Cuando las madres solteras pobres tenían la opción de mantenerse apartadas del mercado laboral -gracias a la Seguridad Social-, las clases media y media alta se inclinaban a mirarlas con cierta impaciencia, si no con abierto rechazo. Las pobres que dependían de la Seguridad Social eran vilipendiadas por su holgazanería, su empeño por reproducirse en circunstancias desfavorables, sus presuntas adicciones y, sbre todo, por su condición de «dependencia». Ahí estaban, satisfechas de vivir a costa de la «limosna gubernamental», en vez de buscar la «autosuficiencia económica», como todo el mundo, a través del trabajo. Debían poner manos a la obra, aprender a darle cuerda al despertador, salir a la calle y buscar trabajo. Ahora que el Gobierno ha reducido en gran medida sus «limosnas», ahora que la abrumadora mayoría de las pobres ya están en la calle, deslomándose en Wal-Mart o Wendy’s…, ¿qué vamos a pensar de ellas? Ya no se usa la desaprobación ni la condescendencia, entonces, ¿cómo reinterpretar nuestra postura?
Puede pensarse con recelo: por sentimiento de culpabilidad. ¿No es eso lo que se supone que debemos sentir? Pero el sentimiento de culpabilidad no basta; el sentimiento que mejor cuadra es la vergüenza…, vergüenza de nuestra dependencia, en este caso, de nuestra dependencia del trabajo mal remunerado de los demás. Cuando alguien trabaja por menos de lo que le permitiría vivir -cuando pasa hambre para que tú puedas comer más barato y mejor-, está haciendo un gran sacrificio por ti, te ha regalado parte de sus habilidades, su salud y su vida. Los «trabajadores pobres», como consentimos se los llame, son de hecho los grandes filántropos de nuestra sociedad. Descuidan a sus hijos para que los hijos de otros estén cuidados; viven en alojamientos por debajo de las condiciones de habitabilidad para que otras casas estén relucientes y perfectas; pasan privaciones, de modo que la inflación se mantenga baja y el precio de las acciones alto. Ser miembro de la clase trabajadora pobre es ser un donante anónimo, un benefactor de nombre desconocido para todos los demás. En palabras de Gail, una de mis compañeras de trabajo en el restaurante: «Das y das».

«Es que hacen elecciones equivocadas» ¿De verdad? Ahá. A ver si resulta que te vas a ver igual a pesar de tus «elecciones racionales». Pero eh, que te consideraremos un benefactor 😀

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Escatocracia

Llevo unas cuantas semanas hablando con gentes de todo pelaje sobre temas de desigualdad, movilidad social, distribución de renta y todas esas cosas que están de moda ahora que YA PARECE QUE VAMOS METIENDO EN VEREDA a la gente sobre que no es que las clases hayan vuelto, sino que nunca se fueron. Y en este contexto emerge una cuestión quee quiero iniciar aquí, no sé muy bien cómo sobre POR QUÉ a la vez que se ha abierto este debate de una puta vez no hemos abierto otros que resultan más naturales y evidentes. Y me refiero, por poner un ejemplo rápido, a por qué no hablamos de una cosa tan sencilla, barata, HUMANA en definitiva, como es cagar.

Cagar como política de protesta:

Si la energía es algo que no generamos nosotros mismos, por mucho que los anuncios de Endesa y la Once se empeñen en ponérnoslo bonito, y los consumidores llevamos ese pecado original llamado déficit de tarifa (que nadie ha logrado explicar de manera clara, sobre todo no han explicado QUÉ HACEMOS MAL para ser nosotros los que lo pagamos, a no ser que “ser nosotros” ya esté lo suficientemente mal, que sospecho que como siempre, sí), habrá que empezar a pensar en que a lo mejor SÍ que tenemos una energía (nuestra caca) que puede tener diferentes usos. No sé, cagar en la puerta de las empresas, por ejemplo, de tu empresa, de las eléctricas o de lo que sea. Como respuesta a sus ofertas de mierda. Mandarles sobres con mierda. ¿Por qué se multa cagar en la calle y no se multa esto? ¿Por qué una caca es vergonzante y lo otro son “cosas de la libertad de empresa”? ¿Por qué lo realmente natural, biológicamente inmutable por ahora, esto es, CAGAR, se oculta y lo otro se llama “mejor está ahí que en el paro”? La visibilización de la mierda, de eso que generamos nosotros mismos (EMPRENDIMIENTO) como un grito de, eh, mira, no tengo nada que perder y encima no te tengo ningún miedo. Su caca, señora o caballero, sospecho, por mucho que usted crea ser un visionario, que no es muy distinta a la mía (no me voy a detener en detalles de dureza y textura porque todos cagamos prácticamente a diario y no hace falta que vayamos a clase de nada para saber de qué va el tema. Que será el único reducto en el que todavía no quepa la especialización). Usted puede creerse mejor, pero caga igual que yo. Eso jode, porque no puede abrirse un discurso «meritocrático» de la caca, por ejemplo.

Contra la violencia del sistema, la fiereza indomable de la caca inoportuna y espontánea. Transformemos aquellos abrazos gratis de la época de bonanza en cagar como política de protesta, como visibilización de la necesidad del conflicto (no evitéis el conflicto, recordad que no hay nada que perder ya, ¡FOMENTADLO!).

Cagar como modo de cohesión social y como safety net (ningún post sin su anglicismo innecesario):

Seguro que todos habéis hablado con alguien sobre cagar alguna vez. A vosotros no sé, a mí hablar de cagar me une con la gente, en ambos sentidos: cuando hablo por primera vez de cagar con alguien sé que rompo una barrera con esa persona y pasa a formar parte de mi núcleo duro (sí, trato a mi red de amistades un poco como si fueran ETA). A su vez, con el núcleo duro es con el que más veces hablo de cagar (lo cual retroalimenta la posición de estas personas en dicho núcleo).

mojon cris

Un mojón así de grande.

Siendo un acto individual, como es algo que hacemos todos, tiene bastante fuerza para la cohesión (más que los sindicatos seguro). Cuando ponemos en común cosas sobre cagar dejamos de verlo como un acto incómodo, y pasa a ser una celebración unitaria. Aquí sí podemos decirlo: cagar es una bendición. Un cáncer no es una bendición, que te echen del trabajo para “reinventarte” no es un bendición. Cagar sí lo es, es una bendición diaria, es una bendición que algunos tenemos la suerte de tener varias veces al día. Cagar es un juego de suma positiva (yo no perdería nada si alguien de mi entorno lograra cagar las 2-3 veces al día que cago yo). Y no, no trato de hacer la necesidad virtud, ni siquiera de todo ese rollo de apreciar las pequeñas cosas, sino más bien de destapar un tema que está, sinceramente lo creo, deliberadamente tapado. Nos iría mucho mejor si en los centros de trabajo se hablara abiertamente de cagar. Hablar sobre cagar nos humaniza y nos hace ser más solidarios con el prójimo. Es más probable que le prestes ayuda a alguien con quien has hablado sobre cagar en algún momento que a alguien a quien no.

¿Y no es mucho decir que lo de cagar se oculta deliberadamente? 

Qué coño va a ser mucho decir. Dejémonos de afirmar que no se habla de cagar porque se trata de un acto íntimo. El sexo también lo es y es lo más visto en Internet. Digamos la verdad ya de una maldita vez: cagar se oculta porque el cagar nos iguala. Cagar, como el cáncer, es democracia real y efectiva, nada de representativa y asamblearia y su puta madre, no. REAL Y EFECTIVA. Y eso hay gente que no lo puede soportar. Y en esta época en la que un grupo lo suficientemente numeroso de soplapollas invaden nuestro espacio y nuestro tiempo sin pedir permiso ninguno (haceos dueños de vuestro tiempo también, ¡maldita sea!) y hablan de “estímulos correctos”, “cualidades innatas” y genetismo en general siendo la mayoría de ellos más feos que pegarle a un padre con un calcetín sudao,  es importante resaltar eso, que hay actos realmente naturales –cagar- que vienen en momentos inoportunos, que las ganas de cagar no preguntan si estudias o trabajas, ni dónde vives, ni qué quieres ser, ni si has hecho un curso de AutoCad. Sobre todo, y esto es lo que merece más la pena de cagar, no preguntan de dónde vienes, porque ellas -las ganas de cagar- ya van a donde quiera que estés. Da igual que el apretón nos pille en una reunión del Ecofin que en el Banco de Alimentos. Es más fácil y más barato buscar tu autorrealización cagando. Piensa en el alivio que sientes cuando llegas a tu casa y cagas tranquilito en tu váter y piensa en el alivio de haber aprobado un examen. NI PUNTO DE COMPARACIÓN.

Y lo que jode del cagar también es que es algo de lo que no se puede hacer negocio, por lo menos aquí en esto que llaman mundo libre (recordemos que hay gente que muere por diarreas). No puede haber expertos en cagar, no puede haber coaching de cagar, NO SE PUEDEN CREAR NECESIDADES EN TORNO A CAGAR, en el sentido de necesidades sostenidas en el tiempo (las diarreas y el estreñimiento, afortunadamente Y TODAVÍA son puntuales por aquí, y de fabricar papel higiénico no creo que viva tantísima gente), no puede surgir una cultura del cagar igual que se inventaron una “cultura del esfuerzo” (cultura del privilegio de tapadillo, llamémoslo por su nombre, por favor) o una “cultura del vino”.  No puede crearse una cultura del cagar ni un consumo sobre el cagar porque todos podemos, por defecto, hacerlo, y si estamos sanos sin demasiado esfuerzo además. CAGAR NO SE PUEDE MONETIZAR, GRACIAS A DIOS. APROVECHEMOS ESO. Y no, con monetizar el cagar no me refiero a “en la estación de Atocha hay que pagar por entrar al baño”, sino realmente al hecho de que no deberíamos verlo como una necesidad, sino como un DEBER fisiológico. NO SE PUEDEN PONER PUERTAS AL CAMPO. Caga en la calle. Caga enfrente de la tienda que te trata mal, vuelvo arriba. Caga en los palacios de congresos.

Para cagar no se necesita autorización, cagar no exige regulaciones gubernamentales, no se puede dar privilegios a nadie con base en temas de cagar. No es como emprender, no es como la cultura, ES MUCHO MEJOR, y es la más amplia expresión de libertad humana que conozco. Ni El hombre en busca de sentido (típico libro que te ponen a leer para que veas que aunque estés muy jodido siempre puedes ser LIBRE DE PENSAMIENTO y obviar todo lo demás, que, qué cosas, IGUAL NO IMPORTA TANTO) ni leches. Cagar. CAGAR O BARBARIE porque en muchos casos, en muchas vidas, es lo más liberador que se hace a lo largo de la jornada.

Cagar sí es natural. Cagar SÍ SON cosas que pasan. Que no os líen con idiomas, historia, experiencias… Cagar sí que nos une. Aunque a alguno le joda que se le rompa la atalaya del privilegio. Tú cagas, igual que yo.

Por una democracia que dé al cagar el lugar que se merece. No solo puede hacerse, sino que DEBE HACERSE.

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Cada vez somos más

Cada vez somos más

La ortografía de ambas pancartas es, por cierto, inmaculada.

Burgos. Efe.

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Todo lo que aprendí en 2013 -pero todo, todo eh-

Existe la creencia de que hay que explicar las razones del comportamiento propio a los demás, puesto que se es responsable ante ellos de las acciones propias. Si acepta esta máxima, debe aceptar que ellos manipulen su comportamiento.

 Ha de tener siempre en cuenta que usted es su propio juez y quien decide si su comportamiento es erróneo o no.

 Imagine, por ejemplo, que acude a una tienda a cambiar una camisa y el vendedor no cesa de preguntarle los motivos de su comportamiento. Bastaría con que dijera: «No tengo ninguna razón especial, simplemente no me gusta lo suficiente».

Leído por ahí

I.

Como nunca sé muy bien lo que quiero hacer, es muy fácil liarme y confundirme, proyectar en mí toda clase de cosas y usarme de escudo para que yo haga lo que otros no se atreven a hacer, porque hacerlo es un puto suicidio. He dicho que sí con mucho gusto a lo último –a lo de dar la cara por mí y por todos mis compañeros en momentos complicados-, creyéndome a veces tremendamente valiente. Claro, la que da la cara es la que paga. Pero yo estaba bastante convencida de lograr ‘algo superior’ con eso. Y en cierto modo era así: a una le gusta irse tranquila a la cama, y puedo decir con bastante satisfacción que la mayoría de los días es eso lo que ocurre –sí, para mí dormir bien es algo superior, incluso entra en la categoría de hobby-. Charla con compañera de clase que se está escaqueando de un trabajo en grupo. ¿Quién acaba diciéndole en la cara lo que todos pensamos? Yo. Y lo más sangrante es que pasa con los otros delante agachando la mirada cuando hace cinco minutos la estaban llamando de hija de puta para arriba, algunos bastante más cabreados de lo que yo estaba. Aquí debió de activárseme una alerta, pero nunca lo hizo hasta hace relativamente poco. Unos años después, reunión con el jefe para plantearle lo injusto de una bajada salarial. El convocante, que decía que iba a quejarse mucho, ni siquiera aparece. Todo deriva en una situación calcada a la anteriormente descrita, miradas al suelo incluidas. Twitter: aquí lo de las miradas al suelo no lo podemos certificar, pero lo de en el TL una cosa y en los DMs otra es ley no escrita. Las redes sociales son el paraíso de decir una cosa y hacer la contraria. Para tratar de acojonarte, a la coherencia se le llama sectarismo y a tomar por el culo. Y si eres mujer, confundir aposta asertividad con agresividad. Y si ya te quejas de ello en voz alta, te contestan que estamos de buenrro y de networking, y que no nos lo estropees.

