¿Puede el representado hablar?

Recuerdo que hace unos años el peor fantasma de las autodenominadas posiciones sensatas era lo que se llamó antipolítica: personas que empezaban a dar vueltas por los partidos aseguraban que no todos eran iguales, que decir eso suponía que no habíamos vivido épocas lo suficientemente oscuras y que fuera del turnismo institucional íbamos a estar jodidos. Esta crítica venía por la izquierda y cristalizó en el 15M. Sin embargo, la vida se nos ha dado la vuelta y en el trilerismo y las disputas por las palabras (porque parece ser que las cosas no se pueden arrebatar, solo es posible disputar, reapropiarse, whatever… las ideas), solo el pueblo salva al pueblo y el voto a los 16 años (ahora no cal) se han convertido en algo fascista. Hay que evitar que vengan los malos, pasando de puntillas por los motivos (que también se puede debatir qué causas son esas más allá de vaguedades sobre pantallas, individualismos, manosferas y averías de ascensores sociales, y mucho más relacionadas con violencia y capital, vamos, como todo).

Hago esta pequeña introducción porque al día siguiente de que la etapa del Tour de España no pudiera finalizar en Bilbao porque manifestantes propalestinos asaltaron la línea de meta, el lehendakari Pradales dijo que le resultaban “poco edificantes” dichas protestas porque “se pone en riesgo a los ciclistas”, pero a la vez la gente tiene “derecho a la protesta” y por arte de birlibirloque la actuación de Israel (el país, no el equipo ciclista) es “inaceptable”. Por su parte, Bingen Zupiria, consejero de Seguridad del Gobierno Vasco, señaló los “comportamientos incívicos” e hizo este apunte que no por esperado dejó de llamar mi atención: “Hoy no estaba en juego la libertad de expresión ni la solidaridad con Gaza y Palestina”. El alcalde de Bilbao se quejó de la “mala imagen” que daba la ciudad. El caso es que pocas veces he oído yo hablar tan bien de ella (lo ha hecho hasta el mongolo Juan del Val), y mira que pienso que mucha de la movilización en el País Vasco vive de rentas pasadas. Pero claro, la protesta no da dinero, que en esta época en la que estamos es, también para nuestros representantes, la razón de ser de las ciudades: triturar personas, multiplicar euros y concentrarlos de manera cada vez más caprichosa.

Vistas estas reacciones, muy previsibles, lo que creo pertinente es mirar desde otro lado la afirmación habitual. Si estábamos preocupados por la poca representatividad de los, valga la redundancia, representantes de la democracia parlamentaria y esto por lo visto era problemático -aunque según fueran soplando los vientos de la historia a veces ha sido renombrado como músculo ciudadano, aquí cada uno va contando el cuento según le viene-, quizá lo que cabe preguntarse no es qué necesita o quiere el pueblo de sus representantes. Qué se supone que tiene que esperar la gente cuando el cercanías que le lleva al trabajo va con retraso por sistema (pero se le culpa por coger el coche), cuando tiene que esperar un mes para que le atienda POR TELÉFONO su médico de cabecera, cuando su esfuerzo -ese del que se dice que lo hacen justamente quienes menos lo hacen- no vale nada porque aunque haya obtenido una beca que de todas maneras iba a quedarse un rentista ni siquiera así puede ir a estudiar fuera, cuando necesita año y medio para que le valoren una discapacidad… Esa es una pregunta legítima que la gente tiene el derecho, si no el deber, de hacerse, sin que venga nadie a advertirle que mejor mire a otro lado porque viene el lobo si se lo pregunta y porque “podría ser peor”. Lo que toca también, igual que cabe mirar, no solo señalar, sino también atacar, a los verdugos antes que manosear a las víctimas; es plantearse para qué quieren los representantes a los representados. Cuál es el papel que presupone esta gente a los ciudadanos.

¿Cuánto de edificante?

