Enrique Vila-Matas. París no se acaba nunca.
Doy un salto ahora y cambio tal vez de tema, pero no cambio de casilla. Las reglas del juego también están para jugar con ellas. Salto para confesarles ahora a todos ustedes que me siento afortunado de no añorar mis años de aprendizaje como escritor. Porque si yo, por ejemplo, pudiera decirles ahora a ustedes que recuerdo de aquellos años la intensidad, las horas consumidas escribiendo en la buhardilla, consumido yo también a lo largo de todo un día y luego por la noche, inclinado sobre mi mesa mientras el mundo dormía, sin sentir cansancio, electrizado, trabajando hasta la madrugada, y aun después… Si yo pudiera decirles algo de todo esto, pero es que no puedo hacerlo, no hay mucha grandeza, belleza o intensidad en los minutos de mi juventud dedicados a la escritura. Lo sé, es deplorable. Pero ésa es mi suerte, vivo sin nostalgia. No añoro ni mi pureza, ni mi entusiasmo estimulante, ni la intensidad. Es como si en París lo hubiera ido postergando todo con habilidad para sentir verdaderamente la seducción de la escritura en estos años de ahora, los de la edad tardía.