No voy a dar la cara por nadie que no sea yo, sobre todo si ese alguien está en igualdad o superioridad de condiciones respecto a mí –que normalmente lo están-. Esto es lo primero que he aprendido en 2013, aunque tenía que haberlo hecho mucho antes. A tener conciencia de lo fácil que es que tus iguales, o la gente que supuestamente –y algunos lo dicen golpeándose el pecho además- tiene intereses compartidos contigo, te venda a la primera de cambio. No te tienen aprecio ni confían en ti: lo que hacen es manipularte. Así que esto de las intercesiones se acabó.

Un poco después vino LA REVELACIÓN, pero en mi caso no hubo un momento mágico como le pasa a ese socialdemócrata (aka el Getafe de las ideologías) que de repente ve un vídeo de Friedman en YouTube y SE HACE UNA LUZ EN SU HABITACIÓN y corre a comprarse un polo de Fred Perry y se hace liberal en lo económico, católico en lo de los maricones. En mi caso todo fue más progresivo, y pudo ocurrir mientras estaba cagando en el Doka, mientras me estaba bañando en la playa o mientras estaba tendiendo la colada, no lo sé. Poco a poco, no en un viaje de esos de replantearte tu vida a la India -¿por qué nadie se replantea su vida en Zamora?-, he ido poniendo en orden –o se han ido poniendo en orden solas, ha sido un proceso de todo menos forzado-, ideas que llevaban años dándome vueltas en la cabeza. Tienen que ver con el mundo del trabajo, y con que he dejado de verle toda clase de sentido a trabajar, al menos en trabajar para otros, llámense esos otros jefes o clientes. Tiene que ver con que empiezo a ver tanto el trabajo como la falta del mismo como una gran fuente de sufrimiento e infelicidad –ahora es cuando te llaman vaga y pides por favor que saquen su vida laboral y comparemos-, además de una pérdida de tiempo que podrías emplear en hacer cosas que realmente te gustaran y en las condiciones que tú quisieras–obviamente esto último no tiene nada que ver con emprender: el emprendedor BRASAS no entiende que el mundo seguiría, y a menudo de un modo mucho mejor, sin que él llevara a cabo sus ideas y nos diera el coñazo con las mismas a los demás, aparte de ser otro pobre infeliz. No creerás que tu amigo de 25 años lleva toda la vida soñando con hacer cupcakes, ¿verdad? No, si él tampoco, pero piensa que si logra interiorizarlo en ti, se convertirá en verdad, y no en “no me ha quedado más remedio”–. Que no suena bien, y ahora lo que se lleva es tener una trayectoria vital “con sentido” o como cojones lo llame un coach. TODO CONVERGE EN UN PUNTO, el punto en el que estás tremendamente puteado en concreto.

Es tan sencillo como complicado: si una porción muy importante de tu vida tiene que ver con el trabajo (la mitad de nuestra vida adulta consciente, según leí hace poco) y todas las externalidades que genera, y sin embargo cuando no lo tienes estás en un estado de ansiedad aún mayor que cuando trabajabas, la solución es no trabajar o al menos no hacerlo del modo estandarizado. Cuando no trabajo estoy mal, y cuando trabajo estoy peor, dándole vueltas a que un señor está ganando pasta conmigo o cuadrando unas cuentas o cábalas políticas que había calculado mal, situación de la que yo no me beneficio ni ahora ni me beneficiaré tampoco cuando vengan mejor dadas (antes al contrario, el “usted no sabe con quién está hablando” en cuanto pongas la más mínima objeción lo tienen guardado en una muela para soltártelo tan pronto como puedan. Empiezo a pensar en las empresas no como máquinas de hacer dinero y pedir subvenciones para “generar riqueza” sino como ejercicios de autoafirmación de gente que vive acomplejada y necesita decirles a otros veinte veces al día que aquí mandan ellos). ¿Qué es más fácil en aras de cumplir las normas de conducción? Exacto, lo mejor es ni siquiera tener que cumplirlas, esto es, no tener ni siquiera coche. Con el trabajo pasa algo parecido.

II.

Ahora, claro, vivo bajo el síndrome de persona-que-acaba-de-tener-una-revelación y no me soportan en ningún sitio (en realidad creo que antes también pasaba, lo de que no me soportaran, digo). No hablo de otra cosa. Me pongo pesada como el tío que aprende un término culto o anglicismo innecesario y retuerce las conversaciones de tal manera que pueda utilizarlo varias veces para que te quede claro no el término, sino que ÉL lo conoce. Pero pensemos en las implicaciones del trabajo en cuanto a cumplimiento de horarios –siempre son más de ocho horas-, jefes que no aguantas, clientes que te chulean, fuentes que necesitas pero a las que en realidad si pudieras ejecutarías a garrote vil, en muchos casos falta de seguridad e higiene, horas extras pagadas en negro, follarse los convenios a placer, que te echen en julio y te recontraten en septiembre para no pagarte las vacaciones… –las cuatro últimas no son por la crisis. Que sean habituales no las hace legales, si es que a algunos tanto les importa la legalidad nivel histeria-post-sentencia-Parot-. Vale, hay días que te lo pasas bien. Tienes incluso algún amigo. Te vas de karaoke tras la cena de empresa. Pero ya no puedes contar con que te paguen a fin de mes (“no nos paga el proveedor”, “hay que hacer un esfuerzo”. Mi favorita fue cuando un exjefe dijo una vez que no nos creyéramos que él ganaba tanto, “gano dos millones de pesetas al mes o así”), y que yo sepa, la gente trabaja por dinero. Menos la gente que hace el master de El País u otros posgrados primos hermanos y directamente paga por trabajar, pero esa es gente que no necesita trabajar. Este es otro escenario hacia el que nos movemos: que los trabajos de oficina –nadie quiere limpiar si ha pasado por la uni- los asuma gente que pueda comprarlos pero pueda comer de otra cosa que no sea el curro, la que sea. Justo ahí se desmorona toda la narrativa de que es mejor estudiar y bla bla bla. No sigo, esto ya lo hablé aquí. Pero tragas, porque con el trabajo puedes pagar cositas, puedes pagar tu piso de alquiler o tu hipoteca, puedes irte de vacaciones, algún caprichillo, cotizas para la jubilación que no vas a ver porque las pensiones públicas no van a existir, abonas facturas sobre cuyas subidas no tienes ninguna clase de control como consumidor –y en el momento en el que quieras tener algo de control no te preocupes que ya van a venir a jodértelo-, etc. Todo el mundo o trabaja ya o quiere trabajar. O sea, no has visto otra cosa. Una posibilidad fuera del binomio empleo/desempleo no la contempla ningún adulto con dos dedos de frente.

Y si no trabajas pues no sé si no es peor. Ya en el día 1 del paro viene una especie de coach y te dice que es muy importante que sepas lo que quieres hacer, que si no tienes un proyecto perfectamente definido estás abocado a fracasar, que tengas una MARCA PERSONAL –la mía debe de ser algo así como CUÑAOS&ENTREPRENEURS y ni siquiera ha sido algo buscado-. O sea, aparte del acojone por la falta de ingresos –eso si tienes la tremenda suerte de cobrar prestación-, puede venir el acojone sanitario –que de repente llegues un día al ambulatorio y te digan que llevas tanto tiempo en el paro que el médico no te puede atender (tiene todo el sentido, ¿verdad?) y el acojone reciclaje –viene el coach de antes y te dice que todo en la vida lo has hecho mal (seguramente empezando por nacer en la familia equivocada, ni un mal concejal en algún villorrio, me cago en dios) y que de repente tienes que hacer un montón de cursos, muchos de ellos pagados de tu bolsillo, claro está. Cursos que no puedes pagar porque no tienes trabajo y no puedes acceder a otro trabajo porque no has hecho el curso y sal de ahí si tienes huevos. Te hablará de hobbies, te hablará de casos de éxito en los que una pasión se convirtió en un negocio -¿a qué SUBNORMAL se le ocurrió que era una buena idea que aquello que te servía para entretenerte pase a generarte la presión de que si no sale bien no tengas ni para comer?-, te hablará de sectores emergentes en los que, casualidad, hay algún primo suyo metido. Como el gobierno se ha borrado de esto de favorecer el negrerismo empleo –Fátima ya pasa sin el menor disimulo-, quitando esos guiños tontos que tienen a ese “que cada perro se lama su cipote” que es la doctrina (sí, doctrina) del falso autónomo entrepreneur; lo que harán será remitirte a la Ceoe o la Cepyme de turno, o sea, a las garras de los mismos señores para los que como empleado es mejor que pintes una puta mierda y media en la negociación colectiva y para los que otorgar ‘facilidades a la contratación’ significa que tú te jodas todavía más.

Es muy importante para ellos tenerte entretenido haciendo cursos, su finalidad no es formarte, sino que no pienses, porque si te pones a pensar, resulta que te salen posts de once páginas explicando que este peregrinar que ellos motivan para tenerte ocupado no tiene ningún sentido. Y eso les desmontaría el chiringuito de la “creación de empleo” –el funcionario que enchufa a su sobrino como profesor de InDesign en los cursos de Lanbide-, que, repito, es algo en lo que ni se están molestando ni se van a molestar. Pero si estás “haciendo cosas” y estás “activo”, dicen, verás la recompensa. Lo que no puedes es estar en casa viendo el programa de los trajes de novia de Divinity. Un minuto de ocio o desconexión = un minuto perdido para encontrar trabajo, debería darte vergüenza. Qué haces durmiendo que no estás en LinkedIn (la mejor red social para ligar, dicen). Así hablan los parientes de Teófila Martínez. Cuando tu tiempo en el paro se prolonga, ya empiezan las visitas médicas –luego vienen también amigos tuyos que conocen la situación de oídas diciendo que cómo vas al médico por algo así, ENCIMA DE LOS RECORTES QUE HAY (verídico), creo que piensan que hasta que no llegues a la metástasis no es conveniente poner un pie en consulta, que lo demás es despilfarrar-; el lorazepam; el sentimiento de culpa, el pensar que no estás haciendo lo suficiente, y esto además suele coincidir en el tiempo con que si eras uno de esos afortunados que cobraba el paro, va y se te acaba. Vamos, un escenario de putísima madre para REINVENTARTE y todo eso. Que en las adversidades te creces y un nabo gordo.

III.

Nuestra interpretación de lo que es un hogar, por ejemplo, ha cambiado por completo. Somos de hecho sociedades nómadas y nuestras familias son ridículamente pequeñas, pero dedicamos a conseguir un lugar donde vivir muchos más recursos que cualquier sociedad tradicional sedentaria y con relaciones familiares extensas. Buscamos hogares pero encontramos hipotecas usurarias, explotación y movilidad laboral impuesta y decoración de interiores grotesca. Aun así somos capaces de imaginar que realizamos inversiones a largo plazo, desarrollamos carreras profesionales y transformamos estéticamente nuestras viviendas. Nuestras vidas son copias desvaídas de las de las élites, y despreciamos a quienes no llegan a nuestro nivel.

César Rendueles. Sociofobia.