Del representado lo que se espera es que se calle, vote cada cuatro años (con entusiasmo además, para frenar, o para castigar) como modo de legitimar que se paguen ciertos sueldos, que consuma y que se calle. Y sin embargo, cuando solo consume y se calla pero vienen mal dadas para las instituciones, se le acusa de individualismo y de no velar por los demás, se le quiere poner a hacer las labores que la administración descapitaliza aposta sin importar a quién se llevan por delante (que los parados vayan a limpiar los montes, jeje. Que vaya un hostelero que no encuentra camareros, no te jode). Sobre todo, que no interrumpa a los que tienen que ganar dinero, que para eso les ponemos espectáculos día sí y día también en el centro de la ciudad: haced que sois ciudadanos felices. El representante no entiende que se esté entorpeciendo un evento deportivo, porque si su pensamiento es de mínimos opina que al final todo va un poco de satisfacer fruslerías, o no tanto, del día a día de aquí al lado, de hacer lo mínimo para ser reelegido; y si es de máximos piensa que al final se está matando a personas marrones, que Barceló ya tendrá algo proyectado por donde están ahora tirando las bombas, y que a diferencia de los ucranianos, esta gente que está cayendo ahora no se parece nada a nosotros –como si los ucranianos sí-. Pero los representados parecen mucho más proclives que los representantes a comprender que el terreno de juego ahora ya es otro. Ni siquiera por la magnitud de lo que está pasando, que también. Los representantes están sufriendo violencia política a diario pero lo cuentan con la boca pequeña cuando hace no tanto pedían ilegalizaciones, y una se plantea si esa falta de contundencia es fruto de no querer que llegue la sangre al río (como si no lo hubiera hecho ya, como si no hubiera llegado mil veces en la historia al mismo lado del río) o es fruto de algún otro cálculo, o de saber cuál ha sido el desarrollo de la historia de este país, mismamente. El terreno de juego es otro porque el de enfrente, llámese Israel o llámese Partido Popular no oculta nada de lo que hace, lo muestra orgulloso. No hacen falta investigaciones, quedó lejos el “hablar de”, no has visto más imágenes del tema en tu vida, sabes que la próxima cola para comer es una cola para bombardear. Antes por lo menos los crímenes trataban de ocultarse, porque daban miedo sus consecuencias. Ahora, se sabe que no va a haber consecuencias, y para qué tapar. Y fuera de lo moral, por supuesto, aquí estamos para ganar dinero.

Ya sabíamos que el representante robaba, que se iba de putas, que daba contratos a empresas amigas. Ya sabíamos que no hacía lo que decía que hacía, aunque a veces lo disimulara presentando con pompa y boato medidas estrella que ya no es que resuelvan ningún problema (lo decimos muchas veces en este blog, demasiadas, cansamos: de los problemas vive, y muy bien, mucha gente), es que a veces los agrava. De lo que nos hemos dado cuenta es de que esta dinámica representante-representado tiene una relación directa en los ámbitos cercanos con la pérdida de la vida misma, con el triunfo del acaparamiento por las manos muertas pase lo que pase; y si miramos un poco más lejos, directamente con la aniquilación. Y que ante todo eso estamos inermes. Y cómo dices, y haces, esto sin alimentar al complejo industrial militar. El pacifismo suena muy bien, pero no sale gratis.

Algunos representados se autoflagelan pensando que “se puede hacer más”. No quieren entender, porque es un salto cualitativo, que no estamos en el terreno de la persuasión, sino de obligar a, lo que quiere decir, por supuesto, y sin la boca pequeña, coaccionar. Y sí, a los representantes UE también. 70.000 vidas, 7.291 vidas, cuatro vidas en los incendios, lo merecen. De otra manera, los representantes se van a dedicar a amortizar cadáveres, cercanos o lejanos. Ya lo están haciendo. Y si miramos la historia con detenimiento, siempre lo han hecho.



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