hacen-). Así mieun periodista te dice CON SUS DOS HUEVOS TOREROS que sin él no hay democracia y mira lo que les hacen a los frílans en Siria y encima les pagan una mierda (les paga una mierda el mismo que les paga la nómina a ellos) y demás historias muy demócratas y de la libertad y del debate y todo eso que les gusta tanto; te está ocultando la mayoría de en lo que consiste su trabajo, que es en ser un engranajillo en una red de dependencias de lo más chungo (sumados a todos los interesillos espurios de jefes de medio pelo que mencionábamos antes). Como HITO de la jornada, resulta que Sheldon Adelson se ha autorregalado un periódico por Navidad y bueno, una de las cláusulas decía que los anteriores propietarios del mismo no podían desvelar a los trabajadores quién era el nuevo propietario, o sea que si ya era bastante jodido elegir para quién escribir, ahora ya no te dejan ni saberlo. Y en DeC nos limpiamos el culo con los periódicos, porque también sabemos cómo se hacen. Vamos, que tanto del proceso como del resultado del trabajo lo queremos todo, como Nanni Ballestrini; queremos que se cuente todo y queremos tenerlo todo. Pero nada tú, a subir fotos a FB con famosos, a ponerte el Je Suis Charlie en el avatar y a comprarte el álbum de Reporteros Sin Fronteras, y a fingir algo que no eres, campeón.

Por resumirlo de alguna manera, no me apetece seguir haciendo como que hay que denunciar hechos puntuales como el fraude, porque son una excepción; sino reconocer de una vez que el fraude, la explotación, las amenazas, la extorsión, el control del tiempo para mear, los comentarios fuera de lugar… Son la norma. El trabajo no TIENE todo eso, sino que ES todo eso. De hecho es que sin ellos el mercado de trabajo NO funciona. Así que no lo quiero, no quiero ser más empleable ni hostias ni tener más oportunidades ni me voy a realizar ni quiero seguir escuchando mentiras día sí y día también cuando lo que aquí se reparte -y encima tienes que dar las gracias- es miseria absoluta y una racioncita diaria de miedo a una cosa y a su contraria: a seguir currando y a perder el curro.

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Así que no, esa interpretación del trabajo como forma de acceder a derechos es falsa. Primero porque el conducto por el que van los derechos se malea convenientemente. ¿Necesitamos un mogollón de mano de obra? Regularización masiva de inmigrantes al canto, así, por ejemplo. ¿Tenemos muchos parados? Lo contrario, para que no haya efectos llamada. Depende poco de nuestros amigos “los crearriquezas que arriesgan su capital”. Nada tiene que ver el trabajo actual con el acceso a derechos, y sí mucho con la compra de voluntades. Y si tienes un veintií por ciento de paro y las administraciones funcionan como empleadoras de último recurso, gestionadas por un partido político y ese partido te promete “crear empleo”, lo siento pero eso se llama comprar la voluntad. Y ralla mucho con la corrupción por no decir que es lo mismo.

Cada sociedad tipifica de distintas maneras qué demonios es eso del trabajo. En una economía de servicios no te pagan por tus habilidades, te pagan por obedecer o por encaminar inseguridades ajenas vendiendo humo y nombre (saludos cordiales al gremio de consultores). Te pagan por dejar todo como está, por fingir fiscalizaciones que no se dan. Sí, te han dejado de pagar por picar en la mina, pero ahora tu trayectoria vital consiste en encontrar a los actores claves que paguen más por obedecer mejor. Es miserable y feudal, por mucha corbata que te pongas.

Vivir no es solo respirar, la vida se va a abrir paso fuera del curro, quieran o no. No pelees el curro, pelea la vida, hostia. Feliz 2016 y abajo el trabajo.

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