Así las cosas, y como a mí no me apasiona especialmente ningún tema y quitando quizá las alubias de Tolosa, el cine quinqui y el culo de Imanol Agirretxe no hay nada que me guste así mucho MUCHO, y encima no tengo familia y tengo un carácter de mierda –quiero decir, con 30 años que voy a hacer no es muy probable que me levante un día por la mañana convertida en otra persona totalmente distinta y por ende “empleable”-, es habitual verme hacer trabajos que nadie quiere –o en su contenido o en sus condiciones o en ninguno de los dos juntos- y dar tumbos de meses en meses por distintas redacciones, bares y cafeterías de la UE. ¿Para qué me ha servido? Pues para absolutamente nada. No me ha formado, no me ha convertido en adulto responsable –manejo el mismo presupuesto que cuando tenía 17 años-. No he aprendido nada, no me ha curtido y todas esas cosas que dicen. Podría haber estado en mi casa tranquilamente y no haber notado la diferencia. Mis estudios son una inversión que jamás recuperaré, por ejemplo, pero son algo con lo que se ha lucrado otra gente: arrendadores de pisos, profesores de universidad, copisterías, no digamos discotecas, sectas religiosas incluso (porque sí, porque todo esto va de que haya una porcioncita de gente que viva bien a base de que las cosas funcionen mal, pero que funcionen mal de manera que se eche la culpa a quien padece ese mal funcionamiento PORQUE NO ME HAS TRAÍDO LA FOTOCOPIA COMPULSADA DEL DNI, reglas inseguibles, en definitiva)… Lo de mejor estudiar es una forma suave en la que te dicen ‘mejor para nuestro negocio’. Piensa en cuánto dinero te vale certificar que sabes inglés -encima te dicen que lo renueves cada dos años-, que sabes conducir u otra serie de cosas. Piensa en cuánta pasta que te dejas en DEMOSTRAR cosas -nadie se fía de nadie ya- podrías usar para otras cosas que de verdad te hacen falta. Hace relativamente poco vi una oferta de empleo en la que no solo te pedían cierto nivel de inglés, sino que te pedían desglosar (con justificantes, claro), cómo habías llegado a tal nivel, año por año. O sea, ya no es suficiente acreditar el nivel, ese nivel ha de ser adquirido por el camino correcto, o sea, dando dinero a academias amigas, y no leyendo o viendo vídeos en tu habitación -¿quién tiene pruebas de eso?-. De locos.

¿Y dónde quedas tú? Pues en la misma mierda de la que procedías -y de la que yo ya no quiero moverme porque soy feliz y no necesito productos ni servicios nuevos, ni experiencias, ni emociones, ni mundo ni nada-. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Como explica muy Javier López Menacho en ‘Yo, precario’, -si bien se le pueden poner algunas pegas al libro-, el activo con el que contamos las personas que encadenamos este tipo de contratos es solo uno, y es NO TENER NADA (¿Os acordáis de cuando había sectores estratégicos y motores económicos? Ahora el motor económico es gente que vendería a su madre, y con ellos tienes que “competir” como si esto fuera Supervivientes. GENIAL). Y ahora ni siquiera podemos hablar de encadenamiento. Antes si te echaban de algún sitio podías encontrar algo en unos pocos días. Ahora pueden pasar años hasta que vuelvas a encontrar algo, y a menudo no tendrás ingresos de ningún tipo en ese intervalo, por lo menos ingresos generados por cosas decentes que puedas contarle tranquilamente a tu vecina. Que no te líe tu amigo el montañero ni los documentales de heroinómanos: el que vive una vida extrema eres tú.

Además, ese no tener nada retroalimenta el continuar sin tener nada, y me explico: en tu lugar de trabajo, antes de que tú llegaras, ya había gente con cargas (hijos, etc). Tú eres el eslabón más débil, una especie de complemento allí –ya expliqué aquí que todos esos aderezos ****formativos**** que les ponen ahora a los contratos son la justificación para que nunca llegues a ser un trabajador de pleno derecho, aunque hagas lo mismo que él-. Si pasa algo (o si les sale de los cojones), tú serás el primero en caer. Esa certeza, repetida en infinidad de empresas distintas, hace que como nadie asume ningún compromiso contigo, tú acabes por no asumirlo ni siquiera contigo mismo. Supongo que esto tendrá consecuencias en el consumo (yo misma casi no compro ropa, no me gusta tener mucha porque como total me voy a tener que ir, no quiero tener que andar empaquetando demasiadas cosas), no digamos ya en la confianza en el prójimo y demás (ellos pueden romper su palabra cuando quieran; tú, como te equivoques siquiera, estás perdido), o sea que debemos de estar cimentando una sociedad bastante chachi en la que nuestros hijos –si tenemos- no se fiarán ni de su padre. Pero bueno, como eso no se puede cuantificar –lo del consumo imagino que sí, pero no querrán-, pues qué más da.

Por supuesto, tampoco vas a poder formar una familia (“oye, pero si los rojos habéis estado toda la vida rajando de la familia tradicional”, y con cosas así intentan confundirte para no ver el problema real: que están limando hasta la asfixia la capacidad decisoria de todo un estrato social). En vez de poder elegir si familia sí o no, decirte que no te quejes, que total a ti los niños no te gustan –casi como si te hicieran un favor, acojonante. Mi marido me pega lo normal-. Aunque siempre estarán ahí las opciones kamikaze como quedarte embarazada para blindar tu posible despido (sí, la situación es ya tan jodidamente retorcida que no sabes si es mejor si tener hijos o no, o si –como pienso yo- las dos opciones son muy malas –recordemos una vez más que esto no va de formarte en lo adecuado, ni siquiera ya de conocer a la gente adecuada sino que la cosa va estrechándose hasta que lo óptimo sea, aunque esto sea estructuralismo sin cortar, solamente SER la persona adecuada desde la cuna-). Por último está la zona de personas cortas de miras –por decirlo suavemente- que te llaman de imprudente para arriba porque “cómo se te ocurre quedarte embarazada” con un contrato de seis meses. O sea, el problema es que una persona de 30 años se quede embarazada, no los contratos de seis meses. AHÁ. Lo peor es que muchas suelen ser mujeres –digo las que te lo echan en cara, hasta donde yo sé, el 100% de las embarazadas son mujeres-. Es la misma clase de gente que en 2005 juraba en hebreo porque no le había tocado un piso de VPO y que en 2013, sabiendo que ellos no hubieran ni siquiera podido pagar la primera letra de eso porque estaban en la puta calle, te cuentan que ellos no fueron unos imprudentes que se metieron en un piso de 40 kilos, ATENCIÓN al truco: pasan ocho años, lo que era mala suerte se transforma repentinamente en PRUDENCIA –es que hay que tener los cojones muy gordos, en serio- y oye, los de los desahucios que se lo hubieran pensado antes. La víctima como culpable y los asesores financieros de rositas. ESTA ES MI GENERACIÓN. Si yo no tengo un Ferrari que no lo tenga nadie, cuidao. LOS VIRTUOSOS contra la chusma, ojísimo. Después de soltar estas perlas se van a hacer cola a la ETT y a ver si les dan una beca de algo.

¿En qué termina todo esto del precariado? En que los jefes no tienen ninguna obligación legal, hay que fiarse de que sigan la doctrina cristiana o algo por el estilo. Destruyen tu confianza en todo pero te piden que tengas confianza en ellos, como es lógico y normal. Fiarse de su buena fe, como si fueran sacerdotes. Y ya sabemos qué clase de cosas hacen algunos sacerdotes.

Estos sueldos en estas condiciones se parecen más a ese dinerillo inesperado que te daba tu abuela como paga un domingo al azar. Quieren que entiendas que es una especie de favor, que lo que deberías es estarles agradecido. Quieren que digas DAMIALGO SINIOOOOR (el vídeo del BBVA ilustra muy bien la actitud que se espera de un empleado, que parece que estás haciendo cola en Cáritas). Quieren que vivas en una minoría de edad total, que te sientas una especie de minusválido laboral mientras ellos se lucran con tu esfuerzo. Tienen todo a punto para decirte que si tú no quieres eso, otro lo querrá. La respuesta perfecta es un corte de mangas y decir que no sólo no lo quieres, sino que no lo necesitas. Y disponerlo todo para que así sea. Que es más o menos lo que estoy haciendo yo ahora. Creo que he dado ya las pinceladas adecuadas para hacer entender que ni trabajar ni estar en el paro (o reciclándose) son opciones demasiado deseables. El dominio no se sostiene más que basándose en que renuncies a cosas que te gusten o realmente te importan, muchas de ellas no materiales. Joder, que yo he dejado de salir con tíos porque sabía que no me podía quedar en la misma ciudad que ellos, y eso no son “cosas que pasan”, no. No poder estar con alguien con quien quieres estar por una circunstancia económica me da auténtico asco. Y más asco me da la naturalidad con la que se acepta, y que se acepte como propio de una sociedad desarrollada. Y que sea aceptado como un “esfuerzo”, un esfuerzo que tienen que hacer unos más que otros, que tienen que hacer, en concreto, los que hacen el esfuerzo SIEMPRE para que otros no tengan que hacer nada de nada. ¿Pero con qué clase de psicópatas convivo yo, pordiosbendito? Y al final, aceptando trabajar en estas condiciones no haces más que retroalimentar un círculo vicioso. Acabas aceptando que todo puede pasar y que no decides nada en tu vida. Al principio, cuando el mileurismo, era divertido, como una aventurilla que ya veríamos como acababa (vida excitante de reinvención personal y consumismo sofisticado ME-EN-GOL-FA-MIL). Pero no, esto no es un gap year tras el que regresas a una vida “normal”. Puedes querer parar, pero una vez metido en ese círculo, ya seguramente no podrás. Y eso no puede ser. La vida es otra cosa.

IV.

Y cuando ya llegas al punto de ansiedad máxima yo creo que el cuerpo es listo y tras vivir en los dos lados de este escenario postapocalíptico es cuando empiezas a hacerte cargo de las ventajas. De que ese no tener nada puede en algún momento ser transformado en no tener nada que perder, y convertirse así en un activo de verdad, un activo para ti, no para mejorar tu “flexibilidad” de cara a lo que pidan otros. Eso de la flexibilidad suena muy bien, suena a que eres MUY LISTO y sabes hacer un montón de cosas. Pero no, amiguitos, flexibilidad no es un atributo positivo, es, de hecho, un sinónimo de desechabilidad. Flexibilidad es un poco como cuando en la facultad nos hablaban de que los periodistas del mañana debían de ser hombres orquesta. Y te enseñaban un documental de un corresponsal en una zona bélica, y te explicaban que el tío entrevistaba, grababa, montaba, lo mandaba, y que eso significaba ser un profesional. Flexibilidad es hacer el trabajo de cinco personas cobrando como media. Pero bueno, como lo importante es el autoconcepto, a las criaturas les daba igual todo hasta que vieron que había que apoquinar un posgrado si querían siquiera pisar una redacción. Es el primer paso para ser totalmente prescindible, y no al revés. Luego que no os compran. Normal, no os compran porque la calidad es una putísima mierda, porque el trabajo de cinco lo hace uno, entre otras cosas.

Cuando uno ve que esto ya no va más, que no es una cuestión de ciclo económico y empieza a ver salirse de este mercado como una opción complicada pero bastante más digna –y el único modo de mantener un nivel aceptable de salud mental-, uno se dirige incluso a su trabajo actual de otra manera. Es un poco como cuando tú dejas a alguien si sabes que te va a dejar. En el curro lo mismo: es importante que vean que estás ahí porque quieres, no porque no te queda más remedio. Que no te chuleen. Cuando no necesitas a nadie, sobre todo cuando no necesitas a nadie que no soportas, cuando las relaciones que tienes no son instrumentales, ganas una tremenda sensación de libertad. La imprudencia de hablar cuando todos callan tiene también sus gratificaciones, poder salir de trabajos que odias pero otras personas no tienen la fortuna de poder abandonar –no, lo que yo quiero hacer no lo puede hacer todo el mundo, no os voy a tratar de convencer de lo contrario-, y sin necesitar inmediatamente otros nuevos. En definitiva, recuperar el control sobre tu propia vida, que lo estamos perdiendo dando tumbos entre contratos de seis meses, cursos del INEM y bloguerismo, me cago en dios. Esto lo vi en Ceuta, pero solo he podido capturar toda la esencia ahora. No sé si sigue existiendo esta tradición, pero hace unos años no era infrecuente que se le pidiera al presidente de la Ciudad audiencia para ver si tenía un trabajo para uno. A mi mente bienpensante de 2008 esto le parecía lo último, claro. La audiencia venía con el preceptivo recitado de las desgracias con las que venía uno de casa (número de hijos, número de meses en paro, si uno de los hijos tenía una enfermedad chunga, tanto mejor, etc). Y sí, a mí entonces me parecía la ley del mínimo esfuerzo. De lo que no me hice cargo es de que posiblemente los acontecimientos eran justo al revés de como yo estimaba. Creía que estaban yendo por el camino fácil, pero después descubrí que posiblemente estaba ocurriendo justo al revés: ya habrían llamado posiblemente a todas esas puertas que se supone que tienes que llamar, que se han institucionalizado aunque no sirvan para nada, y que estaban utilizando el último cartucho. Pero resulta que de facto, el último cartucho es el único cartucho. Tienen cooptados todos los puestos de trabajo, y no solo en la administración, y si no pasas por la humillación, nada hay que hacer.

