Veranito de narratología del trabajo (y del consumo)

Cuando presenté allá por julio Al menos tienes trabajo en Madrid junto a Jorge Moruno (gracias), expuse, entre otras historias, cómo los fallecidos en los puestos de trabajo estaban convirtiéndose en una suerte de muertos banales, con los que, como con las víctimas de la violencia machista o con los datos del paro, se seguía una dinámica muy concreta. Condolencias (o expresiones de preocupación ante la magnitud del problema), algún tipo de concentración institucional delante de un ayuntamiento o de una fábrica, réplicas y contrarréplicas en medios de comunicación sobre “la culpa”… Parece que lo que importa es que esa estructura de ‘diálogo público’ dentro de una ‘democracia liberal’ -no sé cómo llamar a este teatrillo autorizado- se mantenga. Sobre todo, que se respeten las formas, porque ese respeto a las formas gana tiempo para no tocar lo espinoso, para lo que si puede evitarse trata de no hacerse, que es llegar al fondo de los asuntos. Porque tocar esos fondos, maniobrar para que cesen muchas muertes -en el ámbito laboral y en otros- supone pasar con la rozadora por ámbitos de privilegio muy consolidados.

Muchos exigen que estos muertos, que estos problemas, se solucionen (ni una menos, ni un currela más muerto en el tajo), porque son desagradables de ver, de conocer, pero eso sí, que todo el resto del pack en el que vivimos quede intacto. Pero habrá ni una menos si el nivel retributivo de hombres y mujeres no se equipara ni si ellas siguen dedicando varias horas más a la semana a las tareas domésticas que ellos ni si tienen miedo de ir solas por la calle de noche. Y seguirá habiendo muertos en el trabajo si la ganancia basada en usar la mano de obra de terceros casi de modo discrecional y con amparo de las administraciones continúa existiendo (y a esto le llamamos inserción social, es que manda cojones). Por no hablar del retorcimiento de complementos agentes hasta el ridículo para asignar méritos y deméritos. Los empresarios crean empleo, pero agosto lo destruye, incluso se ceba. Menudo hijo de puta agosto, eh, que quita trabajos, que pone fin a contratos temporales que deberían ser fijos -cosa que todos saben y llevan décadas no consintiendo, sino facilitando-. Entretanto, la cabezonería de tratar como mera falta de información (en cuanto bombardeemos a alguien con la cantidad de contratos temporales que hay, magia, se movilizará contra ello) cuando toda la pedagogía del universo sobre ese problema x del que eres víctima (mira cuántos hay como tú), no soluciona la asimetría de poder. No solo no lo tienes sino que, en el mercado de trabajo, tu función ha de ser, si no quieres movidas, la de seguir facilitando la acumulación de más y más poder para tu empleador.

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Trabajar gratis siempre encuentra formas innovadoras de llevarse a cabo.

Un buen ejemplo de esto último es el “plan contra la precariedad” (sí, suena supermanesco) de Pedro Sánchez. Vamos, lo que conocemos como el registro de jornada, o “lo de fichar” para contabilizar las horas extras. Bueno, pues adivinad: se ha implantado tan bien que ahora se hacen más horas extras (pido al lector por favor que recuerde el escenario apocalíptico que pintó la CEOE en el momento de su implantación, para rematarlo después diciendo que se estaban enterando los empresarios de que los curritos LES DEBÍAN HORAS-). Pero vamos, es lo que pasa cuando tratas de arreglar con un dispositivo técnico un conflicto político -por muy numéricas, contantes y sonantes que sean las horas-: hay tantos puntos de fuga en esa asimetría de poder y es tan de mentira el papel conciliador del gobierno, que lo alarmante aquí no es que esto haya acabado pasando, sino que lo realmente extraño habría sido que no hubiera pasado. El empresario tiene mil maneras de chantajear y amenazar para que las hagas, y una máquina no puede solucionar eso, entonces tienes que hacer un doble trabajo para demostrar que sí, que pasa. Si no mueves todo lo demás, son desenlaces esperables, no podemos poner cara de sorprendidos. Los empresarios crean empleo, otra cosa es que lo paguen. Y el gobierno no está por la labor de molestar. Parece que fueran a ir con bazookas a sus casas, por eso con quien se suele cebar la policía es con quienes nunca irían con bazookas a casa de nadie (nótese el agravio comparativo entre el caso Altsasu y el desalojo de la rave de Ibiza, con la benemérita hablándoles con una educación que ya la quisiera un recepcionista de hotel cinco estrellas pero más de una decena pikolos heridos hasta por barra de hierro -al turismo hay que cuidarlo, que deja divisas; al empresario hay que cuidarlo, que crea empleo-). Luego viene el intento de arreglar las cosas con ñapas aún más cutres: a la Inspección de Trabajo, en vez de mandar a los inspectores sin avisar, como llevamos pidiendo tanto tiempo (es como si te dejan hacer un examen con libro), o en vez de contratar más inspectores, o en vez de dar órdenes para que efectivamente estas personas puedan hacer su trabajo en vez de parecer el cobrador del frac, no se les ha ocurrido otra cosa que mandar cartas en plan: bueno, señor empresario, mire, que me parece que se le ha olvidado a usté poner lo de fichar para los trabajadores… Nada, era solo para recordárselo, atentamente, un saludo, no se vaya usté a enfadar que solo se lo decimos por si se le había olvidado. Y el gobierno lo llama plan de choque, dirá que tiene “sospechas”, como para que parezca muy serio -puro PSOE esto-. Hay que ser muy crédulo o tenerles mucho miedo para pensar que si no hay sanciones, unas personas que viven del curro ajeno van a acceder a esto (¡a lo mejor ahora sí, que saben que pueden sacarles un 19% más de media!). Pero, como decíamos arriba, se trata de que se cumpla la narración, la secuencia, de que parezca que se hace algo pero sin amenazar los pilares básicos porque esos pilares básicos, rebotados, dan pavor.


