El día en el que dejé de cobrar por escribir

El jugador de fútbol debe entender esto, que es básico para su vida: para qué juega y para quién juega. Es lo que debe preguntarse y responderse.

César Luis Menotti.

No quedaba nada para que comenzara de modo oficial el verano. Era sábado y habíamos quedado para comer en casa de Ana. No recuerdo hacia qué derroteros había ido la conversación cuando Martín me dijo: “No sé qué coño haces todavía en el periódico”. Llevaba unos meses muy malos, y sabía que por algún lado tenía que salir de aquello. Tenía que haber una hebra por la que deshacer el ovillo. Quería que se acabara todo pero también tenía miedo de lo que iba a pasar después. Como no tenía un objetivo laboral concreto (yo solo quería ser redactora, y bueno, tenía 24 años y ya era redactora, no quería ser jefa ni ir a ningún sitio especial o dedicarme a algún tema en particular), no había pensado en qué más quería hacer, o ser; más allá de los cuatro propósitos de mierda tipo aprender mejor inglés y hacer algún viaje guay. Ya estaba. Ya había hecho “todo”. Y todo estaba bien para un tiempo, pero no estaba bien para siempre. Ni siquiera estaba bien para el mes que viene. Y no estaba bien ahora, no. Así que el lunes, con convicción, con miedo (se puede a la vez, de verdad) y con el ¿y ahora qué? rondándome por la cabeza, presenté mi carta de renuncia a dirección y de ahí dimos paso a las dos semanas más largas de mi vida, hasta que por fin me pude marchar.

Por eso cuando Flamenca Stone, antes de hacerme esta entrevista (es genial que no te entrevisten por tu trabajo), me dijo un día que le gustaba mucho Domingos en Chándal y que ojalá que algún día me pagaran por escribir, rápidamente se me pasó por la cabeza mi vida anterior, y pensé que ojalá no tuviera que escribir nunca más para poder comer.

Tenemos, y también nos llevan por ahí, esa tendencia asquerosa a tratar de ganarnos la vida con aquello que nos gusta de verdad, y es precisamente con esto con lo que la cagamos. El otro día estaba en casa de mis padres cuando encontré un ejemplar de esa revista femenina inocentona y blanca a más no poder llamada Mía en la que hablaban, dentro de un tema más amplio, de esto de DEDICARTE A LO QUE TE APASIONA. Y, para mi sorpresa, había alguien que aconsejaba no hacerlo. El argumento era cristalino: si tratas de ganar dinero con aquello que te gusta, posiblemente no ganarás dinero y además acabarás aborreciéndolo. Y daba una solución muy sencilla: no trabajes en lo que te apasiona, trabaja en lo que se te da bien.

Yo no puedo decir que escribir me apasione. No sé, no hay nada que “me apasione”. Pero bueno, eso entra dentro de una guerra de venta de conceptos, como “amor” o “felicidad”, con los que he llegado a la conclusión de que también hay mucho mito y que, como el trabajo, a lo mejor habría que replantearse, dado que nos pasamos la mitad de la juventud en el paro y tenemos mucho pero que mucho tiempo para ello. Al final todo es mucho más normal. Afortunadamente. También escribir.