Y aparte de vivir mejor yo, quiero acabar con un montón de cosas que me tocan sinceramente los cojones, y creo que salirse de todo esto es un buen primer paso: los cargos públicos que colocan a gente –si no necesitas a nadie que te coloque, ellos pierden todo su poder y casi casi su razón de ser. Estaría bien que las redes clientelares las destruyéramos nosotros dejando precisamente de ser clientes. No es fácil pero se puede, joder-, los profesores de community management, los personal trainers, los coaches. No quiero vivir una vida centrada en adquirir habilidades de presentación en público, por ejemplo, o en aprender idiomas de países que me importan una mierda solo porque en esos países están en un ciclo económico expansivo y podrían ser “mis clientes” y ahora toca que ellos sean ricos y yo les tenga que servir. No quiero ni servir ni que me sirvan. No quiero tener compañeros de trabajo que ven genial eso de tener internet instalado en el móvil y que tragan con estar localizables para su jefe las 24 horas del día (retraso mental). Hay un montón de gente que ya no es capaz de separar ocio y trabajo gracias al ordenador: que el ocio se meta en horario laboral, guay. Pero que el precio a pagar por eso, muy consentidamente, sea que el trabajo se meta en vuestro tiempo libre a mí no me da para entenderlo. Salen del ordenador del curro para meterse en el coche y sentarse en el ordenador de casa. Es posible que se les haya olvidado caminar. No quiero no tener nunca nada mío y vivir toda mi puta vida de alquiler porque eso favorece mi “movilidad exterior” y así podré optar a trabajos ¡en todo el mundo! No me sale de los cojones tener la posibilidad de trabajar en Malaysia, no se me ha perdido nada allí. No me lo pintes como ampliación de opciones cuando lo que me quieres decir es “en un momento dado no tendrás otra salida”. La bolsa o la vida. No me sale de los cojones no tener mi propia casa –mía, no del banco- y pagarles a unos hijos de puta que han heredado la casa de su madre a la que no hacían ni puto caso y de la que estaban deseando que se muriera para poder trincar, un alquiler todos los meses para resolverles la jubilación. NO ME DA LA GANA. No me da la gana aguantar a esos young entrepreneurs de veintipocos que ponen de avalista a su padre, tienen una empresa de cuatro días y ya tratan a sus empleados, algunos mayores que ellos, con el clásico perdonavidismo del empresariado cañí. ¿Por qué? Porque ellos fueron tratados así alguna vez y sienten que tienen que desquitarse con gente que no tiene la culpa de nada. Creen que si se comportan como ese señor que tiene dinero, tendrán dinero alguna vez. Así son: psicópatas totalmente inmisericordes con el que está en desventaja, serviles por otra parte con el que les mea encima. Luego vienen las quiebras –calculad cuánto duran las tiendas de cigarrillos electrónicos de vuestro barrio-, y todo es amabilidad. Es gente a la que quiero lejos, y sí, cabe esa opción, ya lo creo. En el trabajo me miran raro porque no tengo WhatsApp y me miran todavía peor cuando les explico que no tengo ninguna intención de tenerlo. En este mundo de coworking que estamos creando sin oponer resistencia ninguna, no hay sitio para la gente como yo. Por eso me borro. De corazón: no le veo ningún sentido a esto.

Además, soy un porculo de persona, siempre me estoy quejando. Nada me parece bien. Me cae bien poca gente, pero la que me cae bien me cae muy bien. Hay, claro, miles de cosas que no voy jamás a poder cumplir, miles de reglas de actitud no escritas que no voy a poder aprender, mucho menos poner en práctica; miles de cursos de Google Analytics que no voy a poder cursar, miles de másteres de 30.000 euros de Esade que jamás podré pagar, lo que ocasionará que no conoceré a la gente adecuada para que me ayude a defraudar a Hacienda. Todos mis amigos están más tirados que yo si cabe, pero no los veo como un lastre. Soy, definitivamente, gilipollas. Y saber esto es lo que me ha hecho variar la perspectiva de todo lo demás, y por ende, relajarme. O sea, había indicios muy fuertes de esto ya en el colegio –de lo de ser gilipollas, digo-, pero yo qué sé, tampoco piensa uno en estas cosas con 13 años, ¿no? Con 13 años uno se fuma su primer cigarro y cosas por el estilo, no piensa que lo normal es que no lo quieran no ya porque no hace lo deseable (en términos adultos, no es “empleable”) sino porque directamente ni siquiera es deseable y pone pegas a todo –yo me abrí un blog para rajar– y pregunta mucho y nada le parece bien. Y desde que cuando fuera empecé a verlo así, lo cual si lo remiras está bastante relacionado con lo de no tener nada que perder, vivo mejor. Claro que no tengo más dinero, ni el pelo más sedoso ni el cutis mejor ni me tiro a tres tíos distintos por semana, pero aunque este año haya sido un ascazo, puedo decir que sí, que vivo mejor.

Vivo con un presupuesto totalmente ajustado, pero incluso aunque eso mejorara mañana, sé que hay una cantidad ingente de cosas que no compraré porque he asimilado que ni siquiera me hacen falta. Que no me guste ir de compras pero que sí me guste echar la mañana comparando el género en el mercado ha pasado ser una característica mía tremendamente extraña –estoy también adquiriendo a marchas forzadas una actitud de señora de 56 años muy pronunciada, esto también es muy 2013- a una ventaja enorme. Digo lo que me da la gana en el trabajo porque cuando me vaya a la calle circa mayo ya he decidido que no me voy a meter en una carrera de currículums, cartas de recomendación –no decir cosas feas en el trabajo, no vaya a ser que no te la hagan, ¿pero qué cojones?-, no te metas en pleitos ahora que luego nadie te querrá contratar -¿pero cómo alguien de veintipocos años vive ya con ese miedo, señor?-, no marcharte a ningún lado no vaya a ser que te llamen para una entrevista –el 80% de las veces que me han llamado para entrevistas estaba de viaje yendo a ver a gente a la que no es que quiera, sino que NECESITO ver. Me suda la polla lo que digan Rosell, Wert o la puta que los parió: yo sé lo que necesito, yo sé mis prioridades –como consumidor tú eres el rey, como sepas tus prioridades en otros campos tratarán también de liarte y te dirán que te equivocas-. Me gusta tener una vida social amplia y cuidar de la gente a la que quiero. No me confundáis, no me digáis que lo que pido es muy oneroso, no estoy pidiendo un ático en La Castellana, hijosdeputa. Que una madre colombiana lleve once años separada de sus hijos sin haber podido ir a verlos ni una sola vez porque cobra una miseria no son “cosas que pasan”, no me toquéis los cojones por favor. Y si son “cosas que pasan”, se seguirá que el asesinato de un guardia civil en Euskadi también es una “cosa que pasa”, ¿no? ¿O solo desvelamos el complemento agente cuando nos viene bien? Pues este es el mundo del trabajo en el que os vais a meter de lleno. Ese mundo del trabajo con cosas que antes le pasaban a otra gente porque vosotros “habíais estudiado”. Como si eso tuviera importancia. Que tengo dos carreras y un máster y estoy limpiando váteres. Pues a ver si va a ser que estás limpiando váteres PORQUE tienes dos carreras y un máster, y no A PESAR DE, que es lo que siempre decís. Esta ola de simpatía repentina que sentís por los inmigrantes de Lampedusa –llevan muriendo negros en nuestras costas desde los 90- debe de venir de que estáis tomando conciencia de que eso que les pasaba a otros no queda tan lejos de que os pase a vosotros, que ahora vosotros sois los negros de los países nórdicos. Sí, en el metro de Estocolmo (¿Estocolmo tiene metro?) eres un puto español, moreno, aunque esgrimas ridículamente tu título universitario en el vagón como diciendo “yo no soy como los demás, yo me parezco más a vosotros”. El mundo va muy deprisa ya y eso da muchas apps nuevas cada mes y también da encontrarte de la noche a la mañana con que de tener de todo has pasado a no tener de nada, en cuestión casi de horas y además todo está montado para que no puedas ni luchar por mantener lo más mínimo sin que te llamen “resistente al cambio”, “tú lo que quieres es que volvamos al taparrabos y muramos de tuberculosis”, etc. Pues a apechugar. ¿Para vivir así queréis trabajar? Porque yo no.

V.

Lo estoy haciendo todo al revés de como dicen en la tele: en vez de emigrar he vuelto a mi barrio de toda la vida. Compro leche fresca aunque sea más cara –es que tenéis unos caprichos de que no compráis leche de 0,50 céntimos de esa que es polvo en agua y claro, LO QUERÉIS TODO Y NO PUÉ SER-. No voy a ir a recoger mi título de master, no me interesa ser becaria en la UE y andar con el culo pelado pidiendo justificantes de cada día de mi trabajo a mis empleadores del pasado para seis putos meses, lo siento. He cerrado Twitter y LinkedIn, con lo cual no soy “VISIBLE” y no conoceré a la gente adecuada y jamás trabajaré. Leo muchos libros en euskera, que es un idioma que desaparecerá. He pasado de hacer lo que se suponía que había que hacer porque era más útil a hacer cosas que, sin más, me gusta hacer, y que no sirven para nada. No quiero tener nuevos amigos, no quiero ir al gimnasio, no quiero operarme las tetas aunque por ello me subieran el sueldo (ojito porque esto va a empezar a pedirse pasado mañana igual que piden hoy el inglés y los malabarismos de alguna van a ser dignísimos de ver. De alguna de las que hoy dicen que hay que “adaptarse a la demanda”, digo). Lo estoy haciendo todo objetivamente de culo. Pero lo mejor de todo ha sido comprobar que después de haber estado echando pestes durante años, estoy genial aquí, tengo ideas mejores como queda demostrado, me porto mejor con la gente, e incluso está ocurriendo algo impensable que es que estoy empezando a ver el paso del tiempo como algo positivo porque equivale a ganar seguridad en una misma. Me lo dices hace un par de años y no me lo creo. Ante aquellos que, como comentaba más arriba, te dicen que es muy importante que tengas un proyecto bien definido para salir adelante, la contestación es que también es muy importante saber qué NO quieres hacer. Y que vale exactamente igual, y posiblemente llegas a unas conclusiones más elaboradas.

No sé muy bien cómo lo voy a hacer, bueno, un poco sí, tengo algunas ideas y todavía algo de tiempo para pensarlo. Por supuesto, quitando a dos personas, mi idea de salirme del mercado de trabajo le parece mal a todo el mundo, lo cual me reafirma en ella más si cabe. Para mi sorpresa, mi familia va entrando en vereda. Prometo que si sale bien no voy a ir a dar charlas a ningún lado con un micro de estos que te salen de la oreja ni a presentar powerpoints ni a escribir un libro tipo Josef Ajram. Ahora, tampoco quiero que hagáis conmigo como cuando teníais un amigo que curraba en McDonald’s en 2007 y os reíais de él y hoy día le pedís que os enchufe.

Por supuesto, te intentan disuadir de todos los modos habidos y por haber: te dirán que una sociedad no es sostenible si todo el mundo viviera como yo quiero vivir, lo cual me convierte en una insolidaria, o sea que por lo visto es mucho más ‘solidario’ que yo ME JODA y viva de un modo en el que no quiero vivir (es muy gracioso porque los primeros que te dicen esto son gente a la que le caía muy bien Margaret Thatcher, que, recordemos, decía que la sociedad no existe –a pesar de esto a mí esta señora siempre me ha caído bien, porque la hijaputa lo que decía que iba a hacer lo hacía, y eso ya no lo hace nadie-; gente que no pone pegas a privatizar sanidad y educación QUE ES QUE LA GENTE SE VUELVE MUY CÓMODA Y LO QUIERE TÓ GRATIS. Luego a pedir una beca de biblioteca en la universidad –es una pena porque es gente que está tiesa en general- y a operar a su madre abierta en canal con técnicas de bricolaje, imagino. Do it yourself). ¿Sería ‘solidario’ que todos viviéramos como la reina de Inglaterra? ¿O todavía es peor lo mío? Luego está la liga moralista que te habla de la dignidad del trabajo y la desdignidad de no tenerlo, como si te tuvieran que poner una especie de sellos de esos de a la salida de las discotecas o ponerte una divisa como a una res, ellos reparten y tú no decides nada y saben lo que está bien y lo que está mal, y lo que tú haces está MAL. Se vuelven locos porque resulta que eres prácticamente un defraudador porque no vas a pagar el IBI –joder, pero tampoco voy a contaminar, ni casi a ir al médico-, pero con Bárcenas, que ha sacado ¿40? kilos de dios sabe dónde, solo les da para hacer chistes. O sea, tú que no pides nada y das poquito, eres un hijo de puta pero al otro ni le tosen. Va a ser verdad que llegado un cierto nivel de riqueza te conviertes en intocable, pero a mí, que me parezco a ti un montón, me darías de hostias. Ya es triste.

