Otra guerra con Terradillos
A Ana Terradillos la pusieron a presentar un programa llamado Ucrania: Esto no se podrá olvidar. Detrás de la palabra grandilocuente, siempre está el interés espurio -sí, se escribe espurio, no espúreo-: tratar de adelantar a Atresmedia en el prime time. Fíjate si se va a olvidar que el programa ya está retirado, no ha aguantado ni una semana. Como sigamos a este ritmo de especiales va a llegar el punto en el que se habrá entrevistado a toda la población de Ucrania -desplazada o no- y habrá que empezar a repetir. Esperemos que la cosa no se alargue tanto.
La novedad de esta guerra es que ahora somos buenos, porque ellos dan igual: importa lo que hacemos nosotros, importa lo que vemos nosotros, importan las tías buenas con kalashnikov, las manuelas malasañas pero para goce libidinoso de la mirada masculina y con su pátina de heroicidad, de liberar a los oprimidos, para que no se diga que esto es cuestión de tetas. Los que hasta antes de ayer decían que “sin violencia se puede hablar de todo” y hubieran ido a cualquier lado enrollados en la banderita UE te empiezan a hablar ahora del derecho a la defensa. O sea que la violencia, sorpresa, sí servía para algo. Es que si no a ver de qué cojones pensamos que ha ido la Historia, con mayúscula, desde que empezó.
La peña se coge la furgoneta como quien va a hacer la compra al Carrefour el sábado por la tarde y se planta en la frontera de Polonia, que ha ido hasta el autobús del Espanyol. Porque ahora dice la tele que eso está bien, ahora no hay ese dinero de dónde sale ni si tanto te gustan mételos en tu casa -y claro, más de uno estaría encantado de meter a una ucraniana en su casa-. Me acuerdo mucho de un par de activistas integrantes de Ongi Etorri Errefuxiatuak que hace unos años intentaron traerse a migrantes en una furgoneta desde Grecia y los detuvieron porque entonces no estaba bien porque los del coche no tenían los ojos azules. Porque claro, hay que “hacer algo”.
Últimamente lo primero que me dice la gente que conozco cuando me encuentro con ella es cuánto le ha costado llenar el depósito del coche. Yo me alegro de no saber conducir. Una muestra más de que la clave en la vida no es hacer: es no hacer. Y si haces, no contárselo a todo el mundo.
Ana Terradillos me genera cierto respeto porque es una tía a la que me imagino haciendo ella misma la compra, sin mandar a “la chica que me ayuda” ni nada, pillando los Activia muesli a cinco minutos de cerrar el Dia% de debajo de casa.
Los del PNV dicen que los de Bildu van con Putin. Esta gente ganó unas elecciones porque la peña no quería separar la basura en su casa.
En 2021 han muerto siete personas intentando cruzar el Bidasoa a nado. Porque aquí la historia ya está escrita y no es furgoneta, piso de acogida, escolarización; es el río cuya anchura en algún tramo no es mayor que el largo de una piscina, confiarse sin saber que hay corrientes de fondo muy traicioneras, morirse, ofrenda y duelo institucional. Y todo porque sí, porque eran negros y ya está. “Ofrecéis respuestas sencillas a problemas complejos”. Eran negros y su vida se podría haber salvado y no se quiso, no es un “problema complejo”, son unas muertes sencillas. Las vidas de los ucranianos que huyen valen algo porque de momento alguien quiere que valgan, ya veremos hasta cuándo.
Ahora somos buenos, y como decía Italo Calvino, a lo que no es infierno hay que hacerlo durar, y darle espacio. Darle espacio es convertir el acontecimiento, el momento, ese primer tirón que parece hecho a medida para decir que sí, que hemos salido mejores; en historia, en relato, en algo que pese, que sea y que esté. La pregunta no es tanto cómo sino quién va a hacerlo durar. Ese primer tirón es muy loable porque supone salvar vidas, pero casi seguro que nos encontraremos con la desagradable sorpresa de que los que apostaron por el acontecimiento serán los primeros en tratar de desarmar la historia, lo que pesa. Los jugadores del Call of Duty, por si acaso, se están volviendo a sus domicilios.