Porque escribir, cuando se trabaja en prensa diaria, no deja de ser el mero resultado de unas pautas que te ponen otros. Y no deja de ser renunciar al fruto de tu trabajo a cambio de un sueldo. Había una cantidad enorme de cosas que aborrecía: estar sujeta a los caprichos de empresarios que lo mismo que se compran un periódico se compran un club de fútbol o una fábrica de chorizos, tener que llevarme bien con gente que no me gustaba porque necesitas que te cojan el teléfono porque tienes que escribir tres páginas sí o sí, haya o no haya; porque el periódico va a peso y alguna letra tiene que acompañar a este centro de planchado con calderín que consigues con cartilla más seis cupones, y con dos comodines por si algún día te olvidas de comprar, qué majos somos y qué facilidades te damos; la condescendencia en en el trato de politicuchos de tres al cuarto mal colocados por un amigo (porque eres joven y mujer) que no saben hacer absolutamente nada. El teléfono, todo el día el teléfono (yo creo que por eso desde hace un tiempo solo hablo por teléfono con mi madre). Alguna vez una cosa guay. Pero una cosa guay después de 99 no-guays. Y ENTONCES, y como resultado de todo eso (de lo que hacen otros, de lo que deciden otros, de las notas de prensa perfectamente pautadas y las convocatorias a horas DE MIERDA para asegurarnos de que vengas que ponen otros), como resultado de BASURA, es por lo que escribes. Vale. Y 1.100 euros en la cuenta el día 1. Y dejas de escribir lo que te gusta para escribir lo que te dicen porque lo segundo da pelas. Menudo LOGRO, ¿verdad? “Que TE DEJEN escribir”. No, a ver, la decisión de escribir, y los temas sobre los que escribir debería ser tuya. A mí ahora me hacen entrar en una redacción y me dicen: “Llama al concejal de no sé qué” y ya me pueden dar 2.000 euros en ese momento, que yo salgo corriendo. Por eso he comentado más de una vez que si el camino no te gusta, esa meta que se supone que hay al final es probable que te deje muy, muy vacío. Porque no hay meta: hay una puta rueda de hámster. Y cuando eso se acaba, o lo terminas, es posible que digas: “Me cago en dios, si es que no tengo nada más”. Y te das cuenta, tarde, de que has renunciado sin percatarte, sin dar un portazo, y sin firmar en ningún lado. Has renunciado a ti, básicamente.

¿Y por qué caemos en esto? Pues porque mucha posmodernidad, mucha idea pequeñoburguesa en torno a la identidad múltiple y sofisticada y mucha gilipollez, pero seguimos buscando algo que, en un max-mix, a la vez englobe toda nuestra personalidad, nos haga especiales/chachis/orgullo familiar, nos enlace en una especie de estirpe milenaria con gente ilustre y hay quien soñará que en su lápida alguien le homenajée con el cariñoso apodo de EL JEMINGÜEI DE SORIA y que ENCIMA DE TODO ESO, ganemos pasta con ello. Ahém. Pues no sé, a lo mejor estás buscando -para variar- algo que no existe. Trascender, autoubicarnos (y que otros nos ubiquen) en la pirámide social y que nos den pelas. ¿A qué ha llevado esto? A que Carla Goyanes saque el libro “Coaching para mamás”. Sí: la persona que escribe el libro (y su interactuación en redes, dar entrevistas, ser MUY MAJO) es la marca. Lo que escribe no importa en absoluto. Encontramos el reverso de lo que decíamos antes sobre la prensa diaria: un camino de servilismos y tortura para hacer una página de periódico (y vender radiorrelojesdespertadores) vs. la letra escrita como aditamento de ser famoso. Y ya. Y para esto sirve, en el mundo “bueno y normal”, en la zona que siempre gana, en la parte que no cuestiona, en el lado de los que nunca se quejan, eso de escribir: para cimentar un mundo en el que ya viven bien, y que no les toquen la tranquilidad, que se la han ganado a pulso. O eso repiten como loros. Y si hiciéramos caso de todo esto, de la obsesión utilitarista de la escritura, la gente que no somos muy simpáticos o que somos tímidos o que no nos gusta el destajo emocional de cobrar a un euro cada mil palabras, no escribiríamos jamás. Y bueno, el mundo no se acabaría con ello, pero tendríamos una cosa menos de la que disfrutar. Y odiaríamos más. Y de ahí para adelante.