Y hay otra cosa que toca muchísimo los cojones al prójimo de vivir de esta manera. Cuando alguien viene a verme al piso, y yo no tengo muchas cosas porque me gustan los espacios diáfanos –bueno, y porque no tengo mucho dinero-, se vuelven un poco locos y se preguntan cómo puedo vivir así, porque aunque no tengo muchas cosas voy relativamente bien vestida, tengo todo limpio y ordenado. Se vuelven locos porque tienen mil deudas y te preguntan ¿y no tienes coche? ¿y no te vas a ir de vacaciones? –me hace mucha gracia la noción de ‘desconectar’, debo de vivir bastante mejor de lo que pensaba si comparo con mi entorno, porque no se me ocurre una ciudad mejor que la mía para estar de vacaciones, y no necesito ‘desconectar’ de nada-. Además es también muy curioso porque los que te hablan de ‘desconectar’ están pendientes constantemente de WhatsApp, y se están tomando un café contigo y el móvil encima de la mesa. No soportan que ellos gasten cuatro veces más que tú y estén metidos en mil créditos y AGOBIAOS y tú vivas mejor que ellos con muchísimo menos. No lo entienden, lo consideran casi una traición. Por supuesto, no discuto con ellos, simplemente asumo que nos movemos en parámetros muy distintos de lo que es y esperamos de la vida y que cada uno tenemos filias y fobias que el otro o jamás adquirió o de las que ha logrado desprenderse.

No me canso de repetirlo: no es un peaje económico –no tiene que ver nada con el dinero disponible, son actitudes ya profundamente aceptadas, incluso y para tristeza mía por parte de quienes más las sufren, de lo que se le puede hacer a un subordinado o a un autónomo, y además con todos los parabienes legales favoreciendo que continúen así y se agraven- a pagar para que en el futuro todos estemos mejor, sino que esta, vivir como mucha gente vive ya, es LA META. No, tampoco es una cuestión exclusivamente española, de hecho es tremendamente anglosajona. No vale ya con hacerse a un lado y rezar lo que se sepa para que no me pase a mí. Llegará un momento en el que el networking tampoco te va a salvar –recordemos que las Gestoras pro Amnistía, como el Opus, son una fuente de networking, por muy diferentes que crean ser-, porque tu coleguita del gobierno tiene que ganar las elecciones, y si no las gana, ¿qué? Y lo de hacer lo que quieres hacer y no lo que el miedo te deja, ¿para cuándo? No es un escenario de empobrecimiento solo económico, sino de empobrecimiento hasta psíquico, que termines por pensar que no tienes ningún control sobre tu vida y encima les des los royalties sobre ella a señores que ya lo tienen todo y quieren todavía más, que te eches la culpa personalmente por una situación estructural. Yo no sé qué persona en su sano juicio puede querer algo así.

Os digo ahora: no hay mayor rebelión que no hacer ni puto caso, sobre todo no hacer ni puto caso a la gente que cree que le tenemos que hacer caso y tiene encima a todos los medios de comunicación a su puto servicio para seguir haciendo el experto por ahí. A vuestra madre sí, a vuestra madre hacedle caso. A vuestro cuñado no. No hay mayor rebelión que no ir a esa cena a la que no quieres ir. O sea, estos días hay un montón de gente que está yendo a sitios a los que no quiere ir con el argumento muy elaborado de que TIENE que ir. ¿Por qué tienes que ir? Pues porque TENGO que ir. ¿Pero qué hostias? El gilipollismo es ya TAN TAN TAN extremo que quedarte en tu casa viendo el polígrafo de Conchita es una derrota del sistema, jesús.

Además, no sé cómo lo hago, pero siempre acabo saliendo adelante, y me da en la nariz que esta no va a ser una excepción. No soy invencible, pero ya me queda muy poquito.

Así que TOOOOOOOOOOODO esto es lo que he aprendido en 2013.

Feliz 2014. Independentzia!  Y…

VLUU L100, M100  / Samsung L100, M100

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Por qué bebéis gintonics

Vengo de un fin de semana complicado circunscrito dentro de una semana complicada. La semana en la que descubrí que hay barcos para emprendedores. El máster de ricas y famosas que iba a hacer la UPF ha sido borrado de la lista, en vez de currarse alguien un puto contenido para el mismo y sacar a algunas gentes de la enseñanza del desempleo (que no del subempleo, sin emociones). La semana en la que Espe ha dicho que CUÑAO HERRERA es el mejor comunicador de España. La semana en la que he encontrado péipers que hablan de las cenas de empresa. El Albondiguilla pasa de ser un ser despreciable a ser una víctima de una especie de mafia hortera. Toda la mierda millenial me salpica mucho, me salpica de tal manera que empiezo a ver las Gestoras Pro Amnistía como la primera experiencia de networking de la que tuve conciencia. La ketamina corre entre los homeless en paro de mi barrio como Usain Bolt en un estadio olímpico cualquiera, supongo que como aperitivo a los cuadros politoxicológicos que veremos en santotomases, navidades, sansebastianes, carnavales… El hombre con el que me gustaría tener hijos está borracho a las diez y media de la noche emitiendo ruidos simiescos UEEEEEEE con sus amigos, y cuando le mandan recoger la terraza de un bar contesta que “la represión no es la solución” y no sé qué de “esta música no, me dijiste que ibas a poner un tributo a Iron Maiden”. Mis contactos de FB ponen en sus estados frases de Bucay, Coelho y Galeano. Discuto a cuchillo con compañeros de trabajo por la diéresis del apellido de un entrenador. Ortega Cano y Josefer en el maco y los de Herrira no hacen nada. Han abierto una tienda de cigarrillos electrónicos a cien metros de mi trabajo y mi camino de vuelta a casa del mismo está jalonado por carteles que anuncian toda clase de cursos de coaching, desde ‘el viaje del héroe’ a metodologías de autoobservación. He soñado que a mi padre le chantajeaban en la Seguridad Social con no ver un duro de la jubilación si no se hacía autónomo…

inodoro

Pop up store con azulejado de Pasapoga 1971.

Pero no venía a hablar de nada de esto. Vengo a hablar de vuestros padres. Vengo a hablar de vuestros padres divorciados intercambiando anfetas de distinta concentración en lavabos públicos, vengo a hablar de vuestros amigos borrokas bebiendo gin tonics en copas de balón. Vengo a hablar de ese bar en el que se forja la solidaridad intergeneracional cuando ves a señoras con faja que han salido a ‘darlo todo’ con cuarenta y seis añazos, síndrome del nido vacío, veinticuatro meses de prestación por desempleo y afinación perfecta a la hora de cantar la santísima trinidad de temas para toda persona a la que acaban de romper el corazón pero trata de aparentar que no ha pasado nada: Déjame de Los Secretos, A quién le importa, de Alaska y Mi mundo sin ti, de Soraya Arnelas. Y a ti misma diciéndote: “Yo voy a ser así, pero sin que parezca que tengo cuarenta y seis años”. Vengo a hablar de gintonics otra vez, no como “experiencia”, sino como puro seguidismo, como ese resquicio al que agarrarte fuerte, como proyección hacia una vida que JAMÁS, jamás, vas a tener. Como el TIESO que vota al PP porque “algún día será jefe”. Como el matao que porque se habla por lo Tuitor con dos chavales a los que su padre les está pagando un EM BI EI en U ESE A cree que ya es “como ellos”. Si proyectas, automáticamente, eres. La realidad ya da igual. O eso sigue creyendo alguno. Si lo piensas muy fuerte se cumple. Si cagas muy fuerte te haces daño. El gintonic: otro hito del pensamiento positivo.

La juventud del Antiguo anda perdida. Andamos más perdidos que un hijoputa el día del padre. Sin ninguna ETA ya en la que ingresar, y sin curro, solo queda un referente: tu padre. Tu padre que va al bar contigo. Tu padre que te recuerda un día sí y otro también que «yo con tu edad tenía un coche, una casa y a tu hermano y a ti». Y dice que te invita a un gintonic. Y tú que no, que la casa, el coche y los niños no, pero que para el gintonic sí que te llega con alguna chapucilla que has hecho por ahí. De hecho es lo único DE PADRE para lo que te llega. Y para lo que te llegará. Recuerda que tu poder adquisitivo postadolescente no es algo temporal. Ha venido para quedarse. Tu padre dándote el cambio del parking para que te compres drogas algo. Los gintonics decorados seguramente durarán tanto como la tienda de perfumes de marca blanca que se montó tu amigo el emprendedor. Meses esperando a la licencia de apertura para que cuando llegue, esa burbuja haya reventado ya, y tenga que cerrar. Entonces te dirá que no, que no era una cosa a largo plazo, que era PARA PROBAR  y que no era un negocio normal, que era una POP UP STORE (la última mierda que he descubierto del vocabulario millenial/emprendehomeless). Contestadles que VUESTRO CULO también es una pop up store. La verdad no importa. Todo es interpretable. No os dura nada de nada: los novios, las tiendas de vuestra propiedad, la ropa del Primark. Nada.

Toda esta historia de los aromas botánicos, de las ginebras azules no deja de ser un intento de sofisticación del Larios Cola de tu padre. Lo de beberlo en copa de balón también. Es el traslado de la academia de inglés y de la beca Erasmus -tus factores diferenciadores con respecto a tu padre, no mejoradores, diferenciadores- a la borrachera dominical, es otro mojón en la anglosajonización absurda de todo. Es buscarle una utilidad tonta a un montón de extraescolares que no te han servido para absolutamente nada. Con fresitas flotando es gintonic también, porque es lo único que vas a «conseguir» como ellos, pero que parezca mejor, que parezca globalizado. Que parezca globalizado pero me lo tomo en el batzoki/herriko como se lo toma él. El quiero y no puedo llevado a las cosas más banales, que son las que te hacen de verdad. El no saber por dónde le da a uno el aire. El no saber si estás con ellos o contra ellos. Ellos queriendo ser tú bailando Don Omar. Tú queriendo ser ellos con el puto gintonic «peronoesigualporqueyolotomocontanqueray». YA. Que tienes que soportar el bochorno de ver echar el chorro por la cuchara esa con surcos con Sospechosos de fondo. Yo ya no sé si somos el último reducto contra la modernidad líquida, aquí en el Antiguo, digo, o lo que somos es gilipollas.

El gintonic: funcionando desde hace cinco años entre treintañeros como ese determinismo que dicta que cuando pasas de jugar en la Real Sociedad a hacerlo en el Real Madrid pases también de usar pendiente de coco a pendiente de brillantes. El gintonic: la sublimación del matrimonio estándar que cuando se casa dice que quiere ir «a por la parejita». El gintonic, reuniendo a las cuatro menos diez de la mañana a personas de distintas edades que quieren «recuperar el tiempo perdido»: unos cagándose en su mujer, otros mencionándote a Proust «yofuialauniversidad». El gintonic no distingue, simplemente recoge, no te eleva, estandariza la mierda. El gintonic ni detiene el tiempo ni lo acelera, ni te hace estar en la edad que te gustaría, ni para adelante ni para atrás. Solo sirve para que ganen un dinerito a costa de vuestras inseguridades los primos hermanos de los que dan cursos de posicionamiento web y te dicen que jamás, jamás, en tu puta vida, vas a volver a trabajar si no sabes eso YA VERÁS, YA, te dicen.

Ojalá dure todo esto lo que va a durar la tienda de cigarrillos electrónicos 😀

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La trampa de la alta cultura

Cultura es lo que levanta del suelo la mirada del hombre y lo lleva a descubrir el horizonte, lo que hace que el animal se ponga a caminar a dos patas aunque a veces esa posición le provoque dolores de espalda, deformaciones de columna, dolor de cervicales, es eso, hija mía, le decía su padre en un tono solemne. A ella le molestaba esa grandilocuente autosatisfacción (le parecía provinciana entonces y hoy la echa de menos). El hombre se humaniza cuando se levanta a dos patas para mirar de frente un cuadro colgado en la pared de un museo, o cuando se dobla para sentarse en una silla y, antes de desmoronarlo con la primera embestida de la cuchara, contempla un instante el plato que acaban de servirle y admira el montaje, la presentación y acerca un instante la nariz para capturar los aromas. Adiós al mono, te presento al hombre.

Rafael Chirbes. Crematorio.

Decía José Ignacio Wert que se ha de «inculcar a los alumnos universitarios que no piensen solo en estudiar lo que les apetece o a seguir las tradiciones familiares a la hora de escoger itinerario académico, sino que  piensen en términos de necesidades y de su posible empleabilidad». Llevan años jugando a que sí, que no, que nunca te decides con el tema de las Humanidades. El sofisma al que le dan vueltas es relativamente sencillo: si estudias Letras, atente a las consecuencias. O haces lo que te gusta o curras, tú verás. Cultura tiene que ser, si no eres de ‘ellos’, necesariamente, rentabilidad. Nadie que no sea de ‘ellos’ disfrutando sin un sufrimiento extra, sin un esfuerzo suplementario por su parte. Yo hago como que te dejo la puerta abierta para que si tienes PASIÓN –ojo, si no eres de ellos’ también está prohibido no llegar a las cuotas de apasionamiento que ‘ellos’ dictaminen- parezca que avanzas, pero una vez que intentes esa empleabilidad, adiós. Ya está reservada a otros. ¿Y quiénes son esos otros? Pues quienes, al ser las circunstancias, en cambio, mucho más favorables, entonces dicen que sí, entonces bienvenidas las Humanidades. Por arte de magia, dependiendo de quién abra la boca podemos considerar la misma sentencia una perroflautada de manual o una muestra del más sublime gusto. Y hacer caja con ellas también, con las Humanidades digo. ¿Cuántas escuelas de negocio ¡un beso fuerte a Iñaki Urdangarin! se han revestido en los últimos tiempos de presuntos conocimientos sólidos en materia filosófica que ayudan a ejercer liderazgos casi mesiánicos –o eso creen ellos y sus adláteres-? Total, para qué, para morirte por temas magufos. 

