Irakatsitako historia*
Posiblemente cuando ocurrieron los sucesos del 3 de marzo en Vitoria mi padre estaría en la fábrica en una actitud parecida a la de Pastillas de Freno de Estopa, la de que si se acaba el mundo ahí fuera me la pela, por esa misma lógica con la que Isaac Rosa epiloga ‘La mano invisible’. Este que sigue.
Seguramente el día en el que se murió Franco mi madre estaría comiendo rápido, de pie, quince minutos, en el office de la cafetería de un hotel. Yo desde luego recuerdo que el 11-S tenía clase de inglés por la tarde, pero antes, mientras se derrumbaba la segunda torre, yo me estaba echando una siesta de campeonato.
Siempre le he dado vueltas a eso, a cómo nos aseguramos una cierta vivencia personal de momentos que, no sé bien si los historiadores, los periodistas, los políticos, los elaboradores de libros de texto o, en todo caso, una peña que no conocemos, han considerado capitales. Parece que si uno estaba poniendo una lavadora su relato de la historia, su importancia en la participación, como la de las amas de casa en el PIB, quedan invalidados. Y cuando me cuentan una época en la que yo no estaba, o algo actual pero que no he vivido de primera mano, siempre está esa sombra de duda: ¿esto fue así, no exagerarán nada ni minimizarán nada? No tanto los hechos en sí, que suelen estar probados, sino la vivencia a priori y a posteriori de los mismos, más allá también de la participación directa o la influencia que tuvo en las acciones posteriores de quien me relata algo. Hay dos vertientes: quienes te intentan convencer de que estaban jugando un papel absolutamente clave (pero en realidad más bien pasaban por allí) y quienes vieron sus vidas iluminadas ante el hecho de que (inserte aquí situación cotidiana) ocurriera de modo simultáneo con (inserte aquí hecho del que Victoria Prego haya hecho un documental, y por tanto, considerado normativamente “importante” en el devenir de la historia). Quitando una mención de mi abuela a poner colchones en las ventanas, parece que mi familia no tuvo una participación, ni una represión tampoco demasiado intensa en la Guerra Civil. O sí, y no quieren hablar de ello. O les parecía lo normal y no les iluminó en absoluto, no lo sé, y ya no se lo puedo preguntar. Ese desapasionamiento vital que creo haber heredado y que consiste en pensar que bueno, que el mundo seguirá aquí cuando te mueras y tampoco va a pasar nada gravísimo, igual que no pasa nada gravísimo ni marca un hito en tu historia personal lo que digan en el Eurogrupo (ni en los 21,87 euros que tienes en el banco el día 26 del mes tampoco, porque para eso son solo 21,87 euros). Yo creo que es porque somos gente de ver poca peli y nunca nos pasa nada de lo que cuentan ahí.
Y entonces me pregunto cómo lo haré yo. ¿Tomaré esa posición ventajista que me da la edad y le contaré a mi sobrino de 8 años en 2030 que mi participación, por ejemplo, en el 15M -si es que pasa a los anales de la historia, que está por ver-, fue absolutamente trascendental en mi vida y en el devenir político del país -porque además hay una portada del periódico en la que salgo, con una chaqueta mazo de fea, por cierto- en vez de contarle la verdad, o sea, que estaba de viaje y que tenía una depresión de caballo? ¿Demandaré guarramente una parcelita de la historia intentando darme importancia ante un menor? Y lo tentador que es maquillar tu vida y tus intervenciones ya pasados los años y sabido el desarrollo de los acontecimientos, eh.
Pero es que el ritmo es ya tan jodidamente frenético que no damos lugar a que el paso del tiempo haga su trabajo. ¿Está pasando algo con pinta de crucial? Allá que me cojo el RAYANER y lo tuiteo. Que no queden dudas en la posteridad, ni en la actualidad mucho menos de que yo estaba allí. Esa es la última derrota: pensar que la narración de los hechos sustituye, o puede asemejarse de algún modo a una intervención directa sobre los mismos. Cuando empoderamiento -inventad otra palabra, por favor- y narcisismo se ajustan como anillo al dedo. De esos polvos, los lodos de la democracia “representativa”, y de cómo me dé el día dependerá si el gobierno es una élite que no se parece a nosotros o nosotros encarnado. Ya veremos. La penúltima -derrota- era pensar que FB te facilita el contacto con los que están lejos (cuando en realidad te están robando tus datos y tu vida), y que las vidas de los que están lejos son, como allí ves, mejor que la tuya (lo digo por esto de cómo aderezamos la realidad, histórica o no, con un montón de filtros mentales). Y la primera derrota de todas, que decidieran por nosotros qué era lo que tenía que ser absolutamente crucial. Esa es la parte en la que ciertas personas tienen la capacidad de hacer creer que su ascenso social encaja como zapato de Cenicienta con la supuesta prosperidad de un país. Y es que, como cuenta Ríos Carratalá en Quinquis, Maderos y Picoletos -quien también habla de vidas no tan interesantes como parece-, la historia ha consistido en algo parecido a dejar que sea El País quien la cuente y olvidarnos de esas redacciones de cuarta de periodistas no demasiado intrépidos, no demasiado fumadores y no demasiado James Dean, malviviendo en la precariedad. He aquí la victoria del experto, que tiene que ayudarte a calibrar los hechos, porque tú, persona que pone lavadoras, no lo entiendes, que dirían Maldita Nerea. Cosas fundamentales dichas por personas fundamentales.
Así que siempre me sobrevolará esa duda, la de las subjetividades tuneadas para dar lugar a implicaciones inexistentes. Lo que decía Lotina de la implicación y el compromiso de una gallina y un cerdo en un plato de huevos con bacon, que en ese plato la gallina está implicada, pero el cerdo está comprometido. O para exculparse, cuidado. Ahí está Eichmann, y ahí estás tú, que solo cumples órdenes. Y para eso está también esa tipificación de los hechos cruciales, ese devenir histórico como trampa mental escrita por alguien a quien le es dado ese poder: para pensar que las grandes violencias no tienen nada que ver con tu vida, que toda esa violencia cotidiana que sin embargo soportamos ha de echarse a un lado para dejar paso a los Acontecimientos, con mayúscula. Tiene que haber hechos gordos para que te conciencies de que lo tuyo es exagerado o no importa una mierda, cuando lo que en realidad pasa es que esa violencia enana, esa violencia con una sonrisa en tu centro de trabajo, en tu casa, es el punto de partida del acontecimiento. Pero eh, que siempre te dejarán el atajo de “contarlo”. No te quejes.
* “La historia que nos enseñaron”, canción de Negu Gorriak del álbum homónimo de 1990