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Baia por dios

Bromeaba hace unos días afirmando que si en DeC hubiéramos hecho una especie de trabajo fin de máster poniendo en práctica la empresa que tenemos en la cabeza nos saldría un Magrudis. Y ya no tanto por las anécdotas jocosas como tener al niño de testaferro y que el niño fue míster Erasmus y que dice que es libertarian y que mira cotizaciones desde chequetito; como por las dinámicas, la necedad, el hecho de que esa necedad que antes solo se mostraba ante las personas de confianza sea ahora absolutamente pública. ¿Por qué es pública? Porque lejos de la sanción social, que no la hay, las declaraciones, que no se hacen para provocar, sino que esta gente es genuinamente así, no es que no tengan ninguna consecuencia, es que son signo de prestigio. Y te va a contestar con lo lógico, ¿qué me vas a hacer? ¿Qué me va a pasar? Si llevamos tres muertos y no sé cuántos abortos y no me ha pasado nada qué coño me va a pasar. Pues nada. Entonces, ¿por qué iba a cambiar mi forma de decir las cosas?

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El niño mister erasmus.

Y aquí entra en juego otra vez un juego narratológico similar al que comentábamos arriba, pero con una diferencia: si en lo que decíamos antes importaba que se cumpliera la secuencia, aquí la clave pasa a ser la reacción del espectador. Y en el tema que nos ocupa, casi son peores las declaraciones del Ejecutivo (que parece que la empresa fuera suya), que de la propia empresa (que hace declaraciones tan malas como nos podríamos esperar). Es lo que viene a ocurrir con Vox: lo que genera ese pretendido shock no es la brocha gorda de lo que se dice (sentencias tan viralizables mientras nos llevamos las manos de la cabeza y decimos qué horror, y volvemos a viralizar la siguiente, y la siguiente, y la siguiente). Conozco de primera mano, y seguro que tú también, gente que te dice que le da miedo Vox y luego en conversación informal es tan misógina y racista como ellos. Para estas personas lo grave no es el mensaje -que comparten-, sino que ese mensaje sea demasiado público. Lo grave no es que el consejero de Salud andaluz les diga a unos padres que cuando tengan un nuevo embarazo, tras haber abortado por listeria, ya se harán una foto todos juntos con el recién nacido -porque cuñadeces de este palo las hemos tolerado todos en cenas de navidad por la armonía familiar-: el problema es que lo diga en pleno Espejo Público, con todo lo que eso nos lleva a pensar sobre el arrastramiento de los asesores de este tipo y sobre su idea cortijil de la entente empresa-gobierno, en la que nada de lo que hagas tiene consecuencias de ningún tipo (el propietario de Magrudis, que yo sepa, a estas horas estará ya preparándose para comer tranquilamente en su casa).

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Ha dormido tan tranquilo en su casa, sí. Increíble.

Habría que empezar a pensar en las Magrudis de la vida como la norma, no como la excepción. Los que no matan currelas matan al consumidor. Y no, no voy a hacer la postilla de los “empresarios honrados” y las “manzanas podridas”, lo siento. Ya hemos puesto la otra mejilla muchas veces.

He perdido la cuenta de las ocasiones en que he escrito esto pero hasta que no se considere a las empresas y a los empresarios como un problema aquí vamos a estar viviendo de relato y se va a morir gente igual, comiendo o haciendo comida. Los muertos de la carne mechá no eran nadie, igual que los muertos de los desahucios no eran nadie hasta que una exconcejala del PSOE se tiró por la ventana (y meses después, dejados los diez minutillos de alarma social, siguieron siendo nadie). Esos que se llaman provida no fueron a casa del de Magrudis con antorchas para denunciar los asesinatos de fetos de 32 semanas, pero claro, quién quiere molestar a un creador de empleo y riqueza…

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