La Cultura, las Humanidades, es otro terreno –del que hemos hablado en DeC ampliamente es del laboral– en el que importa ya poco lo que se haga, y cada vez más quién lo haga. Como tantas cosas inicialmente buenas, unos pocos han sabido usarlo –puede que les hayamos dejado usarlo- como elemento distintivo, desde luego no democrático -la democracia es de tiesos-, y como un juguete que “no es para ti, niño”. Lo que no han calculado algunos es que esta lectura terminará por ponerse en su contra. Viene costando poco entrar en ese ‘ellos’, pero viene costando aún menos salir, que te saquen a hostias, mejor dicho. La treta -que Wert comenzó con esto de la empleabilidad y concretó finalmente en la política de becas y en otras cosas poco sutiles– es relativamente sencilla: consiste en disfrazar de superioridad intelectual la capacidad de comprensión de la denominada alta cultura, pero en realidad torpedear deliberadamente el acceso a la misma de aquellos a quienes no consideran lo ‘suficientemente buenos’ –a menudo mucho mejores, pero contra los que es preferible no competir, no sea que esa chusma quede mejor parada-  para su disfrute. Poner barreras de acceso, todas las posibles, pero llamarlas falta de talento e intelecto. Y ya está. Ya somos automáticamente mejores. Un pensamiento muy autohalagador y generador de una realidad virtual comodísima, claro. No es solo que la alta cultura consista en unas prácticas concretas y que lo demás se tilde de basura. Es que además quieren que esas cosas concretas las disfrute un grupo determinado de personas, y si no eres de ‘ellos’ y has escapado a su control, reducir los riesgos para ‘ellos’ al mínimo. Entrada sí, demócratas de toda la vida, pero solo para gente que no dé muchas vueltas a las cosas, gente mecenazgueable  –si dependes de tu mecenazgo, más proclive a no discutir, a los apoyos incondicionales, a decir gracias por la oportunidad, a aceptar la caridad-. Mecenazgos para que ‘ellos’ queden de redentores ante la decadencia de un sistema público que, dicen, es insostenible, pero cuya ubre ‘ellos’ chupan a placer. Y no, no es un problema de escala y de que los autónomos también lo hagan, otra falacia. Si el Lute robaba gallinas, robará en un Ayuntamiento. Esto dicen, muy satisfechos, ‘ellos’, en sus museos, mientras piensan que si adoptan a alguien ‘ajeno’ para que haga/consuma alta cultura, por lo menos que sea alguien que no moleste. La alta cultura es su símbolo de distinción y los demás estamos aquí para servir y callar, y ‘ellos’ para ser servidos.

Hubo cierta parte de aceptación de esto por quienes no eran ‘ellos’. Entonces los ‘no-ellos’ crearon otra(s) cultura(s). Porque a ‘ellos’ no les bastaba con que los ‘no-ellos’ no tuvieran acceso a lo de ‘ellos’, sino que, por supuesto, no debían de saber/crear/hacer nada. Si no hacían nada, podían ser acusados de no hacer nada, así de sencillo. Pero como sí hicieron cosas, y claro, si no son para servirles a ‘ellos’, y ni siquiera tienen intención de entroncar con lo que ellos dicen que hay que hacer, pues MAL. Lo propio y distinto, mal. Si tiene éxito, peor. Al principio estaba mal porque no era rentable. Cuando es rentable, el problema es que ese dinero no lo han pagado las manos que ‘ellos’ consideran deseables. ¿O lo que sienta mal aquí es que se camine al margen, sin tratar de ajustarse a baremos del Ministerio X, sin ayudas y sobre todo ni siquiera molestándose en violar las reglas porque simplemente existe un criterio propio y diametralmente opuesto? Que tenemos hablándonos de ‘creación’ a funcionarios, virgen santa. Que tenemos a Cristóbal Montoro hablando de cine, señores, y veis el problema en Hay una cosa que te quiero decir.

Juegan de manera cicatera con la bondad y la maldad de la mercantilidad: tener una vida más allá del pago de facturas es lo que diferencia a ‘ellos’, los hombres, de nosotros, los monos. Pero quieren restringir el número de hombres al máximo y echar la culpa a los monos de sus males, claro está. Cuando el mono hace «cultura», entonces sí, entonces ha de ser rentable. Cuando alguien tiene la más mínima curiosidad por conocer lo de ‘ellos’, por sobreponerse a esa barrera de la mercantilidad, se le tacha de inútil si es de los ‘no-ellos’, de poco realista, de cómo querías tener trabajo con una filología árabe -si eres de ‘ellos’ y tienes una filología árabe, tranquilo, será fácil trazar un relato familiar y emocional que entronque con tu amor por la cultura islámica-. Lo que aporta y lo que no aporta lo tienen que decidir ‘ellos’, y permanecer cerrado para el resto. Se cuidan muy mucho de la exclusividad y cuando lo que hacen otros –esos otros a los que deliberadamente se excluye del círculo- resulta que lo peta en un –su sacrosanto- mercado, pues no, que también está mal. Y luego van a pedir licencias de urbanismo a quien tiene Mirós en el baño. Valientes hijos de puta son. Se juega a no resolver problemas sociales diciendo que la gente “no sabe”, torpedeando las posibilidades del que “sabe pero me podría perjudicar” y encargándonos de que parezca que estamos por encima de pagar facturas pero diciendo a la gente que se compra un libro que cómo es que -en este caso serían los ‘no-ellos’- osan derrochar así su dinero. Habrá que cubrir las necesidades básicas y no las apetencias mundanas, claro. El hecho de que adquieras cualquier cosa que pueda acercarte a ‘ellos’ lo ven como un atentado, como una amenaza. Por eso les molesta que tu sueldo pueda dar para algo más que comer, que ellos pintan también como una experiencia cultural, que los diferencia de los monos, claro.

Y hablando de comer, esa alta cultura consiste, arriba lo tenéis, también en disfrutar los vinos, en ver algo que el común de esos animales que comparte piso no puede, no sabe, no le da. Beber kalimotxo para emborracharse porque hace frío es de bestias, de gentes de baja estofa, sin gusto. Pero en vez de encargarnos de que el kalimotxero descubra las excelencias del vino y el buen gusto vamos a poner el máster de Enomarketing del Basque Culinary Center a 7.500 euros ¡pagar una pasta para adquirir una sapiencia y gusto cuasi innatos, que solo hay que pulir, solo son patrimonio de los elegidos y que supuestamente no tiene precio! –estos precios son la consecuencia lógica de pensar que quien los paga puede hacerlo porque ha trabajado mucho, y porque es mejor, y claro-, no se nos vaya a meter aquí la chusma. No sé cómo estarán llevando estos señores, ‘ellos’, digo, lo de que a un chico con chándal le hayan dado ¿tres? Estrellas Michelín, la verdad (bueno, cobra 175 euros. Pero que te cobren 175 euros en chándal <3). Son más civilizados por ser capaces de encontrar una narrativa en la comida, mientras que tú solo comes porque te gusta, o porque tienes hambre. Eso es de salvajes. Yo puedo, yo sé, tú no. Ellos están por encima. Crean sus industrias a base de implantar inseguridades que a nada que se rasque se ve que no van a ningún lado y a río revuelto ganancia de pescadores. Te dirán que pagan para sentir sensaciones que, están convencidos, o eso te dicen; el dinero no puede comprar. CIVILIZACIÓN. No hagas mucho caso, en serio. Esto tiene tanto recorrido como la efectividad de un anticelulítico.

Consideran, ya lo hemos dicho muchas veces, que ellos tienen que poder elegir entre algo bueno y algo muy bueno y tú entre algo malo y algo muy malo (no te quejes del paro que podrías estar en Siria y haber muerto gaseada con sarín) para que el estado ‘natural’ de las cosas se dé. El equilibrio correcto es ese, y si no o no hay libertad, o no hay democracia, o no hay (inserte aquí un sustantivo que evoque algo bueno). Tú tienes que curtirte, ‘ellos’, tener facilidades para operar. Pero la solución es relativamente sencilla: porque si no se juega a lo de ‘ellos’, si no se intenta ‘encajar’, si no necesitamos mecenas, no hay nada que perder. Y entonces todo es tremendamente más fácil. Hacer lo que queremos, y quitarles, a la vez, la ¿autoridad?

P.D: ¿Que quiénes son ‘ellos’? Yo creo que no lo saben ni ellos, lo que sí saben es que esa esfera es cada vez más escasa y hay que tratar de no salir de ella como sea. Pero en general, cualquier individuo que busca el foco cuando sabe que puede darse golpes de pecho, y que busca diluir sus responsabilidades tanto como le sea posible cuando las cosas vienen mal dadas. Por supuesto, lo último que debemos hacer es renunciar a pedírselas. Renunciar a preguntarles qué cojones hacen con un Miró en el váter. Saber a dónde se quiere llegar es fantástico, pero saber de dónde se viene es mucho mejor. Sobre todo si te reducen esa esfera del ‘ellos’ y hay que volver a donde los ‘no-ellos’. Arrieros somos…

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¿Desde cuándo me convertí en cliente de mis amigos?

Vas a verme por la tele. Vota mi blog. Dame dinero que quiero autopublicarme. Hemos ido a la mani… 267 fotos. Esta es mi página de inicio de FB hoy, un lunes por la tarde. Incluso después de haber hecho una buena reducción de plantilla. Mi FB se twitteriza y no puedo, parece, hacer nada para frenarlo. Subo tu link y subes mi link. El Kickstarter de los cojones. Pollas en ollas.

Realmente lo que pasa en mi página de inicio de FB me recuerda un poco a cuando hace no tanto una fila de jóvenes locales sin trabajo –luego esto pasaron a hacerlo los inmigrantes- se iban a una rotonda a las 7 de la mañana para que un capataz se los llevara a una lonja de pescado a descargar o a poner ladrillos en la obra. Sí, que lo hagáis todo cómodamente sentados y en reuniones varias en sociedad NO lo convierte en algo muy distinto a eso.  Y en todo este proceso al que asisto aterrorizada de un tiempo a esta parte, con lo que me quedo es con que en vez de una amiga, son una especie de consumidora de eventos que elige dónde pone 20 euros de crowdfunding para un libro, le da a un ‘Me gusta’ o ve gente por la tele porque alguien me lo dice y al día siguente ya sabemos que es de eso de lo que tenemos que hablar. Ah, y mira lo que ha dicho no sé quién por Twitter… Yo no le puedo montar ningún pollo porque tiene una editorial, pero tú si puedes (DM REAL recibido por mí). Y los books de las manis. Otra gozada. Fotos instagrameras colgadas por parte de los señores que nos dicen exactamente CÓMO tenemos que enfadarnos en tiempo y forma teniendo ellos ya la vida solucionada. Ah. Más fotos = más concienciación. Si salgo con un letrero, mejor. Para lo de los ODIOS sí que soy muy freelance y me los gestiono yo, gracias. 

Puedo pensar muchas cosas: puedo pensar que todos estamos tiesos y ver toda esta historia como una canalización de la ayuda mutua y yo te doy 20 euros para tu libro y ya mañana tú me das 20 para pagar la luz. Puedo pensar que tenéis un ego de tres pares de cojones porque un par de personas destacadas de la farándula internetera os ha dicho que os ven ‘potencial’. O puedo pensar –pienso, de hecho- , que yo no entiendo el mundo ya y que no tengo estómago para ponerme un PayPal en mi blog. Sé que es lo que hay que hacer, pero es que una es muy pudorosa y los pudorosos hemos perdido el siglo ya, cuando no el tren laboral y no hablemos de la paciencia. Los tímidos no tenemos nada que hacer. No sabemos los suficientes idiomas, no sabemos community management y encima somos tímidos. Somos los hebreos de la era digital. Inglés medio, dos másteres, tres carreras y visibilidad. Sobre todo visibilidad. Y ACTITUD. Sin actitud estás perdido. Actitud como sinónimo de RAJAR pero no por delante, eso no. 

