1. Aprender

Pretendo con este primer post comenzar una pequeña serie que, conociendo los ritmos DeC-ianos es posible que termine en 2023. Quien haya leído Al menos tienes trabajo sabe que me obsesiona la idea de las palabras y los relatos que se retuercen para que el discurso vaya por un lado y la acción vaya por otro, para contar cosas que supuestamente estamos haciendo bien (palmadita en la espalda per noi) aunque las estemos haciendo fatal (colectivamente, luego hay quien vive de puta madre y rapiña de ese curso de las cosas); para consolidar poderes mientras se cuenta que algo se democratiza. O que frenan las posibilidades de cambio porque las propias palabras terminan por erigirse en acción (factoría del discurso y la marca personal) precisamente para que nada cambie. Y luego la pereza, la pereza de la repetición como loros de estas palabras como aquello que debería ser, aunque ya estén manoseadas de más. Hoy, la primera entrega.

Te sonará. Llevamos casi año y medio “aprendiendo”. Habrás oído mil veces que es importante que “no olvidemos lo que hemos aprendido en estos meses”. Esta formulación, la de “aprender de la pandemia” -aderezada con “darnos cuenta de lo que es importante”-, la llevamos escuchando casi desde el principio. Por eso me sorprende que se repita tanto sin un ápice de modificación, y eso quizá es así por el propio vaciado de la palabra, o mejor, porque en el contexto en el que estamos no ha significado nada nunca. Ni aprender, ni otra cosa. Simplemente se repite como un conjuro mágico para generar contenidos “algo lógicos” y adaptados a la situación que estamos viviendo y ya está.

Por eso me sorprendió que a estas alturas de la película Arnaldo Schwarzenegger Otegi siguiera tirando de ese aprendizaje para hacer unas declaraciones hace unos días. Aquí algunas frases:

“Abogó ayer en Portugalete por cambiar de modelo en base a lo aprendido en la pandemia, que es la importancia de los trabajadores, los servicios públicos, los cuidados y la naturaleza”.

“En su opinión, esta grave pandemia ha obligado a la ciudadanía a llevar mascarilla pero ha quitado la máscara al sistema, al capitalismo. El mundo no funciona sin trabajadores, y ahora van a volver a tratar de invisibilizar a los trabajadores que aplaudíamos en las ventanas que tienen que estar en el centro de la vida pública y política”.

(esta segunda parte va para otro capitulito: el de desenmascarar, descubrir, infiltrarse -para hacer ver cosas que ya todo el mundo sabe-), pero por resumir, la máscara del capitalismo lleva quitada 200 años, vamos, desde que se inventó).

Entonces llega Tina Besada, en unas declaraciones en La Voz de Galicia el 7 de julio de 2020 y le explica que los hitos de ese curso de acción que él presupone no son tan así -que al final Otegi no hace otra cosa que replicar lo que nos hemos contado como sociedad: qué buenos somos que cuando el confinamiento le llevamos la compra a casa a una bieha-. ¿Y qué dice Tina?

¿Entonces no le llegan o compensan a usted los aplausos a los sanitarios durante el confinamiento por la pandemia?, inquiere la entrevistadora. «Pues no -responde-, porque para mí no eran de agradecimiento, y así se lo dije a mis compañeras. Esos aplausos de los balcones eran por socializar o por miedo a lo que pudiese pasar. Fue por la circunstancia especial de estar encerrados, pero a mí no me sirven, sinceramente», según reconoce la enfermera, que también se queja de haber escuchado a los pacientes que la gente tiene derecho a todo: «Mire, usted está aquí porque yo le pago». Y en los últimos años, Tina ya no se callaba y les devolvía el órdago: «También usted cobra su pensión porque se la pago yo».

