Brasas del siglo XXI (II): Págueme con narrativa

Si algo he aprendido en los dos últimos años mientras buscaba empleo es que puede que las religiones tradicionales hayan perdido peso, pero lo de que nos hemos construido unas cuantas religiones laicas que ríete tú del fútbol también es verdad. Ya hablé de una primera dimensión de esta religión posmoderna aquí, la que justifica en una formación a menudo inexistente –y eternizada hasta que lleguen tiempos mejores que nunca llegan– que no se te reconozcan tus plenos derechos como trabajador y fíes a la ‘buena fe’ de la empresa –de nuevo, pensamiento religioso, “no serán tan cabrones de hacerme…” hasta que van y lo hacen, no hay nada que les disuada, y además no tienes alternativa- tus periodos vacacionales, tiempo de bajas -te harán creer que el mal estado del aire acondicionado es culpa tuya porque no vienes en pleno agosto con una rebequita-;  y otros aspectos que en tu contrato no aparecen porque ese contrato directamente no existe o es ‘formativo’ y “lo que tienes que hacer es pensar en trabajar y no en las vacaciones que bastante suerte tienes de estar aquí”). Pero hay otra más, que es la que quiero abordar hoy y que me inquieta bastante porque veo abrazarla sin discusión a gente joven y además de esa que se autodenomina “bien preparada”: la sustitución del sueldo por narrativa.

La mayoría de la gente trabaja por dinero. Cuando me hablan de ‘realización personal’ en el trabajo tengo siempre un resorte que me dice que empiezas a saber quién es alguien cuando conoces qué es lo que da por sentado, qué cree que es lo peor que le podría pasar, lo que se puede permitir hacer sin que pase nada, qué es lo que le resulta inevitable y, sobre todo, quién es su padre. Así que si aparte de un mero interés económico una persona puede permitirse algo más en el terreno laboral –la realización personal que decíamos- es que su situación no es demasiado mala, y no que sea especialmente ambiciosa o tenga un carácter más afable o lo que sea. Entonces es cuando alguien muy inteligente decide dar la vuelta a la tortilla y plantear que no es descabellado que el proceso sea justo el inverso: primero ven aquí motivado y realizado, y en algún momento podrás cobrar un sueldo (ojo, no hablo de *emprendedores*, hablo de asalariados). Después empieza una dialéctica que entremezcla ilusión y miedo: “si no aprovechas esta oportunidad, en el medio plazo bla, bla, bla”. “El mercado laboral está polarizándose y patatín”. En fin, el sálvese quien pueda de siempre ampliamente tratado ya por estos pagos. Y yo pienso que qué suerte poder pensar a medio plazo. Que yo tengo todavía una factura aquí.

Sí, la mayoría de la gente trabaja por dinero. Si a la gente no se le paga su trabajo con dinero pero se le paga con narrativa, terminaremos por querer pagar las facturas con narrativa. Y me parece bien, ¿por qué no?

Cuando llegue la factura de la luz por importe de 86,25 euros, escribir una carta a la compañía y decirles: “De momento no voy a pagarles, pero en el futuro verán cómo les compensa tenerme como cliente”.

Cuando compras cuatro pechugas de pollo en la carnicería. “El dinero es lo de menos, conmigo aquí comprándoos todas las semanas vais a adquirir muchísima experiencia”.

Cuando vas a cortarte el pelo. “¿Pagarte? Lo que deberías es estar contenta de tener esta oportunidad de tenerme a mí aquí. No sabes cuánta gente pagaría por estar en tu lugar –del tema de que estamos pasando de un escenario de no cobrar a otro de pagar por trabajar (los másteres ‘profesionales’, con las implicaciones que ello conlleva en cuanto a la polarización y el aumento de la desigualdad) ya hablaremos otro día-.

No sólo han conseguido que si no tienes trabajo te autoculpes por las causas más peregrinas (que en realidad son simplemente falta de contactos en muchos casos) y se desplace el eje de la responsabilidad al trabajador como si las empresas simplemente pasaran por ahí y los despidos emergieran de la nada, sino que también han logrado vender que trabajar y no cobrar, o apenas cubrir gastos, es algo absolutamente normal porque, de un modo cuasirreligioso, llegará una cosa llamada “el día de mañana” y todo eso pasará a tener sentido.

