La peor época de mi vida

Vale. Esta vez no ha sido empezar de cero. Ha sido menos raro. Ha sido volver a la casilla de salida. Ha sido un Rasca de la Once de esos en los que te sale un ‘siga jugando’. Ha sido modificar pequeños ritos, como empezar a fijarme un poquito más a la izquierda de la pantalla cada vez que mirara la previsión del tiempo. Miedo no me daba nada. Tampoco lo de encontrarme a alguien de clase empujando un carrito de niño por el paseo de La Concha. Se me pasó por la cabeza, pero no ha ocurrido –todavía- todo el rollo ese de ajustar cuentas. El otro día me reconoció la cajera del supermercado. “Estás igual”, me dijo. La última vez que me vio fue hace unos cuatro años. Verte a ti sí me hacía ilusión. Lo único.

Bueno, ¿a dónde vamos? A mí me da lo mismo. No es que haya un cable rojo y un cable azul. Es que tengo toda la puta paleta Pantone de cables delante, y no es sólo que no sepa qué cable elegir, sino que hay algo que se interpone entre yo y los cables.

Venga, aquí. No andes más. Pero déjame en el sofá a mí, que yo luego tengo que ir a trabajar y tú no. La peor época de mi vida, pero sin dramas tampoco, eh. Que no me voy a tirar de un balcón ni nada. Por eso te digo. Cuando piensas en la peor época de tu vida crees que habrá un acontecimiento muy chungo desencadenante, perfectamente identificable, y piensas en fases, y piensas en muertes, y piensas en enfermedades. Y bueno, no. Entonces pasas a sentirte mal, porque no se ha muerto nadie, que te estás quejando de vicio y diciendo muchas tonterías y que comes tres veces al día y los negritos de África y cállate la boca y eres un drama con patas y tal.  Lo de sentir angustia porque no pasa nada es de privilegiados, lo que te vienen a decir, y que ya sufrirás y que ya te enterarás de lo que vale un peine. No hay desencadenante, no hay drama, sólo hay ‘cómo mierda hemos llegado a esto’ y ‘dónde voy yo a ir a parar’. De repente un día algo parece importantísimo, algo parece la clave de ‘lo que pasó’, si es que pasó algo, que yo no lo tengo nada claro; y al día siguiente carece de toda importancia. Ya no tengo mapa, ni coordenadas ni hostias. Pero la movida es que alguna vez creí tener mapa, pero sólo eso, lo creí. Y no, llevo un tiempo viendo que no, que ni mapa ni pollas. Y ahora vivo sin mapa y bueno, tienes que hacerte un poquito a ello pero bien. Ahora, también suelen venir a reprocharte que no tengas mapa. “El objetivo es que no haya objetivo”. Que a ver cómo les cuento esto en casa.

Guarda ahora mismo la cartera o te corto la mano. ¿Pero cómo que un cappucino? Venga, no me jodas. Y claro, luego viene otro movidote que es lo del reparto de las culpas. Ortega y Gasset, menudo hijo de la gran puta, ¿eh? Sí, sí. Nos tocó en Selectividad, sí. “Yo soy yo y mis circunstancias”. Y ahí lo tenías al cabrón, que falta que estampen la frase en camisetas. ¡Pero si esa teoría está sin acabar! O sea, tenía que haber hecho un listado de porcentajes de cuánto pone el ‘yo’ y de cuánto ‘las circunstancias’, que las estadísticas ni guían ni tranquilizan tanto como un señor con sombrero. Si te pasa esto, el porcentaje es 70/30, si lo otro, 50/50, si te dejan suele ser porque no te aguanta ni tu vieja, o sea 100/0. Pues eso, vendiendo libros con una teoría sin terminar. Con un par. Acuérdate de lo que se metieron con Elena Valenciano porque se dejó un par de asignaturas de la carrera, en fin…

Y mírame cuando te hablo, coño. Que siempre bajas la cabeza. Pero claro, qué vamos a decir. Si nos estamos dando cuenta los dos. De que estamos igual. En todos los sentidos. Esto no es una cuestión de haber empleado el tiempo en cosas ‘incorrectas’ o ‘no demasiado productivas’. Ni tiene que ver con planes que hayan salido mal. Es que mira dónde estamos, y deja de remover el cafelito con la cuchara que eso está ya helado. En el mismo punto donde nos habíamos dejado. Hemos tirado un montón de años a la basura. Que sí, que ya sé. Muchos años y cero contenido. Ni tú ni yo hemos hecho nada relevante. Ni nos ha pasado nada que nos haya cambiado la vida. Es que ni siquiera nos hemos equivocado o hemos tenido un error o una hostia de esas rotundísima de boca contra el suelo de las que te hacen replantearte quién eres y cómo hacer para que lo que quieres, lo que sientes, lo que piensas y lo que finalmente haces coincidan de una maldita vez. Y a dónde quieres llegar con todo eso.

¿Ves? No llevamos ni dos horas juntos y ya me tienes hasta los cojones, y yo a ti. Y me encantas pero a la vez me das igual, que parece incompatible, pero no.  Aquí ya vale todo. Si un tío bebe cappucino es que se han terminado las reglas del mundo ya. No sé, en algún punto debimos de ponernos de acuerdo –sin querer, claro, porque cuando quieres algo o a alguien eso tiene consecuencias, y las consecuencias nos gustan a los dos bastante poco- y decidir que sería mejor y que sufriríamos menos si simplemente mirábamos la vida pasar, que es lo que hemos acabado haciendo.

Me voy a casa. Nos vemos. Bueno, seguramente no, pero es lo que se suele decir.

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