Y aquí podemos reflexionar acerca de por qué las mareas por la sanidad pública no son demasiado numerosas y las componen antes quienes fían al sistema público su futuro laboral que los posibles beneficiarios de ese sistema (supongo que por una mezcla de “ya arreglaré mis problemas de salud cuando vengan”, el machaque de “por 30 euros al mes tienes un seguro privado”, que ahora la gente te diga que “no tiene tiempo” por no decirte que prefiere dedicarlo a otra cosa -y no pasa nada, bueno, si nadie hace nada sí pasa-, y que al final, hayas hecho lo que hayas hecho o trabajes activamente para su destrucción, ellas no te pueden decir que no y te van a atender), y cómo en cuestión de años hemos pasado del médico como autoridad ante el paciente feligrés/inerme al paciente cliente vs. el chavalito este (el médico) que no hace lo que yo le digo y para eso le pago. Pero vamos, ninguna de estas dos cosas cabe en la categoría de aprendizaje. Y podemos entrar en un bucle de que yo la pago a usted, pero yo pago su pensión, pero yo antes pagué sus estudios. Y esto sí nos acercaría más a lo que no se dice y se pretende nublar mediante el uso del verbo aprender, ergo, a los intentos de manejo de los micronichos de poder, de tratar de estar por encima del otro como sea -y dentro de eso también a veces también está el hacerle bien para poder echárselo en cara luego-, a los intentos de comprar ventajas pírricas que se saborean como si fueran hat-tricks del Bicho y que se defienden como si fueran la casa de tus viejos (siempre que te la dejen sin hipotecar).

Y sale este sector pero podrían salir otros diez.

Aludir a un supuesto “aprendizaje” de quiénes constituyen la “primera línea”, a que “nos demos cuenta de qué es lo importante”, sirve para que poner una plaza a las Enfermeras o llevarte a una a entregar un Goya aparezcan como hitos de cierre de un potencial conflicto. Porque, ¿qué vas a reclamar, si ya te estamos “dando visibilidad” (puta lacra) y si ya te estamos homenajeando? Entonces ellas dicen: no, si lo que necesitamos son manos. Y están atrapadas porque como el trabajo es “vocacional” y “reconocido socialmente” (ya sabemos que el reconocimiento social es la contraparte de no reconocerlo dinerariamente; mira qué mal piensa casi todo el mundo de los banqueros y cuánto dinero ganan, y cada vez más) parece impensable negarse a hacerlo. ¿Dónde tienen su poder de negociación? Pues si en una fábrica de coches está en no hacer más coches, pues sigue la línea de puntos y es bien fácil descubrirlo.

Hay una clase trabajadora que va a darlo todo porque no tiene forma de no darlo (sin que el código penal le caiga encima). Y eso que actualmente es una debilidad, desde las derechas cristianas se nos muestra como una forma de generosidad, como una contingencia de la vocación, como una forma de dar sentido a la vida. Por eso se usa el verbo aprender, porque en principio aprender no tiene nada de malo. Deja vendido al sujeto agente que hace las cosas para que tú “aprendas” pero sobre todo para que ellas “aprendan” también el límite de las acciones posibles para cambiarlo todo, y apuntala que el camino del decir y el camino del hacer discurran siempre paralelos, sin dejar de separarse más y más, y con cada vez mayor dificultad para cruzarse. Los que sí que han aprendido bien son los que te dicen que tienes que aprender tú, o “la sociedad” (TM), que son los que extraían y siguen extrayendo.

Lo que han aprendido los que nos dicen, los que hacen publicidades acerca de lo que teóricamente deberíamos haber aprendido nosotros, es que se puede seguir abusando, y muy bien, y ganando más dinero, y ahora viene de Europa. Para que “desaprendan”, ya hace tiempo que no vale con las palabras. Ellos decían que en democracia se puede hablar de todo. Pues ese es el problema. Que solo se habla para generar más discurso, un discurso que te hace la del gatopardo y que no solo no modifica un ápice la correlación de fuerzas sino que refuerza. Esto no lo ha aprendido nadie, esto ya lo sabíamos.

One response to “1. Aprender

  1. Lo único que hay que aprehender, es el manual comando_gopegui para la clandestinidad.
    Buena entrada, y por favor, continua (a tus ritmos, pero continúa).

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