Por cuatro duros. Cómo (no) apañárselas en Estados Unidos. Bárbara Ehrenreich

Cuando las madres solteras pobres tenían la opción de mantenerse apartadas del mercado laboral -gracias a la Seguridad Social-, las clases media y media alta se inclinaban a mirarlas con cierta impaciencia, si no con abierto rechazo. Las pobres que dependían de la Seguridad Social eran vilipendiadas por su holgazanería, su empeño por reproducirse en circunstancias desfavorables, sus presuntas adicciones y, sbre todo, por su condición de “dependencia”. Ahí estaban, satisfechas de vivir a costa de la “limosna gubernamental”, en vez de buscar la “autosuficiencia económica”, como todo el mundo, a través del trabajo. Debían poner manos a la obra, aprender a darle cuerda al despertador, salir a la calle y buscar trabajo. Ahora que el Gobierno ha reducido en gran medida sus “limosnas”, ahora que la abrumadora mayoría de las pobres ya están en la calle, deslomándose en Wal-Mart o Wendy’s…, ¿qué vamos a pensar de ellas? Ya no se usa la desaprobación ni la condescendencia, entonces, ¿cómo reinterpretar nuestra postura?
Puede pensarse con recelo: por sentimiento de culpabilidad. ¿No es eso lo que se supone que debemos sentir? Pero el sentimiento de culpabilidad no basta; el sentimiento que mejor cuadra es la vergüenza…, vergüenza de nuestra dependencia, en este caso, de nuestra dependencia del trabajo mal remunerado de los demás. Cuando alguien trabaja por menos de lo que le permitiría vivir -cuando pasa hambre para que tú puedas comer más barato y mejor-, está haciendo un gran sacrificio por ti, te ha regalado parte de sus habilidades, su salud y su vida. Los “trabajadores pobres”, como consentimos se los llame, son de hecho los grandes filántropos de nuestra sociedad. Descuidan a sus hijos para que los hijos de otros estén cuidados; viven en alojamientos por debajo de las condiciones de habitabilidad para que otras casas estén relucientes y perfectas; pasan privaciones, de modo que la inflación se mantenga baja y el precio de las acciones alto. Ser miembro de la clase trabajadora pobre es ser un donante anónimo, un benefactor de nombre desconocido para todos los demás. En palabras de Gail, una de mis compañeras de trabajo en el restaurante: “Das y das”.

“Es que hacen elecciones equivocadas” ¿De verdad? Ahá. A ver si resulta que te vas a ver igual a pesar de tus “elecciones racionales”. Pero eh, que te consideraremos un benefactor 😀

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