Además, en el momento en el que empiezas a cuestionar este estado de cosas y llamas a la situación por su nombre –mano de obra barata, y no estoy hablando tampoco de cadenas de comida rápida- se te tachará de impaciente, inmaduro, infantil… Pero las facturas siguen ahí, impagadas. Y si no pagas las facturas se te tachará de inmaduro, infantil, aprovechado, irresponsable… (exacto, el quid de la cuestión es que todo llega al mismo punto, sí, porque no somos como ellos, y eso es lo que quieren remarcar: que si ellos están mejor es porque son mejores, y si pueden también te dejan caer que lo tuyo es un problema de actitud –para darle así una dimensión pseudopsicológica al asunto y que aparte de ser pobre creas que eres casi un enfermo-). Cabe recordar, además, que quienes te acusan de ello suele ser gente que tiene los ingresos garantizados por otras vías, no necesariamente laborales en muchos casos. Quien habla de quienes chupan de papá Estado se pueden permitir chupar de papá biológico el 90% de las veces. Así están las cosas: los mismos que destacan el meapilismo y el beaterío barato español y lo de que la juventud española no tiene iniciativa y que siguen a caudillos de tres al cuarto piden a chavales que tienen que salir adelante por sí mismos que aguanten porque “algún día” quedarán redimidos. Pero las facturas siguen ahí y si no las pagas es que eres un irresponsBUENO, ESO.

No sé quién tuvo la genial idea de no cobrar al principio –lo de principio es un decir– pensando que por esa cosa tan de clase media que es la “ley de vida” (sin sujeto agente), en el día de mañana sí cobraría, en vez de pensar que el sentido hacia el que se orientarán las cosas está más cerca de que intenten hacernos creer que si uno puede estar sin cobrar es que todos pueden y que quien hace un cesto hace un ciento. No, no es un estado temporal o una prueba: es la meta. Además hay otra cosa curiosa: los defensores de ello piensan que esto va a pasar en todas las profesiones (y que es deseable que pase además) EXCEPTO en la suya por aquello del valor añadido –primos hermanos de los que dicen que la crisis se debe a que no se hace caso, justo, a los de su sector-. Pero ya sabéis que en el futuro –ooootra vez-, arrieros somos.

Esto no es temporal. Las empresas ya han decidido que pagar sueldos es un lastre, una rémora que forma parte de un mercado demasiado regulado, así que si queremos seguir pagando cosas habrá que recurrir a otros métodos (prostitución, tráfico de drogas, tirones a viejas, braguetazos, vida clerical -seguro que en 2005 no se ordenaron ni la mitad-…) o dejar de pagar, vosotros veréis. Si nuestra querida clase media quiere jugar a que del trabajo no se viva tendrá que llamar al trabajo de otra forma. O explicar por qué hay gente que tiene que hacer unas cosas y gente que no tiene por qué hacerlas. O fiarse de la ‘buena fe’ -oootra vez- del que puede -y repito que esto de temporal no tiene nada-.  Por supuesto, olvídate de planificar tu vida con base en tu trabajo y no discutas con tu padre. Y ocúpate de que no gaste mucho, que no vas a generar ingresos propios en tu puta vida.

El libro de Bárbara Ehrenreich,  Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo, trae a colación un estudio de 2006 de la Brookings Institution en el que dos investigadores señalan que “se suele hablar de la arraigada creencia (fe laica, de nuevo) en la oportunidad y en la movilidad social para explicar la alta tolerancia de los estadounidenses ante la desigualdad. La mayoría de los estadounidenses encuestados cree que en el futuro ganará más que la media (a pesar de ser que eso sea una imposibilidad matemática)”.

