Indulgencia
Los domingos son una mierda y cuanto más duran, más mierdas son. No se puede hacer nada más que hablar del fin de semana y sentir cómo te acechan el miedo y la depresión hasta que llega el lunes por la mañana.
Irvine Welsh, Cola
No podía seguir siendo indulgente ni un día más.
Porque al principio estaba bien. Estaba bien dejar el trabajo. Marcharte lejos y empezar a hacer cosas que antes no tenías tiempo de hacer. Y sí, sólo fue empezar, porque seguir, no seguí. Nunca termino nada. Estaba en un sitio físicamente, pero la cabeza no. La cabeza ya estaba en el siguiente sitio.
Pero luego ya no molaba, porque luego ya te ponías a pensar mucho, encima de un modo que no predisponía a la acción, sino que te paralizaba. Yo dudo demasiado de que tener más opciones sea indispensable para elegir lo mejor. Piensen en Primark, sobre todo si como yo, ya se agobian a los cuatro metros de atravesar la puerta, con toda esa montaña de ropa ahí. Pues trasladen eso a darle vueltas a ‘lo que potencialmente podrías hacer a partir de ahora’. Mix and match.
Así que me he plantado en los 28 y me he dado cuenta de que no tenía nada. Porque no había hecho nada o casi nada deseable. De hecho, si alguna vez tengo que contarles a mis hijos qué ha pasado en estos últimos tres años prácticamente no voy a saber qué decir. Pero hete aquí, pensé que podía tener algo. No sé. Un blog o así.
Pero no me hacía mucha gracia, y volvemos a la mentalidad-agobio-en-Primark. Y me da igual que los tarambanas gurús digan que ahora es EL TIEMPO DE LOS BLOGS. Yo tengo mis reservas ante el hecho de que un soplapollas cualquiera, incluida yo, deje sus opiniones y sus cosas registradas en el mundillo virtual. Pues no lo hagas. Y tengo muchos reparos a pensar que mi opinión, dentro de una esfera social amplia, tenga demasiada importancia.
No sé, de repente nadie tiene trabajo pero a la vez todo el mundo tiene mucho que decir, y cuando no tienes nada que decir te sientes como desnudo, y te preguntas, ¿QUÉ HE HECHO YO TODO ESTE TIEMPO, QUE NO TENGO UNA OPINIÓN FORMADA SOBRE LOS ARANCELES? Seguramente estaba haciendo cosas improductivas, como enamorarme o algo por el estilo. Mi problema no es el pensamiento único. Mi problema es que hay demasiado ruido ahí afuera y demasiada gente que necesita abrir la boca como para decir ‘eh, estoy aquí’, pero sin aportarme, personalmente, nada. Mi problema también es que me contradigo demasiado, y que me llevo bien con aquellos que también lo hacen. Eso, claro, suele acabar mal.
Y antes todo esto era al revés. Porque pienso en hace cinco o siete años y sí, yo entonces tenía mucho que decir, y escribía todo eso que tenía que decir, y que consideraba que debía ser escuchado así como por TODO EL MUNDO, de modo inmaculado y a veces hasta brillante. Y tenía mis absolutos, y mi bueno/malo, y todo era fácil y divertido. Y sabía a dónde quería llegar con lo que hacía. Bueno, pues ahora ya no. Ahora me está costando horrores terminar cada uno de estos párrafos.
Pero es que se me estaba olvidando todo demasiado. No sé si nacemos con potencialidades que vamos perdiendo, o no nacemos con nada y lo que tenemos lo vamos adquiriendo. Sólo sé que no quería que se me olvidara también escribir, ni quería otro año en blanco, sin recuerdos ni fotos. Me di cuenta de que esa tendencia innata a desprenderse de cosas físicas –chaquetas, cuadernos, apuntes…- porque el coco te dice que si te deshaces de ello liberas también peso emocional y dejas sitio para cosas nuevas, a lo mejor no tenía demasiado sentido. Que a lo mejor, y aunque me empeñe mucho, va a haber cosas que no se van a poder borrar. Quizá es porque es mejor que no se borren, porque si se borran dejas de ser tú.
Y los domingos en chandal –sí, también los de guardar– son precisamente eso: indulgencia. Igual que no se puede ser duro con uno mismo todo el rato, uno no puede tampoco andar tocándose los cojones con una cerveza en el sofá. No voy a pretender que el chandal en días festivos sea una heroicidad ante una sociedad que nos obliga a llevar camisas, no. Simplemente es el modo de parar, de olvidarse, de dejarse. De ser sólo un despojito de nosotros mismos, cosa no ya necesaria sino deseable, como toda frivolidad. Hay que descansar del mundo a veces. Olvidarte el sábado por la noche, y descansártelo el domingo, con resaca y Tiempo de Juego en la radio a ser posible.
Bienvenidos.