Luego hay también una lectura un poco fea y descorazonadora. Sentarte a pensar, de entre esa gente cuánta te lo suelta porque son tus amigos y cuánta te lo suelta por tu talento. De hecho, desde que he empezado a conocer gente a través de redes sociales (y un día decidí dejar de hacerlo), siempre vivo con la duda de si me dicen las cosas en serio o simplemente tenemos que fingir caernos bien en aras de que luego podamos hacer sígueme que yo te sigo y promocionarnos mutuamente y cosas así. Es muy difícil no llegar a la conclusión de que no eres nada mucho más allá de un grupo de gente con intereses comunes que te baila el agua porque podrían estar en tu misma situación. Pues bueno, la culpa es mía, nací en una época equivocada, el crowdfunding y el 2.0 y yo no nos llevaremos bien jamás y el mundo va a ir así a partir de ahora. Correré con las consecuencias de descolgarme y de no participar en ello.  Correré con las consecuencias de no tener, borracha, una idea empresarial de puta madre en el váter de una discoteca, apuntarla en una servilleta y pedir un crédito a Cofidis (y dar la brasa a familia, amigos y followers) para EMPRENDER lo que el DESTINO tenía escrito para mí y con lo que me iluminó mientras meaba.

Joder, es que he llegado a echar de menos aquel primer FB en el que el personal daba la brasa con fotos de los sábados a la noche –sí, al principio se colgaban TODOS los sábados-, o hacíamos tests de ‘Qué cantante hostiable eres’ y cosas así, o subiáis fotos de vuestras novias o manteníamos discusiones sobre si había que divulgar o no el estado sentimental. Pero es que me cago en diez, en esa época érais solo mis amigos, no unos chavales de mi edad con un producto/servicio extra aparejado que fagocita a la persona que hay detrás.

 Y al final, claro, hay que preguntarse lo que se pregunta Carlo Padial aquí: que si somos amigos o si estamos de networking. Me gustaría ser –seguir siendo- vuestra amiga, no vuestra cliente. Y no, no voy a darte 20 euros para autopublicarte. O sí, pero porque yo quiera, no porque me montes un campañón en el muro de FB. Un problema no es, el síntoma de un problema a lo mejor sí: de que el personaje se está tragando a la persona. Respeto, eh, pero a este juego yo no voy a jugar. Buscadme en otra parte.

 

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De provincias

Miro hacia atrás treinta años, y pienso que el pasado funciona siempre como un ensayo general del presente. Pero no sirve de nada, no se aprende nada: la función busca nuevos argumentos cada día

Jordi Puntí, Los Castellanos

Mi lugar mental es la periferia, mi sitio natural, la provincia. A mí en el colegio me enseñaron a amar a la ciudad, aunque la cosa no acabó muy bien. Me enseñaron a amar la ciudad que los franceses y los ingleses quemaron (no, chicos, ser anglófilo tampoco mola. Ser un paleto pretendiendo lo contrario),  y cuyos habitantes solo nueve días después y sin tiempo de lamentaciones decidieron reconstruir dejando de lado el horror de lo vivido. También aprendí a amar el país, a mi manera. Pero nunca había pensado mucho en la provincia. Luego entras en la veintena y ves que la provincia significa algo, significa sobre todo el ente recaudador de impuestos. Pero a la provincia la amas después, la amas cuando pasas, como he pasado yo, a observarla un poco desde fuera, a tener “una relación abierta” de las de Feisbuk. No es fácil sentirse incluido en esa noción de provincia, a veces tampoco en la de la ciudad. De pequeña establecía una diferencia muy sencilla entre los que estábamos ‘dentro’ (no sé muy bien de qué), y fuera: no era igual poder ir el fin de semana a comer a casa de los abuelos o no. Había ahí una discriminación que nos diferenciaba. Yo, por ejemplo, no podía. No era tan ‘parte de’ entonces.

Cuando has vivido entre ruido innecesario, egos y visibilidades varias (no es infrecuente en la prensa, de hecho es DEMASIADO frecuente, como una especie de pugna por un espacio escaso en la que si tu carita no se ve bien todo deja de importar, como unos refugiados peleándose por llegar primero al camión con comida de la ONU), pensando que eso era algo inevitable, aprecias algo que en Gipuzkoa se da por hecho, algo que raras veces se menciona. Si hay algo por lo que no puedes dejar de amar a un guipuzcoano es porque no necesita opinar sobre absolutamente todo, no se golpea el pecho diciendo “aquí estoy yo”. Para qué. El guipuzcoano no dice, el guipuzcoano hace. Y normalmente hace muchísimo más que el que dice que hace. Y hay algo aún mejor: los guipuzcoanos escuchan, escuchamos. En esta época de la “expresividad” y de la mal entendida opinión en libertad eso es casi como si te tocara la lotería. Gipuzkoa es el único sitio del mundo en que un silencio no es ni descortés, ni incómodo, ni tampoco aburrido. En esta crónica sobre la temporada pasada de la Real Sociedad lo describen muy bien: “calm, rational, understated”. Y ese “no sufrir”, una obsesión. “Never mind suffering, how about enjoy”. Sólo falta esa pizca. Que el personal no se saque la chorra fuera a la primera de cambio –hablando en sentido figurado- es exactamente lo que necesitaba en estos momentos.   “Somos como es la sociedad guipuzcoana, silenciosa y poco dada a los eventos o a los oropeles”. Fábricas y valles. La capacidad de lo mejor y de lo peor. Mi sitio está aquí. Me parezco tanto a este lugar que me cuesta creerlo. El vaivén. La alternativa. El desconcertar, que tanto gusta a veces. O tan poco, qué más da. No hay categorías. El cambio no tan traumático. La aldea. El cese de la pelea constante. Vivir en un sitio en que cada palabra tiene valor. Es impagable.

Todo el mundo queriendo visibilidad y yo arrinconándome a propósito y deseando que me trague la tierra. Y no tener nada y ser feliz al fin. Aquí, en la periferia. No necesito nada más. Calm. Rational. Understated. “No sufrir”. Silencio al fin. No intercambiar expresiones. No escuchar. No es malo.

Visibilidad. Y yo queriendo que me trague la tierra 🙂

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Brasas del siglo XXI (II): Págueme con narrativa

Si algo he aprendido en los dos últimos años mientras buscaba empleo es que puede que las religiones tradicionales hayan perdido peso, pero lo de que nos hemos construido unas cuantas religiones laicas que ríete tú del fútbol también es verdad. Ya hablé de una primera dimensión de esta religión posmoderna aquí, la que justifica en una formación a menudo inexistente –y eternizada hasta que lleguen tiempos mejores que nunca llegan– que no se te reconozcan tus plenos derechos como trabajador y fíes a la ‘buena fe’ de la empresa –de nuevo, pensamiento religioso, “no serán tan cabrones de hacerme…” hasta que van y lo hacen, no hay nada que les disuada, y además no tienes alternativa- tus periodos vacacionales, tiempo de bajas -te harán creer que el mal estado del aire acondicionado es culpa tuya porque no vienes en pleno agosto con una rebequita-;  y otros aspectos que en tu contrato no aparecen porque ese contrato directamente no existe o es ‘formativo’ y “lo que tienes que hacer es pensar en trabajar y no en las vacaciones que bastante suerte tienes de estar aquí”). Pero hay otra más, que es la que quiero abordar hoy y que me inquieta bastante porque veo abrazarla sin discusión a gente joven y además de esa que se autodenomina “bien preparada”: la sustitución del sueldo por narrativa.

La mayoría de la gente trabaja por dinero. Cuando me hablan de ‘realización personal’ en el trabajo tengo siempre un resorte que me dice que empiezas a saber quién es alguien cuando conoces qué es lo que da por sentado, qué cree que es lo peor que le podría pasar, lo que se puede permitir hacer sin que pase nada, qué es lo que le resulta inevitable y, sobre todo, quién es su padre. Así que si aparte de un mero interés económico una persona puede permitirse algo más en el terreno laboral –la realización personal que decíamos- es que su situación no es demasiado mala, y no que sea especialmente ambiciosa o tenga un carácter más afable o lo que sea. Entonces es cuando alguien muy inteligente decide dar la vuelta a la tortilla y plantear que no es descabellado que el proceso sea justo el inverso: primero ven aquí motivado y realizado, y en algún momento podrás cobrar un sueldo (ojo, no hablo de *emprendedores*, hablo de asalariados). Después empieza una dialéctica que entremezcla ilusión y miedo: “si no aprovechas esta oportunidad, en el medio plazo bla, bla, bla”. “El mercado laboral está polarizándose y patatín”. En fin, el sálvese quien pueda de siempre ampliamente tratado ya por estos pagos. Y yo pienso que qué suerte poder pensar a medio plazo. Que yo tengo todavía una factura aquí.

Sí, la mayoría de la gente trabaja por dinero. Si a la gente no se le paga su trabajo con dinero pero se le paga con narrativa, terminaremos por querer pagar las facturas con narrativa. Y me parece bien, ¿por qué no?

Cuando llegue la factura de la luz por importe de 86,25 euros, escribir una carta a la compañía y decirles: “De momento no voy a pagarles, pero en el futuro verán cómo les compensa tenerme como cliente”.

Cuando compras cuatro pechugas de pollo en la carnicería. “El dinero es lo de menos, conmigo aquí comprándoos todas las semanas vais a adquirir muchísima experiencia”.

Cuando vas a cortarte el pelo. “¿Pagarte? Lo que deberías es estar contenta de tener esta oportunidad de tenerme a mí aquí. No sabes cuánta gente pagaría por estar en tu lugar –del tema de que estamos pasando de un escenario de no cobrar a otro de pagar por trabajar (los másteres ‘profesionales’, con las implicaciones que ello conlleva en cuanto a la polarización y el aumento de la desigualdad) ya hablaremos otro día-.

No sólo han conseguido que si no tienes trabajo te autoculpes por las causas más peregrinas (que en realidad son simplemente falta de contactos en muchos casos) y se desplace el eje de la responsabilidad al trabajador como si las empresas simplemente pasaran por ahí y los despidos emergieran de la nada, sino que también han logrado vender que trabajar y no cobrar, o apenas cubrir gastos, es algo absolutamente normal porque, de un modo cuasirreligioso, llegará una cosa llamada “el día de mañana” y todo eso pasará a tener sentido.

Además, en el momento en el que empiezas a cuestionar este estado de cosas y llamas a la situación por su nombre –mano de obra barata, y no estoy hablando tampoco de cadenas de comida rápida- se te tachará de impaciente, inmaduro, infantil… Pero las facturas siguen ahí, impagadas. Y si no pagas las facturas se te tachará de inmaduro, infantil, aprovechado, irresponsable… (exacto, el quid de la cuestión es que todo llega al mismo punto, sí, porque no somos como ellos, y eso es lo que quieren remarcar: que si ellos están mejor es porque son mejores, y si pueden también te dejan caer que lo tuyo es un problema de actitud –para darle así una dimensión pseudopsicológica al asunto y que aparte de ser pobre creas que eres casi un enfermo-). Cabe recordar, además, que quienes te acusan de ello suele ser gente que tiene los ingresos garantizados por otras vías, no necesariamente laborales en muchos casos. Quien habla de quienes chupan de papá Estado se pueden permitir chupar de papá biológico el 90% de las veces. Así están las cosas: los mismos que destacan el meapilismo y el beaterío barato español y lo de que la juventud española no tiene iniciativa y que siguen a caudillos de tres al cuarto piden a chavales que tienen que salir adelante por sí mismos que aguanten porque “algún día” quedarán redimidos. Pero las facturas siguen ahí y si no las pagas es que eres un irresponsBUENO, ESO.

No sé quién tuvo la genial idea de no cobrar al principio –lo de principio es un decir– pensando que por esa cosa tan de clase media que es la “ley de vida” (sin sujeto agente), en el día de mañana sí cobraría, en vez de pensar que el sentido hacia el que se orientarán las cosas está más cerca de que intenten hacernos creer que si uno puede estar sin cobrar es que todos pueden y que quien hace un cesto hace un ciento. No, no es un estado temporal o una prueba: es la meta. Además hay otra cosa curiosa: los defensores de ello piensan que esto va a pasar en todas las profesiones (y que es deseable que pase además) EXCEPTO en la suya por aquello del valor añadido –primos hermanos de los que dicen que la crisis se debe a que no se hace caso, justo, a los de su sector-. Pero ya sabéis que en el futuro –ooootra vez-, arrieros somos.

Esto no es temporal. Las empresas ya han decidido que pagar sueldos es un lastre, una rémora que forma parte de un mercado demasiado regulado, así que si queremos seguir pagando cosas habrá que recurrir a otros métodos (prostitución, tráfico de drogas, tirones a viejas, braguetazos, vida clerical -seguro que en 2005 no se ordenaron ni la mitad-…) o dejar de pagar, vosotros veréis. Si nuestra querida clase media quiere jugar a que del trabajo no se viva tendrá que llamar al trabajo de otra forma. O explicar por qué hay gente que tiene que hacer unas cosas y gente que no tiene por qué hacerlas. O fiarse de la ‘buena fe’ -oootra vez- del que puede -y repito que esto de temporal no tiene nada-.  Por supuesto, olvídate de planificar tu vida con base en tu trabajo y no discutas con tu padre. Y ocúpate de que no gaste mucho, que no vas a generar ingresos propios en tu puta vida.

