De provincias
Miro hacia atrás treinta años, y pienso que el pasado funciona siempre como un ensayo general del presente. Pero no sirve de nada, no se aprende nada: la función busca nuevos argumentos cada día
Jordi Puntí, Los Castellanos
Mi lugar mental es la periferia, mi sitio natural, la provincia. A mí en el colegio me enseñaron a amar a la ciudad, aunque la cosa no acabó muy bien. Me enseñaron a amar la ciudad que los franceses y los ingleses quemaron (no, chicos, ser anglófilo tampoco mola. Ser un paleto pretendiendo lo contrario), y cuyos habitantes solo nueve días después y sin tiempo de lamentaciones decidieron reconstruir dejando de lado el horror de lo vivido. También aprendí a amar el país, a mi manera. Pero nunca había pensado mucho en la provincia. Luego entras en la veintena y ves que la provincia significa algo, significa sobre todo el ente recaudador de impuestos. Pero a la provincia la amas después, la amas cuando pasas, como he pasado yo, a observarla un poco desde fuera, a tener “una relación abierta” de las de Feisbuk. No es fácil sentirse incluido en esa noción de provincia, a veces tampoco en la de la ciudad. De pequeña establecía una diferencia muy sencilla entre los que estábamos ‘dentro’ (no sé muy bien de qué), y fuera: no era igual poder ir el fin de semana a comer a casa de los abuelos o no. Había ahí una discriminación que nos diferenciaba. Yo, por ejemplo, no podía. No era tan ‘parte de’ entonces.
Cuando has vivido entre ruido innecesario, egos y visibilidades varias (no es infrecuente en la prensa, de hecho es DEMASIADO frecuente, como una especie de pugna por un espacio escaso en la que si tu carita no se ve bien todo deja de importar, como unos refugiados peleándose por llegar primero al camión con comida de la ONU), pensando que eso era algo inevitable, aprecias algo que en Gipuzkoa se da por hecho, algo que raras veces se menciona. Si hay algo por lo que no puedes dejar de amar a un guipuzcoano es porque no necesita opinar sobre absolutamente todo, no se golpea el pecho diciendo “aquí estoy yo”. Para qué. El guipuzcoano no dice, el guipuzcoano hace. Y normalmente hace muchísimo más que el que dice que hace. Y hay algo aún mejor: los guipuzcoanos escuchan, escuchamos. En esta época de la “expresividad” y de la mal entendida opinión en libertad eso es casi como si te tocara la lotería. Gipuzkoa es el único sitio del mundo en que un silencio no es ni descortés, ni incómodo, ni tampoco aburrido. En esta crónica sobre la temporada pasada de la Real Sociedad lo describen muy bien: “calm, rational, understated”. Y ese “no sufrir”, una obsesión. “Never mind suffering, how about enjoy”. Sólo falta esa pizca. Que el personal no se saque la chorra fuera a la primera de cambio –hablando en sentido figurado- es exactamente lo que necesitaba en estos momentos. “Somos como es la sociedad guipuzcoana, silenciosa y poco dada a los eventos o a los oropeles”. Fábricas y valles. La capacidad de lo mejor y de lo peor. Mi sitio está aquí. Me parezco tanto a este lugar que me cuesta creerlo. El vaivén. La alternativa. El desconcertar, que tanto gusta a veces. O tan poco, qué más da. No hay categorías. El cambio no tan traumático. La aldea. El cese de la pelea constante. Vivir en un sitio en que cada palabra tiene valor. Es impagable.
Todo el mundo queriendo visibilidad y yo arrinconándome a propósito y deseando que me trague la tierra. Y no tener nada y ser feliz al fin. Aquí, en la periferia. No necesito nada más. Calm. Rational. Understated. “No sufrir”. Silencio al fin. No intercambiar expresiones. No escuchar. No es malo.
Visibilidad. Y yo queriendo que me trague la tierra 🙂
Oye, y lo de volver al tuiter, ¿para cuándo?