La veda se abre pues para el escenario de la polarización. Y para que en el mismo puesto de este tipo nos encontremos los dos polos:

1. El primero, constituido por el estrato superior, que puede pagarse, sí, pagarse, no ya estar sin cobrar, sino pagarse;  una estancia en una institución internacional de esas que te pagan con narrativa. Esto pasará a ser una demostración de estatus, un estado transitorio hasta llegar a uno de esos puestos llamados ‘senior’, algo que se pueden permitir porque no son unos obreretes de esos que necesitan el sueldo para pagar cosas. Son, además, una manera de cribar: sería raro que a este tipo de vacantes accediese nadie sin un colchón económico asentado y por tanto, de una clase social determinada, pues no podría pagar los gastos más básicos derivados de los propios desplazamientos, comida, techo… Esos vicios que todos tenemos, vaya.

2. El segundo, al que se refiere el propio tuit del enlace, los que se meten a correr esta carrera sin casi poder, las víctimas de esta narrativa -al que los que abrazan la narrativa de la tolerancia a la desigualdad le nombrarán ya culpable de su situación pensando que jamás se verán en ella, ay <3, el que tiene que hacer horas por la noche en otra parte, el que necesita entregar dinero en casa. Piensa -le darán a entender más bien- que compite en igualdad de condiciones. Obviamente, no lo hace, y esa es la información central que se borra deliberadamente. Si las cosas salen mal y se ve en un pufo porque quería trabajar en otra cosa que no era la que le venía dada por herencia le acusarán de poco realista o demasiado ambicioso, el ‘por encima de sus posibilidades’ sin entrar a valorar por qué tiene menos. Lo típico. Si hay otro que está peor que tú, no es discutible. El problema es dónde ponemos el tope abajo. Lo normal es que pongamos el tope abajo para nosotros en un punto y para el resto del mundo en otro muy inferior. Porque nosotros lo valemos.

Me va dando la sensación de que la capitalización de este discurso ‘laboral’ (recordad que a esto ya no se le puede llamar trabajo, que es ‘otra cosa’) por parte de los mejores amigos de este blog y el abrazo de este discurso religioso-ganador del ‘si lo piensas muy fuerte se cumplirá’ por parte de algunos muertos de hambre con la fe, sí, fe, de que alguna vez pasarán a un estrato superior porque abajo lo que hay son chusma y vagos (y ellos, claro, no lo son); esconde un problema de fondo sobre la interpretación de la libertad que tiene más o menos que ver con lo que se dice aquí: que no me considero lo ‘suficientemente libre’ si otro no se jode, en basar la movilidad ascendente en la asfixia de alguien que se ve como muy contrario pero que suele parecerse muchísimo a ti, y no en la ‘libre competencia’ con la que se llenan la boca. Es lo que van proyectando ahora mismo las empresas. Pero, como cuando te ponen los cuernos, siempre se puede hacer como que no se ve, para sufrir un poco menos.

PD: ¿Sabéis quiénes me decían mucho que tenía un problema de actitud? Las monjas. Exacto: pensamiento religioso.

One response to “Brasas del siglo XXI (II): Págueme con narrativa

  1. Totalmente de acuerdo en todo. Se ve mucho la actitud de la gente del “si yo estoy jodido y tú no (o menos que yo), tú te tienes que joder igual que yo”. Esa gente se está convirtiendo en una herramienta de estos empresaurios. Ya no sólo porque acepten unas condiciones laborales absurdas sino porque enarbolan la bandera de “hay que apretarse el cinturón, no te quejes que al menos tienes trabajo/algo” y le comen la moral a los demás.

  2. “Les digo que yo solo no puedo con toda la cantidad de trabajo que me mandan, ¿y sabes qué me dicen? Que me busque un becario que me ayude gratis. Y yo no voy a buscar a alguien que sé que no van a contratar.”, un vecino, la última vez que hablé con él sobre el tema de los becarios. Me contó que a los becarios en la empresa donde él trabaja, los gerentes de proyecto hacen todo lo posible para no contratarlos una vez finalizada su beca, incluso si la gente en cargos intermedios (como mi vecino) intentan mediar porque vean que la persona en cuestión trabaja muy bien y merecería ser contratada. Pero claro, ahora la regla es no hacer contratos.

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