El libro de Bárbara Ehrenreich,  Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo, trae a colación un estudio de 2006 de la Brookings Institution en el que dos investigadores señalan que “se suele hablar de la arraigada creencia (fe laica, de nuevo) en la oportunidad y en la movilidad social para explicar la alta tolerancia de los estadounidenses ante la desigualdad. La mayoría de los estadounidenses encuestados cree que en el futuro ganará más que la media (a pesar de ser que eso sea una imposibilidad matemática)”.

La veda se abre pues para el escenario de la polarización. Y para que en el mismo puesto de este tipo nos encontremos los dos polos:

1. El primero, constituido por el estrato superior, que puede pagarse, sí, pagarse, no ya estar sin cobrar, sino pagarse;  una estancia en una institución internacional de esas que te pagan con narrativa. Esto pasará a ser una demostración de estatus, un estado transitorio hasta llegar a uno de esos puestos llamados ‘senior’, algo que se pueden permitir porque no son unos obreretes de esos que necesitan el sueldo para pagar cosas. Son, además, una manera de cribar: sería raro que a este tipo de vacantes accediese nadie sin un colchón económico asentado y por tanto, de una clase social determinada, pues no podría pagar los gastos más básicos derivados de los propios desplazamientos, comida, techo… Esos vicios que todos tenemos, vaya.

2. El segundo, al que se refiere el propio tuit del enlace, los que se meten a correr esta carrera sin casi poder, las víctimas de esta narrativa -al que los que abrazan la narrativa de la tolerancia a la desigualdad le nombrarán ya culpable de su situación pensando que jamás se verán en ella, ay <3, el que tiene que hacer horas por la noche en otra parte, el que necesita entregar dinero en casa. Piensa -le darán a entender más bien- que compite en igualdad de condiciones. Obviamente, no lo hace, y esa es la información central que se borra deliberadamente. Si las cosas salen mal y se ve en un pufo porque quería trabajar en otra cosa que no era la que le venía dada por herencia le acusarán de poco realista o demasiado ambicioso, el ‘por encima de sus posibilidades’ sin entrar a valorar por qué tiene menos. Lo típico. Si hay otro que está peor que tú, no es discutible. El problema es dónde ponemos el tope abajo. Lo normal es que pongamos el tope abajo para nosotros en un punto y para el resto del mundo en otro muy inferior. Porque nosotros lo valemos.

Me va dando la sensación de que la capitalización de este discurso ‘laboral’ (recordad que a esto ya no se le puede llamar trabajo, que es ‘otra cosa’) por parte de los mejores amigos de este blog y el abrazo de este discurso religioso-ganador del ‘si lo piensas muy fuerte se cumplirá’ por parte de algunos muertos de hambre con la fe, sí, fe, de que alguna vez pasarán a un estrato superior porque abajo lo que hay son chusma y vagos (y ellos, claro, no lo son); esconde un problema de fondo sobre la interpretación de la libertad que tiene más o menos que ver con lo que se dice aquí: que no me considero lo ‘suficientemente libre’ si otro no se jode, en basar la movilidad ascendente en la asfixia de alguien que se ve como muy contrario pero que suele parecerse muchísimo a ti, y no en la ‘libre competencia’ con la que se llenan la boca. Es lo que van proyectando ahora mismo las empresas. Pero, como cuando te ponen los cuernos, siempre se puede hacer como que no se ve, para sufrir un poco menos.

PD: ¿Sabéis quiénes me decían mucho que tenía un problema de actitud? Las monjas. Exacto: pensamiento religioso.

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Mis padres ni eran ni habían sido franquistas fervientes (o no más fervientes de lo habitual en la clase media), y en la historia de la familia, que durante la guerra había apoyado por pragmatismo el bando nacional, no había hazañas que conmemorar ni martirologios que vindicar. Además, desde la muerte de Franco mi familia se encontraba, como en general España, en pleno proceso de adaptación a los nuevos tiempos, y buscaba la fórmula mágica que le permitiera mantener su conservadurismo esencial pero liberado de todas las embarazosas connotaciones que se le habían ido agregando durante los casi cuarenta años de dictadura. A mi padre esa fórmula mágica se la proporcionó el liberalismo, o la idea que él tenía de liberalismo. Si alguna vez, durante la comida familiar se iniciaba una conversación sobre la actualidad política, mi padre repetía como un manta:

–          En esta casa sieeempre hemos sido liberales, sieeempre liberales…

Lo decía así, con ese plural y ese sieeempre que no se sabía hasta dónde abarcaban y que sugerían una legitimidad mítica de nuestra familia ante la inminente democratización del régimen. ¿Qué entendía mi padre por liberalismo? Supongo que algo vagamente asociado a la reina de Inglaterra y al general De Gaulle, figuras las dos lo bastante prestigiosas para desbaratar cualquier acusación de izquierdoso o anticlerical. El liberalismo, desdeñado por los franquistas, incontaminado, se ofrecía ahora como un buen árbol al que arrimarse, y mucha gente de orden se limitaba a cambiar un cobijo por otro: la sombra protectora del franquismo por la del liberalismo. Mi acercamiento a la ultraderecha no era, pues, algo de lo que en casa pudieran sentirse orgullosos, porque se les recordaba su propia deslealtad. En el fondo, puede ser que me juntara con esa gente sólo para echar en cara a mis padres su cobardía y su mediocridad. Qué poco me gustaban mis padres entonces: él, tan sumiso, tan cumplidor, llevando en sus tardes libres algunas contabilidades del barrio, fingiendo un interés excesivo por la salud de sus clientes, y ella, tan apañada y ahorrativa, tan decente con esas rebequitas suyas pasadas de moda, tan preocupada siempre por la opinión de los demás. Bien mirados, formaban una pareja ridícula, y daba grima verlos pasear agarraditos del brazo, él culibajo, las piernas gordas, andando algo estirado para parecer más alto, ella con la mirada inquieta y nariz de periquito, con pañuelos en el cuello para esconder las arrugas, los dos sintiéndose observados y forzando una sonrisa que cuando menos te lo esperabas se quebraba en una mueca inexplicable de consternación. Mis padres estaban orgullosos de la vida que llevaban, que a su manera era perfecta, con el piso de Barcelona pagado y el apartamento de Torredembarra, con los tres chicos estudiando en colegios de pago, con el cuarto de estar repleto de fotos que certificaban lo guapos y sanos que crecíamos mis dos hermanas y yo… A mí tanta perfección me molestaba, y aún me molestaba más oler su miedo, el miedo que mis padres tenían a que las cosas se torcieran de repente, a que una enfermedad o un accidente o lo que fuera irrumpiera en esa perfección suya y la hiciera añicos. 

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana.

Cambiar todo para que nada cambie.

Llevarse bien con el que mande.

¿De verdad esto es una «novedad política avanzada»? JA.

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Estás tardando en bajar a por Don Simón al super.

De revelación en revelación hasta la victoria final. El momento un poco desagradable de ver que lo que pensabas que era solo un proceso es, exactamente, la meta. Sobre todo desagradable en tanto en cuanto lo habías entendido TODO MAL. O sea, no hay un montón de tiendas de manicura o de yogur helado en las que las gentes de bien se gastan el ninerito y por eso no pueden pagar lo básico, qué va. Es justo al revés: no pueden comprar nada más, y compran eso (el ocio low cost que decíamos aquí, la estandarización de la mierda, en suma). “Qué crisis ni crisis si están los bares llenos”. Es justo al revés: si no puedo cambiar de coche, al menos me tomo unas cañas. Todo hacia abajo y sálvese quien pueda. El consumidor es el rey y todo eso, menos cuando no consume acorde a como alguna virreina cree que tiene que hacerlo la chusma. “A mí no me va a pasar. Ellos lo hacen mal”. El “algo habrán hecho” del siglo XXI. Hasta que pasa. Y entonces casi nadie se aplica sus propias prescripciones. Y entonces yo disfruto una barbaridad.

No, normalmente los procesos no compensan en el futuro. “De aquí extraí la lección tal”. No, no has extraído ninguna lección, solo has acomodado lo que pasó, eso que hiciste seguramente mal, o a regañadientes, a tu biografía e intentas justificar cosas que no han valido para nada. Una cosa es que compensen, otra cosa es querer, con calzador, que lo hagan. Y normalmente pasa lo segundo. El trabajito de verano que pagaba los gastos de la universidad deja de ser el camino a nada cuando, años después, es el único trabajo que existe. Sigues haciendo lo mismo no como transición hacia algo “superior” (ay cuando se roza lo de arriba y de repente, BUM, hay que bajar), sino que era exactamente eso a lo que ibas a llegar. No, todo lo que estás viviendo ahora no sirve “para algo más” (a no ser que creas en la vida eterna, aquí no gastamos de eso). No, hay muchas cosas que estás haciendo o porque las hacen los demás o porque es “lo normal” y “lo que hay que hacer”. No, no tienes convicciones. Y las convicciones que tienes seguramente ni te las puedes permitir. El adorno que quieras ponerle narrativamente hablando ya es cosa tuya, y te puede valer con tu madre, pero cada vez engañas menos. Y sobre todo es bastante importante que no te engañes tú. No, ese cursillo no vale para nada, solo para sacarte de la calle y que no te estés drogando. Solo para que no molestes.

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No, si lo piensas muy fuerte TAMPOCO se va a cumplir. Pero si sale mal, que no os timen con lo de las profecías autocumplidas.

Es como cuando ganas tu primer sueldo y crees que entras, flamante, en el mundo de los cubatas en copa de balón. Y de repente te echan. Y te pasas una buena temporada sin trabajar. Y hay que volver a aquello que era parte del camino “hacia arriba”: el kalimotxo. Y te das cuenta de que el kalimotxo no era una transición, un brebaje inmundo que “en el futuro, cuando me tome gin tonics con cosas flotando, me compensará”. No. Los cubatas eran una ilusión. Cuando estás a día 29 y quedan 5,63 euros en la cartera, el kalimotxo es el fin en sí mismo. El kalimotxo y la caridad -si el camarero es majo me pondrá un chorro de mora-. Las cosas no las consigue uno, la mora del kalimotxo no viene por méritos, viene por la piedad de otro. El kalimotxo no era el proceso, ni era el precio del proceso. Ni conducía a nada superior. El kalimotxo era la meta. Y vete acostumbrando, y haz que te guste con todas tus fuerzas, porque seguramente no vas a salir de ahí. Los que lo amábamos de antes vamos con ventaja, así que vete acostumbrando, porque en este país el ascensor social está estropeado, pero porque no baja lo suficiente, pero cuando baja los del primero nos lo pasamos muy bien, aunque el del sexto no se esperara jamás estar allí.  Y tiene sus ventajas, muchas en realidad si dejas de escuchar a los demás y dejas de analizar las cosas desde un prisma tradicional. No hay meta, ya has llegado, no te agobies. Disfruta. Caminante, no hay cubata, se hace kalimotxo al andar.

Yo que tú empezaba a contar mi sueldo en kalimotxos. Porque la meta es esto. No hay nada que mejorar. No, no es temporal. Hazte a la idea. Porque puede ser lo único tuyo que tengas.

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Comentaban hoy en redacción que Esteban Granero nos ha de caer en esencia BIEN no porque vaya a jugar con la Real, no. Nos ha de caer en esencia bien porque ha dicho en una entrevista que le gusta leer y encima lee a Raymond Carver.

Parad esto, en serio. De repente hay que ser intelectual para todo, tú. QUE VUELVA GUTI EN LA POSADA DE LAS ÁNIMAS. O sea, Guti era un garrulo por cómo gestionaba su tiempo libre pero Granero YA ES bueno PORQUE lee. No entiendo nada.

Joder, qué bonitos eran los tiempos en que las aficiones eran de uno y las hacía tocándose los cojones en su casa en vez de tenerlas que difundir, en vez de soltarnos de carrerilla las pelis que acababa de ver… Qué bonitas son las cosas íntimas, la no comparación, cagondios.

Parad esto porque el próximo futbolista en vez de celebrar un gol chupándose el dedo o levantándose la camiseta lo va a festejar recitándonos un fragmentillo de Hemingway y entonces va a ser muy tarde.

De aquí a que sea pecado no salir sin tu kindle -porque seguro que leer en papel es YA de pobres- a comprar cuarto y mitad de lomo embuchao a la charcutería de tu barrio no hay nada.

(Guti, you are deeply missed. Seguro que Granero lee a Carver en inglés además.)

Edición mañana siguiente. Exterior día:

Me he perdido del todo. ¿A los profesores de literatura les pide alguien que practiquen centros-chut? Entonces, ¿por qué un deportista tiene que demostrar un plus y si no lo demuestra o exterioriza es automáticamente tomado por un analfabeto?

Prefería el fútbol cuando lo llevaban los cuñaos 🙁

Publicada el por nai | 7 comentarios