En la película ‘Lugares Comunes’, el personaje interpretado por Héctor Alterio dice a sus alumnos poco antes de su jubilación forzosa que al final, lo que sirven son las preguntas básicas, las que se hacían los griegos, las de las uves dobles: qué, cómo, cuándo, por qué, para qué. Y enlazo con lo de arriba de Menotti. Yo creo que es obligatorio preguntarse tanto para qué como para quién escribe uno, sobre todo cuando cobra. Porque cuando cobra, ese “para quién” tiene una importancia crucial. Y en los mundos de Yupi nos engañamos y decimos que escribimos “para el lector”. Pero si somos honestos, sabemos que no es así. Escribimos para esos que mencionaba más arriba y que pautan de cabo a rabo el proceso hasta que al final nos sentamos delante del ordenador. Y en el caso de los libros, escribimos como complemento a lo que somos: casi nadie escribe como fin en sí mismo, o porque sí, o para desahogarse (BUENO, CALLA, QUE ESTEBAN GRANERO SÍ). No entiendo el escribir como modo de buscar aceptación: no me cabe en la cabeza. En el reverso de lo que escribes por dinero está lo que dejas de escribir porque te sale de los cojones. Y eso es capital. Y era una gozada cuando algo escrito salía de ti sin que necesariamente cobrara relevancia quién lo hubiera escrito. Eso ya no pasa. Quién lo ha escrito y para quién ganan ya al escrito mismo. Y a mí eso no me gusta nada.

Así que nunca más dinero de por medio con algo que me gusta. Nunca más “no tengo temas para mañana”. Yo, que avanzo por la vía del no, no tengo muy claro para quién escribo, pero sí tengo claro para quién no quiero escribir. Y también tengo claro para qué me sirve escribir. Y lo que sí que tengo claro es que yo no escribo para resistir (y escribir por un salario es exactamente eso), sino que escribo para ganar*. Puedes abrirte un blog como una especie de escaparate de lo que piensas proyectar en un futuro trabajo. Das y das. Un blog puede servirte para conseguir un trabajo, y también para perderlo. Y Domingos en Chándal forma inequívocamente parte de la segunda categoría. Y yo no quiero estar sujeta a eso para escribir lo que me dé la gana. Pues eso es lo que yo entiendo como escribir para ganar. Y la pasta está ciertamente reñida con este tema, con lo cual es mejor que dejemos de lado ese factor, y una vez descontado esto, cuánta gente te lea o te deje de leer pasa a ser irrelevante. ¿Se puede elegir? Pues si se puede, que te lean los menos, pero que sean los mejores.

Por eso creo que ese “no sé qué coño haces todavía en el periódico”, dicho en pleno 2009, de alguna manera, me salvó. Todavía no sabría definir muy bien de qué manera exactamente. Me salvó de llevar lo que conocemos como “una vida normal”. No claudiqué, sobre todo tengo esa sensación: la de no haber claudicado, de lo que sea, pero no haberlo hecho. Me salvó de trabajar sin pensar. Y sobre todo me salvó de vivir de una manera en la que en los treinta y cinco días de vacaciones (esos cinco compensan el hecho del trabajo en fin de semana y festivos, ese era nuestro convenio) toda mi idea de descanso pasara por no escribir en absoluto. Si se supone que era lo que me gustaba, ¿cómo iba a aborrecer hacerlo en mi tiempo libre? No tenía sentido.

*Recordadme que deje de quedar con gente de IU.

Bonus: una reflexión bastante más profesional sobre las razones que pueden llevarle a uno a dejar la prensa.

 

One response to “El día en el que dejé de cobrar por escribir

  1. Descubrí el blog y de vez en cuando releo alguna entrada vieja cuando necesito sentirme un poco comosellamelocontrarioaalienada.
    “Con convicción, con miedo (se puede a la vez, de verdad)” puede ser la frase que lo cambie todo.
    Pues eso, gracias por animar a la gente a no dar asco. Los que somos un poco débiles agradecemos poder reafirmarnos y saber que no estamos locos y no perder el norte y eso.

  2. He descubierto el blog hace poco y me lo voy a leer entero, me parece impresionante lo que llevo hasta ahora… Sobre este post, no he podido dejar de acordarme la cosas que una Renta básica universal solucionaría, aquí se ilustra perfectamente, ya que te liberaría de la necesidad de escribir por supervivencia.

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