MI 2008 (y II)
Cada vez que una profesora sale de su escuela en París a pegar carteles con la imagen de Ségolène, Francia entera se ilumina.
No es @cuentadefamoso. Es José Luis Rodríguez Zapatero en el mitin del PSF en Toulouse en el cierre de la campaña electoral para la primera ronda de las Elecciones presidenciales de Francia, apoyando a Ségolène Royal. 19 de abril de 2007.
AD: mi compañero de blog aconseja leer esta entrada mientras escuchan Zapatillas de El Canto del Loco. Mientras la leen sabrán por qué. Y no es sólo para trasladarles al ambiente de la época.
Si tengo que dividir mi vida en cuartos, 2008 fue el mejor año del último cuarto sin lugar a dudas. Todo iba razonablemente bien, muy bien incluso. Me había cambiado de ciudad a una con mucho más sol, tenía el trabajo que siempre había querido en la sección que más me gustaba. Tenía un sueldo #mejorquelamedia e incluso ligaba. Todo esto después de un 2007 que tanto Lorena como yo denominamos ‘año en Blanco’ (en su caso era literal, trabajaba en una tienda de moda Blanco). Todo era bueno. Menos la Real en Segunda todo era bueno. Hacienda nos devolvía 400 euros y compañeros de trabajo se habían decidido a tener hijos animados por el cheque bebé: tan democrático que te daba el mismo dinero a ti que a la hija de Emilio Botín. Poder pa’l pueblo.
En fin, todo era tan perfecto que daba mucho miedo. Y ese miedo no era irracional. Ese estado de perfección personal y nacional iba a durar muy poquito.
Pero en realidad toda esta catarsis de la España alegre (me encanta este vídeo porque es todo un oxímoron hablar de alegría cuando canta en él un bajonas como Fran Perea) había empezado mucho antes. Puede que fuera en 2000, en los primeros segundos de aquí, cuando nos preguntábamos quién era este pringao y combinábamos el visionado de sus primeras comparecencias (ya saben, el consabido “no estamos tan mal, todavía conservamos muchos ayuntamientos”, del 35 Congreso del PSOE), con la llegada a nuestras pantallas del primer Gran Hermano. Siguió probablemente aquí, cuando el 80% de los universitarios españoles querían ir a Galicia en un Alsa y cuando Majo y yo íbamos a las manis contra la intervención en Iraq con pancartas que decían ‘Manifestémonos contra el bigote que nos gobierna’. Voté por Zapatero con mi pegatina de No a la Guerra y no me ruboricé ni un poco cuando apunté que al día siguiente de ser elegido ZP (todos sabemos ya que es un champú) hacía sol. Y eso era muy raro en Pamplona. En los bares mis amigas y yo pedíamos chupitos de talante. De talante y diálogo.
Nos daba igual que las casas valieran mucho, en el fondo nos encantaba. Y los donostiarras adorábamos vivir en la ciudad más cara de España, porque claro, era en la que mejor se vivía. No nos importaba mucho lo que el Gobierno hablara o dejase de hablar con Europa. Cuando nos llegó el ejemplar de la Constitución Europea a casa lo tiramos al cubo de la basura. Era mejor comentar si Bambi debía retocarse las cejas o no. Nuestras madres, confiadas en nuestro éxito para el que tantos sacrificios habían hecho, avalaban nuestros pisos buscados con las Kelifinder (hola, María Antonia), sin poner un pero. ZP nos había dicho que no nos iba a fallar y que el poder no le cambiaría (de verdad, este vídeo es especialmente sonrojante, sobre todo cuando dice lo de la potencia mundial) ¿Qué podía ir mal?
Adoro remirar la mierda de campañas que podían hacerse cuando no sabíamos lo que era una subprime. Anuncios en los que no se sabía si se hablaba de ZP o de Mourinho (¡este tío me ha devuelto la ilusión!). Teníamos todo el tiempo del mundo (y el dinero de mentirijillas) para ser paritarios y discutir por esas señoras con traje en la portada de Vogue (enfrentamientos épicos entre la que escribe esto y las ‘jóvenes de la perla’ en FCOM a cuenta de Truji y compañía). No se votaba simplemente, se votaba MUY FUERTE Y además todavía todos los políticos no eran iguales. Y el problema con la oposición no era político, sino que eran unos cenizos. Podíamos enzarzarnos horas echándole la culpa a gente de nuestra edad de lo que sus tatarabuelos habían hecho en el 37. Era una crispación un poco de mentira, fruto de esa necesidad imperiosa del español de repartir muchas culpas y de gritar muy fuerte y de odiar un poquito, pero sin que llegue la sangre al río.
Ahora estoy escribiendo esto en la casa de mis padres y sin un trabajo al que ir por la mañana, pero no me arrepiento de nada. Porque creía en lo que hacía. Vale que un nazi argumentaría lo mismo, pero salvo algún señor de Intereconomía creo que podemos convenir en que yo no hice tantísimo mal.
Termino este post y recuerdo con nostalgia ese par de días muy 2008 que tuvimos la semana pasada con el matrimonio gay y la reelección de Obama me doy cuenta de que Zapatero inauguró la política del sentimiento que ahora otros abrazan y que nos gustaba –y hay a quien le sigue gustando– porque era facilita de entender, parecía muy grande, parecía de muy buenas personas, parecía una canción de Amaia Montero… Ay, ojalá alguien nos hubiera puesto enfrente un presupuesto cuando acabábamos de entrar en la veintena. Bueno, mejor no. Mejor haber sido así de felices.