Ana Terradillos me parece una señora muy atractiva y una excelente profesional de parte (de parte de la Guardia Civil).
Estamos deseando coincidir con esos familiares y amigos que nos llamaban populistas para soltarles “sí, pero ahora a mamar polla bolivariana para tener la casa caliente y la pyme abierta” -en realidad esta es una frase que se me ocurrió el otro día bebiendo, no digo yo que no esté escribiendo este post solo para meter la puta frase-. ¿En qué cadena escucharemos primero que Maduro y Ahmadineyad no son unos sátrapas -me gusta mucho más esta palabra que oligarca- sino unos estadistas?
Escucho estos días la discografía de Dut a dolor. “Bandera trapu bat da haizerik ez badabil”. La bandera es un trapo si no hay viento. Las banderas de Ucrania se asoman tímidas a algunos balcones, la Ucrania que madruga, supongo. Fue un impulso de la primera semana que, por lo menos por donde me he movido, no ha ido a más, pero eso dependerá de si se ponen a vender la bandera en el bazar chino -no lo he comprobado-. No sé si siguen iluminando edificios oficiales (supongo que aquí no importa el precio de la luz) de azul y amarillo. Ojalá la bandera fuera solo un trapo.
Todes no se puede decir, las tonterías del lenguaje, pero como digas Kiev y no Kyiv haces el juego a Putin. Nos preocupan los ucranianos porque hay mujeres engendrando futuros niños españoles y futuros padres cometiendo un delito pero hablando a cámara abiertamente porque mira lo que les han hecho. Los ojitos azules y el pelito rubio y somos lo mismo, los derechos humanos y todos somos personas y acércate tú españolazo por el aeropuerto de Oslo a ver si al segurata que te cachea le pareces “lo mismo” que él.
Llegará el verano y en la hostelería de Benidorm faltará gente, y presentarán como chollo formarte y darte alojamiento (un cuarto con cuatro literas), a cambio de 500 euros y un día libre a la semana. Y llegarán las ucranianas a hacer de kellys y en lo de AR, que a lo mejor sigue presentando Terradillos o a lo mejor no, harán un reportaje sobre lo buenos que somos por darles trabajo y sacarles de la guerra. Y qué bien que se recupera el turismo tras dos años tan malos en los que la hostelería ha sufrido tantísimo con los aforos y los cierres perimetrales y su puta madre. Y qué bien la normalidad. Entonces llegará la primera ucraniana que verá que le están timando y pasará de heroína a villana en cero coma, encima que os acogimos con una mano delante y otra detrás ahora vienes aquí a exigir derechos sindicales. Ese arranque de bondad que degenera, cuántas veces lo habremos visto ya, en chantaje emocional. Fui bueno contigo pero podría no haberlo sido y entonces qué.
El jefe con el que estás negociando tu aumento de sueldo por la inflación dice que ahora no es el momento “por la guerra”. Por supuesto, no tiene ni puta idea de poner Ucrania en un mapa ni tiene ningún tipo de relación con proveedores de la zona pero qué más da, con esto es como con tener hijos: nunca es buen momento.
Llegará el otoño y los padres que pagan religiosamente el colegio concertado (es importante incidir en ese religiosamente, haciendo como que mientras pagas te estás fustigando con un látigo a la espalda) se quejarán de que los dos niños ucranianos les retrasan el “nivel” de la clase del crío porque no saben hablar castellano. Habrá que volverles a contestar lo de siempre: señora, su hijo tan listo, tan listo, tampoco es. El micromomento de bondad, igual que la vez que le llevaste la compra a tu anciana vecina en el confinamiento -y que te lo agradeció y te dijo que un día cuando todo esto pasase te invitaba a comer y luego nunca más se supo- . Nadie lo ha hecho porque eso de durar y dar espacio a algo implica comprometerse, y el compromiso no se puede fotografiar.
Empecé a escuchar a Ana Terradillos en 2003 en la SER, en la guerra de Irak, con lo que lleva más de media vida conmigo. Ya es más que mucha gente, que casi toda la gente. Pero entonces, en vez de desvelarme a las cinco y media, como hoy, a esa hora todavía no me había dormido y quedaba media hora para que empezara lo de Iñaki Gabilondo.